Cuando con Loli vimos que cerraban el bar en el cual –por cortesía de la aerolínea–, nos habíamos zampado la única comida digna de llamarse así desde la noche anterior, un Carlitos* cada uno con una botellita de agua saborizada; y que también cerraban el free-shop
–en el que todo costaba más caro que en un negocio común y corriente–, nos miramos y pensamos lo mismo: “Y si no viene el avión, ¿cómo salimos de acá?”
–en el que todo costaba más caro que en un negocio común y corriente–, nos miramos y pensamos lo mismo: “Y si no viene el avión, ¿cómo salimos de acá?”
Pero el avión de Andes llegó puntualmente a las 00:40. Puntualmente ocho horas después de la programada, cuando los pasajeros que quedábamos éramos seis o siete. Todavía me pregunto cómo hice para tomármela con tanta calma, pasado el reclamo inicial.
Un rato antes, después que el muchacho a cargo de la aerolínea vino a avisarnos que el avión había salido de Salta y estaba volando rumbo a Córdoba, Loli frunció el ceño y cuando el muchacho nos dejó solos me dijo:
–Profe... emm... ¿sabés? Me da un poco de cosa viajar en ese avión.
–¿Por qué, Loli? ¿Tenés miedo?
–Un poquito... creo, bah.
–¿Y a qué le tenés miedo, corazón?
–No sé... a que estuvimos acá, tanto tiempo, y el avión estaba con “fallas técnicas”, y que tardó tanto tiempo, ¿viste? –dijo, agarrándome con las dos manos una de las mías–. ¿No será que no tenemos que subir a ese avión?
–A ver, Loli –le dije–, ¿vos no me decís siempre que hay que tener pensamientos positivos?
–Mjm... sí.
–Entonces, ¿por qué no pensar que lo que nos dijo la chica de la seguridad aeroportuaria es cierto? Que si parece que hay desperfectos técnicos, aunque después resulte que no los había, es preferible hacer lo que pasó, no salir hasta asegurarse. ¿No te parece?
–Y... sí.
–Y, además, ¿cuántas veces nos pasó que después que pasamos un mal momento, vivimos uno muy lindo?
–Shi... –dijo, esbozando una sonrisita.
–Entonces vamos a pensar que va a venir el avión, que vamos a abordarlo y vamos a tener juntos un excelente primer viaje, aunque lleguemos tarde a la fiesta, ¿te parece?
–Sí, mi amor –acercó su carita a la mía y me dio un beso–. Gracias por tranquilizarme... Seguro que vamos a tener un estupendo viaje.
Cuando vimos que en la pantalla el vuelo OY 0891 de Andes cambiaba a “arribando”, nos acercamos a la puerta cinco, que era la que nos habían indicado, junto con todos nuestros adormilados compañeros de viaje, en ese gran salón casi vacío.
A la una menos cinco de la mañana, después de hacer unos cincuenta metros en uno de esos micros de aeropuerto, estábamos subiendo la escalerilla y abordamos el avión, recibidos por una atractiva y cordial azafata que quizás se esperaba las protestas de todos y debe haber sentido alivio cuando todos le dimos las gracias por el recibimiento.
–Pueden sentarse donde gusten –nos dijo a Loli y a mí.
Así que nos fuimos un poco antes de la mitad del avión, casi sobre las alas, Loli se sentó y yo me puse a acomodar el equipaje de mano que llevábamos, cuando de pronto alguien me golpeó con el codo en la espalda. Cuando me di vuelta, comprobé que “alguien” era alto, canoso, vestía camisa blanca, corbata y charreteras de piloto de avión y estaba recorriendo el avión acompañado de la otra aeromoza.
–Disculpe, señor... –me dijo el señor canoso de camisa blanca y charreteras.
–¡Uh!... ¡lo único que faltaba! –contesté, pero en tono de broma–. Que después de ocho horas de atraso, venga el comandante del avión y me pegue –agregué.
–Por favor, no lo tome a mal... –dijo.
–¡Pero si estoy bromeando, hombre! –le contesté, y se marchó hacia la proa del avión mientras yo terminé de acomodar las cosas.
Unos quince minutos después, el avión empezó a carretear hasta la cabecera y cuando nos quisimos dar cuenta, ¡upa! Estábamos volando.
–Mirá que linda noche, Loli –le dije, señalando hacia afuera.
–Sí, Gordi... una hermosa noche para nuestro primer viaje en avión.
–Habrá otros, y más largos –dije–. Vas a ver...
Una de las aeromozas hizo todo el show del despegue, nos dio la bienvenida en castellano y en inglés, y después nos llegó la voz del comandante, haciendo lo propio. Un momento después aparecieron las dos atractivas jóvenes, arrastrando un carrito con bebidas y con un paquetito con el logo de la aerolínea, que traía algunos alimentos sólidos para ponerse entre pecho y espalda.
En eso estábamos, en los primeros diez minutos de vuelo, cuando una de las aeromozas vino directo a mí, se inclinó y me dijo:
–El señor comandante lo invita a pasar a la cabina de vuelo...
Confieso que me quedé de una pieza. Loli me miró, abriendo grandes los ojos.
–Gracias, señorita –le dije y, mirando a Loli–: Ya vuelvo, corazón.
Abreviando, entré a la cabina de vuelo, donde me recibieron Hugo, el comandante y Bernardo, el copiloto.
–Lo invité a pasar para disculparme por el golpe y el atraso...
–empezó a decirme.
–empezó a decirme.
–No se haga problemas, en serio. Mire, creo que pese a que es un incordio llegar tarde a la fiesta en la que tenía que estar hace cuatro horas, es preferible viajar en un avión seguro. De modo que muchas gracias...
Y nos quedamos charlando los tres de una cosa y otra, hasta que Hugo me preguntó:
–¿Le gustaría ver cómo aterrizamos en Aeroparque acá, con nosotros?
–Mmmm... Se lo agradezco, pero ya viví varias veces la experiencia.
–¡No diga! ¿Es piloto?
–No, para nada. Pero tengo unos cuantos miles de horas de vuelo y tuve oportunidad de ver unos cuantos despegues y aterrizajes pero, puesto que me hace el ofrecimiento... ¿Puedo cederle el lugar a otra persona?
–Por supuesto –me contestó el señor canoso, alto, de camisa blanca, corbata y charreteras de piloto que se llamaba Hugo y que, efectivamente, era el comandante.
Salí de la cabina y volví al asiento, pero no me senté. La miré a Loli y le sonreí.
–¿Qué pasó, papi? ¿Para qué te llamaron a la cabina?
–Para decirme que vayas vos.
–¿Yoooo? ¿A la cabina de los pilotos? –Loli abrió muy grandes los ojos.
–Sipi.
–¿Y para qué?
–Ahhh... es una sorpresita –le dije.
Se soltó el cinturón de seguridad y se fue caminando, siguiendo a la aeromoza, que la hizo entrar en la cabina y cerró la puerta.
Un rato después nos llegó la voz del Hugo anunciándonos que estábamos por aterrizar en el aeroparque de la ciudad de Buenos Aires, dándonos las gracias por la paciencia y la comprensión que habíamos tenido y diciendo que había sido un placer para él habernos traído y deseando que hubiéramos disfrutado del viaje.
El avión empezó con la maniobra de aterrizaje, girando sobre el Aeroparque Jorge Newbery y me ajusté el cinturón mientras trataba de imaginarme cómo estaría disfrutando Loli ver su primer aterrizaje, de noche, sobre una ciudad toda iluminada como es Buenos Aires, desde la cabina de pilotos del vuelo 0891, que es más o menos como pueden ver en la foto, que no es tomada por nosotros, pero da una idea de cómo se ve desde arriba la pista cuando el avión la enfila antes de tocar tierra.
Loli me contó que le habían mostrado adónde estaba Rosario y después Luján y Pilar.
–¿Qué estudías? –le había preguntado Bernardo, el copiloto, en cierto momento.
–Ciencias Económicas –le contestó Loli.
–Después de hoy, a lo mejor se te da por cambiar de carrera y estudiar para piloto de avión.
–Después de hoy, a lo mejor se te da por cambiar de carrera y estudiar para piloto de avión.
–Ahora nos vamos a zambullir entre esas luces –le había dicho Hugo, cuando empezaron a acercarse a la pista.
Y ella pudo disfrutar de ese momento que no esperaba vivir y que va a llevar en su memoria por el resto de la vida y yo, feliz de haber podido regalárselo.
El Profesor
* Llámase en Córdoba "Carlitos" a un tostado de miga de jamón y queso.
Foto de la cabina: © Guy Daems by Brusells Aviation Photography
Foto del salón del aeropuerto by Lolita.