domingo, 31 de enero de 2010

Mensaje sorpresa

Salí de bañarme toda mojada y envuelta en uno de los toallones blancos que él siempre me deja preparados, prolijamente doblados y con un agradable perfume el día que llego. Era el último baño que me daba en su casa, ya que ese mismo día por la noche partía de regreso a Córdoba.
–Papiiiii
Salí de la ducha a buscarlo, dejando mis rastros de huellas de agua a cada paso que daba.
–¿Me ayudás a secarme el pelo?
Cuando me asomé a la cocina, vi que rápidamente guardaba un papel color anaranjado, dejaba sobre la mesa una lapicera y con un rápido movimiento guardaba el papel en uno de los cajones del escritorio.
–¿Qué pasa, Loli?–Dijo, haciéndose el distraído
–Quería que me ayudaras con esto…
–Si, mi amor… venga que papi le seca el pelo…
Me vestí, y como aún era temprano, salimos a caminar y a tomar un helado (siempre compramos un cuarto y lo comemos entre los dos) hasta que se hiciera la hora de partir para la terminal de ómnibus.
Por alguna extraña razón, el tiempo pasa rápido cuando faltan apenas horas para despedirnos. Y pasó. A las 21:30 ya estábamos en la estación esperando que apareciera el micro. De repente, y como me había quedado con la duda dando vueltas, le pregunté:
–Papi…
–¿Si?
–¿Te puedo preguntar algo?
–Mhmm…
–¿Qué era eso que escribías cuando yo salía de bañarme?
–Nada…
Pensé que si hubiera sido para mí, quizás ya me lo habría dado.
–¿Y por qué lo escondiste?
–No lo escondí. Simplemente lo dejé guardado mientras te ayudaba.
No hice más preguntas porque justo apareció mi colectivo y el Profe se apuró a agarrar mi valija y a llevarla al depósito de los equipajes. Antes de subir, nos dimos un abrazo y un gran beso. Me acomodé en mi asiento (el primero de arriba, con toda la vista frente a mí, lo cual fue muy lindo por la mañana pero casi no me dejó dormir de noche) y desde allí me quedé mirándolo hasta que nos alejamos y nos perdimos de vista.
A la mañana siguiente, luego de un viaje de ocho horas y de dormir poco, llegué a la terminal de Córdoba y de ahí, a mi casa.
Lo primero que siempre hago al llegar es desarmar mi valija y acomodar cada cosa en su lugar. Estaba en eso cuando de pronto, al sacar una bolsa con remeras, encontré debajo el papel color naranja que el día anterior había despertado mi curiosidad.


Lo abrí y al leerlo, mi corazón se llenó de ternura. Era una carta en la que me decía que siempre me iba a amar y que jamás podría sacarme de su corazón y su memoria, a pesar de que él pocas veces usaba las palabras “siempre”, “nunca” y “jamás”. Había trazado un enorme corazón con mi nombre en el centro.
Debajo de todo, y junto a su firma, había un dibujito, una caricatura de él mismo, que sonreía y saludaba con la mano.
Esas cosas de niño y a la vez de hombre grande enamorado son las que tanto me gustan y me cautivan. Él realmente sabe cómo sorprenderme.

Lolita

jueves, 28 de enero de 2010

Propiedades de la manzana


–Papi... ¿sabés qué dice el refrán?
–Mhhh-hhh... ¿Qué refrán, Loli? (¡Uf!)
–El de la manzana.
–Ni idea (¡Ugh!).
–Que una manzana por día, mantiene al médico lejos.
–Pero Loli, no rima (¡Aghhh!).
–¿Y qué? ¿Tiene que rimar?
–Y, sería más... artístico (¡Ughhh!).
–¿Más artístico? Pero si no tiene que ser artístico...
–Una manzana al día, es una gran alegría –dije, frotándome el abdomen, para ver si podía sacar a los bichos invasores que esta mañana me desencadenaron un proceso similar a la gastroenteritis... con todo el cuadro clínico y sus consecuencias.
–No-nononono-no. No es así. Ese refrán es de otra cosa –dijo, con su carita más traviesa–. Y vos hoy vas a comer una deliciosa manzana roja que Loli te va a comprar.
–Bueno, Loli... ¿Me la pelás?
–¡Pero gordi! ¿Cómo pelar la manzana? Si la cáscara tiene todos los nutrientes –es imposible tratar de persuadir a Lolita cuando un marco teórico se le mete entre ceja y ceja.

¿Cómo llegué a este lamentable estado?
Entre los ya casi siete u ocho días seguidos de temperaturas por arriba de los 35º C, más una comidita algo “sustanciosa” que nos zampamos ayer.
Hoy me despertaron los retortijones (¡Ughh!).
–¿Qué te pasa, gordi? –preguntó Lolita cuando me vio la cara, al abrir los ojitos.
–Me siento mal... siento una cosa en la pancita...
–¿Sabés de qué se trata?
–No... Puede ser un golpe de calor... o una gripe de verano...
–Gordi: ¿qué clase de diagnóstico es ese?
(...)
–Bueno... nu shé.

Debo decir en mi favor que pese a sentirme desfalleciente, con las piernas como un flan, y sin haber probado bocado en todo el día, hice el esfuerzo y nos fuimos a la pileta otra vez, porque el calor era (y sigue siendo) insoportable. La Princesita juntó paciencia para hacer la cola para tirarse en el tobogán acuático y después, mientras yo languidecía en la tumbona de playa, se fue a hacer Acua-Gym a la hora del atardecer.
Me la pasé todo el día a 7Up Free y cuando regresamos, Loli encaró directamente hacia la verdulería-frutería.
Así que acabo de cenar una suculenta manzana roja (con cáscara y todo), medio paquete de galletitas de agua light... y más 7Up Free.
Loli me dejó la manzana en un plato en la mesa, cortada en gajos simétricos y me miró con esa carita que pone ella que parece decir: “Dale, gordi... ¡Zampátela! Porque una manzana por día...”.
–Sí, sí, ya sé (¡Crunch, crunch! ¡Ñam, Ñam!).
–Si te portás bien, también te doy alguna frutillita...
–¿Frutillas?
–Sí, gordi. No están contraindicadas. Son, digamos... neutras. ¡Y son tan ricas! –me explicaba, mientras se iba poniendo entre pecho y espalda la mayoría de las frutillas, que la pierden.
Mañana les cuento qué tal resultó el tratamiento de la manzana con cáscara para paliar los efectos del dolor de panza y los retortijones.

El Profesor

Tarde de pileta

Con un tremendo calor, esa mañana me puse a buscar en Internet opciones para sobrevivir a las terribles temperaturas de la capital. Luego de un rato de buscar opciones e ilusionarme con lugares que luego el Profe y los diarios me confirmaron que habían cerrado, encontré un sitio que prometía ser agradable por las fotografías que ilustraban la página.
–¡Papi! ¡Mirá! Open Park parece un lindo lugar para ir...
–Ah, si. ¡Mirá que lindas piletas tiene!
–¡Y hasta toboganes de agua!
–Vamos ahí, Loli.
–¡Y es muy barato! Mirá, por lo que dice acá... Once pesos la entrada y entre uno y dos pesos el alquiler de sombrillas y reposeras. Mmm... ¿No estarán desactualizados los precios?
–No lo sé. Igual vamos. No tenemos demasiadas opciones...
Así que esa tarde, preparé el bolso playero en el que metí toallones, protector solar, revista de crucigramas, máquina de fotos, y demás. Con un colectivo estuvimos en la puerta del complejo en algunos minutos. Entramos y nos acercamos a la barra donde cobraban las entradas. Miramos el cartel donde se exponían los costos y abrí grande los ojos.
–¿Veinticuatro pesos cada uno? ¡Entonces esa página no la tocan desde 1999! ¿El alquiler de sombrillas 28 pesos? ¡Están locos!
Afortunadamente y por ser la primera vez que íbamos, nos hicieron un pequeño descuento.
Entramos y nos ubicamos en un lugarcito con sombra. Yo desplegué mis dos coloridos toallones con motivos caribeños, de tucanes y paisajes de playas y nos sentamos allí un rato mientras nos embadurnábamos mutuamente de protector solar para protegernos de los rayos del sol.
Al ratito ya nos acercamos a una de las cuatro piletas y nos zambullimos. Estuvimos nadando y jugueteando a las cosas que suelen jugar las parejitas que se meten juntas al agua.



El Profe me alzaba en el agua y me hacía mimitos, tantos, que me hizo exclamar:
–¡Papi! ¡Qué suavecito que sos! ¡Qué tierno! –y no pude evitar sentir maripositas en la pancita.
Si hay algo que me encanta es que con esa voz que usa sólo conmigo me diga:
–A ver, mi bebé, venga con papi... así, venga, venga... –y me dejé estrechar entre sus brazos.
Un rato después salimos, nos secamos y nos dimos cuenta que el agua, el ejercicio y el calor nos habían dado un poco de hambre, así que pasamos por la cantina para ver qué nos apetecía. El Profe decidió darse el gusto con un pancho –¡Hacía tanto que no se zampaba un pancho!–, y yo con un delicioso helado.
Volvimos a nuestro sitio y mientras yo resolvía crucigramas, el Profe se tendió sobre uno de los coloridos toallones. Empezó a acariciarme los deditos de los pies, cerró sus ojos y a los pocos segundos ya roncaba y respiraba profundamente. Le susurré que me iba a meter otra vez a la pile y lo dejé ahí, descansando y soñando cosas bonitas.
Cuando volví, ya lo vi mientras caminaba hacia donde él estaba: justo se estaba dando vuelta.
Y seguía dormido.
Me le acerqué y lo observé. Le acaricié el cabello y de repente lo descubrí:
–¡Papi! ¡Jajaj!
Se despertó de repente, sorprendido y como sobresaltado.
–¡Papi! ¡Mirá! ¡Tenés un hilito de baba al costadito de la boca!
–Mhhh-hhh
–Estabas haciendo noni...
–Mhhh... Estaba soñando, Loli.
–¿Soñando qué?
–Un sueño lindo...
–¿Cómo es un sueño lindo?
–¿Nunca soñaste y te despertaste con la sensación de haber soñado algo lindo?
–Shi...
–Entonces sabés de qué estoy hablando, Loli.
–(...)
–¿Estaba linda el agua? –me preguntó.
–En la pileta grande, sí. En las otras, estaba demasiado fría –le contesté.
Me miró con esos ojitos mansos que tiene.


–¡Entonces vamos a la grande! –dijo, levantándose con una agilidad sorprendente, y allá fuimos.
Creo que si no hubiera sido porque a las ocho el complejo cerraba sus puertas, la noche nos hubiera sorprendido haciéndonos arrumacos dentro de la pileta.

Lolita
PD: Pedimos disculpas por no haber escrito durante todos estos días, desde que llegué, pero sé que ustedes comprenderán que lo primero... es lo primero.
Fotos © by Loli

miércoles, 20 de enero de 2010

¡Pasala, paspáu!

–¡Dale, paspaú, pasala!
–¿Qué te pasa, provinciana?
–¡Movete, aplastáu!
–¡Dale, chino! ¡Marcalo!
–¡Uh! ¡No me trabes así, enana!
–¡Penal! ¡Penal!
–¡No se vale! ¡No se vale!
–¿Qué no se vale o no se vale? ¡Es penal, provinciana!
–¡Ufa!
(...)
–¡Dale, pateá, gordito!
–¡Va!
–¡Ufa! ¡Pateá un penal en serio! ¿Qué te pasa? ¿Pateás así porque soy mujer? ¡Dale!
–¡Dale gasssssss! ¡Va!
–¡Esaaaaa! ¡La atajé!
–Dale, provinciana, sacá...
–¡Dale, Loli! –le gritó mi sobrino, El Chino–. ¡Pasala!
–¡Eso! ¡Seguilo! ¡Dale! ¡Ahí!




–¡Dale, Loli! ¡Pateá!
–¡GOOOOOOOL! ¡GOOOOOOOOOOL!
Así como ustedes leen, yo escuchaba, metido hasta el cuello en el agua de la pileta contigua, en el parque de la casa de mi hermano, mientras él, mis dos sobrinos y Lolita, en esa primera hora de la tarde del día de Navidad, y a pleno rayo del sol, y con un calor infernal, jugaban... al fútbol.
Creo haber mencionado acá que hay algunas cosas que se espera que como hombre me gusten, y no me gustan. Que haga, y no hago.
No uso teléfonos celulares desde el principio del siglo.
No me gusta conducir automóviles.
No me gusta (diríase que detesto) el fútbol y todo lo que representa, en todos los aspectos de la vida del ser humano: lo social, lo político, lo económico y lo cultural.
Creo que el fútbol es el Panem et circenses del mundo contemporáneo y que esa “pasión de multitudes” sirve para canalizar violencia, para adormecer conciencias y para someter a las masas.
Eso es lo que creo, es algo académico, lo mío.
Pero ver a Lolita jugando al fútbol bajo el rayo del sol, cubierta con mi gorrito playero de Mike Hammer y calzando unas Adidas usadas de mi hermano, es otra cosa.
Verla gambetear, trabar, poner el cuerpo, desafiar a que le pateen un penal como si fuera un hombre y salir a correr detrás de “la de cuero” me provocó una oleada inusual de ternura en su estado más puro.
¡Me dieron ganas de comérmela a besos!
–¡Loooli! –le grité, desde la pileta.
–¡Sha voy! –me contestó, sacándole la pelota con sorprendente habilidad a mi sobrino mayor.
Cinco minutos después, se acercó a la pileta.
–¿Qué pasa, Gordi?
–Vení... acercate...
–Mhhh-hhh...
–Vení... dale.
(....)
¡Mñuuuuuuaaaaaacks! –le estampé un besotón.
–Dale, Loli. Andá ponerte la mallita y vení, que hace mucho calor y el agua está...
No me dio tiempo a seguir hablando. Ahí mismo se sacó la remera, se bajó las bermudas, y se quedó con la bikini que llevaba debajo.
–¡Al agua! –le dije, y se zambulló.
(...)
–Papi...
–Mhhh-hhh...
–¿Te gusto verme jugar a la pelota?
–Mjm...
–¿Viste cómo lo marqué al gordi paspáu? –ella lo llama así a mi hermano, que sabe que cuando le dice “provinciana”, la saca-mal.
–¡Paaaaapi!
–¿Qué pasa, Loli?
–¿Querés que juguemos al tiburón y a la sirenita?
–¡Ay, mi Dios! ¡Vení que te como!
Nunca, ni en mis sueños más disparatados ni en mis más locas fantasías, imaginé que iba a pasar un día de Navidad así.
El equipo de mi sobrino menor (El Chino) y Loli le ganó por tres a cero al de mi sobrino mayor (El Matu) y mi hermano.
Lolita, dicho sea de paso, le atajó los penales a mi hermano, que alguna vez estuvo a punto de jugar en primera.

El Profesor

sábado, 16 de enero de 2010

Primer año


Desde nuestros primeros encuentros, cuando yo llevaba la revista Seventeen y nos desternillábamos de risa con los comentarios ingeniosos del Profe, empezó a darnos vuelta por la cabeza la idea de escribir algo juntos, y él sugirió en ese entonces abrir un blog. Al principio lo íbamos a llamar “Loliteen”, asociándolo con el título de esa revista de adolescentes, pero ese primer intento no cuajó.
Casi un año después, cuando ya el Profe y yo habíamos despedido el año viejo y recibido el nuevo en mi casa, cenando los tres con mi papá, ambos habíamos cambiado. Creo que esta realidad de hoy comenzó en una conversación casi intrascendente después del almuerzo en nuestro rincón preferido de la ciudad, en una tarde de infernal calor cordobés, más o menos así:
–Papi…
–¿Qué, Loli?
–¿Te acordás de “Loliteen”?
–Mhh-hh...
–Yo estuve pensando...
–¿Ajá? ¿Acerca de qué, Princesita?
–A que ya llevamos un año de historia compartida, ¿sí?
–Sí. Un año y un piquitín.
¿Qué te parece si nos construimos un rinconcito, un espacio en la web para que la gente pueda leer nuestra historia y saber qué piensan?
–Podría ser, Loli. Podríamos escribir un blog con nuestras vivencias cotidianas...
–¡Sí, eso!
Así surgió. Como una simple idea, casi una expresión de deseo.
Hoy hace un año que el Profe desde su casa y yo desde la mía, por chat, fuimos construyendo esta, nuestra casita virtual, donde ustedes nos han conocido, y si bien el primer post que apareció fue el 20 de enero de 2009, el blog en sí, fue creado y terminado el día 16.
Hoy este rinconcito tan significativo para nosotros cumple un año, y nos sentimos satisfechos y regocijados por haberlo sostenido durante todo este tiempo.
Día tras día fuimos escribiendo los 220 post publicados hasta aquí y los otros 48 que quedaron en Intimidades, que decidimos restringir al público por razones personales que nada tienen que ver con la actitud de ustedes, nuestros lectores, que supieron comprender que no se trataba de un acto de exhibicionismo simple y llano, sino que constituía una parte muy importante de nuestra vida, precisamente por lo peculiar de nuestra relación y la gran diferencia de edad que nos caracteriza y define el nombre de nuestro blog.
Porque si alguien interpretó como pornográfico nuestro “rincón guarro”, una de dos: o tiene la mente muy sucia o ha comprendido muy poco de la esencia del ser humano.
La decisión pasó (creemos que le debemos esta explicación a quienes nos leen), por comprender a partir de cierto momento, que teníamos que preservar nuestra intimidad, aunque en nuestra manera de ver, no consideremos malo o pecaminoso contar algunas situaciones de ese aspecto de la vida de los que tanto cuesta hablar.
Porque en aquellos y en estos, todos nuestros escritos, buscamos relatar nuestra historia con sencillez, tal como fueron sucediéndose los acontecimientos o, al menos, como nosotros los percibimos. Nuestros post, creemos, fueron y son tan reales como la vida misma.
Durante este primer año hubo de todo, como en botica. Al principio, quizás la mayoría de nuestros lectores creyó que el blog lo escribía un hombre con una sorprendente capacidad para describir con cierta calidad literaria, sus fantasías con jovencitas adolescentes. Pero de a poquito, publicación tras publicación, hablando acerca de nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras grandezas y nuestras miserias, los problemas que tuvimos con el entorno y nuestros anhelos, sentimientos y sensaciones, quienes nos leían fueron dándose cuenta que detrás de esas letras y esas imágenes simbólicas había dos seres de carne y hueso que se mostraban tal como son y contaban su historia de amor, esa historia que empezó sin quererlo ni buscarlo de intento. Sencillamente, la vida nos cruzó un frío día de julio de hace más de dos años, y aquí estamos.
Nos gratifica mirar en nuestro archivo la cuenta de los comentarios que hemos recibido durante este primer año, y nos llena de satisfacción mirar el cuadrito donde se inscriben nuestros seguidores, todas esas personas reales, con una vida como la nuestra, que nos sigue, nos lee y se anima a comentar cada una de nuestras entradas.
Nos resulta sorprendente y maravilloso comprobar que muchas de esas personas no sólo no tienen prejuicios, sino que nuestra relación les inspira ternura. Si cuando decidimos abrir esta casita virtual tuvimos una intención era precisamente esa, era lo que queríamos lograr.
En todo este año, algunos miembros de esta comunidad virtual nos han conocido porque intercambiamos correspondencia y a varios de ellos les enviamos nuestra foto. Y por lo menos una de las personas que nos leyó, creyó en nosotros y nos alentó desde el principio, nos conoció en persona: Paula –nuestra Madrina– quien (y esto no deja de resultar curioso), había inaugurado su blog tres días antes y empezó contando una historia medio en broma y terminó contando su vida en serio. Casi como nosotros, en una palabra.
A todos ustedes, los que nos siguen, los que nos leen a diario, los que comentan y los que no escriben ni una palabra, a los que pasaron por aquí y se marcharon; a todos los que nos dejaron una palabra de aliento o una caricia en el corazón, hoy, en este día tan significativo, les queremos agradecer haber estado ahí en cada momento.
Gracias por dejar escrito lo que creían y lo que pensaban; por comprendernos, por dar algunas opiniones que nos ayudaron a modificar el rumbo cuando corríamos el riesgo de perderlo, por decir públicamente lo que sentían después de leer lo que publicábamos.
Quizás muchos de ustedes ni siquiera se imaginen cuánto nos ayudaron sus comentarios. Cómo esas palabras, en momentos difíciles, nos dieron fuerzas para seguir adelante y llegar al día de hoy.
A todos ustedes, nuestros queridos lectores, en este, nuestro primer año, les queremos decir: ¡GRACIAS DE CORAZÓN!
Porque sin ustedes esta historia, tal vez, no tendría tanto sentido y no hubiera valido la pena ser contada.


Lolita & El Profesor
Imagen: hipermegared.net

jueves, 14 de enero de 2010

Mi leoncito

Mi Profe es un afortunado: a su edad, aún conserva cada uno de sus cabellos de la juventud, lo que hace que tenga una hermosa cabellera color plateada que además siempre es muy suave y sedosa al contacto de mis dedos.
Desde que lo conocí fue uno de los detalles que tanto me gustaron de él (además de otras tantas cosas). Siempre supo que su pelo era una de las cosas que me generaban una fuerte atracción de su físico. No sé por qué, pero me enloquece.
Me encanta verlo con el pelo crecido y desordenado porque le da un aspecto que me resulta tentador. Yo con cariño lo apodo “mi leoncito” ( o “mi león, según el momento.. jeje) por ser portador de semejante melena.

A pesar de que, al parecer, nunca le gustó mucho que le toquen el cabello, a mí me lo permite y hasta me dice que le gusta. Cuando mis manos toman contacto con su cabeza, la mueve haciéndose el mimoso (como hacen los perros cuando el dueño le acaricia la cabecita). Sabe que disfruto mucho cuando, sentada en sus rodillas y hablando de temas importantes, deslizo mis manitos por su cuello y pierdo mis dedos en sus hebras de plata que siempre huelen a limpio y resultan tan agradables de peinar (o despeinar). Sabe también que me encanta ese triangulito de pelo que sobresale en su cuello por sobre el resto del cabello cortado en forma parejita. Se ríe de esas “obsesiones fetichistas” mías, pero yo sé que por otro lado lo hacen sentir muy bien.
Bueno, el caso es que en este último viaje, y a causa de la reciente mudanza a su nueva casa, no tuvo tiempo de ir al peluquero ya que ahora le queda un poco más lejos que antes. Días antes de llegar, le pedí que no se lo cortara porque quería verlo con el pelo largo. Y por mí, se lo dejó. Eso si: tuvo que aguantar la transpiración y el pelo empapado en los días agobiantes de calor (y después de ciertas actividades recreativas) y el tremendo desorden capilar al levantarse a la mañana o después de que yo me deleitara masajeando su cuero cabelludo. También tuvo que escuchar una y mil veces la pregunta que le hacían los que siempre lo veían con el cabello un poco más corto:
–Ey, ¿Por qué andás con el pelo tan largo? ¡Con este calor!
Y él respondía:
–La princesita no quiso que me lo cortara…
Me sentía un poco culpable por momentos, pero era más fuerte la satisfacción de tener a mi Profe como a mí me gustaba.
El día después que yo me volví para mi casa, fue a la peluquería más cercana y se lo cortó de la manera como lo usa siempre (que también me gusta, hay que decirlo).

Es que a pesar del largo del cabello, él sabe que siempre va a ser mi querido, hermoso y mimado leoncito.

Lolita



miércoles, 13 de enero de 2010

Delirio

Deliro, ¿sabías..? En noches de verano como ésta me asalta el deseo de hacerte el amor. De acariciar tu torso desnudo y de besar cada uno de tus rincones. Me consume el deseo de impregnar mi nariz de tu exquisito aroma, de ese perfume que siempre llevás en la piel...
Tengo ganas de llegar hasta tus labios y besarte con toda mi pasión. Ganas de bailar un tema lento con vos... Como aquel día. Sin que la tela se interponga entre la piel, para aprovechar cada movimiento y sentir tu cuerpo, tus curvas, tus relieves... y tu cola.
Ganas de perder mis labios en tu cuello y sorberme tu olor y tu sudor, y despeinarte con mis dedos.
De acercarme tanto a tus labios que puedas sentir mi respiración. Acercarme y tentarte para que me beses con toda la boca, desplegando toda esa pasión que conocí con vos.
En noches como esta me atrapa el delirio, te lo juro.
Delirio de tener tu cuerpo en mis manos y sentir tu piel fresca. De tener tus labios cerca de los míos. Delirio de sentir que me hagas tuya y yo hacerte mío una vez más.
¿Sabés qué pienso a veces, mi amor?
Que somos el uno para el otro.
Irremediablemente.
Y que no hay vuelta atrás.
Porque en todos los aspectos, nos complementamos, nos presentimos, nos adivinamos y nos escuchamos pese a la distancia, y me estremece sentirlo cuando me entrego a tu abrazo. Porque siento más fuerte esa unión, en la que te apoderás de mí y yo te recibo y te hago un poco más mío.
Te amo, mi querido, mi hombre, mi amante, mi amigo, mi compañero, mi consejero, mi cómplice.
No sabés qué ganas tengo que llegue ese día tan cercano... para poder abandonarme a este delirio, mi amor...
(...)
–Loli...
–¿Qué, mi cielo?
–Sólo faltan nueve días.
–¿Vas a ponerte los jeans para ir a esperarme?
–Si vos querés, claro.
–¡Ay, mi Dios!
–¿Qué pasa, Loli?


–Deliro, en esta noche de verano, de sólo pensar cómo voy a hacer que te los saques...

Lolita
Foto: © by Guenter Hagedorn

domingo, 10 de enero de 2010

Más regalos de navidad

Era la mañana de la víspera de navidad. El día había amanecido con un precioso sol y un calor en extremo sofocante que ningún ventilador, por más cerca que estuviera, podía aliviar.
Tomamos el desayuno tranquilos, luego nos vestimos y finalmente nos decidimos a salir a pesar de la elevada temperatura que nos esperaba afuera, ya el Profe quería hacerme mi regalo de navidad, el que yo había sugerido que me hacía falta.
Caminamos un par de cuadras y entramos juntos a una lencería, donde me puse a ver los variados conjuntos que se exponían y a elegir el más adecuado y el que mejor iba con mi gusto. Después de un rato –en el que noté que la joven vendedora nos observaba con curiosidad– me decidí por uno muy bonito.
–Éste, papi.
–Es muy lindo… bueno, mi amor, dáselo a la chica para que te lo envuelva.
–Esperá… hay algo más que quiero.
–¿Qué, Loli?
–Una bombachita color rosa. En algún lado aprendí que hay que empezar el año, a modo de cábala, con una bombacha rosa…

–Bueno, mi amor, elegila.
Busqué entre la gran cantidad que tenían colgada y escogí una simple pero cómoda.
El Profe pagó todo y cuando salimos, me entregó la bolsita:
–Feliz navidad, mi vida.
–¡Gracias! ¡Me encanta mi regalo!
Volvimos a casa y entre una cosa y otra, se hizo la tarde. Estábamos los dos en el comedor haciendo tiempo hasta que fuera el momento de prepararnos para ir a encontrarnos con su familia para la cena y la celebración de la nochebuena, cuando de pronto pareció recordar algo. Se puso un poco extraño y me preguntó:
–¿Vos ahora vas a salir, Loli?
–No lo tenía pensado… ¿Por qué? ¿Para qué querés que me vaya?
–Es que… es que…
–¿Qué, papi?
Abrió un cajón de su escritorio y sacó un sobre blanco. Con esa vocecita infantil que pone cuando está mimoso me dijo:
–Es que sho te compé una tadjetis y te la quedía escribir…
Sonreí con ternura y le dije que iba a salir un rato y aprovecharía para hacer algunas compras para que él tuviera tiempo de escribírmela.
Una media hora después, regresé y me encontré con que me había dejado el sobre arriba de la mesa. Decía: “para mi hermosa Princesita” y al lado había dibujado un corazón.
Cuando la abrí, me encontré con algo que me hizo emocionar mucho: era una tarjeta de esas grandotas, que en la parte delantera tenía ilustrados unos tigrecitos muy tiernos y debajo de cada imagen, una frase de amor. Era de esas tarjetas que le regalan las adolescentes enamoradas a sus novios. Mientras la leía, me lo imaginé a él, un hombre ya mayor, en una librería, eligiendo y comprando una de esas tarjetas para su noviecita y no pude menos que ir corriendo a abrazarlo.
–¡Qué hermosa tarjeta, mi amor! ¡Qué dulce todo lo que me escribiste!
¿No es mi Profe un tierno?

Lolita

sábado, 9 de enero de 2010

Regalos de Navidad

–¡Papiiii, mi amor! –la sonrisa de Lolita, cuando bajó del micro y me vio, le iluminó la carita y, de paso, hizo salir el sol en esa mañana gris y plomiza de diciembre, en la que había dejado de llover pocos minutos antes que ella llegara.
Mientras iba hacia ella para abrazarla, vi la gran bolsa de plástico blanco con la que había bajado del ómnibus. La había traído con ella todo el viaje, porque el equipaje que estaba en el maletero del micro, lo recogí yo.
–¡Cómo esperé este abrazo, Loli! –le susurré al oído, sin soltarla, mientras con la otra mano le daba la propina al muchacho que descargaba las valijas.
Dos minutos después, estábamos en el auto, rumbo a casa, y Loli seguía cargando la gran bolsa de plástico. Adentro, había una caja de considerables dimensiones, envuelta en papel de regalo y con un moño rojo.
–¿Qué es ese paquete, Princesita? –le pregunté, después de las primeras efusividades del encuentro.
–Ah... sorpresita –me dijo, y me regaló una de sus más hermosas sonrisas pícaras.
Cuando entramos a mi casa lo primero que vio fue el arbolito de Navidad, el que habíamos planeado juntos en el viaje anterior. Dejó la bolsa plástica sobre la mesa, buscó en su cartera y sacó una cajita. Sin decir una palabra la abrió y mientras yo llevaba su valija al cuarto, se quedó trajinando junto al arbolito.
Al regresar, las luces de colores habían empezado a titilar. Como me lo anticipara, había comprado las luces para el árbol de Navidad.
–¡Mirá! –me dijo, acercándose a mí.
–Las lucecitas, Loli –le dije, y volví a abrazarla.
Estuvimos un par de minutos en silencio, mirando el árbol, que lucía mucho más con las luces de colores.
–Ahora... tengo que darte algo de parte de Papá Noel –me dijo, y señaló la gran bolsa blanca sobre la mesa.
–Pero Loli... hay que ponerlo en el arbolito y abrirlo a las...
–Shhh... –puso uno de sus deditos sobre mis labios–. Dale, abrí el paquete, es el regalo de Papá Noel para vos y me dijo que tenía que entregártelo ni bien llegara.
–Pero Loli...
–Dale, abrilo... –insistió.
Entre los dos sacamos el paquete de la bolsa.
–Dale, Gordi, hay que romper el papel... –me dijo.
Yo le había dicho lo mismo el día que le hice el primer regalo, en el restaurante donde cenamos, cuando ella con todo cuidado quería desenvolver el paquete sin dañar el envoltorio.
De manera que rasgué la envoltura y cuando cayó el papel, me di cuenta porqué la caja era tan grande.
Era la caja de la máquina de café express.
Creo haber mencionado antes que tanto a Lolita como a mí nos gusta el café express de máquina, bien fuerte, y que cada vez que tenemos oportunidad, nos vamos a esos locales de Havanna o Bonafide a tomarnos un cafecito bien cargado.
Uno de esos días –aunque no recuerdo cuándo fue–, le expliqué que el secreto de ese café que tanto nos gustaba estaba en la máquina. Y que creía haber visto que existían máquinas similares a las de los bares, pero para la casa.
Y ella no se había olvidado de ese dato. Ahí estaba.

La máquina para hacer café express en casa.
–¡Pero Loli! ¿Cuánto te costó esto?
–Nada, nada –dijo–. Y el gordito ése de la barba blanca y el traje rojo me dijo que si preguntabas esto, te dijera que no preguntaras pavadas.
–Pero.. Pero...
–¿Pero qué? ¿Te gusta, mi amor?
–¡Claro que me gusta! –dije, sacando la máquina de la caja y llevándola al lugar donde sigue estando.
–Es uno de tus regalos de parte de Papá Noel, mi cielo. ¡Feliz Navidad! –dijo, con los ojitos llenos de chispitas.
–A ver, Loli... sacá el manual y vamos a ver cómo hacemos un cafecito.
–No, no –dijo, y se acercó a mí, hasta que sentí todos los relieves de su cuerpo pegados al mío.
–¿No querés tomar un café? –le pregunté. Es imposible que Loli se niegue a una tacita de café express a esa hora de la mañana.
–Sí, pero después –me contestó.
–¿Después de qué?
–Después que te dé el otro regalo que tengo para vos.
–¿Otro regalo?
–Mhhh-hh...
–¿Otro regalo más?
–Ajá. Papá Noel está generoso con vos esta Navidad, gordi.
–¿Qué otro regalo, Loli?
–Vení que te muestro... –me tomó de la mano, para que la siguiera–. Este tengo que dártelo ahí... –dijo, señalando la puerta de mi dormitorio, y haciéndome uno de esos mohines de nena traviesa que me hacen perder la cordura.

El Profesor
Foto: Lolita

jueves, 7 de enero de 2010

Mi Maja

–Loli... ¿te acordás cuando fuiste al Prado?
–Sí, mi amor.
(...)
–Mmmm... ¡Mi vida!
–¿Te acordás de la sala de Goya?
–Mmmm... sí, me acuerdo... ¡Uhhh..!
(...)
–¡Mhhhh! ¡Ohhh! ¡Papi!
–¿Te acordás de la Maja?
–¡Mmmm..! ¿Cuál? ¿La vestida o... Mhhh... la desnuda? ¡Ohhh!
(...)
–¡Uyyy..! Mmmm... ¿Cuál, mi vida? ¿Cuál?
¡Ay, mi cielo!
Añadir imagen
–La Maja D
esnuda...
–Mmmm... Síii... ¡Mhhh! ¡Sí, sí, sí!
–¿Sabés?
(...)
–Mmm... ¿q-qué? ¡Ayyy!
–Vos sos mi maja...
–¡Mhhh! ¡Ay, mi amor!
–Pero como yo no soy Goya, y no sé pintar...
–No... ¡Mmm..! ¡Uyyy!
–Entonces...
–Mmmm... ¡Ahh!
–... te voy
–Mmmhhh... ¿Me vás..? ¡Ohhh!
(...)
–¡Mhhh! ¿Me vas a qué, mi cielo? ¡Mhhh..! ¿A qué?
–Entonces, te voy a escribir...

El Profesor
Imagen: La maja desnuda, Francisco de Goya, óleo sobre lienzo, Museo del Prado.

martes, 5 de enero de 2010

Estelas

Desde el primer momento en que Lolita llega a mi casa va dejando, hasta el último día, rastros de su paso por cada rincón: pelos en la bañera, el perfume de su cuerpo en las sábanas, el tubo de pasta dentífrica apretado por la mitad, papelitos de chicles hechos un bollito en los lugares más insólitos, el eco de su voz en las paredes, una lata abierta de palmitos en la heladera, el toallón mojado sobre la cama, el halo incorpóreo de su presencia y una cajita plástica con tapita de caramelos Tic-Tac vacía, en un cesto de papeles del escritorio.
Esas huellas que me provocan la intangible sensación de que ella pasó, con toda su vitalidad adolescente, dejando una estela de su persona detrás de sí.
Algunos de esos objetos los guardo en la caja de recuerdos que conservo de ella.
Porque, señoras y señores que nos leen, sepan que este hombre maduro en la actualidad, hace ese tipo de cosas que no hizo ni siquiera en la adolescencia –y no me avergüenza el admitirlo–, como juntar boletos de colectivo, tickets de recarga del celular, una servilleta de papel del lugar donde almorzamos y una cajita de pastillitas Tic-Tac, además de la considerable cantidad de objetos que Lolita me regaló, muchos de ellos hechos con sus propias manos.
En esa semana de Nochebuena que pasamos juntos, una noche en que ella dormía –agotada después de un día agitado–, me quedé poniendo al día los correos electrónicos de trabajo y cargando un post aquí y en cierto momentos sentí necesidad de ir al baño. Fue en ese momento, cuando pasé por la biblioteca, que las vi.
Ahí estaban, como un testimonio, como la evocación de lo que había sucedido aquella mañana cuando me las había pedido prestadas para no mojarse los pies porque llovía.
Habían quedado en el mismo lugar donde se las había sacado antes de meterse en la bañera, para su habitual ducha nocturna.
Entonces fui en puntas de pie hasta el cuarto, tomé la máquina de fotos que va con Loli a todos lados y –pese a mi proverbial torpeza para el manejo de celulares y equipos digitales de cualquier especie–, me las ingenié para sacarle esta foto.
Las TOPPER celestes. Mis zapatillas.




En esa posición chueca, con los cordones colgando, en el medio del camino, como si la estuvieran esperando para que volviera a calzárselas al día siguiente.
Así es Lolita.
Ese par de zapatillas que quedaron al lado del anaquel más bajo de la biblioteca, es uno de los tantos rastros de su presencia y de su paso por mi vida.
Recuerdo que en algún momento de mi pasado, cuando privilegiaba lo intrascendente y le daba poca importancia a lo esencial, me molestaba encontrar papel higiénico flotando en el inodoro, cabellos caídos en el lavatorio u objetos fuera de su lugar.
Hoy, a esta edad, me enternece encontrarme –después que se ha ido–, con esas señales que me indican que están ahí porque he tenido la dicha de dormir todas las noches abrazado a su cuerpo terso y el privilegio de despertarme con un beso, una caricia y el cabello y un susurro cerca de mi oído:
–Gordi... dale, vamos, arriba, dormilón... Ya son las nueve y tenemos mucho por hacer... Dale que mami va a hacer el desayuno.
Ya no recuerdo cuándo –hasta que llegó Loli a mi vida–, alguien se despertó antes para preparar la mesa y, cuando salgo del baño, sorprenderme con el desayuno servido.
Y hace tanto, tanto tiempo que nadie se ocupaba de ir a la verdulería para comprar todo lo necesario para hacerme esa ensalada de fruta que tanto me gusta pero me da pereza hacer yo mismo
Quizás por eso es que no sólo no me molestan esos vestigios de presencia, sino que los aprecio. Porque si uno desea el privilegio de tener lo mejor de la persona que ama, justo es que aprenda a comprender y a minimizar esos detalles que, al fin y al cabo, a una edad como la que tengo, terminan siendo gratos recuerdos.
Allí siguen esas zapatillas, tal como pueden verse en la foto, todavía hoy, cuando hace ya casi una semana que Loli regresó a su casa.
Hoy me pregunté por qué no volvía a guardarlas en su caja para quitarlas del paso y despejar el camino.
¿Por qué? Porque la extraño. Porque esas zapatillas son como una estela en el agua. Un símbolo. Una señal que me recuerda qué feliz me hizo, pasar la Navidad y esa última semana del año con ella.
Porque no sé si volveré a pasar otra, a esta edad, se agradece y se disfruta lo que se tiene en el momento en que uno lo tiene y sostiene esa ilusión instantánea, tan parecida a la que sentía cuando era niño y en una noche como ésta, esperaba la visita de los Reyes Magos y a la mañana siguiente, esperanzado, me despertaba a buscar mi regalo y a ellos y a los camellos –a los que les había dejado el agua y el pasto, para que repusieran fuerzas–, les agradecía en mi mente y en mi corazón ese regalo recibido.
Y por alguna razón que debe subyacer en mi inconsciente, me vienen a la memoria esos dos versos:
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar...*



El Profesor
Foto: Idem
Texto: Antonio Machado, “Cantares”


domingo, 3 de enero de 2010

Huellas

Era la penúltima noche que pasaríamos juntos antes de mi regreso a Córdoba al día siguiente. Ese día habíamos decidido salir a pasear y por la noche mi Papi había planeado llevarme a comer a Barrio Chino, un agradable lugar donde la cultura asiática se muestra en todo su esplendor con numerosos negocios y lugares para comer. Sin embargo, como ya era tarde, lo único que quedaba abierto eran los restaurantes de comidas típicas.
No dudamos en regresar al sitio al que unos meses atrás habíamos ido:
Todos contentos: un espacioso comedor donde la opción gastronómica era amplia y cualquier plato que se ordenara resultaba sumamente sabroso.
Nos acomodamos en una mesa y pedimos la carta. Luego de elegir el menú y la bebida nos quedamos conversando acerca de variados temas y aprovechamos también para sacar algunas fotos que nos quedarían como recuerdo de los bellos momentos compartidos (mi cámara de fotos siempre va conmigo y aprovecho cualquier momento para usarla).
Un rato después llegaron los platos calientes y, a pedido nuestro, la señorita que ocupaba el puesto de camarera, nos trajo palitos chinos para comer sirviéndonos de ellos.
Mientras degustábamos brotes de soja con mariscos, pollo y carne por un lado y arroz con toda clase de mariscos por la otra y dado el clima romántico del encuentro, le dije:
–Papi…
–¿Qué pasa, Loli?
–¿Sabés lo que siento?
–¿Ahora?
–No, desde que te conocí.
–¿Qué?
–Que de algún modo vos me dejaste marcada para toda la vida. Me dejaste marcada para bien. Vos fuiste mi primer amor y eso nunca va a cambiar. Fuiste el primero en llegar a mi vida y me hacés vivir un amor tan lindo que siento que ya nunca voy a poder olvidarte ni dejar de sentir un enorme cariño hacia vos.
Me miró con infinita ternura y no dijo nada, esperando que continuara. Ésa era una de las tantas charlas profundas que acostumbrábamos tener en los momentos agradables.
–A veces me da la impresión de que mi corazón no va a dejar de latir nunca por vos, por más que pasen los años y mi vida tome otro rumbo. Hay momentos en que siento que sin vos ya nada sería igual. El primer amor de una mujer es importante pero el que me diste vos es más que eso: es trascendental, significativo, valioso… ¿Sabés por qué?
Con una lagrimita asomada en uno de sus ojos, me contestó:
–¿Por qué, Princesita?
–Porque vos llegaste a mi vida para dejar huellas. Huellas profundas, huellas indelebles. Huellas de besos, de caricias, de mimos. Huellas de amor y dulzura. Huellas en el alma… pero sobre todo, huellas acá, en mi corazón.



Por sobre la mesa, me tomó la mano y me la besó.
–¿Sabés, mi amor? No sólo yo te deje huellas a vos. Vos también me las dejaste a mí. No tenés idea cómo me cambiaste la vida con tu llegada.
Nos miramos a los ojos y sonreímos. Nos quedamos en silencio unos instantes transmitiéndonos con la mirada todo aquello que nos pasaba por dentro –un torbellino de emociones fuertes y sentimientos apasionados– y que no podíamos verbalizar con palabras. Con él aprendí que ese es el mejor lenguaje: el de las almas unidas por un profundo amor.

Lolita

viernes, 1 de enero de 2010

Luna llena

–Gordi... ¿Viste? Hay luna llena.
–Ajá. El año va a comenzar con esa luna, Loli. Y con lluvia.
–¡Ufa! ¿Cómo sabés?
–Por el halo que tiene alrededor, Princesita.
–¿No te parece romántica?



–Sí. Cuando un hombre y una mujer se aman, la luna llena parece romántica, es cierto.
–¿Parece?
–Mhh-hh. Algunos pueblos creían que esa luna provoca insomnio temporal y hasta demencia, Loli. Otros creían que era cuando aparecían los licántropos, los hombres-lobo...
–¡Mmmm! ¿Como cuando te digo que parecés un lobo?
–Algo así, chiquita. Es una luna misteriosa, la luna llena.
–¿Misteriosa?
–Sí, enigmática. ¿Sabés? La usaron para la tapa de un librito que me regalaste, “Querer es poder”. Y me llama la atención lo que escribiste en la dedicatoria. ¿Te acordás?: “Que estas profundas reflexiones de vida te ayuden y te sirvan de guía en los momentos difíciles. Con todo cariño... tu princesita que te ama, 20/3/09”.
–Shi...
–¿Sabés? En todo el libro encontré enseñanzas, y posiblemente la que más me hizo reflexionar es un párrafo que tiene que ver con nuestra relación, Loli.
–¿Cuál, Papi?
–Unos párrafos... A ver si te acordás:

“Cada día que comienza es una nueva oportunidad; cada día que comienza es MI oportunidad para ser feliz si no lo soy, pero para eso debo estar dispuesto a cambiar, a dar YO el primer paso, a cambiar aquellas cosas que me atrofian. El momento es AHORA, el tiempo es éste. EL PRESENTE ES LO QUE CUENTA, porque es el único momento en que pasaré el resto de mi vida, ni en el pasado ni en el futuro. SÓLO EN EL PRESENTE SERÉ FELIZ. Pero para ello, debo movilizarme, buscar nuevas alternativas, nuevos rumbos si es necesario y trabajar y actuar por el bien común, sabiendo que si hago feliz en mi andar a quien me acompaña por el camino, YO también voy a ser feliz.
”Debo dar el primer paso, sin esperar nada a cambio, sin prisa pero sin pausa, buscando en los pequeños detalles, sin olvidar mi objetivo principal, porque todo, por mínimo que parezca, es importante.
”Atendiendo las necesidades del otro cuando acude a mí, eso también me dará felicidad, porque si soy solícito con el otro, así me responderá la vida a mí también.
El egoísmo, en la vida, me lleva a la nada.
”La vida es un eterno andar, por lo tanto no te quedes de brazos cruzados, esperando que vengan por ti. La felicidad llega cuando tú vas en busca de ella”.*

–¿Te acordás de esos párrafos?
–Sí, Papi.
–¿Ves? Vos a veces me decís que aprendiste muchas cosas de mí. Pero yo también aprendí muchas, muchas cosas de vos.
–Shi...
–Por ejemplo, a vivir hoy, en el presente. A dar gracias por tenerte acá, hoy. Por la Navidad que pasamos juntos, y por cada momento de este presente nuestro.
–Shi, mi amor. La luna estuvo ahí casi toda la semana, ¿viste?
–Ajá. Y, como te dije, el año va a empezar con luna llena...
–Me gusta ver la luna llena acá, hoy, con vos. Es muy romántico...
–Sí, mi vida.
–¿Sabés que te amo?
–Sí, Princesita.
–Y siempre te voy a amar, Papi.
–(...)
–¿Qué pasa gordi? ¿Por qué te quedaste callado? ¿En qué pensás?
–Mhh-hh...
–Dale, decime. ¿Qué pensás?
–Pienso que hoy sé y siento que me amás, Loli... Y disfruto de este momento, porque me parece que “siempre” es demasiado tiempo.


El Profesor

* Perfetti, Fernando, compilador. “Querer es poder”, Editorial Santa María, Buenos Aires, 2008.