domingo, 29 de noviembre de 2009

Feliz Aniversario, Papi

Fue ese primero de diciembre de 2007 el día en que conocí al Profe personalmente.
Al igual que si hubiera sucedido ayer, recuerdo cada uno de los detalles de aquel día. Recuerdo cómo estaba vestido, dónde estaba sentado esperándome, qué fue lo primero que me dijo, cómo lució su hermosa sonrisa al reconocerme…
Recuerdo también mis nervios, mis ansias, mis cosquilleos en la pancita cuando sentí que sus brazos cálidos me estrechaban en ese abrazo que hacía tiempo que soñaba recibir.
Recuerdo mi comentario cuando íbamos caminando juntos, saliendo de la terminal. En un momento levanté la cabeza, lo observé detenidamente y con un gesto simpático y algo tímido le dije:
–¿Sabés qué?
–¿Qué Cushita?
–Sos mucho más lindo de lo que yo creí.
Quizás no se esperaba ese comentario. Levantó una ceja, sonrió y me preguntó:
–¿En serio, te parece?
–Claro. En las fotos ya parecías lindo, pero en la realidad sos hermoso.
Supe, desde el preciso instante en que nuestras miradas se cruzaron, que algo se estaba gestando entre nosotros. Que había una atracción muy fuerte, (eso que llaman “química”) una pasión que recién comenzaba a nacer… y que hoy ya lleva dos años.
Cada vez que me acuerdo de ese día soleado y caluroso, me vuelven las maripositas al estómago. Fue lo más lindo que había vivido hasta entonces. Cuando yo estaba sentada frente a él durante nuestros primeros encuentros, sentía cómo me temblaban los muslos de la emoción, de la fascinación de estar ante un hombre mayor (que a pesar de su edad siempre aparenta unos cuantos años menos) que me hablaba de cosas tan interesantes y que tenía una mirada inteligente, sabia, experimentada, pero que si uno se fijaba bien, le descubría esa chispa de picardía adolescente. Y eso fue lo que me cautivó en ese momento y aún me sigue cautivando: el contraste entre su edad, su experiencia, su hombría, su sabiduría y sus actitudes divertidas y juveniles.
Al poco tiempo que nos conocimos y nos dimos cuenta que nos llevábamos bien, (demasiado bien por tener tanta diferencia de edad) un día le pregunté:
–Papi…
–¿Qué mi Princesita?
–¿Vos creés en las almas gemelas? ¿Para vos existen?
–Si, creo que si, que existen.
–Porque yo estoy empezando a sospechar que vos sos mi alma gemela…
–Si, quizás sea así.
–Fijate que hasta nacimos el mismo día…
Son muchas las cosas las que nos unen. Y en estos dos años que estamos juntos él sigue siendo el mismo hombre que conocí ese día. El que me corre la silla cuando salimos a comer, el que se ocupa de sacarme las mejores sonrisas con sus detalles, el que, al caminar para ir a algún lado, siempre busca estar él del lado de la calle como un gesto de caballerosidad (no sabía por qué era esto, pero el otro día se lo pregunté), el que me sirve la bebida cuando ve que mi vaso está vacío, el que siempre me está esperando en la terminal con una enorme sonrisa cada vez que yo llego de viaje…

Por todo esto, hoy quiero regalarte este texto de homenaje y decirte GRACIAS. Gracias por los maravillosos momentos que compartiste a mi lado. Gracias por estar siempre, cada vez que lo necesité. Gracias por hacerme tan feliz y enseñarme tantas cosas. Gracias por mostrarte vulnerable conmigo y contarme todo lo que te pasa. Gracias por confiar en mí y permitirme confiar en vos. Gracias por la magia que trajiste a mi vida hace ya veinticuatro meses… Gracias por existir. Gracias por tocar mi corazón. Te aseguro que es el lugar donde, aunque el tiempo pase, vas a quedar para siempre. El corazón de una mujer es el sitio donde sus afectos nunca mueren. Especialmente si se trata del primer amor.


TE AMO, PAPI.
FELIZ ANIVERSARIO.

Lolita

jueves, 26 de noviembre de 2009

Ese primer beso

Esta mañana, como muchas otras en estos dos años, al abrir mi correo electrónico, me esperaba una carta de Lolita. Ambos seguimos sorprendiéndonos mutuamente con una carta –para nosotros no son correos electrónicos, sino cartas–, escrita antes de irnos a dormir, para que el otro la encuentre por la mañana.
En la carta de hoy Loli, con esa sensibilidad que tiene para escribir, mencionaba nuestro primer encuentro hace dos años. La primera vez que nos vimos.
Esa mención me llevó a evocar el momento y, de pronto, me sorprendí recordando que en este mismo 26 de noviembre de hace dos años atrás, ya tenía en mi poder el pasaje de micro para cuatro días después, porque había decidido conocer personalmente a esa jovencita sorprendente que la vida me había cruzado en el camino en el otoño de mi vida, cuando ya creía que era incapaz de volver a enamorarme y vivía mis días dedicado a mi trabajo. Vivía –o discurría, que no es lo mismo–, como se supone que debe vivir un hombre que ha dejado mucho tiempo atrás esas ilusiones de la adolescencia y la juventud que hacen latir muy fuerte el corazón, que nos llevan a pensar en todo momento en la persona amada, nos colman de expectativas y que –en un solo e indescriptible instante de plenitud–, nos desbordan el alma y los sentidos con esa felicidad pura e inocente, como la de los niños. Un breve destello tan resplandeciente, que es como si de repente, Dios nos invitara a jugar con Él a las escondidas en una apacible noche de verano.
Me acordé de esa noche, cuando le mandé el último mensaje de texto desde mi computadora, diciéndole que ya salía para la terminal de Retiro y ella me contestó que iba a estar esperándome y me deseó un buen viaje.
Aún hoy, después de dos años, vuelvo a revivir las emociones que me embargaban cuando el micro de General Urquiza cerró sus puertas y partió rumbo a Córdoba y cómo me quedé largo tiempo, ya en plena ruta, mirando por la ventanilla hasta que me venció el cansancio y empecé a dormitar por momentos, de forma entrecortada, sin poder evitar preguntarme cómo sería el momento del encuentro, qué debía hacer, cómo sería en persona esa adolescente con la que nos escribíamos y nos mandábamos mensajes de texto a diario y nos hablábamos por teléfono a escondidas, cada vez que su papá no estaba. Esa jovencita a la que nunca había visto, pero que creía conocer y, de alguna manera indescifrable, quería con ternura y con pasión.
Recuerdo que me despertó el primer rayo de sol de la mañana y ya no pude volver a dormirme. Que supe que lo que parecía una fantasía era la realidad cuando el ómnibus cruzó el arco de entrada de la ciudad de Córdoba y que esa primera vez, sobrecogido por la ansiedad, me levanté del asiento cuando aún no habíamos llegado a la Terminal, para ser el primero en bajar. Desde ese día, ser el primero en bajar y saludar a Loli desde la ventanilla, se ha transformado en un rito para nosotros.
Sé que hasta el último día de mi vida voy a volver a verla en el andén, con su hermosa sonrisa, corriendo hacia mí con su blusita, su pollerita blanca y sus ojotas y voy a sentir ese primer abrazo que nos dimos. Ese primer contacto fugaz de nuestros cuerpos, el no saber muy bien qué hacer en ese momento, rodeados de gente como estábamos, viviendo como en un sueño esa indescriptible realidad.
Si me preguntaran hoy qué sentí en ese momento, debo admitir que fue una maraña de emociones y sensaciones que daba por olvidadas, que decidieron salir todas juntas y en tropel de ese lugar impreciso de mi memoria, en el cual habían quedado guardadas como dulces recuerdos, como esas cartas de amor de la adolescencia que un día se encuentran en una caja que creíamos perdida hacía mucho tiempo.
A veces a la noche, antes de dormirme, también evoco el momento inolvidable del primer beso.


Cuando estuvimos a solas en la habitación, después del nerviosismo y la incertidumbre de entrar juntos al hotel, Lolita se sentó en mi falda, me rodeó el cuello con los brazos y me acarició el cabello con una mano y entonces, por primera vez, sin decirnos una palabra, con nuestro corazón latiendo más rápido y mirándonos a los ojos, sus labios y los míos se rozaron y se reconocieron por primera vez... y se gustaron. Vaya si se gustaron.
Para Lolita fue el primer beso en la boca de un hombre. Ése que se recordará durante toda la vida, el que le marcó un antes y un después en su vida.
Quizás ella crea que para mí, a mi edad y después de haber vivido tanto, no debe haber sido tan significativo.
Nada más lejos.
Esa primera vez que besé a Loli en los labios me hizo volver a sentir lo que alguna vez me dejó tan conmocionado que me parecía estar flotando entre nubes, como le pasó a ella.
Ese primer beso en la boca, para mí, representó volver a sentirme vivo.


El Profesor
Foto: Massimiliano Uccelleti

martes, 24 de noviembre de 2009

Compartiendo gustos

Con El Profe tenemos la ventaja de que compartimos varios gustos y afinidades, pero quizás una de las que aparece entre los primeros puestos de nuestra lista de preferencias es… los sándwiches de miga. Él dice que considera que todo alimento es susceptible de comerse en medio de dos tajadas de pan. Y cuando dice todo es todo ¿Eh? Yo no soy tan exagerada en ese sentido, pero diré que los fiambres y algún que otro acompañamiento compatible con ellos, metido entre dos rodajas frescas y esponjosas de pan blanco es una tentación muy fuerte.
Bueno, como les decía, los sándwiches de miga están entre nuestras debilidades gastronómicas y siempre buscamos la oportunidad de que se conviertan en nuestro almuerzo o cena (o en ambos) cada vez que yo viajo para verlo.
Antes de que yo llegara, y habiéndose mudado el Profe hacía tan sólo un par de días, lo primero que hizo fue un recorrido de “Reconocimiento de Lugares Estratégicos” por el barrio. ¿Qué lugares estratégicos? Pues por ejemplo: el supermercado con los mejores precios, la heladería de los helados ricos y baratos para llevarme a probarlos a mí, la fábrica de pastas frescas, la casa de comidas para llevar cuando las ganas de cocinar flaquean, el kiosco donde venden barritas de cereal Ser para mi desayuno y por supuesto… una buena fábrica de sándwiches.
Afortunadamente encontró una muy recomendada a tan sólo tres cuadras de su casa y esperó el momento que yo llegara para probar la habilidad manual de la señora que los preparaba.
Así fue como esa misma noche de mi llegada, fuimos juntos a encargar una docena de aquellos mini manjares.
Entramos sonriendo y los dos al mismo tiempo, nos pusimos a mirar la lista donde se exhibían los sabores y precios.
–Mmm… Papi…
–Ya sé Princesita: querés los de palmito y ananá.
–Shi… ¿Cómo sabías? –Le pregunté con sonrisita picarona.
–Porque son tus preferidos, mi amor. Siempre los pedís.
Uno a uno, fuimos diciéndole a la empleada todos los gustos que queríamos y la cantidad de cada uno. Una vez que terminó de apuntar todo, nos dijo:

–Bueno chicos, esto va a estar listo en unos… 15 minutos.
–Bueno, vamos y volvemos en un rato. ¿Hace falta que pague ahora? –Preguntó el Profe.
–No, no, después, cuando los retire.
Así que nos fuimos y al ratito ya estábamos de nuevo ahí, para reclamar nuestro pedido.
La señora terminó de prepararlos, los envolvió en papel, los puso en una bolsa y se los dio al Profe. Él la tomó y con su habitual sonrisa de agradecimiento dijo:
–Bueno, gracias…
Algo faltaba.
La señora me ganó en lo que yo iba a decirle:
–Esteee… Señor… no me pagó.
El Profe, riéndose de su torpeza, sacó su billetera, pagó y se disculpó por haber creído que ya había abonado antes.
Al llegar a casa, pusimos la mesa, nos acomodamos y mientras disfrutábamos de clavarle el diente a aquellos deliciosos sándwich de miga, nos pusimos a ver una película a su elección, que en este caso resultó ser Drácula.
Esto me hizo pensar que era una de dos: o mi Papi ya superó el trauma de la acusación de la que fue víctima hace un par de semanas o… está aprendiendo a aceptarse como es. Je, je.

Lolita

viernes, 20 de noviembre de 2009

Tarde de Shopping

Ese domingo por la tarde decidimos conocer el Shopping ubicado en la zona recientemente estrenada por el Profe.
Legamos en un colectivo lleno de adolescentes escandalosos que parecían miembros de una tribu de indios sioux. Tuvimos que bancarlos no sólo en la parada, cuando hacían un espectacular despliegue de toda su grosería y mala educación, sino también durante el trayecto hacia nuestro destino. Nos bajamos frente al enorme centro comercial y entramos, dispuestos a recorrerlo y pasar un lindo momento mirando vidrieras y demás.
Luego de un vistazo por la planta baja, subimos al primer piso donde se encontraba la sala de juegos, el cine y los locales de comida, además de otros tantos comercios de ropa.
A pesar de mi edad, al ver los colores, las máquinas y las luces que provenían del sector de los entretenimientos, me sentí fuertemente atraída y arrastré al Profe hacia ese sitio.
–Papi, ¿Tenés una moneda de un peso?
–¿Para qué Princesita?
–Quiero jugar a esa máquina de sacar peluches…
–Mirá que no es tan fácil, ¿Eh?
–Ya sé, se trata de encontrar uno ubicado en una posición estratégica…
El Profe sacó la billetera y me entregó la moneda.
Como no saqué nada, lo miré con un puchero para que me diera otra así lo intentaba de nuevo. Y él, mi eterno consentidor, me la dio, a pesar de que nuevamente fracasé en la misión de ganarme un peluche.
Cansada de eso, me acerqué a unos llamativos puestos de juegos con premios donde dos sonrientes señoritas nos vieron y leyendo la ilusión en mis ojitos se aprovecharon de nuestra inocencia e intentaron convencernos de que probáramos e intentáramos llevarnos un conejo de peluche gigante si lográbamos embocar una pelotita en los inodoros que estaban a un metro y medio de distancia.
–Vengan chicos, ¿Saben cómo se juega?
–No.
–Tienen tres tiros por cinco pesos. Si embocan las tres, se llevan uno de estos peluches gigantes, si embocan dos uno de estos premios de acá y si embocan uno, uno de estos.
Cuando vi los premios que daban a los que conseguían embocar sólo una o dos veces me desilusioné: rompecabezas, muñequitas de plástico o autitos de juguete.
¡Yo quería ese hermoso conejo!
–¿Quieren intentarlo?
Miré a mi papi.
–Si querés Princesita, yo te lo pago.
–Es que… ¿Y si no emboco las tres veces?
–Es lo más probable que no emboques las tres veces, mi amor. Esta gente no está en el negocio de regalar osos de peluche.
–Mmmm… ¿Querés intentarlo conmigo, Papi?
–No, Loli, ya sabés que para estas cosas soy un poco torpe.
–Bueno… entonces lo voy a intentar yo.
Cuando la chica depositó la pelotita en mis manos, el Profe me la pidió para mirarla.
–Mmm… Loli, esta pelotita es de goma, de las que rebotan. No debe ser nada fácil embocarla ahí. Este juego alguna trampa tiene. Intentá tirarla despacito.
–Bueno.
Tal como me lo había advertido, a la primera vez, la pelota salió disparada para cualquier lado. A la segunda, entró en el agujero, pero como rebotaba, volvió a salir. Un poco frustrada, tiré la tercera y para sorpresa de todos, la emboqué.
Me llevé como premio un rompecabezas inédito de Star Wars de 90 piezas para mis ratos de ocio y aburrimiento.
Para no deprimirme, cuando mi Papi me miró con una sonrisita pícara de esas en las que uno lee un “te lo dije”, me excusé diciendo:
–Bueno, hubiera sido peor no haberme llevado nada, ¿No?
Acto seguido, y tratando de olvidar el fracaso, vi que había un tren fantasma, así que le dije al Profe que quería subir, pero no sola, sino con él.
Así que el pobre hizo la fila para comprar las entradas y luego me acompañó en el viajecito del terror que duró lo que dura un suspiro y que nos dejó a los dos con la sensación de que había sido un afano.



Después de eso, para mimarme un poco más, me llevó hasta mi heladería favorita Freddo que se caracteriza porque ya sea que esté ubicada en un Shopping o en medio de la nada, te arrancan la cabeza igual.
Disfrutamos de un exquisito helado de tres sabores (Dos a mi elección y uno a la de él) y una vez que terminamos, nos levantamos dispuestos a enfilar el camino a casa, luego de una última recorrida.
Pero como a mí también me gusta mimarlo, cuando pasamos por el local de su marca preferida “Legacy”, le dije:
–¿Qué te gusta?
–No, Princesita, no quiero nada….
–Dale, Papi, te conozco, no tengas vergüenza de pedir… Te quiero hacer un regalo.
–Bueno, la verdad… esa. –Y señaló una camisa celeste de mangas cortas.
–Vení.
Lo llevé dentro y le di con el gusto. Le pedí a las vendedoras que me lo prepararan para regalo y se lo entregué con una sonrisa cuando salimos del local.
El amor consiste en eso: en buscar alegrar al otro, en conseguir que el otro sonría, en complacer los pequeños y grandes deseos que estén en nuestras manos. El amor es un ir y venir. Ahora yo, después vos. Ahora vos, después yo.
Esa tarde los dos nos fuimos contentos a casa luego de habernos dado mutuamente con el gusto.


Lolita

martes, 17 de noviembre de 2009

El Encuentro

El sábado a la mañana llegó Loli a Buenos Aires y ya teníamos pensado encontrarnos con Paula, nuestra Madrina de blog, para conocernos en persona.
De manera que después de las efusividades iniciales y mientras nos dedicábamos a zamparnos un pantagruélico almuerzo en el “diente libre” de la zona, que tiene como especialidad pescados, mariscos y frutos de mar –para deleite de Lolita y regocijo mío–, le enviamos unos mensajes de texto a Paula y quedamos en encontrarnos en la esquina de Callao y Córdoba aproximadamente a las seis de la tarde de ese mismo sábado.



La Madrina salió pitando de su casa y justo cuando llegó a la parada se le estaba yendo un micro, razón por la cual se retrasó un poco, pero finalmente llegó y Lolita la reconoció a la distancia y corrió hacia ella para estrecharla en un fuerte abrazo que repitió conmigo, después de casi un año de conocernos de manera virtual.



Entramos los tres a la confitería Petit Córdoba, pedimos unos cafecitos y casi de manera mágica, en esa tarde fresca cuando ya caía el sol, nos pusimos a conversar como si nos conociéramos de toda la vida.
Encontrarnos con Paula no fue un hecho menor. Es la primera blogger que conoció nuestra verdadera identidad por correo electrónico y la única que nos conoce en persona.
Paula –que se comprometió a ser nuestra Madrina en serio, si el futuro nos depara una vida en común–, es uno de esos seres encantadores, cálidos, afectuosos, divertidos y que siempre buscan mirar el lado positivo de las cosas.
Traviesa, ingeniosa y con una perpetua sonrisa –que por momentos se torna picarona–, Paula también es profunda y dueña de una sensibilidad poco usual.
Se nos pasó ese atardecer en la ciudad casi sin darnos cuenta, compartiendo experiencias, historias de nuestras respectivas vidas, recuerdos mutuos y algunos chismes del mundillo de los blogs.
En síntesis, conocer a Paula significó para nosotros un verdadero privilegio y cuando caímos en la cuenta de la hora que era, tuvimos que salir a los piques porque nos estaban esperando para cenar y se nos había hecho muy tarde.
Para quienes no la conozcan, Paulita es tal como se muestra: auténtica, frontal, cálida, cariñosa, comprensiva, abierta de mente y con un corazón lleno de buenos sentimientos.
Madrina: ¡Qué lindo fue encontrarnos y conocerte! ¡Qué buen momento pasamos juntos! Ojalá podamos repetirlo en el futuro.

Lolita & El Profesor

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La Mudanza

Ringggg
–¿Hola?
–Hola Papi…
–Hola, Loli
–¿Qué estabas haciendo?¿Estabas acomodando las cajas, todavía?
–Si, estaba guardando las últimas cosas…¡No sabés la cantidad de cajas que me tengo que llevar! Pareciera que no termino más de guardar todo.
–Me imagino. Tenías muchas cosas ahí.
–Si… ¿Y sabés qué va a ser lo último que guarde antes de partir?
–¿Qué?
–Tu foto y ese angelito que me regalaste y que tanto me ha ayudado en este tiempo…
Sonreí con ternura. Él es así de tierno. No deja de rendirme honor y eso me hace muy feliz.
–¿Sabés qué, mi vida? A pesar de que se que te vas a ir a una casa nueva y mejor, yo voy a extrañar mucho ese lugar en las barrancas de Belgrano.
–Y yo, Princesita, eso tenelo por seguro. Fue en esta casa donde te conocí por ese primer correo electrónico una fría tarde de julio, fue acá donde pasé los días chateando con vos, hablando por teléfono, quedándome despierto por las noches mirando tu foto al lado de mi cama, pensando en tu carita, en tu sonrisa, en tus abrazos… fue acá mismo donde te recibí por primera vez, cuando viajaste en febrero a festejar nuestro cumpleaños juntos y donde tanto compartimos y nos divertimos las otras veces que viniste a pasar unos días conmigo.
–Si… fue un lugar muy especial. Allí quedarán las conversaciones profundas que tuvimos, el eco de nuestras risas, la melodía de las canciones que escuchábamos juntos… el sonido de tus besos y los míos… el olorcito de los ravioles que me preparabas para la cena y que tanto me gustaban…
–Mmmm… y no sólo quedan acá todas esas cosas lindas. También quedan en mi memoria esas imágenes tuyas, Princesita, caminando con ese tap tap tap que hacen tus piecitos descalzos sobre el piso cuando caminabas por la casa muy temprano en la mañana, para preparar el desayuno. Queda el eco de tu voz llamándome: "Papiiii.... sha está listo tu desayunito... es hora de levantarte y lavarte los dientitos...". Dejaste tu recuerdo entre estas paredes, mi dulce niña. Ojalá que ese recuerdo permanezca en tu memoria como está en la mía, porque cuando el día indicado saque la última caja y cierre la puerta tras de mí dejando atrás este lugar, me lo llevo conmigo a la nueva casa que vamos a estrenar juntos.
Esas palabras del Profe me hicieron emocionar casi al borde de las lágrimas.
–¿Cómo no acordarme de todo eso, Papi? No lo voy a olvidar nunca. No voy a olvidar ni esa casa ni ese lindo barrio donde por las tardes salíamos tomados de la mano a caminar y a sentarnos a tomar un helado en esa heladería tan cara… No voy a olvidar el parque que se veía desde la ventana ni el ruido que hacían los pajaritos que se paraban en el balcón y trinaban desde temprano. Tampoco voy a olvidar cada uno de los lugares donde fuimos, cada calle que recorrimos, cada negocio que visitamos… Te prometo que me voy a acordar para siempre de eso y mucho más. Pero ahora no nos pongamos nostálgicos Papi…


–No, mi amor… aunque es inevitable. Cada vez que se deja algo querido es casi imposible no sentir cierto dejo de melancolía, por más que el cambio vaya a ser positivo.
–Si… Pero pensá en todas las cosas lindas que vamos a vivir en ese nuevo lugar al que vas. Seguro que nosotros la vamos a pasar tan bien como acá y nos vamos a divertir igual o todavía más. Por algo suceden las cosas… Quizás, como siempre decimos, la vida nos tenga reservadas un par de sorpresas más…
–Seguro, mi amor. Espero que así sea.
–Hay que mirar el futuro con esperanzas. Este nuevo cambio es un pasito más hacia donde queremos llegar. Debemos agradecer por todas las cosas bonitas que vivimos acá, pero no entristecernos quedándonos en el pasado. Pensá que “si lloramos porque no vemos el sol, las lágrimas no nos permitirán ver las estrellas”
–Es verdad, Loli.

Tanto él como yo estamos contentos y expectantes con el cambio, pero, sin embargo, no olvidamos todo lo vivido y vamos a llevar por siempre en nuestros corazones ese pequeño lugar de la capital donde poquito a poco fuimos construyendo historia; nuestra historia. Tal como le dije a él, estoy segura que algo de nosotros queda en ese hogar, porque en su paso por la existencia uno va dejando un poquito de sí mismo en cada lugar que visita, especialmente en aquellos sitios que tienen un significado especial y vinculado con los afectos. Y ciertamente ese lugar lo tenía.

Lolita

martes, 10 de noviembre de 2009

Tu espacio psicoanalítico

“Como decíamos ayer”... pocos días después de la sesión multitudinaria, la madre de Loli se las ingenió para hacerla pasar otra vez, por el dolor de una nueva decepción.
Una más, entre tantas. Total –me imagino que debe pensar esta señora–, “¿Qué le hace una mancha más al tigre?”
A veces reflexiono acerca de qué motivación tendrá esa Madre de Valores Morales, para hacer tanto daño y tan seguido, uno detrás de otro. Trato de imaginarla, barruntando a solas en su casa, planeando qué nueva actitud destructiva va a inventar contra Lolita y su padre.
Los que leyeron “El famoso video”, recordarán que cuando la sesión multitudinaria terminó, casi a las nueve y media de la noche, y a instancias de la terapeuta, Lolita y su mamá quedaron en hacer una sesión de terapia juntas, a fin de ver si podían conciliar puntos en común.
Mejor dicho, y para ser justos, debemos aclarar que la iniciativa partió de Terminator, que en un momento de la sesión presionó a su cliente diciéndole “Dale, dale... decí que sí, dale, dense la oportunidad...”, pese a que la madre de Lolita se mostraba a todas luces reacia a tener una sesión vincular con su hija.
Pues bien, esa semana la madre la llamó, hecha unas mieles y hubo un atisbo de acercamiento, aunque Loli ya sabe detectar las “pataditas” que tira en el contexto de una conversación aparentemente intrascendente. De modo que se mantuvo atenta.
El día concertado y a la hora convenida, cuando Loli llegó al consultorio de su terapeuta, su madre ya estaba aguardando en la sala de espera.
Cruzaron algún diálogo de cortesía hasta que se abrió la puerta y la terapeuta las hizo pasar.




La sesión, fue más de lo mismo: críticas, ataques a mi persona (no hay peor cosa que se pueda hacer para que Loli reaccione de manera intransigente, que hablarle mal de alguien a quien ella quiere), recriminaciones, prejuicios, acusaciones, admoniciones de calamidades por venir y una cerrada, obtusa y obcecada postura intransigente que, a lo que menos conduce es a un acercamiento.
Y otra vez la cantinela de “Intimidades de Lolita y El Profesor”, como si necesitara machacar una y otra vez en ese blog.
–Porque imagínese, Licenciada –repetía, como un sonsonete–, ahí ellos dos ventilaban toda su intimidad...
–No toda, mamá... –dijo Lolita.
–Ese lugar es re-pug-nan-te... ¡Escriben cómo tienen sexo!
–No siempre, mamá... –insitió Loli.
–Bueno, señora... Pero ahí no dice en ningún lugar el nombre verdadero de ninguno de los dos... Y, por otra parte, todas las parejas tienen fantasías –intervino la terapeuta–. Quizás no sea conveniente ventilarlas, pero las fantasías están en todos nosotros...
–¡EN MÍ NUNCA! –rugió la señora, como un vikingo a punto de invadir un pueblo de la costa inglesa en la Edad Oscura.
Sí, claro. En ella nunca. Hete aquí que, quizás, ése es el verdadero problema. Quizás se digan: “Pobre, nunca tuvo fantasías, la señora...”, pero no, no se trata de eso.
Se trata, y soy capaz de apostar doble contra sencillo, que esta actitud entra como anillo al dedo, en el modelo que el médico y sicoanalista Wilhelm Reich llamó "la moral sexual autoritaria".
Como resultado de la experiencia que obtuvo en el trato de sus pacientes, Reich consideró los síntomas neuróticos, así como los rasgos del carácter, como canales sin salida de la energía sexual que se encontraba reprimida. Su terapia sostenía que debía dirigirse a destruir los taponamientos de la sexualidad ya que una vez que la energía sexual podía fluir libre por sus sanos canales sexuales –o sea, a través del orgasmo genital–, el paciente se liberaría de la neurosis.
Wilhelm Reich consideraba que el orgasmo sexual, plenamente realizado y gozado era la medida de la salud mental individual y sostenía que esto era válido tanto para mujeres como para hombres.
Enfrentándose a Freud, Reich presentó convincentes ejemplos clínicos en los cuales el comportamiento masoquista aparecía como un angustiado pedido de amor, y demostró que la persona masoquista (que siempre está asociada al sadismo, como la moneda con dos caras) en realidad, lo que dice con sus actitudes es: “... mírenme, vean cuanto sufro, soy tan desgraciada, quiéranme”.
Esto es: el masoquismo (siempre asociado a conductas sádicas) que muestran las personas culpógenas, opinaba Reich, no era más que el Eros disfrazado.
Eso por un lado.
Por el otro, lo que esta señora no comprende es que los jóvenes no son un montón de seres humanos que sufren un periodo de cambios de forma uniforme, sino que para comprender de qué se trata la juventud, hay que considerar que todos son diferentes, recordar la diversidad de opinión, la libre elección, los tiempos, la geografía, la condición socioeconómica y un largo etcétera de factores.
Quizás ella mida a su propia hija de acuerdo a su moral sexual autoritaria y repita la cantinela de que ella, a la edad de Loli... bla bla bla... Es decir, no comprende nada.
Todo esto, puedo entenderlo y comprender a esta pobre torturada mujer que debe haber tenido una infancia atroz y una adolescencia hecha en base a puro padecimiento. Pero, como ya he mencionado, comprender es una cosa y justificar, otra muy distinta. Tanto como que el chorizo es el chorizo y no debe confundirse con la velocidad.
Y menos aún, justificar lo que sucedió a continuación.
La sesión, lejos de acercar a madre e hija, por el empecinamiento de la señora, fue imposibilitando cada vez más la conciliación. Y como broche de oro, en el momento de terminar y de retirarse, y como si lo hiciera adrede, la madre de Lolita, la terminó de embarrar.
–Bueno, nos vamos... –dijo.
Y así, tan suelta de cuerpo, ante la mirada de estupefacción de Loli y de la terapeuta, rumbeó para la salida.
Cuando llegaron a la puerta, la madre de Lolita se acercó, le dio un beso de esos que mejor no te los den y, con la excusa de que se le hacía tarde, se fue lo más campante.
SIN PAGAR.
Por segunda vez, en el momento de pagar una sesión a la analista de su hija, apretó bien fuerte la cartera contra el pecho –como si alguien se la fuera a robar–, y se hizo la desentendida.
Lolita, que estaba padeciendo un ataque de vergüenza ajena después de cruzar una mirada de desconcierto con la terapeuta, no atinó a decirle nada y sólo reaccionó cuando llegó a la casa.
Entonces le envió un mensaje de texto a su madre diciéndole: “Te fuiste sin pagar”.
Como respuesta, recibió una llamada telefónica.
–Te fuiste sin pagar... –volvió a decirle.
–¿Y por qué tengo que pagar yo? –dijo la voz del otro lado del teléfono.
–Porque cuando papá va a una vincular, paga él. Bah... en realidad él me paga la terapia.
–Yo no tengo porqué pagar. Al fin y al cabo ¿no es tu espacio psicoanalítico..? –le soltó la madre, tan campante.
Loli inspiró, y contó hasta cinco antes de contestarle.
–¿No decís que sos capaz de hacer cualquier cosa por mi felicidad? ¿No dijiste una vez que con tal de sacarme de donde vos no querías que estuviera eras capaz de ir al infierno?
–(...) –(más de una vez Lolita la ha dejado sin palabras, a su madre, que se pone verde de ira).
–... pero con todo lo que decís que me querés, ¿no sos capaz de pagar una sesión de análisis vincular para mí? ¿Y eso es querer el bien de un hijo?
–Vos no entendés –saltó, rápido, la descalificación–. No me corresponde a mí pagar la sesión. Que la pague tu papá. Al fin y al cabo, ¿no es tu espacio psicoanalítico? –volvió a insistir con el argumento, como si se lo hubiese estudiado de memoria.
–Pero... ¿Cómo podés ser tan, tan rata? ¿Cómo podés ser tan mezquina? –dijo Loli.
–Escuchame, mocosa, soy tu ma....
Click.
Lolita, cortó la comunicación.
Abochornada, esperó que llegara su papá y le explicó lo sucedido.
–No te hagas problemas, hija. Yo le voy a pagar... Mañana llamo a tu analista y le digo que no se va a quedar sin cobrar –la tranquilizó él.
Claro que para sorpresa de ambos, cuando el papá se comunicó con la psicóloga y le dijo que él iba a pagar esa sesión –la primera y la última que tendría Lolita con su madre–, recibió por respuesta:
–De ninguna manera... Yo voy a hablar con la señora y de una manera u otra, tendrá que hacerse cargo de su responsabilidad.
Hace dos días, después de no hablarle más desde esa noche en la que le cortó el teléfono, Lolita estaba estudiando Microeconomía para un parcial y de pronto...
¡Ring! ¡Ring!
–¿Holaaa? –dijo, con su dulce voz, creyendo que era yo.
–Hola, soy yo... –la voz de su madre.
–¡Ah! ¿Qué querés?
–¡Oh! ¿Y por qué me tratás así? ¿Qué te hice?
–No quiero hablar más... ¿Qué necesitás?
–Decime... ¿Vos le pagaste a tu analista? –preguntó, la Madre Argentina de Valores Morales, que en el bolsillo tiene un cocodrilo africano hambriento.
Lolita, que había recibido antes la llamada de su terapeuta para pedirle el número de teléfono de la casa de su madre, se dio cuenta que otra vez se venía con rodeos, fingiendo que no sabía lo que pasaba, tratando de quedar bien con Dios y con el Diablo y, lo peor de todo y por sobre cualquier otra consideración, mintiendo.
–No –le contestó.
–¿Le va a pagar tu papá?
–No.
–¿Qué te parece si pagamos a medias? –dijo la señora, en un gesto inaudito de generosidad.
–No me parece. Vos sos la adulta –contestó Loli.
–Vos también decís que sos adulta, que sos mayor de dieciocho años, que podés hacer lo que querés, que la ley te faculta... –como era de esperarse, la Madre Argentina de Valores Morales, soltó la frasecita mordaz, el sarcasmo a flor de labios que tendría preparado de antemano–, así que creo que lo más apropiado, ya que es tu espacio psicoanalítico y yo no pedí compartirlo, es que paguemos la mitad cada una o...
–¿Ves, mamá? –contestó Lolita, indignada–. ¿Ves por qué cada vez nos alejamos más? ¿Cómo podés ser tan mezquina?
–Oíme, no me digas eso, me debés respeto, soy tu mamá y...
Click.
Lolita cortó la comunicación.

Me pregunto y le pregunto a quien opinó que por ser la madre de Loli, esta señora –con perdón de las señoras–, merecía respeto... ¿es digna de respeto una persona tan mezquina, envidiosa, frustrada, embrollona, artera, rencorosa y vengativa?
Soy padre. De manera que creo sentirme habilitado para opinar al respecto: nadie, ni yo mismo, seré digno de respeto si no me lo gano con mis actos.
El respeto no se compra ni se alquila, ni se consigue por leasing, ni se lo pueden prestar a uno. No hay plan de ahorro para conseguir respeto, ni se hereda. No se puede recibir como un regalo, ni se impone a la fuerza. Menos aún si se trata de los propios hijos.
O se lo gana uno por las suyas, o lo pierde para siempre.
Y pocas cosas hay, en este mundo, tan tristes de ver que una persona que ha perdido el respeto de los seres a quienes les ha dado la vida y sólo consigue, como trofeo, la indiferencia.


El Profesor

PD: Reich, Wilhelm, “La función del orgasmo”, 1926.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Ventilando Intimidades

Las preguntas que quedaron pendientes de respuesta:
¿Cómo hizo la mamá de Loli –una ignorante con título en temas de Internet–, para enterarse de la existencia de nuestro blog?
¿De qué manera pudo entrar a Intimidades de Lolita & El Profesor, para leer lo que habíamos escrito y regocijarse por anticipado creyendo, en su afiebrada imaginación, que lo que allí encontrara serviría de prueba para mandarme al Penal de Ushuaia, aunque ya no existe?



¿Cómo hizo para ingresar? Si ese blog ya lo habíamos modificado para que sólo entraran invitados con autorización expresa otorgada por nosotros?
¿Fueron las miles de llamadas de madres de familia que la alertaron?
¿Alguna de esas honorables matronas le pasó el link?
¿Y cuál fue la que le dio el pase libre para leer en un blog que era sólo para visitas?
Del análisis que hicimos, Lolita y yo, pudimos concluir que hubo un Judas que nos escribió haciéndose pasar por otro y luego le dio la posibilidad a la madre de Loli, para que entrara a leer. Al fin de cuentas, no es una operación de inteligencia de la CIA. Basta con hacerse pasar por otro, cambiar un poco la forma de escribir, hacerse la amiguita y ya está. Como en la realidad, vamos.
De quienes solicitaron autorización –que no eran muchas–, quedaron cuatro candidatas para ostentar el nombre de Judas, aunque creemos saber cuál de esas cuatro fue. A la responsable, ni la Virgen de Luján la va a salvar de esa forma que tiene la vida de devolver las maldades adrede. Quizás nunca nos enteremos, y no nos interesa. Es y será su problema.
Ahora bien, yendo al principio, nos hacemos una pregunta: ¿cuál fue el Ángel que le sopló al oído a esta señora, que teníamos un blog?
¿Por qué razón ese Ángel haría una cosa así? ¿Para poner Luz en la oscuridad de la ignorancia de una madre argentina de valores morales intachables respecto del camino de corrupción que estaba transitando su hija? ¿Ese Ángel tenía algún interés en especial?
Son tan complejas las conductas de las personas, que a veces cuesta comprender por qué hacen ciertas cosas. Por ejemplo: alguien que tiene todo lo material que se puede desear, pero necesita quedarse con lo de los demás. Porque la envidia es así: no importa cuánto tiene uno, sino lo que tiene el otro, por pequeño que sea.
Como decía un profesor que tuve hace mucho tiempo: "el ejemplo, siempre clarifica". De manera que picando el nombre del Ángel, podrán hacerse una idea de la catadura moral de alguien que hace este tipo de cosas. Porque no contenta con plagiar, tuvieron que expulsarla de ese foro por intrigar, mentir, sembrar la discordia e injuriar desde el anonimato a los directivos, que fueron en extremo tolerantes con ella cuando descubrieron los plagios.
Dicho sea de paso, tenemos suficientes razones para pensar que fue el mismo Ángel que hizo la denuncia anónima en Tele Nueve, de que nuestro blog era un lugar de reclutamiento de pedófilos.
Es justo agradecerle el favor. Sí, el favor, porque lo único que consiguió es que tuviéramos más de veinte mil visitas en dos días. De esas visitas, quedaron varios lectores nuevos que nos siguen, y a los que les agradecemos que nos visiten y se interesen por la historia de nuestra relación.
Como sea, este Ángel de Luz se las ingenió para “hacerse amiga” de la hermana de Lolita en Facebook, y aprovechó para destilar todo el veneno posible.
La hermana de Loli, ni corta ni perezosa, no perdió la oportunidad para darle con un caño, tal como viene haciendo desde hace mucho tiempo. De modo que entre el Ángel, la hermana de Loli y la madre se formó una cadena de mentiras, verdades retorcidas o a medias y mucho, pero mucho veneno.
Nos habíamos planteado, ya hace bastante tiempo, si era conveniente seguir con Intimidades. No porque nos diera vergüenza o porque hubiera algo reprobable. A nuestro juicio en nuestro "rincón guarro" se contaba la misma historia de amor, pero mirada desde otro punto de vista. El del amor físico, la pasión manifestada a través de la sexualidad. Admitimos, no obstante, que la intimidad de la pareja, así como sus fantasías, tiene que quedar circunscripta a la pareja, por más literario que sea el relato.
De manera que esos post van a quedar para nosotros, como un hermoso recuerdo de nuestra pasión desplegada que quizás, en ese momento, necesitaba ser contada.
A todos los que nos leyeron mientras era un espacio público y abierto y disfrutaron de nuestras historias o fantasías “picantes”, les agradecemos sus comentarios y su apoyo.
Al “Ángel” de Luz ¿qué podemos decirle? Quizás que se parece más a uno de esos “Ángeles caídos”, los que por soberbia, envidia e ira, tuvieron que irse del cielo.
A la hermana de Lolita... ¡Qué pena! Tan joven y tan retorcida, tan hipócrita y embrollona, tan de tirar la piedra y esconder la mano y de atacar por la espalda, como los traidores o los inseguros, esos que no pueden estar un minuto solos, porque necesitan que alguien esté apuntalándole una personalidad que se cae a pedazos. De continuar por este camino, creo que se va a llenar de cosas –porque comprando mitiga su angustia existencial–, pero me parece bastante difícil que consiga ni una chispita de felicidad genuina en toda su vida.
Como su amiga Ángel, del Facebook, está condenada a la insatisfacción, a la desdicha, al padecimiento y a no tener la certeza de que el hombre que tiene al lado la ama por lo que es y no por lo que tiene o por lo que busca.
¿Y a la madre de Lolita?
Lo siento por ella. No debe ser agradable cargar con tanta tortura, con tanta mala leche y con tanta patología todos y cada uno de los días de su vida.

El Profesor

PD: El martes, el fin del relato de estos hechos, con lo sucedido en el “espacio psicoanalítico” de Loli.

Foto: Evgeny Janush


jueves, 5 de noviembre de 2009

Argumentos

“Y mirá si a vos, que estudiás Ciencias Económicas, cuando seas Ministra de Economía, resulta que te descubren que tuviste un blog pornográfico compartido con un viejo que podría ser tu abuelo, donde escribían todo lo que hacían en la cama. ¿Te imaginás? Imaginate que te llame el presidente a su despacho y te muestre las pruebas... que tuviste un blog donde se escribía pornografía.



”En ese momento, seguro que el presidente va a exigirte que renuncies, y vas a estar en boca de todos, como una... bueno, como una mujer fácil... Y después, ¿a dónde vas a conseguir trabajo?”

(¿¿??)
Argumento esgrimido por la madre de Lolita, en una conversación, con la única finalidad de hacerla sentir culpable.
Si presta usted la debida atención, estimado lector, y conoce el significado de la palabra “falacia” y el concepto de “sofisma”, comprenderá. Se hará la luz para usted.


Respuesta jocosa de Lolita al antedicho argumento:
“¡Jajaj! ¿Y quién le va a dar las pruebas al presidente, en caso de que yo llegue a recibirme, haga carrera en el gobierno y tenga la posibilidad de llegar a ministra de economía, y si se da la situación de que acepte el puesto? ¿Vos? ¡Jajajaj!”

Nueva arremetida con argumento falaz de la señora:
“¿Y cuando te cases con un hombre de tu edad? –porque no creo que quieras casarte con ese viejo que ni hijos va a poder darte, porque los viejos no pueden tener hijos–, imaginate que se entere que tuviste un blog pornográfico en tu adolescencia, y que te acostabas con un viejo... ¿Te imaginás?”

Respuesta sensata de Lolita a su madre:
“Todos los años, mamá, el último día y desde hace varios años, que hago la lista de las cosas por las que me hice tantos problemas y sufrí tanto y, al fin y al cabo, nunca sucedieron”.


El Profesor

PD: Reproducción casi literal de una de los disparatados planteos con que le sale su madre. Si no me creen, pregúntenle a Loli.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El famoso video

Con Loli estábamos tranquilos respecto de que lo que podían o no encontrar para grabar el famoso video, en el cual yo supuestamente, la había obligado a arrastrarse en los fangales del sadomasoquismo, del satanismo y del vampirismo.
Al término de la audiencia, Terminator quedó en que le iba a mandar al abogado del padre de Lolita una copia del famoso video, para que pudiera mirar la prueba que habían conseguido y, según ella, el abogado le ofreció conseguir un fiscal que diera inicio a la investigación.
No sé si, como asegura Terminator el abogado se ofreció a colaborar. Creo que, como la mayoría, al principio cayó en el error de creer todas esas locuras que a primera vista parecen congruentes, hasta que aparece la contradicción. Si así fue, ambos lo comprendemos. Aunque antes de tiempo, lo hizo para proteger a su cliente.
El mismo día de la audiencia, a la noche, Loli viajó a Buenos Aires y nos reencontramos luego de casi dos meses y pasamos unos días magníficos, como lo relatamos en algunos post.
Pero mientras tanto... Terminator seguía urdiendo tramas y preparando esa prueba incontrastable que iba a servir para ponerme tras las rejas.
Por otro lado, como la jueza les había sugerido al papá y a la mamá de Lolita que fueran a ver a un terapeuta, pidieron una sesión para el lunes siguiente a su regreso a Córdoba.
Pero me parece que la señora Madre y Argentina no captó la sutileza y decidió que, a esa sesión de terapia, ella iba a ir con Terminator.
Me pregunto: ¿desde cuándo en un problema familiar que se trata en el consultorio de una psicóloga, tiene que estar presente la letrada de una de las partes? Parece que le ofrecieron ir también al abogado del padre de Loli, que debe haber pensado: “No, no, yo paso...”, pero contestó que él en una sesión de terapia no tenía nada que hacer.
¡Por fin un poco de sensatez, caramba!
El caso es que dos días antes de la sesión multitudinaria a la que asistirían Loli, su papá, su mamá y Terminator, el abogado recibió la copia del famoso video que había hecho un “jáker” contratado ad hoc.

Inciso (cito textualmente el mensaje de Loli enviado ese mismo día):
“Vi el famoso video. Es para matarse de risa. ¡Tiene todas las imágenes de Lolita y El Profesor! Inclusive los símbolos de blogger y el cartel de combate la pedofilia. También hay otros tantos archivos que no pudimos abrir pero supongo que son más de lo mismo. Por lo visto son archivos de lectura. Es probable que hayan copiado los post, no sé. ¡Que poco profesional que es esa abogada!”
Fin del inciso.



Esta es parte de la famosa prueba. Sí, como lo ven: una impresión de pantalla. Más archivos de texto donde copiaron/pegaron lo que está escrito en nuestro blog y, creemos, algo de lo que estaba escrito en el de Intimidades.
“Poco profesional” es lo menos que se puede decir de Terminator. Yo le agregaría otros calificativos pero... allá ella con lo que es. Que se arregle.
No voy a hacer una crónica de toda la sesión en el consultorio de la terapeuta de Loli, sería extenso.
Pero sí hay que mencionar que en principio y contra una de las reglas más sagradas de la terapia, llegaron más de tres cuarto de horas tarde.
Cuando entraron, como suelen hacer los mitómanos, dijeron que habían estado esperando en la puerta mucho rato. Loli, que había estado mirando por la ventana, refutó este argumento y entonces Terminator, con su grosería habitual trató de descalificarla con el argumento que ella no era quien para contradecirla.
–Sí, pero usted no estaba en la vereda, porque yo estuve mirando.
Yo, que conozco el lugar, debo agregar que no es tan céntrico ni tan transitado como para confundirse, a las siete y media de la tarde, una persona con otra. A esa hora, más bien, se puede corroborar con precisión si una persona está o no está en la vereda esperando.
De esta sesión, para no hacerla larga, debo mencionar:
a) El valor, la firmeza y el tesón de Loli, que se comportó como una mujer y no como la niña boba que su madre y Terminator quieren que parezca.
b) La actitud del papá de Lolita, que fue consecuente con lo que piensa y cree acerca de la situación, de su hija y de mí.
c) La firmeza de la terapeuta, que por lo menos en dos oportunidades le paró las patas a Terminator, porque se estaba pasando de la raya.
d) La incongruencia, la confusión, la soberbia y el empeño en “aleccionar” a su hija y tomarse venganza de su ex esposo, de la Señora Madre y Argentina.
e) La incapacidad total para conciliar partes enfrentadas, el uso de “golpes bajos” y argucias sin fundamentos, el desconocimiento de las leyes, la vulgaridad y la franca grosería de Terminator.
Cuando la sesión terminó, casi a las nueve y media de la noche, y a instancias de la terapeuta, Lolita y su mamá quedaron en hacer una sesión de terapia juntas, a fin de ver si podían conciliar puntos en común.
Posiblemente esta iniciativa de la psicóloga haya sido consecuencia de lo que manifestó el papá de Loli en cierto momento:
–Mirá –le dijo a su ex esposa–. Vos decís que querés proteger a tu hija, que querés acercarte y no podés porque ella se niega. ¿Verdad? Pues bien, si seguís haciendo todo esto, cada vez vas a tener menos posibilidades. Decís que querés acercarte, pero con las cosas que hacés, la espantás.
Terminada la sesión, entonces, salieron a la calle, dejando atrás a una profesional de la psicología agotada y quizás estupefacta por lo que había presenciado y escuchado.
Ya en la vereda, Terminator, muy suelta de cuerpo y haciendo como que “acá no ha pasado nada”, dijo:
–Bueno, bueno... conciliemos... Hay que mirar para adelante. Hay que dejar el pasado atrás. A ver, madre e hija... acérquense, dense un beso y un abrazo.
Claro, el viejo truco de “lo pasado pisado”. No revisar la historia. No mirar en qué lugar del camino metimos la pata para ver cómo subsanamos nuestro error. No pedir disculpas. Esconder la basura debajo de la alfombra.
La clásica actitud que lleva a las patologías de las familias disfuncionales: miremos hacia el futuro con optimismo... mientras el pasado vuelve a brotar, una y otra vez, bajo el aspecto de dolores cada vez más punzantes, heridas no cicatrizadas, rencores que cada vez se estancan más y anhelos de revancha y venganza que, por lo general, conducen a la tragedia.
Lolita, mujer sensible como es, abrazó a su madre y sintió congoja. Consecuente como es, ante la congoja, se puso a llorar.
Pero no lloró por culpa. No. Ni lo piensen.
Lloró por lástima –ese sentimiento espurio, mezcla de pena y repulsión–, por esa sensación extraña y desasosegante que le provoca la actitud soberbia, arrogante, empecinada y cruel de la mujer que le dio la vida.
La comprendo porque yo, de haber tenido que pasar por la misma situación respecto de mi madre –ante la madre el hijo apenas si tiene defensas–, hubiera hecho lo mismo.
Pocos días, la mamá de Loli se las ingenió para hacerla pasar otra vez, por el dolor de una nueva decepción.

Pero esa, igual que la explicación de cómo hizo Terminator para poder conseguir entrar a Intimidades... es otra historia.


El Profesor


PD: Por supuesto, la sesión multitudinaria la pagó el padre de Loli. Porque la mamá ni siquiera amagó a meter la mano en la cartera, que seguía apretando contra su pecho, como si alguno de los presentes tuviera intenciones de arrebatársela. Y es que la mezquindad también se puede leer en lo gestual.