martes, 29 de marzo de 2011

Vuelo 0891

Cuando con Loli vimos que cerraban el bar en el cual –por cortesía de la aerolínea–, nos habíamos zampado la única comida digna de llamarse así desde la noche anterior, un Carlitos* cada uno con una botellita de agua saborizada; y que también cerraban el free-shop
–en el que todo costaba más caro que en un negocio común y corriente–, nos miramos y pensamos lo mismo: “Y si no viene el avión, ¿cómo salimos de acá?”
Pero el avión de Andes llegó puntualmente a las 00:40. Puntualmente ocho horas después de la programada, cuando los pasajeros que quedábamos éramos seis o siete. Todavía me pregunto cómo hice para tomármela con tanta calma, pasado el reclamo inicial.
Un rato antes, después que el muchacho a cargo de la aerolínea vino a avisarnos que el avión había salido de Salta y estaba volando rumbo a Córdoba, Loli frunció el ceño y cuando el muchacho nos dejó solos me dijo:
–Profe... emm... ¿sabés? Me da un poco de cosa viajar en ese avión.
–¿Por qué, Loli? ¿Tenés miedo?
–Un poquito... creo, bah.
–¿Y a qué le tenés miedo, corazón?
–No sé... a que estuvimos acá, tanto tiempo, y el avión estaba con “fallas técnicas”, y que tardó tanto tiempo, ¿viste? –dijo, agarrándome con las dos manos una de las mías–. ¿No será que no tenemos que subir a ese avión?
–A ver, Loli –le dije–, ¿vos no me decís siempre que hay que tener pensamientos positivos?
–Mjm... sí.
–Entonces, ¿por qué no pensar que lo que nos dijo la chica de la seguridad aeroportuaria es cierto? Que si parece que hay desperfectos técnicos, aunque después resulte que no los había, es preferible hacer lo que pasó, no salir hasta asegurarse. ¿No te parece?
–Y... sí.
–Y, además, ¿cuántas veces nos pasó que después que pasamos un mal momento, vivimos uno muy lindo?
–Shi... –dijo, esbozando una sonrisita.
–Entonces vamos a pensar que va a venir el avión, que vamos a abordarlo y vamos a tener juntos un excelente primer viaje, aunque lleguemos tarde a la fiesta, ¿te parece?
–Sí, mi amor –acercó su carita a la mía y me dio un beso–. Gracias por tranquilizarme... Seguro que vamos a tener un estupendo viaje.
Cuando vimos que en la pantalla el vuelo OY 0891 de Andes cambiaba a “arribando”, nos acercamos a la puerta cinco, que era la que nos habían indicado, junto con todos nuestros adormilados compañeros de viaje, en ese gran salón casi vacío.
A la una menos cinco de la mañana, después de hacer unos cincuenta metros en uno de esos micros de aeropuerto, estábamos subiendo la escalerilla y abordamos el avión, recibidos por una atractiva y cordial azafata que quizás se esperaba las protestas de todos y debe haber sentido alivio cuando todos le dimos las gracias por el recibimiento.
–Pueden sentarse donde gusten –nos dijo a Loli y a mí.
Así que nos fuimos un poco antes de la mitad del avión, casi sobre las alas, Loli se sentó y yo me puse a acomodar el equipaje de mano que llevábamos, cuando de pronto alguien me golpeó con el codo en la espalda. Cuando me di vuelta, comprobé que “alguien” era alto, canoso, vestía camisa blanca, corbata y charreteras de piloto de avión y estaba recorriendo el avión acompañado de la otra aeromoza.
–Disculpe, señor... –me dijo el señor canoso de camisa blanca y charreteras.
–¡Uh!... ¡lo único que faltaba! –contesté, pero en tono de broma–. Que después de ocho horas de atraso, venga el comandante del avión y me pegue –agregué.
–Por favor, no lo tome a mal... –dijo.
–¡Pero si estoy bromeando, hombre! –le contesté, y se marchó hacia la proa del avión mientras yo terminé de acomodar las cosas.
Unos quince minutos después, el avión empezó a carretear hasta la cabecera y cuando nos quisimos dar cuenta, ¡upa! Estábamos volando.
–Mirá que linda noche, Loli –le dije, señalando hacia afuera.
–Sí, Gordi... una hermosa noche para nuestro primer viaje en avión.
–Habrá otros, y más largos –dije–. Vas a ver...
Una de las aeromozas hizo todo el show del despegue, nos dio la bienvenida en castellano y en inglés, y después nos llegó la voz del comandante, haciendo lo propio. Un momento después aparecieron las dos atractivas jóvenes, arrastrando un carrito con bebidas y con un paquetito con el logo de la aerolínea, que traía algunos alimentos sólidos para ponerse entre pecho y espalda.
En eso estábamos, en los primeros diez minutos de vuelo, cuando una de las aeromozas vino directo a mí, se inclinó y me dijo:
–El señor comandante lo invita a pasar a la cabina de vuelo...
Confieso que me quedé de una pieza. Loli me miró, abriendo grandes los ojos.
–Gracias, señorita –le dije y, mirando a Loli–: Ya vuelvo, corazón.
Abreviando, entré a la cabina de vuelo, donde me recibieron Hugo, el comandante y Bernardo, el copiloto.
–Lo invité a pasar para disculparme por el golpe y el atraso...
–empezó a decirme.
–No se haga problemas, en serio. Mire, creo que pese a que es un incordio llegar tarde a la fiesta en la que tenía que estar hace cuatro horas, es preferible viajar en un avión seguro. De modo que muchas gracias...
Y nos quedamos charlando los tres de una cosa y otra, hasta que Hugo me preguntó:
–¿Le gustaría ver cómo aterrizamos en Aeroparque acá, con nosotros?
–Mmmm... Se lo agradezco, pero ya viví varias veces la experiencia.
–¡No diga! ¿Es piloto?
–No, para nada. Pero tengo unos cuantos miles de horas de vuelo y tuve oportunidad de ver unos cuantos despegues y aterrizajes pero, puesto que me hace el ofrecimiento... ¿Puedo cederle el lugar a otra persona?
–Por supuesto –me contestó el señor canoso, alto, de camisa blanca, corbata y charreteras de piloto que se llamaba Hugo y que, efectivamente, era el comandante.
Salí de la cabina y volví al asiento, pero no me senté. La miré a Loli y le sonreí.
–¿Qué pasó, papi? ¿Para qué te llamaron a la cabina?
–Para decirme que vayas vos.
–¿Yoooo? ¿A la cabina de los pilotos? –Loli abrió muy grandes los ojos.
–Sipi.
–¿Y para qué?
–Ahhh... es una sorpresita –le dije.
Se soltó el cinturón de seguridad y se fue caminando, siguiendo a la aeromoza, que la hizo entrar en la cabina y cerró la puerta.
Un rato después nos llegó la voz del Hugo anunciándonos que estábamos por aterrizar en el aeroparque de la ciudad de Buenos Aires, dándonos las gracias por la paciencia y la comprensión que habíamos tenido y diciendo que había sido un placer para él habernos traído y deseando que hubiéramos disfrutado del viaje.
 

El avión empezó con la maniobra de aterrizaje, girando sobre el Aeroparque Jorge Newbery y me ajusté el cinturón mientras trataba de imaginarme cómo estaría disfrutando Loli ver su primer aterrizaje, de noche, sobre una ciudad toda iluminada como es Buenos Aires, desde la cabina de pilotos del vuelo 0891, que es más o menos como pueden ver en la foto, que no es tomada por nosotros, pero da una idea de cómo se ve desde arriba la pista cuando el avión la enfila antes de tocar tierra.
Loli me contó que le habían mostrado adónde estaba Rosario y después Luján y Pilar.
–¿Qué estudías? –le había preguntado Bernardo, el copiloto, en cierto momento.
–Ciencias Económicas –le contestó Loli.
–Después de hoy, a lo mejor se te da por cambiar de carrera y estudiar para piloto de avión.
–Ahora nos vamos a zambullir entre esas luces –le había dicho Hugo, cuando empezaron a acercarse a la pista.
Y ella pudo disfrutar de ese momento que no esperaba vivir y que va a llevar en su memoria por el resto de la vida y yo, feliz de haber podido regalárselo.


El Profesor
* Llámase en Córdoba "Carlitos" a un tostado de miga de jamón y queso.
Foto de la cabina: © Guy Daems by Brusells Aviation Photography
Foto del salón del aeropuerto by Lolita.

sábado, 26 de marzo de 2011

Delayed

El miércoles, cuando salí del trabajo, estaba más que contenta porque empezaba mi fin de semana largo; pero no sólo por eso, sino también porque con el Profe íbamos a tener juntos nuestro primer viaje a la ciudad de Buenos Aires para asistir esa noche al cumpleaños de un amigo muy especial para él.
Llegué a casa, terminé de preparar rápidamente la valija y al ratito me pasó a buscar en un taxi para dirigirnos al aeropuerto. ¡Estaba tan contenta! ¡Nuestro primer viaje en avión! Habíamos tenido que elegir ese medio para poder llegar rápidamente ya que debido a mis obligaciones y al horario de la fiesta, no era posible hacerlo en micro. El santo del Profe, la mañana del martes había ido hasta el centro, con todo el calorón, a pagar los pasajes que había reservado en Andes Líneas Aéreas por teléfono y a sacar los de vuelta en el servicio cama-suite de Urquiza.
Llegamos a las cuatro de la tarde y fuimos hasta el mostrador de la aerolínea Andes para retirar nuestras tarjetas de embarque.
Hicimos el trámite y cuando nos estábamos por retirar, la chica nos advirtió:
–El vuelo está un poco retrasado… todavía no ha salido de Salta. (Andes es una empresa salteña)
–¡Uy, no!
–Bueno, Gordi, espero que no sea mucho el retraso. Si querés hacemos tiempo y vamos a tomar un cafecito.

Y así lo hicimos. Sabíamos que no íbamos a salir en el vuelo 891, de las 16:40 como estaba planeado, pero de todas maneras estábamos con tiempo, ya que la fiesta empezaba a las nueve de la noche.
Al ratito pasamos para el salón de embarque y nos sentamos a esperar.
Cada tanto mirábamos ansiosos la pantalla donde se anunciaban los vuelos y donde el nuestro aparecía siempre con el cartelito de letras rojas de DELAYED, forma de decir que el vuelo está demorado y nunca se sabe cuánto va a tardarse en arribar.
Una hora después estábamos muy ansiosos y sacábamos cálculos de cómo llegaríamos con los tiempos. Dos horas después de la hora señalada de partida, nos empezamos a preocupar seriamente.
–¡Encima acá no hay a quién quejarse ni preguntar! –Masculló el Profe, que a esta altura de los acontecimientos estaba empezando a juntar presión como una Marmicoc de las de antes.
Y era cierto: en la sala éramos muchos pasajeros pero ningún responsable de las aerolíneas.
De pronto le dije:
–Mi amor… ¿Y esa chica con cartelito colgante del cuello? ¿No será alguien de acá?
Se levantó rápido y fue hasta donde ella estaba. Resultó ser de Andes. De lejos veían que hablaban, que el Profe le planteaba cosas, se quejaba y que la chica respondía. De pronto veo que, preocupado y agarrándose la cabeza, volvía hacia donde yo estaba sentada.
–Está previsto que salga a las once de la noche, Loli.
–¿QUÉEEE? ¬Pero… pero…. ¡Recién son las siete y media! ¿Qué vamos a hacer hasta esa hora? ¿Y te imaginás la hora a la que vamos a llegar a la fiesta?
Nos quedamos muy preocupados los dos no sólo por la paciencia que íbamos a tener que juntar en las próximas horas, sino por lo tarde que íbamos a llegar a un evento tan importante para él.
Unos minutos después, vio pasar a una responsable del aeropuerto y se paró a hacer la queja y a charlar para ver que podíamos hacer. La señora nos dio una posible solución: salir, ir al mostrador de Andes e intentar que nos cambiaran el vuelo. Quizás tenían convenio con otra aerolínea y nos era posible viajar antes.
Eso hicimos. Pero no dio resultado. El responsable, a pesar de que le explicamos la situación y la urgencia que teníamos por llegar a Buenos Aires, nos manifestó que no podía hacer tal cosa porque el vuelo no estaba cancelado, sino simplemente retrasado debido a fallas técnicas.
–Compren otro pasaje. –Nos dijo muy suelto.
–No podemos, confiábamos en que esto no iba a pasar. No vamos a comprar otro pasaje así porque si… ¿Usted que se cree?
–Bueno, miren, la verdad es que no podemos hacer nada…
–No nos deja muy tranquilos el que el avión tenga fallas técnicas. ¿Qué garantía tenemos de que no va a tener fallas técnicas cuando llegue acá?
El chico se encogió de hombros. Lo único que conseguimos es que nos diera un vale para comer algo en el bar ya que no íbamos a cenar y hacía un par de horas que teníamos el estómago vacío.
El tiempo parecía no pasar más. A la noche finalmente nos sentamos en unos sillones y abrazados nos pusimos a conversar y a esperar que llegara el momento de partir. Reflexionábamos que quizás esto tenía que suceder y que si nos pasaba a nosotros alguna razón había.

La sala se fue vaciando. Todos los demás pasajeros ya habían abordado sus aviones. Hasta el bar y el free shop cerraron sus puertas, dejándonos cautivos dentro de la sala.
El mismo jovencito que nos había escuchado la queja, se acercó a las once y media de la noche para decirnos que el avión estaría aterrizando listo para embarcar a las doce y diez. ¡Una hora más de lo previsto!
El cansancio, el sueño y la desilusión se apoderaron de mí. El Profe ahora estaba tranquilo y paciente. A pesar de todo lo que nos sucedía, apelamos al sentido del humor junto a los otros seis pasajeros que quedaban esperando ese maldito vuelo que nunca llegaba.

Esa fue nuestra primera experiencia de vuelo. Parecía como que todo estaba mal, pero como suele suceder, detrás de una cosa que aparenta ser adversa, por lo general, la vida nos oculta una sorpresa…

Lolita
PD: En el próximo post relataremos lo que ocurrió después.

 


viernes, 11 de marzo de 2011

Parecía un granadero...

–Mi vida, mirá… se alquilan cabashitos.
–Sí, Loli. Después de almorzar, si querés, venimos y vamos a hacer una cabalgata.
–¿En serio?
–¿Alguna vez bromeo yo?
– Mjm… No.–(…)

(Aproximadamente dos horas después)

–Gordi… ¿seguro que querés andar a cabashito?
–Sí, Loli.
–Pero… ¿vas a poder después de almorzar?
–Loli, corazoncito… ¿qué tiene que ver almorzar con montar a caballo?
–Y... no sé, a lo mejor te dio modorra.
–Nah, dale, vamos.


Y allá fuimos, con El Profe, hacia el lugar donde habíamos visto que alquilaban caballos (uno de mis placeres preferidos), a eso de las dos y media de la calurosa tarde del domingo en Capilla del Monte.
–Mi vida… ¿seguro que sabés andar a caballo?
–Sep.–¿Cuánto hace que no montás?
–¡Uf! ¡Un montón de años, Loli!
–¿Y vas a poder?
–Loli, Loli, montar un caballo es como andar en bicicleta. Lo hacés una vez, y otra y otra, y no te olvidás más.
–Mjm…
Después de la caminata, pasando por la Iglesia que dio el nombre a la localidad, llegamos a donde estaban los paisanos que alquilaban los caballos. Uno se acercó y nos preguntó:
–¿Los dos?
–Sí. ¿Cuál me va a dar? No quiero que el caballo sufra el peso –dijo El Profe.
–¿Le parece este tostado? –dijo el paisano, mirándolo, como si lo evaluara.
–Me parece –contestó él y sin más comentarios puso un pie en el estribo correcto y se montó sobre el cojinillo sin poblemas.
–Traele la yegua mora a la señorita –le dijo el paisano a uno de los chicos que estaban con él.
–Gordi… –le dije al Profe, que estaba montado sobre el tostado, derechito, seguro, agarrando las riendas con una sola mano, como sólo hacen los que saben–, cuidado… Mirá que hace mucho que no andás a caballo y…
–Loli, mi amor, tranquila, ¿sí?

Me trajeron a la yegua mora, que parecía ser más buena que Lassie con bozal y vacuna antirrábica (aunque con los caballos de la Sierra nunca se sabe) y el Profe me miró y me preguntó:
–¿Lista?
–Mjm… Sssiii
–Dale, vamos –dijo, taloneó apenas al tostado y salió al trotecito corto.

Mi yegua, a diferencia del cabashito de él, no quería hacerme caso, así que el paisano le hizo una seña al chico, que montó un alazán de un salto y como por milagro hizo que mi yegüita se moviera.
El Profe fue todo el tiempo delante de nosotros, escuchando y haciendo caso a las indicaciones del chico que nos decía por dónde teníamos que ir.
De pronto se dio vuelta, me miró y sonrió. Con esos ojos de chiquito travieso que tiene cuando está por hacer algo que me va a sorprender y, sin pegarle con las riendas, le dijo al caballito algo así como: “¡Hooo… hoo!” y salió al galope, dejándonos atrás.
Lo miré, montado en ese tostado con una mancha en la grupa, y no lo podía creer. En ese momento me acordé de lo que me había contado una vez: que la madre de él decía que parecía un granadero arriba de un caballo.
Era cierto.
Al galope, estaba derechito, derechito, como si el caballo no estuviera moviéndose. Cuando tiraba un poco de las riendas, y lo hacía ir al trote, se movía al compás de la monta. Al paso, seguía erguido y derechito, como hacen los que sí saben cómo.
Nos dimos una vuelta como de media hora –ambos estábamos en short y el cojinillo raspa–, y volvimos “pa’ la querencia”, después de una agradable cabalgata por los caminos arbolados hasta La Toma, y vuelta.

Esta foto se la tomó el paisano que nos alquiló los caballos.
Cuando volvíamos caminando hacia el centro, lo miré y sentí admiración, porque era verdad que sabía montar como un paisano de esos y apenas me lo había mencionado, alguna vez, como una anécdota recordando a su mamá. Además, como se dio cuenta que yo no sabía correr al caballo como él, se privó del placer de cabalgar como le gusta, para que no me pasara nada.¡
Y yo que tenía miedo que le pasara algo a él!
Era cierto, nomás.
Parecía un Granadero.


Lolita.



miércoles, 9 de marzo de 2011

El antes y el después

Lugar: Restaurante Alfonsina (a media cuadra de la calle principal, recomendable cien por ciento a quien visite la ciudad).
Localidad: Capilla del Monte.
Provincia: Córdoba.
Día: 6 de marzo 2011
Hora: 13:10
Plato: Trucha a la salsa de Azafrán con guarnición de arroz especiado y bouquet de flores.
Momento: Antes de que Loli le hincara el diente.

Lugar: El mismo de ut supra.
Hora: 13:30
Plato: Lo que quedó de la cabeza de la trucha a la salsa de Azafrán con guarnición de arroz especiado.
Momento: Después que Loli terminara de hincarle el diente.
La verdad no me explico cómo hace esta criaturita de Dios, con esa estatura que tiene, para zamparse la trucha –servida en semejante platazo extra-gourmet–, y ponerla entre pecho y espalda en veinte minutos. Quelque chose de merveilleux à voir!

El Profesor
PD: Eso sí, las flores las dejó, porque dijo que podían caerle pesadas... :)

viernes, 4 de marzo de 2011

La relatividad de la moral


El vicepresidente de Brasil, Michel Temer, tiene setenta años.
Marcela Tedeschi Temer, segunda dama de la República Federativa de Brasil, tiene veintisiete años.
Se conocieron hace poco más de siete años –ella todavía tenía dieciocho–, cuando le pidió un autógrafo durante una convención del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), al que pertenece Temer.
Él, que en ese momento tenía sesenta y tres años, le pidió su número de teléfono.
Marcela, que fue elegida Miss Campinas y Miss Sao Paulo, y era hija de un empresario y un ama de casa, quería ser modelo antes de conocer a Michel.
Ahora es graduada en derecho.
Cuando ella tenía diecinueve, se casaron en una ceremonia íntima, y han tenido un hijo que ya tiene dos años.
El día que su esposo asumió el cargo de vicepresidente de la república, Marcela Temer acaparó las miradas de todos los presentes y los comentarios de toda la prensa.
Cuando con cierta malicia intencional los periodistas le preguntaron si la diferencia de edad afectaba de alguna manera al matrimonio, ella les 
contestó: "La edad no es un obstáculo en nuestro caso. Es como si Michel tuviera treinta años. Es gracioso decirlo, pero es verdad".
Me pregunto qué hubiera pasado si en vez de haber sido El Profesor, hubiera sido yo político o empresario.
¿Hubiéramos pasado por todo lo que pasamos? ¿Nos hubieran combatido, criticado, repudiado y juzgado tanto?
Claro que en la vida no hay ni hubiera ni hubiese y las cosas suceden por algo, por razones que no comprendemos hasta después de un tiempo.
Pero no puedo dejar de pensar en la relatividad de la moral convencional y en cómo, según en qué lugar se encuentre uno en la escala social, se puede ser un viejo verde que corrompió a una adolescente ingenua o un señor mayor respetable, a quien Cupido le lanzó una flecha de amor, y dio en la Diana.
Quise escribir este post el 8 de enero, cuando asumió la nueva presidente de Brasil y el matrimonio Temer causó un verdadero revuelo de prensa, pero entre una cosa y otra, se me pasó el tiempo. Loli opinaba que “Ya fue, Gordi...”, pero de todos modos, acá está.


El Profesor