–¡Y eso no es todo, señora Jueza! –Terminator no iba a perderse la oportunidad de echar más leña al fuego, ahora que creía que tenía a la jueza de su lado.
–¡Pero si podría ser su padre! –exclamó la Señora Jueza, elevando en unos decibeles el tono de voz y en varios puntos el nivel del “escandalete”, bastante impropio para un magistrado de la
Nación–. ¡Qué digo su padre! ¡Podría ser su abuelo! –agregó, haciéndose abanico con el papelito del machete que le habían preparado, como si le hubieran subido los calores por el sofoco.
–¡Y eso no es todo, Su Señoría! –insistió Terminator que se salía de la vaina.
–¿Ah, no?
–No, no, no... –intervino la madre de Lolita.
Se encorvó un poquito más de lo que ya está habitualmente, pegó los brazos a los costados, dirigió los antebrazos hacia delante, las palmas hacia adentro, en su posición corporal favorita para “aleccionar” a todo aquel que no piense como ella, y agregó:
–Tenemos pruebas que, además, corrompió a mi hija en Internet.
No sé qué hizo el papá de Loli, pero el abogado debe haber tragado saliva gruesa, preguntándose qué nueva sorpresa le deparaba ese caso.
–¿Y cómo es eso?
–Sí, sí... Yo le explico –dijo la madre de Lolita–. Es así, ¿entiende? Puso fotos de mi hija desnuda y cometiendo actos obscenos en Internet.
–¡Ahhh! –exclamó la señora Jueza, como un inquisidor ante la presencia de un súcubo o un íncubo–. ¡Pero eso que dice es muy grave! Y, señora... ¿tienen pruebas?
–No todavía, pero sabemos que es en páginas de pedofilia, de satanismo, de sadomasoquismo y hasta de vampirismo
–Terminator le quitó a su clienta el protagónico de un plumazo, porque la estrella tenía que ser ella. Quizás debajo de su cabello rubio giraban como danzarinas de ballet, ideas acerca de futuros honorarios.
–¿No las tienen acá? –quiso saber Su Señoría, entrecerrando sus ojitos, como evaluando la situación.
–No aún. Las estamos preparando –parece que Terminator nunca se enteró que “preconstituir prueba” es causal de juicio y hasta de presentación ante el tribunal de ética del Colegio de Abogados–. Hemos contratado a un jáquer –pronunciado así, a la cordobesa–, que está preparando un video sobre esas páginas. ¡Usted no se imagina lo que hemos encontrado!
–No quiero ni pensarlo, doctora –comentó la jueza, que quizás hasta disfrutaba un poquito de todo el chusmerío–. Y digo yo, ¿cómo se enteraron de esos lugares de Internet donde la menor sale desnuda y en actitudes obscenas? ¿Contrataron un "hacker"?
(Traducido al castellano básico, Su Señoría les estaba preguntando: "¿Contrataron a un delincuente para buscar pruebas?")
–Miles de llamadas de mujeres, de madres de familia al teléfono de la señora... –aseguró Terminator, con el mayor descaro.
–Miles de llamadas, sí, Señora Jueza –enfatizó la madre de Lolita–. He recibido miles de llamadas de mujeres que, como yo son madres preocupadas por sus hijas que me dijeron adónde tenía que buscar...
Dejemos el texto en suspenso por unas líneas, porque cabe un paréntesis, para hacernos algunas preguntas.
a) ¿Cómo se enteraron esas “miles de madres” –ojo, que “miles” son muchas madres–, que Lolita y El Profesor, unos simples seudónimos, eran Fulana de Tal y Mengano de Cual, o sea, nosotros dos. ¿En qué lugar de nuestro blog está el nombre real de ambos?
b) ¿Cómo hicieron esas “miles de señoras” para entrar en nuestra página sin que quedaran registradas las visitas? ¿Entraron todas en tropel en aquellos dos días que por presumible denuncia anónima de cierto “Ángel” en un canal de televisión amarillista tuvimos casi veinte mil visitas en dos días? ¿Pueden ser tan chusmas las Honorables Señoras de Principios Morales?
c) Curioso... Siendo tan honorables y solidarias ¿ninguna de ellas se identificó con nombre, apellido, número de teléfono, domicilio y número de documento, como debería hacer cualquier ciudadano que presente una denuncia? ¿O es que la madre de Lolita, en la exaltación que le producía esa inesperada ayuda solidaria, se olvidó de tomar nota?
d) Pero lo más extraño de esta situación, es que esos miles de mujeres parecen haber sido tocadas por el mismo fenómeno parapsicológico de precognición. ¿Por qué? Muy simple: porque si cualquiera de los lectores supiera que la madre de Lolita se llama Zutana de Tal, y que vive en Córdoba ciudad, –en un barrio cuyo nombre es el del general manco que combatió en Vilcapugio y Ayohuma y que durante las guerras civiles argentinas derrotó al riojano Quiroga en La Tablada y Oncativo–, lo primero que haría es ir a la guía de teléfono a buscar ese número que empieza con 0351 451 XXXX.
Pero entonces, estimados lectores de este blog, se llevaría una sorpresa: el número de la señora Zutana de Tal, y su dirección, no figuran en guía. ¿Por qué? Quizás porque la patología de esta Abnegada Madre incluye, entre otros síntomas que son casi de manual, la paranoia. Sí, la mamá de Lolita, si no lo es, se comporta como una esquizofrénica paranoide con delirio de persecución. De manera que quizás eligió la opción del “Número Privado”, que no figura en guía. Quizás no, y fue producto de la "casualidad" que su número no figura en la guía (debo aclarar que descreo de las casualidades).
Alguien podría argumentar que, en ese caso, la llamaron a su teléfono celular. Y hete aquí que otra vez nos preguntamos, ¿y cómo hicieron para conseguirlo?
Conclusión: estamos ante el caso más sorprendente de precognición multitudinaria o de comunicación boca-a-boca de miles de mujeres solidarias que, comprendiendo el sufrimiento de una Madre y Argentina, cuya hija le salió descarriada desde el vamos y tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de un pervertido –ese vengo a ser
yo–, fueron haciéndose la pasadita del número de teléfono y se pusieron a mover los deditos en el teclado a velocidad subsónica, para contarle que... ¡teníamos un blog!
Fin del inciso.
–Pero eso que me cuentan es muy grave... –susurró la Señora Jueza, sibilante como una cobra africana a punto de atacar.
–Por eso es que queremos aportar en la causa... –empezó a decir Terminator, pero Su Señoría la paró en seco.
–No, no, no... Esto no corresponde a un Tribunal de Familia, es mucho más grave. Esto tiene que denunciarse en un juzgado en lo criminal... Aquí tiene que intervenir el fuero Penal.
–¡Eso mismo era lo que pensábamos nosotras! –acotó, exultante, Terminator, que ya me imaginaba tras las rejas.
–¡Sí, hay que denunciarlo y que lo arresten! –intervino la madre de Lolita, que parece que mira demasiadas series policiales.
–Y... por cierto... la menor... ¿cuántos años tiene? –preguntó la Señora Jueza, después de echar una ojeada tras otra al papelito que tenía como “ayuda memoria” en el cual no debía aparecer el dato.
–Dieciocho años, Su Señoría –dijo el abogado del padre de Lolita.
–¡Ah, claro, claro! ¡Sí! Como se los acabo de decir: tienen que recurrir a la justicia Penal y hacer la denuncia allí.
–Pero... en este acto... en la causa... –balbuceó Terminator, que empezaba a darse cuenta que la Señora Jueza no iba por el camino que esperaba y que parecía que se estaba abriendo de piernas como la mejor.
–El Juzgado A Mi Cargo –¿por qué será que cuando uno escucha hablar a una Magistrado, se imagina que siempre pronuncia con capitulares?–, no encuentra razón alguna para continuar con estos actuados –sentenció, de un plumazo.
–Pero... pero... pe... –la madre de Lolita miró a Terminator. Ambas miraron a la Señora Jueza, quien dirigó su vista hacia el padre de Lolita y su abogado, rehuyéndoles la mirada.
–Creo que usted estará de acuerdo conmigo, ¿verdad, doctor?
–¿En no judicializar esta homologación con su correspondiente Incidente de Tenencia?
–Ajá...
–Totalmente de acuerdo, Su Señoría.
La verdad es que nadie me contó qué cara pusieron Terminator y su Abnegada Clienta, Madre y Argentina. Pero me imagino que no debe haber sido grata de contemplar.
La Señora Jueza, su principal aliada, madre como ellas –quizás abuela ya–, mujer de leyes y de Principios Morales, estaba haciendo lo mismo que aquel prefecto romano, enviado como procurador a la provincia de Judea por Tiberio César, y que pasó a la historia por el cuestionable privilegio de haber sido quien tuvo que dar a elegir condenar al ladrón y criminal Barrabás, o a Jesús El Nazareno.
¡Su Señoría se estaba lavando las manos como dicen que hizo Poncio Pilatos!
Y acá cabe hacer el último paréntesis para preguntarnos lo siguiente: la ley dice que cualquier ciudadano que presencie un hecho delictivo, no sólo tiene el derecho sino el deber de denunciarlo a la justicia y, si estuviere en riesgo la vida de una o más personas, incluido personal policial, la ley lo faculta a obrar como “auxiliar de la justicia” (Sí, Terminator, sí. Y si nunca se lo enseñaron, vaya y agarre los libros, que no muerden), incluyendo esta figura, el uso de la fuerza. La justicia, una vez que toma conocimiento del hecho delictivo, acciona de oficio. Es decir: hace su trabajo.
Ahora bien: si la Señora Jueza, Magistrado del Poder Judicial de la Nación, con toda la potestad que le otorga su cargo y ante el hecho de tomar conocimiento de un delito como es el de “corrupción, perversión, etcétera, etcétera”, no hizo nada, ¿será que no conoce las atribuciones de su cargo?
¿No será que, más allá de su inclinación por el cotilleo, Su Señoría sabía que la pretensión de Terminator y la madre de Lolita no tiene ningún sustento jurídico?
Porque, de no ser así (tome nota, Terminator, y vaya a cursar Procesal Penal de nuevo que por lo que parece no aprendió nada), la Señora Jueza podría haber cerrado esos actuados, y haber dado curso de oficio, a la justicia en lo Penal.
Pero no, se lavó las manitos como Don Pilato.
Fin del paréntesis.
–Bueno, bueno... puesto que este Juzgado cierra estos actuados, yo les recomiendo al papá y a la mamá de la joven que busquen un punto de encuentro y consulten a un psicólogo –agregó Su Señoría–. Quizás podrían usar el de la señora Licenciada que ya atiende a su hija.
–Pero, Su Señoría, nosotras... la prueba... –Terminator intentó un nuevo y débil amague de seguirla y seguirla.
–Y ahora, si me disculpan, tengo otra audiencia que me está esperando... Sabrán comprender, ¿eh? –dijo, para cortarla de una
vez–. Doctor, doctora... –saludó a los abogados y luego le tendió la mano al padre de Lolita y luego a la madre–. Les deseo mucha suerte...
Y se fue, y los dejó a todos de una pieza.
¿No es un ejemplo de prudencia, sensatez, paciencia, criterio y conocimiento el de algunos magistrados de los tribunales del Menor y la Familia?
Así terminó esta historia que había empezado casi un año antes, la noche de pesadilla del 11 de diciembre, cuando la madre de Lolita, que quiere tanto a su hija, en su afán de protegerla, intentó encerrarla en un instituto para menores, para que le sirviera de lección y que aprendiera que hay cosas que las nenas buenas no hacen.
¿No es un modelo de mujer argentina, de madre abnegada, de persona de bien, de ser humano digno y guiado por los más puros deseos hacia la hija a quien ella le dio la vida?
Claro que, si ustedes creen que esta historia de furia bellicae termina acá, están muy equivocados.
Luego que tome un respiro, continuamos con el próximo episodio.
El Profesor