viernes, 26 de junio de 2009

Reencuentro

–¡Papi!
–¿Qué, mi Lolis?
–¡Estoy tan contenta, mi amor!
–Yo también, Princesita
–¡Mañana nos vemos! ¡No veo la hora de llegue el momento en que te bajás del micro!
–Shi… ¿Viste? Siempre, cuando está llegando a la terminal, me pongo en la puerta para bajar primerito y abrirte los brazos para que vos vengas corriendo a abrazarme.
–Es cierto, amor. ¡Estoy tan ansiosa! ¡Hace dos meses que no nos vemos! Y en todo este tiempo pasaron tantas cosas…

–Mjm…
–Así que mañana, cuando llegues, yo voy a estar ahí, con mi bolsito, esperándote emocionada, para estar juntos toda la semana y poder hacer todas las cosas que tenemos planeadas.
–Si, mi amor.
–Seguro que la vamos a pasar tan bien como siempre… ¿Te cuento algo?
–Si
–Mi papá te espera con un asado que no tenés idea…!
–¡Ay, que bueno! Y yo ya te compré tus barritas Ser, mi cielo.
–¡Qué contenta estoy! ¡Esperaba tanto este día! Y ahora faltan tan solo unas horas…

Sólo faltan unas horas…
Mañana nos reencontraremos, nos abrazaremos fuerte por el tiempo de ausencia y estaremos juntos para aprovechar al máximo cada día, para divertirnos, para pasear de la mano y para disfrutar los instantes que la vida nos regala para estar el uno con el otro, como siempre desearíamos estar.

Lolita

jueves, 25 de junio de 2009

Guerra de almohadas

–¡Paaaappiiiii!!!
–¿Qué, Lolis?
–¿Querés que juguemos una guerrita de almohadas, mi amor?
–¿Ahora???
–¿Y cuándo, si no? Shi, dale, levantate y agarrá esa almohada.
–Mmmmm
–Dale, Papi, dale, levantate! Va a ser divertido…
–Bueno, está bien... ¡Per no me tironees, Loli, ya me levanto solo!
Con una almohada en mano cada uno, empezamos a luchar y a pegarnos almohadazos por todos lados.
–¡Puf, Puf! ¡Ay, papi! ¡No sabía que tenías esta habilidad en guerra de almohadas!
Él se reía tanto como yo y era evidente que estaba disfrutando del juego.
Pasados unos minutos, al darme cuenta que llevaba desventaja en cuanto a tamaño y fuerza y que los golpes recibidos estaban siendo más que los dados, estaba a punto de bajarme de la cama para volver a subir y atacar desde otro ángulo, pero antes de que pusiera un pie fuera del colchón, él excamó:
–¡No! ¡No se vale! ¡El que se sale del Ring es un cagueta!!!
Nos miramos y empezamos a reírnos a las carcajadas
En ese preciso momento terminó la batalla a causa de que no podíamos parar de festejar esa salida tan ocurrente y oportuna.
Las almohadas volaron por la habitación y me abalancé a sus brazos para besarlo.
Desde ese día, la frase está entre nuestras preferidas. La usamos especialmente en los momentos difíciles y es la que nos evoca un grato recuerdo y nos permite mantenernos fuertes y superar las dificultades. Es que el Profe tenía razón en su dicho: “El que se sale del Ring es un cagueta…”


Lolita

miércoles, 24 de junio de 2009

Tiene tanto...

Tiene los ojos oscuros pero llenos de chispitas de amor cuando me mira y se acerca a mis labios para besarme.
Tiene ese andar lento, torpe y perezoso cuando recién se levanta y no recuerda ni en qué mundo vive hasta una hora después del desarraigo de las sábanas calentitas.
Tiene la valentía de enfrentar a los prejuiciosos, a los que de una u otra forma pueden hacerme daño, de rebelarse contra la injusticia y la maldad.
Tiene la grandeza de amarme a pesar de mis defectos.
Tiene el entusiasmo siempre presente para soñar junto a mí con días más felices los dos juntos y noches en las que ya no tengamos que extrañarnos ni sufrir la ausencia.
Tiene la capacidad de hacerme sonreír con sólo ponerse frente a mí y de provocar mis carcajadas con sus bromas más ocurrentes.
Tiene la picardía del doble sentido, del chistecito zafado en el momento justo, de la mirada que sabe que me derrite…
Tiene el alma de niño, esa disposición permanente a seguirme los jueguitos, a envolverme y seducirme con su lado más sensual y tierno.
Tiene el empuje y las ganas para llevar adelante un nuevo proyecto, para acoplarse a mis ideas más geniales y divertidas… para planificar y ejecutar los planes.
Tiene la sinceridad de expresarme que le pasa por dentro y una gran lentitud para reflexionar acerca de lo que hizo mal o de alguna macanita que se mandó.
Tiene la humildad de decirme que me necesita y que cada noche besa mi foto antes de acostarse para soñar conmigo.
Tiene la posibilidad de desplegar frente a mí sus defectos, sus dudas y malestares porque sabe que estoy siempre ahí para comprenderlo, calmarlo y darle sosiego.
Tiene el caradurismo de fingir ser “el abuelo” y a la vez besar mis labios de manera intempestiva y sorpresiva en la vía pública.
Tiene la inteligencia para recordar miles de cosas, para creas otras tantas y para enseñarme a mí acerca de las cosas que aún ignoro.
Tiene la actitud traviesa de hablarme fuerte en la calle para que la gente nos mire, de hacer chistes que los menos dotados nunca llegan a entender y de comunicarse conmigo con códigos verbales y no verbales que sólo nosotros entendemos.

¡Tiene tantas cosas… tantas virtudes, tanta hermosura interior!
Y por supuesto… también tiene mi corazón.


Lolita

martes, 23 de junio de 2009

Ese día especial

Empecé a soñar con la hermosa experiencia de estar unida profundamente con alguien con quien pudiera sentir que anidar es posible y con quien un abrazo de amor uniera nuestras almas y nuestras vidas para siempre.
Comencé a imaginar que mi corazón era la guarida segura del ser que me completara y que en cada gesto de ternura que tuviera conmigo me fuera posible creer que ya había encontrado aquella otra mitad que me estaba faltando.
Seguí vislumbrando a aquel hombre que conocería todo de mí y que aun así me seguiría amando incondicionalmente, aceptando mis rincones de sombra y mis amplios recintos de luminosidad.
Pero un día dejé de soñar, imaginar y vislumbrar.
Un día me di cuenta que el amor que sentía en el alma y el corazón hacía que a mi cuerpo le nacieran alas y que el cielo ya no pareciera tan lejano.
Ese fue el día en que conocí a mi profesor.


Lolita

lunes, 15 de junio de 2009

La prueba

–Te noto y te siento tranquilo, mi amor.
–Estoy tranquilo, Loli.
–¡Qué bueno! Me tranquiliza sentir que estás tan sereno.
–No te inquietes, mi vida. Todo va a salir bien, ¿sabés?
–Shi...
–No tengas miedo, por favor.
–No, mi amor.
–Tu angelito me va a cuidar, ¿lo sabías?
–Shi...
–Besitos, Princesita. Hasta dentro de un rato... –le dije, sabiendo que del otro lado del teléfono, Loli estaba muy angustiada.
Más o menos así fue la última conversación telefónica que tuvimos con Lolita, antes de salir para la clínica acompañado por el menor de mis hijos varones.
No podía hacer nada por ella. Del mismo modo que yo tenía que pasar por esta prueba, ella tenía que pasar por la suya. Porque la vida, de manera invariable y a lo largo de nuestra existencia, nos somete a todo tipo de pruebas.
Toda esta historia de la operación empezó hace poco más de un año cuando, estando con Loli en una situación “comprometida”, sentí que me faltaba el aire y que me dolía el pecho.
Disimulé y no dije nada en ese momento pero, a mi regreso, decidí consultar a mi médico clínico, que me hizo hacer una pila de análisis y me derivó por un lado a un cardiólogo y por otro a un especialista en vías respiratorias, quien a su vez me derivó a un cirujano.
El diagnóstico de todos los médicos fue concordante y coincidente: pese a tener una salud de hierro, la obstrucción en las vías aéreas superiores –producto de una desviación genética del tabique, pólipos, el saldo años de resfríos, gripes y sinusitis crónicas y el tabaquismo–, estaba ahí y había que darle una solución antes que el cuadro empeorara y pudiera devenir en problemas coronarios.
Gracias a Dios y a la vida, he tenido buena salud pese a las vicisitudes de este mundo que me tocó en suerte. Mis análisis son el reflejo de la vida sana que llevo y que se reduce, en esencia, al hecho de hacer todos los días lo que quiero y, lo que es más importante, en querer todos los días lo que hago. A cuidarme en las comidas, a dormir plácidamente el sueño de los justos (lo que en una palabra significa desmayarme hasta la hora de despertar) y –creo firmemente en ello–, en haber depositado mi interés en los afectos antes que en las cosas.
Y también a desplegar toda mi capacidad de amar, que en algún momento estaba aletargada.
Así estaba, adormecida y en vida latente, hasta el momento en que Lolita y yo nos cruzamos en un punto de encuentro de nuestras mutuas existencias. Ella, con sus pocos años y su portentosa capacidad de amar y sus sentimientos puros, me persuadió que valía la pena intentarlo una vez más.
Volviendo al trance, la noche anterior a la internación la dediqué a terminar los trabajos pendientes, a poner en orden mis asuntos y mi ropa y a hacer un balance de mi vida hasta ese momento y, buscando ser honesto conmigo mismo, sentí la indescriptible satisfacción de tener la certeza que si en estos años de vida hubo veces en las que mis actitudes tuvieron consecuencias adversas en terceras personas, fueron producto de la equivocación por el simple y a la vez complejo hecho de ser humano. Si alguna vez hice mal, no fue con la manifiesta intención de hacer daño.
No creo haber sido ni el mejor esposo, ni el mejor marido ni el mejor padre. En todo caso, siento que fui el mejor que pude ser. Porque, en definitiva, a eso se reduce la ecuación: a ser lo mejor que uno puede ser. A tomar la mejor decisión que beneficie a todos y a optar entre el mal mayor y el mal menor.
Que de eso va la vida, vamos.
A decir verdad, la operación no fue en ningún momento motivo de inquietud. Lo único que me producía algún grado de incertidumbre, era la anestesia.
Ahora sé por qué.
Es una extraña sensación de vacío, de inexistencia. Que yo recuerde, no pasó más de un segundo y, sin embargo, la operación duró poco más de tres horas. Tiempo que no registro, que no pasó, que nunca existió para mí, y durante el cual estuve acunado en brazos de la ciencia moderna, pero ausente del mundo. Se me ocurre que la anestesia es una metáfora de la muerte.
Como sea, todo salió bien.
Al día siguiente me dieron el alta. Al siguiente me quitaron los tapones de la nariz y aquí estoy, estrenando unas “turbinas” nuevas. Experimentando la extraña sensación de percibir olores que había olvidado y el sentido del gusto, que se me había atrofiado.
Ahora, me enfrento a otro desafío: dejar de fumar.
Necesito divorciarme del cigarrillo, sin necesidad de transformarme en uno de esos renegados que, porque dejaron ellos lo dejaron, levantan el dedo acusador para amonestar a todos aquellos que no pueden abandonar ese hábito tan nocivo y, como si fuera poco, además, pontifican.
Cada vez que me asalta la oleada de deseo, pienso en Lolita y en nuestra vida en un futuro inmediato y un poco más allá y aguanto una hora más, medio día más... un día más.
No es fácil. Claro que nadie nos dio garantías que todo nos sería fácil en esta vida.
Así que hoy, después de reponerme, vuelvo a escribir para darles las gracias a todos los que, en los comentarios, dejaron su palabra de aliento y sus buenos deseos para que pasara con bien la prueba que significó para mí esta operación, la primera –y anhelo que sea la última– de toda mi vida.
Para ustedes, mi gratitud.

El Profesor

miércoles, 10 de junio de 2009

¡Vos sí que tenías razón!

–Papi…
–(…)
–¿Sabés qué?
–(…)
–Sos el hombre más valiente que conocí en mi vida. Me siento muy orgullosa de vos y no puedo evitar sentir que te amo y que no me equivoqué al creer que ibas a superar esto y que te ibas a mantener fuerte todo el tiempo. Ahora que ya todo pasó, lo único que deseo es que te vayas recuperando bien para que luego podamos estar juntos, mi vida, ¿Sabés? Cuando te vea te voy a llenar de besos y voy a correr hasta vos ese primer día en la terminal, para colgarme de tu cuello y decirte: “¿Viste, papi, viste que mi angelito tenía razón?” ¡No sabés como suspiré aliviada al enterarme que todo había salido bien! Durante todo el día estuve preocupada y angustiada. No hacía más que pensar en vos y sentía un nudo acá en la pancita, como cuando nos tenemos que separar, papi, ¿Viste? Bueno, así. Pero para que no me ganara esa sensación fea, yo me ponía a rezar bajito… y entonces algo en el corazón me decía que había una legión de angelitos cuidándote y que no tenía de qué temer.

Esto le voy a decir, cuando tenga la primera oportunidad de hablar con él.



En estos momentos mi amorcito debe estar descansando plácidamente -quizás hasta esté dormido- en una habitación de la clínica, después de haber superado exitosamente la operación. Sé que está con algunas molestias, pero es normal. Se le va a pasar prontito. En unos días ya estará de vuelta entre nosotros, con más vida y con salud renovada.
¡Gracias angelito, gracias por haber venido esa noche a darme esperanzas de que todo iba a salir bien! ¡Vos sí que tenías razón!


Lolita

Eternidad

–Puedo darte cinco años.
–¿Sólo cinco años? ¡No es tiempo suficiente! En cinco años habremos estado juntos apenas 1825 días, habremos celebrado juntos sólo cinco cumpleaños y nos habremos amado solamente durante cinco otoños… creo que es muy poco tiempo.
–Entonces, considerándolo, quizás pueda darte diez años.
–¿Diez años? En ese tiempo no habremos llegado a conocer el mundo entero los dos juntos, tendré la sensación de no haber contemplado suficientes amaneceres a su lado y sentiré el vacío de que nisiquiera llegó a conocer a su mujer de treinta años…
–¿Quince años te parece suficiente?
–En quince años habré dormido tantas noches entre sus brazos y cobijada en su calorcito corporal que ya no querré perder la sensación de seguridad, confort y plena felicidad que experimenté al escuchar los acompasados latidos de su corazón antes de cerrar mis ojos y al abrirlos cada mañana.

En quince años el dolor será muy grande. Ya no me acostumbraré a llamar a “Papi” para el desayuno y no escuchar respuesta. Se me partirá el corazón al no escuchar su risa contagiosa y al vivir con la sensación de que a mi cuerpo le faltan caricias, que me faltan sus labios besando mi cuello y sus manos rodeando mi cintura.
–¿Qué deseas entonces?
–Deseo dormirme cada noche con la paz de saber que al día siguiente tendré su amor al igual que el anterior. Deseo guardar en la inmortalidad cada una de sus dulces palabras, de sus gestos, cada sonrisa, cada beso cargado de pasión... Deseo no tener que sufrir la ausencia, la nostalgia, el desasosiego, la pena... deseo no sentir que el corazón se me parte en pedacitos como un débil cristal.
–¿Cuánto tiempo quieres?
–Creo que con la eternidad, será suficiente.

Lolita

Foto: © Mark Harris

martes, 9 de junio de 2009

Le dijo un angelito

–¡Papiiii!
–¿Qué pasa, Loli?
–¡No sabés lo que me pasó!
–No, mi amor... a ver, contame.
–Ayer, cuando terminamos de hablar y me fui a la cama, ¿te acordás..?
–Sí, claro.
–Bueno, cuando me estaba por dormir, de pronto sentí una voz en mi orejita. Una voz suave y dulce, como cuando nos dormimos y vos me decís cosas lindas antes de cerrar los ojos, ¿viste?
–Ajá... ¿Y?
–Y era... era... ¿No te vas a reír si te cuento?
–No, mi amorcito, mi hermosa... ¿Por qué habría de reírme?
–Era un angelito el que me hablaba...
–Ajá. Un angelito...


–Sí, un angelito con rulos, muy dulce y tierno.
–¿Y qué te decía?
–Me decía que me quede tranquila, que no me inquiete, que no me asuste, que todo iba a ir bien... Que confiara en él.
–Ah. ¿Y qué más?
–Que todo iba a estar bien, y no te va a pasar nada, y que todo va a ser para mejor aunque ahora tengas que pasar por la operación, ¿sabés, mi vida?
–Sí, Loli. Claro. Lo sé. Hacele caso, porque ese angelito es como el que vos me mandaste. El que tengo en el escritorio cuidándome. El que me va a acompañar mañana, mi dulce niña.
–¿Entonces no tenés miedo, papi?
–No, Loli. Y vos tampoco tengas miedo. Todo va a salir bien, ya vas a ver...
–Papi...
–¿Qué, Loli?
–Vas a ver que después vas a sentirte mejor.
–Claro que sí, mi amor.
–Y que vas a respirar mejor.
–Por supuesto, mi vida.
–Bueno, ahora me voy a seguir estudiando, ¿sabés?
–Sí, corazoncito. Dale, que el miércoles tenés un parcial y quiero que te vaya muy bien.
(...)
–Papi...
–¿Qué, mi cielo?
–Mientras esté en el parcial... a vos te van a estar operando...
–Ajá.
–Y no puedo dejar de pensar en eso...
–No te hagas problemas, Loli. El angelito con rulos te prometió algo, y los angelitos cumplen su palabra. Vos, tranquila...

Hoy hablamos por teléfono con Lolita. Hace varios días que está muy angustiada porque sabe que mañana me toca pasar por el quirófano para solucionar un problema respiratorio más o menos severo que se puso de manifiesto estando a su lado.
Por ella es que empecé a consultar a varios médicos y como resultado del diagnóstico, tengo que pasar por el trance de la primera operación de mi vida.
Si no escribí más, en estos días, es porque estuve atareado con pilas de análisis, tomografías, videoendoscopías, placas de rayos y trámites con la prepaga para que autorizaran una operación que no es sencilla, pero tiene rápida recuperación.
De modo que en pocos días espero volver a estar en casa, esperando el momento de encontrarme con Lolita para pasar unos días en un lugar muy especial de las sierras al que queremos ir hace varios meses, y confío en que así va resultar, como le dijo el angelito a ella.
Hasta mi regreso, entonces, Lolita queda a cargo del blog.
Mis respetos y mi saludo para todos los amigos que pasan por nuestra casa. Nos vemos a mi regreso.

El Profesor

domingo, 7 de junio de 2009

Sucursal del cielo

Fue allí donde besé sus labios infinidad de veces y sentí mi cuerpo encendido por la pasión y mi alma iluminada al experimentar la magia del amor.
Ahí, en ese cálido lugar donde viví la alegría de la cotidianeidad, del compartir constante, del construir puentes entre nosotros para elevarnos y hacer más sólido el vínculo.


En ese lecho donde me despertaba, después de habernos dormido abrazados luego de haber disfrutado un hermoso día lleno de sonrisas, de diversión y momentos apasionados.
Ese espacio en el cual me regaló sus gestos más románticos: prepararme la cena que más me gustaba, esperarme con el toallón cuando salía de bañarme o abrazarme mientras mirábamos una película.
Allí mismo fue donde por primera vez descubrí el talento que tenía para bailar temas lentos abrazado a mi cuerpo y para mover las caderas al ritmo del merengue o la salsa.
En ese lugar me reí en un día más de lo que lo había hecho en toda mi vida, tuve la oportunidad de ser novia, amante, esposa y –de alguna manera– mamá a la vez, de servirlo y mimarlo las veinticuatro horas del día.
Donde viví esos momentos y descubrí que sentía mi cuerpo rebosante de chispitas de vida y energía, que el aire era más puro y que el sol de la felicidad inundaba todos los rincones.
Allí pude ver cómo era en su espacio cotidiano, cómo vivía el día a día, donde me percaté del desorden que tiene en su escritorio y la pulcritud con que guarda su ropa.
En esa casa lo acaricié una y mil veces con la mirada mientras lo ayudaba en la cocina, donde había malabarismos con las cacerolas en su intento de complacerme con un rico plato.
Desde la ventana pude contemplar el paisaje de ciudad que sus ojos miraban todos los días y de su mano pude recorrer y conocer los lugares que frecuentaba a diario.
En ese sitio fue donde aprendí que existen los milagros muy cerca nuestro, que el amor no tiene límites para crecer y expandirse y donde tuve la extraña pero hermosa sensación de que el dar y recibir tanta sustancia amorosa y recién salida del corazón, parecía suspender la muerte, el dolor y la tristeza.
Allí fue donde hasta el detalle más insignificante cobraba sentido, donde cada hora era un recuerdo que se iba atesorando allí donde no se olvida más y que, cuando se recuerda, se revive.
Ahí, en ese lugar, fui inmensamente feliz.

Nunca pensé que el cielo pudiera tener sucursales en la tierra.

Lolita

Foto: © Charles Tribbey

viernes, 5 de junio de 2009

Hoy quiero...

Sin ningún motivo en especial, hoy quiero escribirte estas palabras de amor renovado desde lo más profundo de mi corazón, para no cometer el error de dar por hecho que “ya lo sabés todo”.
Hoy quiero cruzar mi mirada con la tuya, sonreír y correr hasta tus brazos abiertos para fundirme en ese abrazo, para sentir tu calor, tu perfume, para experimentar todo ese cariño que me transmitís.
Deseo dormirme esta noche junto a tu cuerpo, mi cabeza apoyada en tu pecho con la suave y rítmica melodía que resultan cada uno de los latidos de tu tierno corazón.
Hoy quiero jugar a soñar que el tiempo no va a pasar para nosotros, que siempre voy a ser tu Lolita juguetona, tu niña de cuerpo pequeño y manos suaves, tu noviecita con mirada pícara, gestos infantiles y actitudes de mujer.
Hoy anhelo llevarte a pasear de la mano, besar tus labios una y otra vez, peinarte el cabello que tanto me gusta y sentarme sobre tus rodillas para contarte secretos de amor con sabor a dulce repetidos cientos de veces.
Hoy quiero hablarte bajito junto a tu cama para que tengas un buen despertar, quedarme mirándote apoyada en el borde de la puerta cuando te afeitás a la mañana y observarte divertida cuando te manchás la remera, se te cae el pan al piso cuando intentás cortarlo por la mitad y te tambaleás tratando de ponerte los jeans con los zapatos puestos.

Hoy quiero decirte una vez más que te amo.
Hoy necesito escuchar por respuesta, como siempre, “yo también te amo, Princesita”.

Lolita

PD: Yo también te amo, Princesita.
El Profesor

Foto: © Juergen Buch

miércoles, 3 de junio de 2009

Gracias por tu ayuda


–Hola… ¿Hacía mucho me esperabas? –dijo mi hermana mayor, y se sentó frente a mí en la mesa de la confitería de la peatonal en el que habíamos convenido encontrarnos.
–No, apenas un ratito.
Nos habíamos citado para conversar compartiendo un café. Yo abrigaba la esperanza que entre nosotras se rompiera un poco el hielo que el tiempo y la falta de comunicación habían ido construyendo. Pensaba que contándole un poco de mi vida actual, lo lograría.
–Bueno...
–¿Y, qué era lo que me querías contar? –Me preguntó, así de manera directa, para sintetizar y apurar el diálogo. Tan práctica ella.
–No, yo... no sé... ¿Vos me querés preguntar algo?
–La mayoría ya lo sé... me enteré porque papá me lo contó.
–¿Ah, sí?
–Si, pero, a ver, contame... ¿Se ven seguido?
–Y, cuando viene para acá... se nos hace un poco difícil la distancia, pero como nos queremos tanto, somos capaces de soportarlo.
–¿Y qué es, tu novio?
–Esteee... eh... pues sí.
–Mmm... Claro, "novio".
–¡Es un hombre tan especial! Es muy dulce, inteligente, delicado... Agradezco haberlo conocido –le dije, con chispitas de felicidad en los ojos.
–¿Y vos te casarías con él?
–Eso lo dirá el tiempo, pero yo, por ahora, lo amo tanto...
–¿Querés que yo te diga lo que te va a pasar? –me preguntó, con una mueca desagradable–. Te lo voy a contar desde mi experiencia, como hermana mayor... Y eso que lo mío no era así, con tanta diferencia de edad. Yo con él me llevaba quince años.
–Bueno, contame...
–Al principio va a estar todo perfecto, vas a estar re-enamorada, vas a desear pasar todo el tiempo a su lado, vas a soñar con que sea para siempre, te vas a sentir tan feliz... Pero, después... Después te vas a dar cuenta que no encaja en tus círculos sociales, que no lo vas a querer llevar a ningún lado donde se junten otros conocidos, no vas a desear que tus amigas lo conozcan y vas a preferir salir sola mintiendo que todavía no tenés novio. Ya vas a ver, va a ser así. En cambio, con alguno de tu edad es diferente. Fijate yo con Gerardo: puedo ir a todas partes con él, exponerlo sin vergüenzas porque compartimos espacios, etapas, amigos…
–Pero conmigo no tiene por qué ser así.
–Mmmm… ya vas a ver… acordate lo que te digo. Yo viví algo así durante cinco años.
–Ah...
–Bueno... me tengo que ir. ¿Algo más? –preguntó. Siempre tan apurada, ella.
–No, no nada –dije–. Gracias por tu ayuda...
Y me quedé a pagar los dos cafés.


Ese día volví a casa luego de ese encuentro, con los ojos húmedos y el ánimo por el piso. Sus palabras me habían dejado pensando… ¿Tendría razón? ¿Sucedería lo mismo conmigo?
Tiempo después me enteré que ella, a ese hombre mayor con el que había convivido, no sólo le había hecho mucho daño, sino que lo había engañado con chicos más jóvenes porque tiene un serio problema de autoestima y necesita “llenarse”. Quizás ella había vivido la experiencia de ese modo porque no sabe amar con profundidad, porque le importan demasiado las apariencias y las cosas y porque no tuvo el valor suficiente para hacer valer ese amor y enfrentarse al mundo para llevarlo adelante.
Afortunadamente yo soy tan distinta...
No tiene por qué ocurrirme lo mismo.

Lolita

Foto: © Ilia Usov

martes, 2 de junio de 2009

Suavecito


La primera vez fue quitándome las prendas suavecito, hasta dejarme desnuda. Sin prisas se detuvo el tiempo necesario para adorar cada rincón y cada pliegue de mi cuerpo y del mismo modo, con esa calma que propicia el amor y el disfrute, besar mis labios.
Suavecito, de manera lenta, sin brusquedades, fue introduciéndose en mi vida, llenando todos mis espacios, ocupando todo mi corazón de adolescente y repartiendo luz y alegría en todos los rincones de mi ser donde antes sólo había oscuridad.
Con paciencia y suavecito, me ayudó a superar mis temores, mis desilusiones, a fortalecer la confianza, a conocerme más a mí misma.
Yo también, suavecito, fui intentando cicatrizar con mis mimos esas heridas que le dejó sin sanar su vida pasada.
Con mi delicadeza le fui enseñando a abrir su corazón a un nuevo amor, a expresar los sentimientos que se guardaba, a decir las cosas en el momento justo.
Con ternura le ayudé a calmarse cuando estaba enojado, a sonreír cuando estaba triste, a ver salir el sol en los días nublados.
Con infinita suavidad secó las lágrimas que empañaban mi mirada, me dijo las cosas más dulces que mis oídos escucharon y cuando más las necesitaba, me sosegó en mis momentos de rabia y me abrazó con fuerzas cada vez que me hizo falta.
Con paciencia fuimos aprendiendo a conocernos en profundidad, a aceptarnos con nuestras más hermosas virtudes y nuestros peores defectos, a comprender ciertas actitudes y reacciones del otro en ciertos momentos; a conocer nuestras motivaciones y a respetar nuestros tiempos.
Poco a poco fuimos cimentando nuestro amor con sólida confianza, sostenido por la comunicación, aprendiendo que, aunque duela, a las emociones hay que expresarlas para que el otro encuentre el modo de ayudar a paliarlas.
El amor es un proceso que se construye, se reconstruye y se fortalece todos los días.
La suavidad en el amor, la dulzura en los gestos y la ternura en las palabras son más que necesarios cuando dos personas, un hombre y una mujer, se deciden a compartir su vida y se dan cuenta que eso que sienten por el otro es nada más ni nada menos que amor.

Lolita

Foto: © José Manchado

lunes, 1 de junio de 2009

Máscaras

–Papi...
–¿Mhhh-hh?
–Me pasa algo…
–Ya me di cuenta. ¿Qué pasa, Loli?
–Algo raro.
–¿Raro como qué?
–Como que a veces tengo... no sé... mucho miedo.
–¿Miedo de qué, Princesita?
–No sé... Es como una tristeza que me da así, de golpe.
–Ah... ¿Y sabés por qué te da esa tristeza?
–No, Papi. No lo sé. Es como si tuviera fantasmas adentro de la cabeza.
–Ah, los fantasmas, claro. A ver: si cerrás los ojos, ¿qué ves?
–¿Qué veo cuándo?
–Cuando sentís que están esos fantasmas feos, horribles y muy crueles...
–Mmmm... veo como máscaras, Papi. Una se ríe, la otra llora.
–Ah, las máscaras, claro.
–¿Vos también las ves?
–A veces
–¿Y no le tenés miedo?
–A veces sí. Pero sé que es una ilusión, una imagen fea, entonces la alejo.
–¿Y podés alejarla?
–No es fácil, Loli. Pero sí, yo puedo alejarla. Me cuesta un poco de trabajo, a veces, pero sí. Las espanto.

–Cuando las veo me pongo triste...
–Sí, suele pasar, Loli. Pero no sufras tanto, a medida que vayas creciendo, vas a aprender que la tristeza es lo que te ayuda a vencer al miedo que te dan.
–¿La tristeza? ¿Me hace bien estar triste?
–No es tan así, Princesita, pero de alguna manera la tristeza, que es parte de nuestra naturaleza, es casi un recurso de autoprotección para esos fantasmas, esas máscaras. ¿Ves?
–¿Y por qué están ahí, en mi cabeza?
–¡Uh! No es fácil explicarlo pero... a ver. ¿Viste que los griegos tenían máscaras para el teatro?
–Ajá.
–¿Sabés qué “persona” en griego quiere decir “máscara”?
–No.
–La palabra griega es “prósopon”, que quiere decir “aspecto”. Por eso los griegos usaban la máscara para representar primero la tragedia y luego la comedia. ¿Ves?
–Mjm...
–¿Viste que cuando vamos a ver una peli a veces te da tristeza y te emocionás?
–Vos también, Papi... yo te vi.
–Sí, claro. Cuando vemos representado algo triste, nos emocionamos y se nos caen las lágrimas. Y cuando vemos algo que nos da mucha risa, pero mucha... también se nos caen las lágrimas, ¿verdad?
–Sipi.
–Bueno... las lágrimas, quizás, son las que marcan ese sutil límite entre la risa y el llanto. Entre la alegría y la tristeza. Entre la ventura y la desdicha.
–¿Y por qué nos pasa eso, Papi? ¿Por qué somos tan complicados?
–Porque somos humanos, Loli. Porque nos afecta lo que sucede a nuestro alrededor. Porque crecimos teniendo miedo y en ese momento, lo único que nos ayudaba a sentirnos seguros era mirar a nuestros padres. Y para los chiquitos lo que hacen los padres es palabra santa, mi vida.
–Pero los padres a veces se equivocan.
–Claro, son humanos, al fin y al cabo. Pero cuando somos chiquitos no podemos discernir que se equivocan. Tomamos sus actos como verdades absolutas, y se nos quedan grabadas... y esos actos se transforman en conductas, y tendemos a repetirlas. ¿Entendés?
–Mjm...
–De padres felices, auténticos, es muy difícil que crezca un niño infeliz, Loli. Pero si los padres no fueron felices, aunque no lo digan, lo muestran. Y nosotros, chiquitos como éramos, lo grabamos... y cuando somos grandes a veces tenemos la tentación de hacer lo mismo... aunque no nos guste. Aunque sepamos que nos hace daño.
–Ah.
–Se llama “sabotearse”, Loli. Nos podemos sabotear la felicidad, o el éxito en lo que hagamos. Podemos elegir una carrera que no nos gusta sólo porque creemos que es la que le hubiera gustado a ellos tener... ¡Ay, Loli! Los humanos somos tan complejos.
–¿Vos me querés decir que ser feliz es difícil, Papi?
–Algo así. Bueno... en realidad, sí. No es fácil ser feliz.
–¡Pero eso no es justo!
–Nadie te aseguró que este mundo lo fuera, Loli.
–¿Entonces la felicidad no existe?
–Sí, Loli. Tranquila, existe. A ver... veamos. ¿Viste que la música tiene silencios?
–Seee...
–¿Sabés por qué?
–¿Porque así la escribieron los compositores?
–No, mi vida. Porque los silencios son los que le dan el sentido. Si no existieran esos silencios ¿no te parece que sería una sucesión de ruidos inaguantables? A ver, tratá de imaginarlo...
–Ajá.
–Bueno, ¿ves? Con la felicidad, es lo mismo. ¿Si no existieran los momentos amargos, cómo podrías darte cuenta cuándo estás viviendo un momento grato? ¿No sería muy aburrido?
–Mjm... me parece que sí, ahora que lo decís.
–Entonces la vida nos pone por delante, a veces, a los fantasmas y las máscaras, para que nos hagan reflexionar y darnos cuenta qué es la alegría y qué la tristeza, ¿te das cuenta?
–Mjm...
(...)
–Papi...
–Sí, mi vida... ¿qué pasa?
–Abrazame más fuerte... Porque, ¿sabés? Cuando vos me abrazás, los fantasmas se van y no veo esas máscaras.
–Vení, Princesita. Metete acá, entre mis brazos, que vamos a espantar a esos fantasmas...
(...)
–¿Querés que te cuente un secreto?
–Shi, dale.
–Cuando yo era chico, en casa de uno de mis tíos, hermanos de mi mamá –el que te conté que tenía un hotel en Carlos Paz–, había unas máscaras como éstas, hechas en relieve en el living. Y cada vez que tenía que pasar por ahí, me daban miedo. Hasta que un día, se lo conté a mi abuelo, y el sonrió y me abrazó como yo te abrazo ahora y me dijo: “Vamos, vení conmigo que te voy a mostrar algo”.
–¿Y qué te mostró?
–Primero, que las máscaras eran de yeso. Después, me explicó esto de los griegos, ¿ves? Me dijo –y todavía me acuerdo–, que los griegos hacían eso, precisamente, para exorcizar los miedos en tiempos tan difíciles, porque no sabían todo lo que sabemos nosotros ni tenían todos los recursos que tenemos nosotros. También me dijo otra cosa...
–¿Qué te dijo?
–Que sirven para crecer, para darse cuenta que ser valiente no significa no tener miedo, sino tenerlo y vencerlo, Loli. Y que mejor que estar solo, es saber que alguien está ahí, respaldándote, aunque al miedo uno tenga que vencerlo solo.
–Papi...
–¿Qué, Loli?
–¿Me ayudás a darle patadones en el culo a los fantasmas?

El Profesor