sábado, 13 de noviembre de 2010

¡ÚLTIMO MOMENTO!

Hace una semana, como de costumbre, hablamos por teléfono a la noche para contarnos las novedades del día. La conversación empezó más o menos así:
–¿Sabés Loli? Ayer no te dije nada pero estaba muy triste. Ya no quiero estar más acá, me siento muy solo. A la noche me dio una congoja, que...
–¡Mi vida! No me digas eso... ¿Pero por qué?
–Porque me agarra la angustia y siento que te extraño mucho. Quiero estar todos y cada uno de los días a tu lado, y el tiempo se nos pasa rápido. Me quiero ir para Córdoba...
–Lo sé, yo también quiero que vengas.
–Pero tengo que juntar mucho dinero, para la mudanza y demás.
–Gordi...
–¿Qué, Loli?
–¿Sabés qué pienso?
–A ver...
-Que ya no tenemos que perder más tiempo. Sé que es complicado decidirlo de un momento para otro, pero ya vas a ver que se puede. Vos no podés seguir viviendo allá. Yo creo que tenemos que jugarnos y hacer todo lo posible para que estés acá... ¡El mes que viene!
–No, Loli, el mes que viene es muy pronto no voy a llegar con todo, tengo mucho trabajo que terminar... además que hay que organizarse, juntar el dinero, vender muchas de las cosas que tengo y que ya no me sirven...


–No te pongas límites, Gordi. Vos sabés que yo estoy para lo que necesites, que te voy a ayudar y apoyar en todo. Si vos hoy me decís que querés venirte en diciembre, yo ya me pongo a buscarte un lugar donde vivir. Sabés lo rápida que soy para algunas cosas.
–Si, mi amor. Es que...
–Dale, lo vamos a lograr. Yo tengo un dinero ahorrado de manera que si creés que no llegás a juntar todo lo que tenés pensando, disponés del mío.
(...)
–¿Gordi? ¿Qué pasa? ¿Por qué te quedaste callado?
–Es que... no sabés la emoción que me da escucharte decir eso... Nunca antes alguien me había demostrado tanto amor.
–Es que de eso se trata, Gordi. De ayudarnos y darnos alegrías y felicidad mutuas. ¿Cómo no voy a hacer esto por vos si tengo las mismas ganas de que estés acá todos los días?
–¡Ay, Loli...! ¡No sabés cómo me late el corazón de escucharte hablar así!
–¿Te imaginás lo que va a ser poder vernos siempre y que ya no exista el momento triste de la despedida? ¿Tenés idea lo lindo que va a ser planificar los días juntos, divertirnos, salir a pasear, y festejar de a dos nuestros aniversarios en vez de hablarnos por teléfono? ¡Quiero que para las fiestas ya estés acá!
–¿Sabés? Nadie como vos me da tanto entusiasmo y ganas de hacer las cosas... Me voy a poner ese objetivo de estar en Córdoba, como mucho, para los primeros días de enero.
–¡Así me gusta! ¡Qué contenta estoy! ¡Qué lindo va a ser ese día que llegues para no volverte a ir!
–De sólo pensarlo, me causa mucha emoción... Me imagino viviendo un departamentito en la ciudad de Córdoba, caminando por esas callecitas que recorremos y llevándote de la mano.  Yendo a buscarte a la facultad, o esperándote con la comida para que almorcemos juntos, y con un ramo de jazmines...
–¡Sí, mi amor!
–Cuando estemos juntos, te voy a hacer conocer al hombre que puedo llegar a ser todos los días cuando estoy con la mujer que amo.
–¡Pero a ese hombre ya lo conozco!
–Si, pero hay muchas sorpresas que no te pude dar o muchos detalles que aún no pude tener... pero ya vas a ver cómo te voy a sorprender cada día.

Esta fue la conversación que tuvimos con el Profe hace una semana.
Tal como leyeron, juntos tomamos la decisión de que ya era momento de estar más cerca y compartir juntos más tiempo. Después de tres años, nos dimos cuenta de cuánto nos extrañamos a la distancia y cuánta falta nos hace estar el uno con el otro.
Es cierto que hay que arreglar muchas cosas en poco tiempo, pero si Dios quiere y la suerte nos echa una mano, en algunas semanas El Profe estará viajando hacia la capital cordobesa para establecerse aquí y empezar una nueva etapa en su vida, junto a mí, su amada Loli.
¡Qué feliz que estoy!


Lolita

jueves, 11 de noviembre de 2010

Diario de El Profesor: Cosas de grandes


“¿Y ahora qué vas a hacer con esta chiquita? ¿Eh, eh?”
Esa era la pregunta que me martilleaba la cabeza desde que salimos de la Terminal de ómnibus, mientras caminábamos tomados de la mano, cuando me registraba en el hotel y mientras subíamos a la habitación, acompañados por uno de los muchachos de la recepción.
“Tenés cincuenta y siete años... ¿qué hacés acá?”, me preguntaba el enano que parecía haber tomado mi cabeza por asalto, mientras yo me desdoblaba y le sonreía a Loli, que me miraba con esos ojitos que le brillaban de felicidad y me sonreía con picardía.
Si Lolita estaba emocionada, a mí el corazón me latía desbocado y no me avergüenza admitir que sentía un ligero temblor en las piernas... y no era por haber descansado poco en el viaje.
Cuando cerré la puerta con llave, Loli no me dio tiempo ni a soltar la valija. Se pegó a mi cuerpo y me abrazó muy fuerte.
–Sentate acá, en la puntita de la cama, Papi –me dijo.
Apoyé la valija en el suelo, ella se sentó sobre mis muslos me rodeo con sus brazos y me miró a los ojos, me acarició el cabello con sus deditos finos y largos y acercó su boca a la mía ofreciéndola para ese primer beso, para la primera vez que esos labios adolescentes se entregaban a mi boca.
Entonces sucedió lo inesperado. Cuando la besé y en ese lenguaje sin palabras la iba guiando en los primeros pasos de la pasión, reviví aquellos primeros besos que di y me dieron, los de mi propia adolescencia.
No sé cuánto tiempo pasamos así, conociéndonos con los labios, pero creo que fue uno de los besos más prolongados de mi vida.
Cuando la tendí en la cama y empecé a acariciarle el cuerpo, la voz dentro de mi cabeza dijo: “Cuidado... tratala con mucha delicadeza y ternura... despacio” y cuando deslicé los dedos por sus muslos, sentí que se ponía tensa. Tenía un poco de miedo, claro.
–Tranquila... no tengas miedo... No te va a pasar nada malo ni feo... –le dije, sin dejar de acariciarla y dándole besos en los labios.
–¿Qué... qué vamos a hacer? –me preguntó, con la mirada encendida por la pasión que ya la había ganado.
–Vamos a ver cómo puedo enseñarte a hacer cosas de grandes, pero de a poquito y con mucho cuidado, bonita... No tengas miedo, vamos, relajate, dale –le dije, sin dejar de acariciarle la tersa piel de la pancita.
Sentí que se aflojaba, confiando en lo que le decía, entregándose.
Loli escribió: “El contacto de su piel con la mía me aceleraba el corazón y me hacía disfrutar de ese tremendo bienestar que prodigan las caricias”, y en ese momento yo me imaginaba que lo estaba sintiendo, pero ella no sabía que a mí me pasaba lo mismo y que, además, era consciente de la responsabilidad que sentía por lo que estaba haciendo.
–¡Qué preciosa sos, Loli! –le dije, contemplando la hermosura de ese cuerpito adolescente–. Mirarte es contemplar la imagen más perfecta de la belleza.
Le estaba diciendo la verdad. Tenía esa hermosura fresca de la adolescencia, y mirarla me estremecía. Tenerla ahí, en mis brazos, era como estar soñando, casi irreal.
¿Cuánto tiempo estuvimos en aquella habitación mirándonos, besándonos y acariciándonos? Varias horas. En un momento me dijo, casi con desconsuelo, que se tenía que ir para que el papá no sospechara.
–Sí, chiquita. Vamos...
–Pero en un ratito vuelvo, ¿sabés? –dijo, y volvió a besarme–. No te vayas a ir, ¿eh?
–No, no me voy a ir –le contesté, rodeándola con mis brazos y acariciándole el cuerpo con toda la suavidad que soy capaz de desplegar.
Después bajé con ella, salimos a la calle y paré un taxi.
–Pero, me voy en colectivo... –me dijo.
–No, no, no. Sé una buena niña y volvé a tu casa lo más rápido que puedas, ¿sí? –le respondí, entregándole el dinero para que pagara el taxi.
–En un ratito estoy de vuelta, Papi –dijo, sacando la cabeza por la ventanilla y besándome en los labios por última vez, antes que el auto arrancara.
Me quedé mirando cómo se alejaba el taxi y estuve parado en esa esquina, porque me costaba reaccionar, serenarme, dejar que se aquietaran todas las emociones y las sensaciones que parecían no querer irse de mí
Fumé un cigarrillo y cuando me tranquilicé fui a buscar algún lugar, no muy lejos, donde comer algo para volver rápido al hotel, a esperar que regresara.



El Profesor

domingo, 7 de noviembre de 2010

Diario de Lolita: A solas

Al llegar al hotel, hicimos un plan: si teníamos que explicar algo, íbamos a fingir que él era mi tío y yo su sobrina. Había pedido una habitación doble con cama matrimonial porque quería dormir cómodo, “desparramado”. No fue necesario explicar ni fingir, porque nadie le preguntó nada.
Un muchacho de la recepción nos acompañó en el ascensor y nos guió hasta la habitación que le había sido asignada. En el camino, los dos íbamos detrás y yo lo miraba con picardía y le apretaba la mano mientras le sonreía. Llegamos a la habitación, el joven abrió la puerta y se retiró. Nosotros entramos, cerramos y sin siquiera darle tiempo de dejar el bolso y acomodar sus pertenencias o de descansar del largo viaje, lo abracé. Me abrazó fuerte también. Le pedí que se acomodara en el borde de la cama y me senté sobre sus muslos. Transcurrieron dos segundos –¿tres?– durante los cuales lo miré, rodeé su cuello con mis brazos y lo besé. Por primera vez sentí el sabor de los labios de un hombre, y la blandura de los suyos. Mi boca  se dejó llevar por la pasión y el anhelo de sentirlo mío y me olvidé del mundo y de todo lo que en él sucedía, porque estaba tocando el cielo con las manos, y eso era lo único que me interesaba. Mientras mis labios se negaban a despegarse de los suyos, unidos en un beso que deseaba que no acabara nunca, mis manos empezaron a deslizarse por su cabello, su abundante cabello canoso que me fascinaba por su suavidad y su textura.
La habitación estaba en penumbras y mientras nos besábamos sus manos recorrían suavemente mi cuerpo, mi piel ahí donde no había tela... Con una ternura que ni imaginaba que un hombre podía desplegar me dijo, suavecito, que no tuviera miedo, que nada iba a suceder, que me tranquilizara. Ganó. Me tranquilizó. No sé cómo, pero lo consiguió. Le puso palabras al pensamiento que le cruzaban por la mente y a las sensaciones que le hacían latir muy fuerte el corazón.
Por primera vez me dijo que era hermosa, que mi cuerpo era la imagen perfecta de la belleza.
El contacto de su piel con la mía me aceleraba el corazón y me hacía disfrutar de ese tremendo bienestar que prodigan las caricias.
Cuando se está con la persona que se ama, con ese ser a quien se deseó y anheló como los hicimos nosotros, el tiempo vuela, arrastrado por la relatividad, y los minutos y las horas pasan más rápido que de costumbre. Pero yo sentía que para mí era peor todavía: ese primer encuentro se me pasó demasiado rápido para lo que yo hubiera querido.
Mi deseo era quedarme ahí, para disfrutar eternamente de esas caricias que ese maravilloso hombre me prodigaba. Pero sabía que tenía que irme llegada cierta hora. Debía volver a casa para que mi papá no sospechara ni descubriera mi secreto, para que no supiera que estaba siendo amada en alma y cuerpo por el ser más especial de mi corta existencia, cuyo propósito en esos momentos era enseñarme a disfrutar de uno de los placeres más hermosos de la vida: el acercamiento entre dos cuerpos que se aman.
Sin dejar de acariciarme y me despedí de él con un beso en los labios y con la promesa de volver cuanto antes.
Bajó conmigo hasta la calle y paró un taxi. Durante todo el trayecto, y mientras caminaba la media cuadra hasta mi casa, tenía la sensación de estar flotando, como entre nubes. Experimentaba, por fin y por primera vez, lo que tanto había anhelado: sentir que volaba por estar plenamente feliz.
Creo que no voy a poder olvidar mientras viva lo que pasaba por mi interior mientras regresaba a mi casa: la indescriptible emoción, la inolvidable sensación de percibir el éxtasis del amor de ese modo y con un hombre mucho mayor que yo, pero que sabía cómo hacer para que se materializaran mis sueños y podía satisfacer mis deseos más secretos y mis fantasías de adolescente.

Lolita


jueves, 4 de noviembre de 2010

Diario de Lolita: El encuentro



–Hola, Loli –me dijo.
–Hola, Profe –le contesté, antes de ir hacia él y dejarme envolver pos ese primer fuerte abrazo.

No podré en mi vida olvidar ese día. El primer día de diciembre. Mi primer cita, a los dieciséis años. Cuando menos lo esperaba. Mi cita a ciegas con el ser que durante meses había sido la causa de mi desvelo, de mi desatino, de mi transformación.
Es sabido que esta sociedad le da mucha importancia al poder. Yo creo que ningún poder es tan importante como el “poder amar” y puedo afirmar que desde que lo vi y lo sentí por vez primera, empecé a sentirme poderosa.
Me guié por sus referencias de cómo estaba vestido para encontrarlo en la terminal, ya que, aunque lo conocía por fotografías, quería estar segura de que era él.
Caminé por las plataformas, mirando entre las personas sentadas en los bancos y en un momento lo vi. Lo vi de atrás y supe, por lo que me había dicho, que era él.
Llevaba un pantalón de vestir clarito, zapatos color ciruela, con cinturón y porta-llavero haciendo juego (desde ese día, ese porta llavero me da vuelta, me transformó en fetichista) un pulóver verde y un libro en la mano. Me acerqué despacito y antes de arrojarme sobre él y fundirnos en un abrazo, me observó de arriba abajo con una sonrisa. Sí, me había vestido especialmente bonita para ese primer encuentro: sandalias blancas, pollera larga del mismo color y una musculosa. Llevaba además el cabello suelto.
–¡Loli! –me dijo, y me besó en la mejilla.
Yo lo besé a él y dejé que me envolviera por esos brazos fuertes, cálidos y contenedores. Ese día me hice adicta a su abrazo.
De la terminal nos fuimos caminando unas pocas cuadras hasta el hotel. Lo tomé de la mano. Por mi cuerpo corrían escalofríos de emoción, de deseo, de alegría de haberlo conocido y tenerlo a mi lado.
–¿Y? ¿Te parezco tan lindo como imaginabas? –me preguntó, mirándome a los ojos–. ¿No te parece que soy medio viejito?
Le sonreí y pensé que no parecía para nada viejito y que estaba para comérselo, y que me estaba dando hambre.
–No –le contesté–. Es más, sos mucho más hermoso de lo que había imaginado...
Y de pronto ahí estábamos, entrando al hotel.
¿Pueden imaginarse cómo me latía y el corazón cómo me temblaban las piernas?


Lolita


lunes, 1 de noviembre de 2010

Diario de El Profesor: El viaje


Desde que tengo memoria, Córdoba estuvo en mi vida.
Recuerdo que ese 30 de noviembre de 2007 llegué a la terminal de Retiro con tiempo para abordar el micro de General Urquiza, una empresa que conocía desde hace mucho tiempo –desde que se llamaba ABLO y General Urquiza–, y que fue la compañía en la que viajé por primera vez en ómnibus a Córdoba, cuando aún no existía la actual terminal de ómnibus, y los micros de larga distancia paraban en la anterior, que aún hoy existe, en la zona del mercado.
Ese primer viaje fue con mi abuelo, a los cinco años, para pasar unos días en la casa de su hijo mayor, mi tío, en Villa Carlos Paz cuando no era más que un pueblito y no la ciudad que es actualmente. La misma Villa Carlos Paz en la que pasamos unos días de descanso en marzo de este año con Lolita.
Cuando tenía seis años, en enero siguiente –y durante los seis posteriores– empecé a viajar con los “campamenteros” de la Acción Católica a una zona que se llamaba San Clemente, y de la que salíamos a múltiples excursiones. En el primer campamento me acuerdo haber aceptado bajar la Quebrada de los Condoritos, una hazaña (o una locura propia de la inconsciencia de la niñez), ya que no era fácil bajar los cientos de metros, la mayor parte del trayecto de culo.
Más tarde mis padres tuvieron un chalet en Villa Carlos Paz y hasta que comencé el secundario, era casi obligado pasar el mes de febrero de vacaciones en esa casa de la última calle que había en ese momento, en la falda del Cerro de la Cruz.
Muchos años después, mi madre enfermó y le recomendaron vivir en un lugar con aire puro y tranquilidad, y entonces compramos el pequeño campo en Cerro Blanco –a unos quince quilómetros de Tanti, en plena sierra, cerca de Los Gigantes–, en el cual ella vivió la mayor parte de sus últimos años.
¿Cuántas veces había visto la actual terminal desde la ventanilla del micro o me había bajado para hacer un trasbordo? ¿Cuántos viajes había hecho a Córdoba en esos cincuenta y siete años de vida? ¿Cuántas idas y vueltas llevando a mis hijos para que pasaran las vacaciones con su abuela y cuántos fines de semana, en verano o invierno, para ir a compartir unos días con mi madre en ese lugar tan hermoso en el cual vivía?
Córdoba estuvo en mi vida desde el principio, y en eso pensaba mientras esperaba abordar el micro que ese 30 de noviembre de 2007 tenía que tomar para viajar a conocer a Lolita.
¿Había algún sino en mi destino que me habían llevado una y otra vez a Córdoba? ¿La vida me había ido preparando para lo que iba a pasar y que ni en sueños había imaginado?
Recuerdo haber sacado el pasaje en los asientos de abajo, que son pocos y me resultan más cómodos, y cuando llegó el momento de subir ni siquiera tuve que despachar equipaje porque sólo llevaba mi maletín de viaje, que me había acompañado durante tanto tiempo.
Me acomodé en la butaca y miré cómo el micro iba saliendo de la ciudad, sin poder dejar de preguntarme qué estaba haciendo, aunque ya no podía volverme atrás. La ansiedad me impidió dormir durante un buen rato –pese a que por lo general no tengo problemas para dormir en los viajes–, hasta que el cansancio me venció y me abandoné a un sueño entrecortado, mezclado con la ensoñación que producen las emociones, hasta que creo haber caído en el sueño profundo cuando ya estaba por amanecer.
Una de las cosas que solían sucederme en los viajes a Córdoba es que, como por arte de magia, me despertaba cuando el micro estaba en las cercanías de esas torres de piedra del arco de entrada a la ciudad y esa mañana del 1º de diciembre no fue la excepción. Cuando abrí los ojos, ahí estaba, dándome la bienvenida, franqueándome el paso a la ciudad, el arco de entrada.
Aunque no suelo usar el baño del micro, ese primer día me encerré a lavarme los dientes, mojarme un poco la cara para despejarme y ponerme presentable. Cuando salí del baño, el micro estaba pasando por el costado del Hospital San Roque. Estábamos por llegar a la terminal.
El corazón empezó a latirme más fuerte. No pude aguantar quedarme sentado y fui acercándome a la puerta justo en el momento en el cual el micro entraba en la terminal. Me puse primero para bajar y miré hacia el paredón lateral buscando a Loli.
El ómnibus estacionó y bajé ni bien se abrió la puerta, buscando entre la gente y recordando que Loli me había dicho “Si yo no llegué, vos esperame sentadito, y no te muevas…”
Busqué un lugar no muy lejos de la plataforma en la que había estacionado el micro y me senté a esperar. No tuve que aguardar mucho porque poco después la vi, buscándome entre la gente, caminando hacia mí, en esa calurosa mañana del primer día de diciembre, con su pollerita blanca, una remera musculosa y sandalias.
Entonces me levanté del asiento, con el portafolios a mis pies y la miré en el mismo momento en que descubrió mi presencia.
Fue tanta, tanta la emoción que me embargó que lo único que pude hacer fue abrir los brazos para recibirla.

–Hola, Loli –le dije.
–Hola, Profe –me contestó, antes del fuerte abrazo.

Hoy es 1º de noviembre y falta sólo un mes para que se cumplan tres años de ese día, cuando Lolita y yo, nos vimos, nos abrazamos y nos besamos por primera vez.

 

El Profesor