jueves, 31 de diciembre de 2009

Antes que den las doce...

Hoy queremos desear, antes que se vaya el último segundo del año viejo y den las doce campanadas, que el nuevo año les depare a todos gratos e inolvidables momentos y que puedan concretar sus logros individuales y compartidos.
Que este nuevo año golpee a la puerta de cada uno de ustedes para entregarles una caja rebosante de paz, de felicidad, de amor y de prosperidad.
Para que en este año puedan ser más considerados, generosos de espíritu y honestos con ustedes mismos y con sus semejantes. Sin juzgar, para no ser juzgados; sin dañar para no ser dañados. Porque sólo así, comprendiéndonos y ayudándonos mutuamente, se pueden sobrellevar los problemas a los que nos enfrentamos cada día y se fomenta la unión entre nosotros y todos aquellos que nos rodean.
A todos quienes nos leyeron hasta ahora, les deseamos que en este año se les fortalezca el amor, se afiancen los vínculos y encuentren la forma de apoyarse, entenderse y sostenerse en todo lo que es realmente importante en este fugaz paso por la vida.
Que este nuevo año que acaba de comenzar regale alegría a quienes están tristes; consuelo a quienes están angustiados; salud a los enfermos y compañía a quienes están solos. Que a todos les tenga reservadas maravillosas sorpresas, excitantes aventuras, renovadas ilusiones y nuevas y profundas emociones genuinas.
Se los deseamos de corazón... porque nosotros también lo necesitamos.
Es nuestro último deseo del año viejo, y el primero del Año Nuevo.

¡Felicidades!


Lolita & El Profesor

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Balance

–¿Y me vas a extrañar?
–Claro que te voy a extrañar, mi vida.
–¿Mucho?
–Mucho, sí. ¿Hay otra forma de extrañarte?
–¿Y vas a pensar en mí mañana cuando den las doce?
–Sí, bichito de Luz.
–Nu shé...
–¿Qué es lo que no sabés, mi cielo?
–Si vas a pensar mañana cuando den las doce...
–A ver, Loli... ¿Qué pasa?
–(...)
–Loli... Vamos, ¿qué ocurre?
–(...)
–Vamos, mi pequeña enfurruñada, ¿qué te sucede?
–¡Que no me aguanto, Gordi!
–¿Y por qué, Loli?
–Nu she...
–Sí, Princesita, vos sabés lo que te ocurre... Dale... decime...
–Nu she...
–Loli…
(…)
–A ver, venga que la abrazo fuerte, fuerte…
–¡Snif!
–Vamos... ¿Por qué la lagrimita?
–Porque... porque...
–¿Por qué?
–¡Porque no quiero irme!
–¡Uy, mi amor! ¡Venga que me la como!
Así es Lolita cuando tiene que irse. Hace la valija refunfuñando y dice que no sabe qué le pasa.
En eso, somos parecidos. Todavía me acuerdo cuando llegaba el último día en Córdoba y nos poníamos a hacer el equipaje, antes de mi regreso, y el bajón-mal que nos daba.
Pero esta vez, fue distinto.
Porque después que terminó con su equipaje y antes de salir para la terminal de ómnibus, tuvimos una hora para nosotros, en la que hicimos el balance de este año.
Sentada en mis rodillas, mirando las luces del arbolito, le dimos gracias a Dios y a la vida por haber pasado juntos nuestra primera Nochebuena y Navidad, lo que hace un año parecía un sueño. Y nos propusimos que el año que viene vamos a hacer todo lo posible para pasar ambas fiestas juntos.
No sé qué nos depara el año que ya está a punto de comenzar. Si es por nuestro deseo, cuando golpee a nuestra puerta y se anuncie, ojalá nos deje una caja llena de sorpresas, de paz, de felicidad y prosperidad y la posibilidad cierta de que un día no tengamos que despedirnos más en una terminal de ómnibus. Eso pedimos.
Porque el amor, ya lo tenemos.
Lo que no es poco.




En un micro como éste se fue, hace un rato, de regreso a su casa, con la esperanza de volver a vernos pronto, y sorprendiéndome, una vez más con una cartita escondida debajo de la almohada y con un mensaje de texto escrito desde el ómnibus para que me esperase en la computadora cuando llegara a mi casa.
Observo el arbolito con las luces titilantes que ella compró. Doy una vuelta por la casa vacía y la percibo, la siento, la huelo en cada rincón.
No hace ni una hora que Lolita se fue, y ya estoy extrañándola...


El Profesor

martes, 29 de diciembre de 2009

Paseo de la Costa

El sábado a la madrugada, luego de una agradable cena íntima post festejos de Nochebuena y Navidad, estábamos con Lolita dispuestos a descansar de tanto ajetreo, cuando de repente... ¡Zas!
La casa a oscuras.
–¡Uyyy! ¿Qué pasó? –gritó Loli, desde el dormitorio.
Salí a tientas del baño, tratando de no llevarme nada por delante, y ella ya estaba ahí, buscando las velas en el cajón.
–Se cortó la luz, Loli...
–¡Ufa! ¡Como en mi casa!
–Ya va a volver, mi vida. No te inquietes. Vamos a dormir...
De manera que sin turbo o ventilador de techo, en una noche pegajosa y de mucho calor, nos fuimos a la cama creyendo que era un corte programado para ahorrar energía en este verano tan agobiante, con tanto aire acondicionado encendido día y noche.
Macanas.
A la mañana, cuando nos despertamos, seguíamos sin luz y con la heladera llena de comida perecedera.
Ni siquiera pudimos hacernos el cafecito express al que Loli me tiene acostumbrado con su regalo maxi-sorpresa de Navidad.
A las once de la mañana, seguíamos sin luz.
Y a las doce.
A la una de la tarde, Loli decidió tomar cartas en el asunto, eligió para el almuerzo lo que podía ser más perecedero y rezando para que la empresa de electricidad tomara cartas en el asunto, comimos, después de hacer el reclamo y enterarnos que un desconocido alcoholizado al volante se había llevado por delante una caja de distribución, que dejó a más de la mitad del barrio a oscuras.
A las dos de la tarde, sofocados por el calor que apretaba y la humedad que empezaba a subir en vaharadas, el que tomó una decisión fui yo.
–No vamos a quedarnos acá, Loli –le dije.
–¿Y adónde vamos?
–Al río, mi amor.
–¿Ehhh?
–Sí, al río. A un lugar que conozco que está en Vicente López, en la costa del río.
–¿Llevamos la mallita? –preguntó Loli, cargando su bolsito de salir más rápido que un bombero.
–No, no. Ahí no puede bañarse uno como en los ríos de Córdoba. Pero vas a ver qué lindo es el lugar...
–¿Llevamos los toallones de playa nuevos?
–No, Loli... creo que no es necesario.
–¿Te parece?
–No hay arena, corazoncito.
Y salimos rumbo al Paseo de la Costa, que empieza más o menos a la altura de la calle Pacheco de Melo, en Vicente López, aguantándonos el calorón bonaerense (tan sofocante como el cordobés) de las tres de la tarde.
Un rato después, llegamos, casi deshidratados por el calor y calcinados por el sol a ese lugar que yo recordaba haber pasado gratos momentos y en el cual los árboles no sólo habían crecido sino que se habían multiplicado.
–¿A qué juegan esos señores? –preguntó Lolita, señalando a un grupo de hombres de la tercera edad reunidos alrededor de un espacio rectangular.
–Al tejo, Loli...
–¿Y cómo se juega?
–Vení que te muestro...
Nos sentamos en un banco rústico, junto a la canchita que en el verano de 2001 era sólo de tierra apisonada y que ahora tenía arena y estaba encajonada con troncos y empecé a explicarle a que el juego del tejo era más que un juego, un rito, casi una ceremonia.
–Mi amor...
–Mhh-hh...
–Yo, yo...
–Ya sé, tenés sed, Loli. Vamos a comprar algo allá –le dije, como si le adivinara el pensamiento, señalando unos locales que se veían a una cuadra de distancia más o menos.
–No, voy yo. Vos quedate acá sentadito –me contestó, y salió caminando rapidito.
Unos minutos después, mientras yo miraba con atención cómo uno de los contendientes medía con un compás la distancia entre un tejo blanco y otro celeste, Loli volvió con una Coca Light, pero con cara de pocos amigos.
–¿Qué pasa, mi vida?
–Nos embocaron-mal –dijo, destapando la botella, y revoleando los ojos, con ese gesto de desagrado tan de ella.
Me había olvidado de decirle que una de las desventajas del Paseo de la Costa es que todo lo que cuesta tres pesos en cualquier súper, ahí cuesta ocho con cincuenta.
Pero bueno. Un día como ese no era para llorar sobre la leche derramada, así que nos tomamos la Coca y se nos acercó uno de los jugadores, un simpático señor que resultó tener más de setenta años, habitué del lugar, con quien entablamos una amena conversación y que resultó ser uno de los primeros turistas de verano de Villa General Belgrano, cuando todavía no se llamaba así.
–Ahora vengo... –me dijo Loli, mostrando una vez más su inusual percepción para detectar lugares donde venden helados.
Unos minutos después estaba de vuelta con un helado de agua de tres gustos que compartimos observando el desarrollo del juego.
–¿No querés sentarte en el pastito? –me dijo Loli, después de compartir su helado conmigo.
–Me voy a ensuciar las bermudas, corazoncito.



–¿Viste? ¿Qué te dije? Tendríamos que haber traído los toallones de playa... Para sentarnos en el pastito –me contestó, haciendo uno de esos mohines que me provocan tanta ternura.


Nos quedamos un largo rato conversando con el señor jubilado y cuando terminó el partido –ganaron los tejos celestes por quince a cinco–, nos despedimos y nos fuimos a caminar por el paseo, aprovechando la brisa fresca proveniente del río y la caída del sol, agradeciendo para nuestros adentros que este año a nadie se le ocurrió cambiar el horario en verano.
Loli husmeó un poco en la feria de los artesanos –muy poco, porque dadas las festividades navideñas apenas si había uno que otro puesto abierto– y llegamos caminando casi hasta Olivos, deteniéndonos a mirar las carreras de autos a control remoto y a todos los desaprensivos que, pese a los carteles de advertencia, se van a dar un chapuzón en las aguas contaminadas del río.
Cuando llegamos a casa, rogando para encontrarnos con que había vuelto la luz, acalorados y famélicos, nos encontramos con las luces encendidas que no habíamos apagado la noche anterior y el ventilador de techo funcionando.
–Ahora voy a preparar algo de comer... –dijo Loli, entusiasta como es.
–Nada de preparar con este calor, Princesita.
–¿Y qué vamos a comer?
–¿Qué te parece una riquisísima pizza de jamón, palmitos, huevo duro picado, aceitunas negras, mozarella y salsa golf?
–¿En seriooo? –a Loli la pierden los palmitos.
–Pero sí, dulzura –le dije–. Dale, vamos a comprarla.
Y así terminó nuestro domingo, zampándonos esa suculenta pizza, mirando una película en DVD y haciéndonos todos los arrumacos que podemos y que tanto anhelamos cuando estamos separados.
–Mi amor... –me dijo Loli, antes de dejarse caer en el sueño.
–¿Qué, Princesita?
–Qué lindo día pasamos...
–¿Te gustó?
–Mhh-hh... Pero...
–¿Pero qué, mi vida?
–¿No deberíamos haber llevado los toallones de playa para sentarnos en el pastito?
–¡Ay, Loli! ¡Que te como! –le dije, antes de darle no sé cuántos besos.
¿Simple, eh?
A menudo los momentos más plenos, los que nos hacen más felices, son simples, si se disfrutan en compañía.


El Profesor
Foto tomada por Lolita

martes, 22 de diciembre de 2009

Una Feliz Navidad

–Papi…
–¿Qué, mi Princesita?
–¡Estoy tan emocionada! ¡Falta menos de un día para que estemos juntos!
–Si, mi amor…
–¿Vos el año pasado te imaginabas que esta navidad la íbamos a pasar de esta manera? ¿Te imaginabas que la vida nos iba a hacer el regalo de poder pasarla juntos?
–No, Loli. La verdad, no. Ambos lo deseábamos mucho pero no imaginaba que se iba a hacer realidad este año. No pensaba que iba a terminar el año de esta manera tan especial y junto a mi Princesita.
–¡Esta sí que va a ser una Feliz Navidad! Los días con vos son más felices y más aún cuando se trata de una fecha tan especial como la Navidad… Me pone muy contenta saber que vamos a intercambiar regalitos, cenar en familia, y cuando sea medianoche, brindar juntos por el hermoso año que pasamos, con sus alegrías y dificultades, y por el nuevo que se avecina y que ambos deseamos que sea mejor.
–A mí también me pone muy feliz eso, mi amor.
–¿Y esa noche, cuando sean las doce, vamos a pedirle un deseo al Niñito Jesús mientras miramos una estrellita?
–Si, yo le voy a pedir que me permita estar siempre con vos.
–¿Cómo supiste? ¡Yo iba a pedir lo mismo, Papi!
–Mejor que anhelemos lo mismo, Loli, así se lo pedimos juntos y el deseo toma más fuerza… quizás así se cumpla y la vida siga haciéndonos lindos regalos y dándonos sorpresas agradables como hasta ahora.
–Es verdad. ¡No veo la hora de que llegue la Navidad!


Tal como lo soñamos el año pasado, esta Navidad la vamos a pasar juntos. Esa noche y su celebración tendrán un sentido mágico y especial para nosotros debido a que hace tiempo imaginamos que quizás llegaría el día en que podríamos estar juntos cuando se hicieran las doce de la noche del veinticuatro de diciembre. Y el día llegó. Aprovecharemos esa noche única y pediremos lo que deseamos para finalizar nuestro año y empezar bien el próximo.
Esperamos que todos los lectores que nos siguen día a día y que nos acompañaron durante este tiempo, a casi un año de la inauguración de este espacio, también tengan una muy Feliz Navidad rodeados de sus afectos, un maravilloso final de año y un próspero comienzo del que viene.

¡MUY FELICES FIESTAS A TODOS!!!

Lolita

domingo, 20 de diciembre de 2009

Momento de decir adiós...

–¿Por qué te gusta tanto esta canción, Papi?
–Porque parece escrita para nosotros, Loli.
–Pero si es una despedida... Mirá cómo se llama.
–No todo es lo que parece, Loli. ¿La escuchaste bien?
–Me gusta, aunque parece triste, y no sé por qué. Es que no comprendo lo que dicen, no entiendo el italiano.
–Bueno, entonces vamos a ver si podemos traducirla, ¿te parece?
–Sí, Pa... ¿a ver?

Quando sono sola
sogno all’orizzonte
e mancan le parole.
Si lo so che non c’è luce in
una stanza quando manca il sole.
Se non ci sei tu, con me, con me.


Cuando me inunda la soledad y tristeza
sueño despierta con el más allá
y se me hace un nudo la garganta.
Me doy cuenta que en realidad no hay luz
en un aposento al que no le pega el sol,
si no estás aquí, conmigo, junto a mí.


Su, le finestre
mostra a tutti il mio cuore
che hai accesso.
Chiudi, dentro me
la luce che,
hai incontrato per strada.


En las húmedas ventanas del alma
muestro a todo el mundo mi corazón
al que solamente tú tienes el acceso.
Pero por fin se acerca, dentro de mí,
la luz de esperanza que siempre
he estado aguardando en el camino.


Time to say goodbye
Paesi che non ho mai
veduto e vissuto con te,
adesso sì li vivrò.
Con te partirò,
su navi per mari
che, io lo so,
no, no, non esistono più,
it’s time to say goodbye.


Ha llegado el momento de partir,
de ir a conocer países que nunca
he visto y compartido contigo,
ya por fin se me hará conocerlos.
A tu lado me reuniré y partiremos
en navíos cruzando los anchos mares,
los cuales sé bien, ya no, no...
no representarán ningún obstáculo.
Es el momento de decir adiós.


Quando sei lontana
sogno all’orizzonte
e mancan le parole,
e io si lo so
che sei con me, con me,
tu mia luna tu sei qui con me,
mio sole tu sei qui con me,
con me, con me, con me.


Cuando más te echo de menos
pienso en ti a través del horizonte
y no queda más que inundar este vacío.
Aunque sé bien que en el fondo
estás aquí conmigo, acompañándome.
Tú mi luna, estás aquí a mi lado.
Mi sol, estás aquí presente...
conmigo, junto a mí, aquí amor.


Time to say goodbye
Paesi che non ho mai
veduto e vissuto con te,
adesso sì li vivrò.
Con te partirò
su navi per mari
che, io lo so,
no, no, non esistono più


Pero ya es tiempo de dejar todo atrás,
de recobrar los momentos perdidos
que no hemos compartido juntos
por fin pronto los reviviremos.
Contigo me marcharé lejos
surcando las grandes inmensidades
las cuales de seguro, ya...
ya dejarán de ser un gran carga.


con te io li rivivrò.
Con te partirò
su navi per mari
che, io lo so,
no, no, non esistono più,
con te io li rivivrò.
Con te partirò

Io con te.


Recobraremos el tiempo perdido.
Juntos empezaremos otra vez
a construir nuevos y grandes
proyectos, que sé muy bien que
ya no, no.. no existen más hoy.
Pero junto a ti los levantaremos,
contigo emprenderé la marcha.

Ahí estaré contigo...


–¡Snif!
–¿Qué pasa, Loli?
–Era verdad, Papi... No era una canción de despedida... es una canción de esperanza, de deseo... Es despedirse de otra vida para empezar una nueva, con todas las ilusiones...
–¿Ves por qué me gusta tanto, Princesita?

El Profesor

Título: “Reconstruyendo Sueños Perdidos”
Subtítulo: “Momento De Decir Adiós”
Interpretación personal, no es traducción literal,
basada en el posible significado de la canción
“Time To Say Goodbye” (Original)
Letra original en italiano escrita por:
Lucio Quarantotto
Interpretación escrita por: Antonio Ayora


viernes, 18 de diciembre de 2009

Por ti

Sí, Loli...

"Quando sono solo sogno all'orizzonte e mancan le parole si lo so che non c' luce in una stanza quando manca il sole se non ci sei tu con me, con me."

http://www.youtube.com/watch?v=eb_LoejWoRA

Por tí, volaré, con las alas de nuestros sueños.


El Profesor

martes, 15 de diciembre de 2009

Definición


Tu contorno,
un periplo
salpicado de contrastes,
desde la línea
de tu hombro,
a la blanda curva
de tu seno,
hasta el suave declive
de tu espalda.


Nueve líneas son suficientes para definirla.
Como la metáfora encerrada en un poema.
Así de fascinante es Lolita.

El Profesor

Foto: David Remacle

sábado, 12 de diciembre de 2009

Parecido no es lo mismo

–¿Te acordás de esa mañana, Papi?
–Sí, Loli. ¿Cómo olvidarla?
–También llovía... estaba gris, como hoy.
–Me acuerdo que estábamos tan tristes que hasta el cielo lloraba.
–Nos fuimos a tomar el desayuno a la confitería de la estación de servicio.
–Ajá. Quizás, la próxima vez que vaya, deberíamos ir a tomar el desayuno ahí. Como El Ruedo, es parte de nuestros recuerdo, ¿te parece?
–Mjm... Y yo... yo...
–¿Vos qué, Princesita?
–Yo... yo tenía miedo de que nos separaran. De que no íbamos a vernos más. Pero vos me tranquilizaste. ¿Te acordás?
–¿Cómo no recordar esa mañana, mi cielo? Si hasta las noticias nos ayudaron... Encontré una historia en el diario, y te la mostré.
–Sí.
–Y te mencioné por primera vez la ley de mayoría de edad y te prometí que, como mucho en un año, todo lo que estábamos pasando iba a ser no más que un recuerdo.
–Shi... Y me compraste las barritas de cereal y el yogur.
–Para que pudieras dejar de llorar, mi amor. Para que te entretuvieras tomando el desayuno. No se puede tomar el desayuno y llorar al mismo tiempo.
–Yo tenía miedo...
–Yo también. Pero lo dejamos correr, lo superamos y, ¿viste? Le teníamos miedo a algo que no iba a suceder. Es una de las cosas –como vos decís–, por las que nos angustiamos sin saber si van a ocurrirnos o no.

Esta conversación –según la recuerdo–, la mantuvimos con Loli este mismo día de diciembre del año pasado.
Ese día, todo era incierto para nosotros. Todo parecía estar en contra y confabularse para nuestra desgracia. Era un día gris, lluvioso, muy fresco en comparación con el calorón cordobés del día anterior.
Lolita había estado hasta la madrugada, sosteniendo sus principios ante las abogadas de la Secretaría de la Mujer y la Familia.
Yo, me pasé la noche esperándola en el hotel, con un nudo marinero en el estómago, sin saber qué podía hacer, después de enfrentarme con la madre la noche anterior.
A las tres de la madrugada sonó el teléfono.
Era Loli, que me llamaba para decirme que estaba en su casa, que me quedara tranquilo, y que a la mañana siguiente iba a venir.



Quedamos en encontrarnos en el café de la estación de servicio donde pasamos, mientras tomábamos el desayuno, después de casi un día sin probar bocado, una de las peores mañanas de nuestra vida.
Qué distinto que es hoy.
Con Lolita aprendí que no hay que prometerle algo que uno no sabe si puede cumplir. Ese día, el de una mañana como hoy, me arriesgué y le prometí que al cabo de un año no iba a tener que sufrir creyendo que la justicia nos iba a separar. Que fuera paciente, que si ese día no podíamos viajar juntos, al cabo de un año iba a ser sólo un recuerdo.

–Fue un día igual que hoy, Papi –me dijo Loli por teléfono esta mañana.
–No, igual no. Parecido.
–Bueno, es lo mismo.
–No, Loli, mi cielo. Parecido, no es lo mismo.
–¿Sabés, gordi?
–¿Qué, Princesita?
–Te amo. Sos lo mejor que me pasó en la vida.
–Y yo te amo a vos, corazoncito. Vos también sos lo mejor que me pasó en la vida.

El Profesor


miércoles, 9 de diciembre de 2009

Conocer el Tigre

Loli es una entusiasta de todo tipo de viajes, paseos y excursiones que, si tienen alguna aventura desopilante, mejor que mejor.
En su último viaje, me había propuesto –cuando Lolita “propone” algo, es porque realmente quiere hacerlo, ya lo aprendí–, una excursión al Tigre, lugar que conocía pero no recordaba bien.
En el cronograma original la excursión al Tigre estaba planificada para el domingo, pero una inesperada tormenta mañanera nos obligó a alterar los planes. De modo que recién pudimos ir el miércoles, día que le quitó un poco de emoción a la salida, porque el puerto de frutos en la semana no está en todo su esplendor y, en especial, porque el parque de diversiones está cerrado.
–Dale, Papi... dejá las tazas eso ahora, que se nos hace tarde –dijo Loli, para que yo dejara de lavar lo que habíamos usado en el desayuno.
Es verdad, tiendo a dar vueltas antes de salir, y ella se pone ansiosa. Lo voy a tener en cuenta, porque pensándolo bien, hay obsesiones que no tienen el menor sentido.
Así que promediando la mañana allá fuimos a buscar el micro, y a eso del mediodía estábamos abordando el tren en la estación San Isidro.
Llegamos a Tigre un rato antes de la una...
Una hora especial para almorzar, digo. Y puesto que en nuestros viajes el ejercicio de la masticación tiene una importancia trascendental, lo primero que hicimos fue darnos una vuelta por los alrededores, para encontrar un lugar donde almorzar.
¡Qué mejor manera de hacer la digestión que caminando!
Pues eso fue lo que hicimos.



Ni bien terminamos la comida, cruzamos la placita, el puente y nos dirigimos a la calle que bordea el puerto que, para mi sorpresa –después de varios años que no pasaba por ahí–, encontré reciclada y muy bien cuidada.
Por supuesto, el primer lugar que buscamos, fue el de las excursiones en catamarán, ya que ir al Tigre y no hacer la vueltita en Catamarán, es como visitar París y no hacer la excursión por el Sena en un Bateaux.
–¿A qué hora sale? –le pregunté al encargado de los pasajes, apoyado en la pared de la boletería.
–A las tres... Iba a salir antes, pero tenemos que esperar que nos confirme un contingente –me contestó–. Pero si quiere, puede sacar el pasaje y...
–Vamos a dar una vuelta mientras tanto, Papi... –intervino Loli, con un guiño cómplice.
–Pero seguro que no antes de las tres... –le insistí a ese buen señor.
–Sí, seguro. Pero bueno, si quiere asegurarse...
Lo dejamos hablando solo y nos fuimos a caminar por la costanera y aproveché para desplegar mis conocimientos acerca de la zona, sus lugares y sus historias. A veces pienso que Lolita debe verme como una especie de guía turístico. Je.
Así las cosas, habíamos llegado al museo –que estaba cerrado–, y decidimos que, por la hora, era prudente ir regresando hacia el amarradero del Catamarán.


Por suerte.
El señor, que me había asegurado que no salía antes de las tres, había conseguido reunir el contingente, y cuando estábamos a una media cuadra vimos, espantados, que el marinero estaba procediendo al desamarre, con visibles intenciones de tomarse el pique.
Se tomó el pique, nomás.
Ahí fue cuando empezamos a correr.
Llegamos con la lengua afuera, creyendo que ya lo habíamos perdido y que íbamos a tener que esperar al próximo viaje (era el único Catamarán que trabajaba ese día), pero el señor de la boletería se redimió.
–Tranquilos, tranquilos... ahora vuelve a buscarlos –dijo.
Efectivamente, el Catamarán, que tenía que dar la vuelta para quedar orientado hacia la salida, volvió a acercarse al muelle y el marinero nos tendió la mano para que subiéramos.
Y allá fuimos, Lolita y yo, a dar un paseo por el Delta, en un día algo extraño, mitad soleado y mitad nublado, lo que no nos impidió disfrutar del paseo. ¡Faltaba más!


Cuando el Catamarán pasó por el costado del parque de diversiones, Loli miró y puso esa carita de decepción (Para ser más precisos, dijo: “¡Ufa! ¿Por qué está cerrado?”) que me da mucha ternura y ganas de comérmela a besos.
Bueh... qué puedo decir del viaje. Lindo. Hacía mucho, mucho tiempo que no iba al Tigre y disfruté de ese paseo con Loli.
Una hora después, volvimos al puerto.
Entonces nos fuimos a conocer la ciudad y estábamos en eso de caminar por las callecitas del Tigre cuando apareció en una esquina, tentadora como un Grido o un Freddo y toda para nosotros... ¡una heladería!
Y nos mandamos al coleto un cuarto kilo de helado, sentados en las mesitas de la vereda, tomando fuerzas para seguir con el periplo trigense.
–Gordi... tratá de que la "agencia de retención" –dijo, señalándome la zona abdominal–, no retenga ninguna mancha de helado. Je, je.
El periplo continuó, como era de esperarse, en el Puerto de Frutos y en los nuevos locales diseñados en el sector que pertenecía a los puesteros que traían las frutas del Delta.
No sé quién es el intendente de Tigre pero, la verdad, que da gusto hacer un paseo. Ni punto de comparación con lo que yo recordaba de otros tiempos.
Y ya casi cuando empezaba a caer la tarde, de regreso hacia la estación, nos cruzamos con un simpatiquísimo local de Havanna (sí, el de los alfajores), y tampoco pudimos abstraernos a la tentación de tomarnos un cafecito bien cargado –compartimos el gusto por el café express bien cargado–, sentados en la terracita del negocio, observando a los viandantes.
Y antes de que el atardecer despertara cualquier tipo de melancolías, rumbeamos hacia la estación de tren, para volver a casita, haciendo planes para ir este verano –si Dios quiere–, a pasar un fin de semana a una hostería muy monona que conozco, de esas con cabañas, piscina y demás comodidades que tanto a ella como a mí, tanto nos gustan.
Porque eso de conocer el Tigre en catamarán, es como que deja gusto a poco.
Y hablando de gusto a poco... cuando llegamos a casa, no teníamos la menor intención de cocinar, de manera que pasamos por la fábrica de sándwiches de miga de la que Loli habló en un post anterior, elegimos nuestros gustos preferidos para la cena y esta vez no cometí el mismo error de irme, lo más campante, sin haber pagado antes.

El Profesor

martes, 8 de diciembre de 2009

Amor incondicional

En estos pocos años de vida descubrí que el amor no es fácil, que el verdadero amor requiere de tiempo, dedicación y una gran responsabilidad. No todos están dispuestos a asumirla, sólo aquellos que sienten que su corazón vive y se alimenta de eso: del amor al otro.
Es muy fácil decir “Te quiero” o “Te amo” pero esas palabras se esfuman como si fueran humo cuando llega el momento de probarlas. La gran mayoría de los que proclaman amor no están presentes en los momentos difíciles e incluso se alejan cuando aparecen los problemas o los obstáculos del camino. Otros, ni siquiera están en los momentos más felices y cuando más nos hubiera gustado disfrutar de su presencia. ¿No es así?
Sin embargo, en este tiempo también he descubierto que la primera persona que no me falló fue mi Profe. Él fue, es y será por siempre mi amor incondicional, porque siempre está listo para ayudarme, porque me quiere como soy y porque cada vez que lo necesito, me brinda su cariño y comprensión. Con él me siento segura, protegida y aceptada. Por eso es que hoy, con esta reflexión, aprovecho para que sepa lo que siento por él y cuánto valoro todo lo que hizo por mí en estos dos años.
Él estuvo siempre. Estuvo en los momentos más felices e importantes para mí y también en los difíciles. Estuvo presente cuando porté la bandera en mi acto de colegio, estuvo en esa noche de mi fiesta de egreso cuando estrené mi vestido, me acompañó a votar por primera vez… y fue partícipe tantas veces de mi risa, de mi alegría, de mis logros, de mis metas alcanzadas. Sé que hubiera querido estar en muchas otras ocasiones, pero yo agradezco que haya estado en las que estuvo. Fue muy importante para mí y a veces siento que no me alcanzan las palabras para agradecérselo.



Estuvo también cuando las cosas se pusieron difíciles. No se apartó cuando los problemas amenazaban con nuestra relación. Permaneció fuerte y me protegió cuando a causa de tanto dolor las lágrimas empañaban mi mirada y mi felicidad.
¿Cómo no puedo estar feliz a su lado? ¿Cómo no amar a este maravilloso hombre que me demostró la cara más bonita del amor?
Él es el destinatario de mi sonrisa más brillante, el que conoce mi risa más espontánea, el que seca mis lagrimitas cuando algo me angustia, el que sabe como tratarme, el que más me alegra, y el que conoce todos los rincones mi corazoncito adolescente mejor que nadie.
Por eso es que lo amo tanto y me siento plenamente feliz a su lado. Porque él me ayudó a descubrir que el amor verdadero existe.
Gracias por todo esto, Papi, mi amorcito incondicional…

Lolita

viernes, 4 de diciembre de 2009

Señora...

Con Loli habíamos decidido no escribir más acerca de las vicisitudes y tribulaciones que, durante estos dos años, tuvimos que padecer
–nosotros y el papá de Lolita–, debido al asedio continuo de su madre.
No obstante para dar por finalizado el tema y puesto que ayer fue sancionada la Ley de Mayoría de Edad, de común acuerdo, decidimos publicar este último post.
El tema judicial quedó cerrado cuando la jueza, como Poncio Pilatos, se lavó las manos y dio por terminado el incidente, sin hacer lugar a acción judicial alguna, decretando que era un tema de familia y no de la Justicia.
En lo familiar, se terminó cuando la madre de Lolita asistió a esa única sesión en la que terminó por perder el respeto y el cariño de su hija, por esa última actitud empecinada, irracional y mezquina.
Lo que no contamos es que intentó seguirla en la justicia criminal, pero tampoco encontró eco ni siquiera en Terminator, su propia abogada quien –como era de esperarse–, terminó cansándose de tanta locura y cuando le dio instrucciones para que iniciara una acción penal por corrupción y demás insensateces, su letrada decidió cortarla de una vez y le dijo que sí, que estaba todo bien, que no había problemas, pero que ese juicio le iba a costar la simpática y redonda suma de diez mil pesos ($ 10.000), pagaderos por anticipado.
Fin de la cuestión. Si se trata de pagar, la cosa ya no funciona. No sé si Terminator cobró los honorarios regulados por la Señora Jueza, pero si no los cobró por anticipado, me temo que va a tener que apelar a la ejecución de honorarios para poder hacerse con sus emolumentos profesionales.
La Madre Argentina de Principios Morales hizo un último amago, pidiéndole al abogado del padre de Lolita –sí, como lo leen, aunque parezca un dislate–, que la vinculara con un fiscal, ante el cual hacer la denuncia.
No sé qué le contestó el abogado, pero sí sé que ese fue el final definitivo. A partir de ese momento, y después de la sesión en el espacio psicoanalítico de Lolita, sobrevino la calma.
Ayer, y como si fuera un acto de justicia natural, en el mismo mes, un año después que la señora le estropeara a lo grande el momento de la graduación a su hija, el Congreso de la Nación sancionó la ley por la cual Loli a partir de hoy es mayor de edad, adulta y libre de tomar sus propias decisiones, entrar y salir del país cuantas veces se le dé la gana, formar pareja o casarse con quien ella prefiera, abrir una cuenta de banco o celebrar un contrato.
Hace un año Lolita ni se imaginaba que algo así iba a suceder menos de doce meses después de esa espantosa noche de pesadilla que debió haber sido para ella una de las noches más gratificantes y mejor recordadas de su vida, puesto que durante sus doce años de estudio se había esforzado y esmerado, ganándose el reconocimiento de haber sido una alumna excepcional que llegó al punto de ser premiada por la gobernación de su provincia por la excelencia en sus estudios, hecho que, dada la situación generalizada de la educación en nuestro país, la distingue aún más.
La profesora que le entregó el diploma ese 11 de diciembre de 2008, un día después le envió una carta de la que rescato este fragmento:

“Ayer te decía que había sido un placer inmenso conocerte y lo será siempre, porque has sido esa alumna que quisiera tener siempre. Tenés ese don de humanidad, esa madurez que transmite paz, esas ansias de aprender y enriquecerte, esa claridad para distinguir lo bueno de lo malo, esa alegría de emprender desafíos en este mundo mediocre, esa aspiración de superarte a vos misma sin atropellar a los demás, ese brillo diferente que te hace tan especial. ¡Cuántas cosas más podría decir de vos! Yo no tengo esa virtud de poder expresar en palabras todo lo que siento.
”Solo te pido que nunca abandones ni canjees estos valores, aunque el mundo no comprenda estas virtudes, aunque ser diferente te aleje del montón, aunque ser honesta te represente un esfuerzo más. No dejes nunca de ser coherente con tus pensamientos. No dejes de perseguir tus sueños. Los sueños serán tales si los perseguimos porque una vez alcanzados dejan de serlo. No pierdas tu esencia que está hecha de buena madera, soporta más de lo que te puedas imaginar”.

Significativo y esclarecedor el texto, ¿verdad? En especial, porque esa profesora no tenía ni idea de lo que estaba haciendo y soportando su alumna por afirmar sus valores, sostener sus sentimientos y perseverar para hacer realidad sus sueños.
Recuerdo como si fuera hoy la llegada a Córdoba, el viaje hasta el salón de actos donde se llevaría a cabo la ceremonia, el calor de la tarde, la ilusión de Lolita, la ceremonia, la mirada insidiosa y premonitoria que me echó su madre y todo lo que ocurrió después.
Quizás con el tiempo pueda olvidarme de la angustia que pasé en la habitación del hotel luego que Loli tuvo que irse con su madre para no empeorar su situación, y el dolor que pasamos juntos a la mañana siguiente –una mañana en la cual hasta el cielo lloraba–, cuando decidimos que era mejor que me volviera a Buenos Aires.
Hoy, por la sanción de la ley, recuerdo cómo intenté consolarla con el viejo proverbio chino y contándole que quizás, en pocos meses, podría disfrutar de la sensación de libertad que produce el saber que la ley lo faculta a uno a tomar sus propias decisiones de vida.
Más de una vez me cuestioné acerca del hecho que quizás la relación que teníamos era, para la Princesita, un precio demasiado caro a pagar. Y aunque a veces dudé de estar haciendo lo correcto, en dos oportunidades tuve la certeza que mis actos no eran desacertados y que estaban guiados por mis sentimientos por esa jovencita sorprendente que la vida me había cruzado en el camino.
La primera vez, el día que por teléfono le contesté a la madre que si quería hablar conmigo no tenía el menor problema, con la única condición de que Loli estuviera presente, porque hacerlo de otra manera era, para mí, faltarle el respeto.
El segundo, cuando la enfrenté, cuando puse a Lolita a mis espaldas, cuando la saqué de sus casillas porque no estaba habituada a que existiera alguien a quien no pudiera manipular ni obligar a hacer lo que ella, en su mesianismo, creía que era lo más conveniente para su hija y para todos los demás.
Mientras tenga vida voy a recordar esa noche y a sentirme satisfecho de mi actitud, porque creo que ese fue el momento del punto de quiebre de una situación que podía haber tenido consecuencias nefastas para la vida de Loli. Conforme –no orgulloso–, por haber enfrentado a esa mujer pensando en las consecuencias que cada acto podía haber tenido para la Princesita y decidido que, ocurriera lo que ocurriese conmigo, estaba dispuesto a hacerme cargo de las consecuencias.
Todos los que leen nuestro blog saben qué ocurrió después. Pese a esa situación y a las otras que se sucedieron durante el año, con nuestros aciertos y nuestros errores, con nuestras grandezas y nuestras miserias y pese a la distancia, todo fue mejorando paulatinamente para nuestra peculiar pareja-despareja.
Hasta hoy, cuando Lolita puede estrenar su nueva condición de persona mayor, adulta y libre y yo sentirme tan regocijado como pocas veces en mi existencia y ambos tan contentos y emocionados como esa primera mañana de diciembre de 2007, cuando nos miramos a los ojos, nos abrazamos, nos dimos un beso y nos tomamos de la mano por primera vez.
Si hay una lección que aprendí de la vida es que las cosas no suceden porque sí. Que, por lo general, no tenemos la potestad de darnos cuenta de cómo se entrelaza la existencia de las personas y cómo la vida va tejiendo sus destinos –a veces de manera enigmática–, a partir de los actos de los seres humanos y del ejercicio de su libre albedrío.

Escribió alguien, en un comentario, que es un privilegio ser el primer amor de una mujer, del mismo modo que también lo es ser el último amor de un hombre. Si eso es cierto, agradezco a la vida el privilegio que me otorgó y me siento dichoso por ello.
Por eso hoy, sin rencor ni anhelo de revancha –y lo escribo muy en serio–, quise escribir esta reflexión que también es para la mamá de esa mujercita a la que amo como nunca antes amé a nadie en lo que llevo de vida.

A esa mujer que tuvo el privilegio de traer al mundo a una personita tan bella por fuera como por dentro, quiero decirle que le agradezco haberle dado la vida a Lolita.
Que descuide, que no tema, que no sienta que estoy haciéndole daño. Que tenga por seguro que, si algún día me doy cuenta que yo soy la causa del dolor y de la desventura de su hija, sin que ella tenga que pedírmelo ni exigírmelo me alejaré por propia voluntad, aunque se me parta el corazón.
Que durante estos dos años he hecho lo posible para que fuera feliz, para que se divirtiese, para que creciera y la he cuidado, mimado, halagado, sostenido, enseñado, acariciado, obsequiado y hasta consentido como merece una mujer y hasta como debe uno hacerlo con un hijo.
Y es que, parafraseando a Lolita me enamoré perdidamente –como suele ser el último amor–, de una mujercita nacida en otra época que bien podría haber sido mi hija... pero que no lo es. Así yo, El Profesor, me enamoré de Lolita.
Me permito, para finalizar, transcribirle un fragmento de una canción de Serrat que yo escuchaba cuando hace tanto, tanto tiempo, tenía la misma edad que tiene Loli hoy:




Póngase usted un vestido viejo /
y de reojo en el espejo /
haga marcha atrás /
Señora...
Recuerde antes de maldecirme /
que tuvo usted la carne firme /
y un sueño en la piel /
un sueño en la piel...
Señora...

Ojalá pueda usted dar marcha atrás en su propia vida y recordar aquellos tiempos ya pasados, cuando su piel anidaba un sueño, Señora...

El Profesor

jueves, 3 de diciembre de 2009

Lo prometido, es deuda

¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!
Ya estaba despierto, antes que sonara el despertador, cuando escuché el sonido de mi recién estrenado teléfono.
–Holaaa –dije, casi seguro de que quien llamaba era Loli, creyendo que quería darme los buenos días.
–¡Paaaaaaaaapi! –escuché su voz animada, exultante.
–¡Hola, mi amorcito! ¿Qué pasa?
–¡Salió!
–¿Eh?
–¡Salió, Papiiii!
–¿Quién salió, Loli? ¿De qué hablás?
–¡La ley, Papi! ¡La ley de mayoría de edad! –cuando escucho a Lolita tan, pero tan feliz, me emociona–. ¡Como me lo prometiste, gordi! ¡SANCIONARON LA LEY!


Efectivamente, tal como se lo había prometido en un momento de mucho dolor y desconsuelo, en el día de la fecha, el Senado de la Nación sancionó por unanimidad y convirtió en Ley el proyecto que reduce la mayoría de edad de los habitantes de la República Argentina a 18 años.
Lolita es desde hoy, legalmente, MAYOR DE EDAD.
A partir de hoy puede viajar fuera del país, tomar la decisión de casarse, disponer de una herencia, ejercer la patria potestad, abrir una cuenta bancaria, firmar contratos, adquirir propiedades inmuebles, tramitar documentos y encarar emprendimientos comerciales, sin necesidad del consentimiento de los padres.
Esta
modificación del Código Civil le permitirá a casi dos millones de jóvenes como Loli, entre los 18 y los 20 años, ejercer plenos derechos en materia civil y comercial. La única excepción, los padres o tutores deberán continuar con la manutención de los hijos y su obra social hasta cumplir los 21 años, siempre y cuando los jóvenes no tengan medios propios.
El proyecto de ley había sido presentado en 2005,
a fin de modificar los artículos 126, 127, 131, 134 y 135 del Código Civil, y aprobado por el Senado por unanimidad.
Cuando el proyecto fue enviado a la Cámara de Diputados, quedó trabado durante cuatro años pero, como le expliqué a Loli en su momento, trámite constitucional para la sanción de las leyes, desde la reforma constitucional de 1994, impide que un proyecto de ley quede empantanado interminablemente en una de las dos cámaras, como sucedía con la anterior Constitución de 1853.

–¡Mi vida! ¡Qué contenta estoy! Le dejé una notita a mi papá, para cuando vuelva del trabajo. ¡Ay, qué feliz me siento!
–Yo también, y te felicito, corazoncito. Bienvenida a la mayoría de edad, Princesita.
–Vos,
hace casi un año me lo avisaste,

Papi.
–Sí, mi amor. Era la única esperanza que podía darte en ese momento, para que no estuvieras tan triste y se te fuera el julepe.
–Gracias por eso. Gracias por esa lucecita de esperanza que me dejaste encendida esa mañana. Gracias por anunciarme este día, mi amor.
–Lo prometido es deuda, Loli.
–Te amo, Papi.
–Yo te amo a vos, Princesita.


El Profesor

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Escenas

–¿Sabés qué, Papi?
–¿Qué Princesita?
–A veces, cuando miro para atrás, me pongo a recordar estos dos años compartidos y traigo a mi memoria cada viaje que hiciste para verme, cada encuentro, cada salida que hicimos juntos, tengo la sensación de que nuestra historia me aparece en escenas, congeladas en el tiempo, imborrables, cargadas de emociones como el día que las viví… como si fueran las escenas de una película de amor. ¿A vos no te pasa?
–Si, me pasa lo mismo, Loli. Yo pienso todo el día en vos y los recuerdos se me aparecen como imágenes que me hacen revivir los mejores momentos.

–De cada encuentro que tuvimos, recuerdo todos y cada uno de los detalles, pero siempre hay uno que está más marcado que el resto. ¿Te acordás, por ejemplo, ese día que íbamos caminando por la calle, riéndonos de algo y de repente paraste, me miraste a los ojos y me dijiste: “Princesita… ¡Estoy enamorado de vos!”?
–¿Cómo no acordarme? Te lo dije porque era lo que me hacías sentir.
–¿Sabés por qué pasa eso que te digo? Porque el corazón, especialmente cuando está enamorado, atesora aquellos momentos que lo hicieron emocionar, estremecer de pasión, latir a mayor ritmo… y los guarda como escenas para que cuando nosotros busquemos recordarlas y verlas otra vez en nuestra mente, sintamos lo mismo que sentimos mientras las vivíamos.
–Mjm…
–Eso es porque la memoria es una gran aliada del corazón.


Lolita

martes, 1 de diciembre de 2009

Feliz Aniversario, Loli

Estábamos saliendo de la terminal de ómnibus y nos detuvimos esperando que el semáforo diera paso a los peatones. En ese momento levantó su carita y me miró, con una sonrisa que se dibujaba en sus labios y le brillaba en los ojos y que yo veía por primera vez en persona.
–¿Sabés qué? –dijo.
–¿Qué, Cushita?
–Sos mucho más lindo de lo que yo creí.
Es cierto. No me esperaba ese comentario.
–¿En serio, te parece? –le pregunté.
–Claro. En las fotos ya parecías lindo –dijo–, pero en la realidad sos hermoso.
Pasaron dos años desde que Lolita y yo mantuvimos ese diálogo en una soleada mañana de un sábado que auguraba ser caluroso en la ciudad de Córdoba.
Era un primer día de diciembre como éste (aproximadamente a la misma hora en que estoy escribiendo) y yo, como si estuviera viviendo un sueño, había viajado durante toda la noche y estaba al lado de esa jovencita adolescente que parecía más chiquita de lo que era.
No sé si alguna vez se lo dije, pero yo también sentí ansiedad y nerviosismo y ese revoltijo de emociones y sensaciones que se apropiaron de mí esa primera vez que tuve frente a mí a Lolita. En esa mañana de un primer día de diciembre como hoy, el cuerpo del hombre mayor era sólo la apariencia, porque el que estaba ahí, viviendo esos momentos inolvidables era el adolescente que fui. Lolita, perceptiva como es, lo descubrió detrás del aspecto.
Ese día soleado que no voy a olvidar, el adolescente convenció al hombre que no se había equivocado cuando tomó la decisión de viajar para conocer a esa chiquita sorprendente de quien, casi sin darse cuenta y como suele suceder con los sentimientos, empezaba a enamorarse.
No fue fácil, hoy lo confieso, convencer al hombre maduro de volver a percibir ese desconcierto que provocan las sensaciones y los sentimientos. Cuando se ha vivido muchos años, la realidad pesa mucho más que las ilusiones y la mente suele hacerle zancadillas al corazón diciéndole que no se puede, que no se debe, que es imposible, que no va a durar, que es una locura, que cuarenta y un años de diferencia son demasiados y que el precio de la insensatez es demasiado costoso.
Quizás sea cierto.
Pero no es menos cierto que cada instante de cada uno de los días que han transcurrido desde ese primero de diciembre de hace dos años, bien lo valen. Por lo menos para mí.
Tal vez haya sido la “química” que menciona Lolita, la que encendió la mecha de la pasión, esa calurosa mañana de hace dos años. Quizás, el hecho de haber nacido el mismo día además de ser una curiosa coincidencia, tenga que ver con la consustanciación de dos almas gemelas que se unieron alguna vez, en otro lugar y tiempo, para no separarse más. No lo sé.
Dijo una vez Edith Piaf que para una mujer el mejor y más inolvidable recuerdo, es el del primer beso. Ese primer día de diciembre, hace dos años, Lolita me hizo el inapreciable regalo que es ese primer beso de mujer. El beso que se da con los labios y con el que se entrega el corazón.
Gracias por ese primer beso y por dejar que te acariciara el corazón, Lolita. Gracias por tocar el mío con la varita mágica de tus ilusiones, transformadas en caricias, mimos y palabras.
¿Qué palabras se usan para agradecer dos años de vida? ¿Cómo se expresa lo que se siente cuando se recibe ese inesperado regalo con el cual a uno se le devuelven las ilusiones que creía perdidas para siempre?
Por hacerme ese regalo, Princesita, vaya este texto de homenaje y reconocimiento a tu persona y a estos dos años que compartimos viviendo cada minuto estando lejos o cerca físicamente, pero juntos en el corazón, unidos por nuestros sentimientos.
Quiero que tengas por seguro, querida mía, que sea lo que fuere que la vida nos tenga reservado, ya estás en mi corazón como yo en el tuyo.
El corazón de un hombre es el lugar en el cual el amor perdura, resguardado e inalterable, para siempre.
En especial, si es el definitivo. El último de su vida.

TE AMO, LOLI.
¡FELIZ ANIVERSARIO!

El Profesor


domingo, 29 de noviembre de 2009

Feliz Aniversario, Papi

Fue ese primero de diciembre de 2007 el día en que conocí al Profe personalmente.
Al igual que si hubiera sucedido ayer, recuerdo cada uno de los detalles de aquel día. Recuerdo cómo estaba vestido, dónde estaba sentado esperándome, qué fue lo primero que me dijo, cómo lució su hermosa sonrisa al reconocerme…
Recuerdo también mis nervios, mis ansias, mis cosquilleos en la pancita cuando sentí que sus brazos cálidos me estrechaban en ese abrazo que hacía tiempo que soñaba recibir.
Recuerdo mi comentario cuando íbamos caminando juntos, saliendo de la terminal. En un momento levanté la cabeza, lo observé detenidamente y con un gesto simpático y algo tímido le dije:
–¿Sabés qué?
–¿Qué Cushita?
–Sos mucho más lindo de lo que yo creí.
Quizás no se esperaba ese comentario. Levantó una ceja, sonrió y me preguntó:
–¿En serio, te parece?
–Claro. En las fotos ya parecías lindo, pero en la realidad sos hermoso.
Supe, desde el preciso instante en que nuestras miradas se cruzaron, que algo se estaba gestando entre nosotros. Que había una atracción muy fuerte, (eso que llaman “química”) una pasión que recién comenzaba a nacer… y que hoy ya lleva dos años.
Cada vez que me acuerdo de ese día soleado y caluroso, me vuelven las maripositas al estómago. Fue lo más lindo que había vivido hasta entonces. Cuando yo estaba sentada frente a él durante nuestros primeros encuentros, sentía cómo me temblaban los muslos de la emoción, de la fascinación de estar ante un hombre mayor (que a pesar de su edad siempre aparenta unos cuantos años menos) que me hablaba de cosas tan interesantes y que tenía una mirada inteligente, sabia, experimentada, pero que si uno se fijaba bien, le descubría esa chispa de picardía adolescente. Y eso fue lo que me cautivó en ese momento y aún me sigue cautivando: el contraste entre su edad, su experiencia, su hombría, su sabiduría y sus actitudes divertidas y juveniles.
Al poco tiempo que nos conocimos y nos dimos cuenta que nos llevábamos bien, (demasiado bien por tener tanta diferencia de edad) un día le pregunté:
–Papi…
–¿Qué mi Princesita?
–¿Vos creés en las almas gemelas? ¿Para vos existen?
–Si, creo que si, que existen.
–Porque yo estoy empezando a sospechar que vos sos mi alma gemela…
–Si, quizás sea así.
–Fijate que hasta nacimos el mismo día…
Son muchas las cosas las que nos unen. Y en estos dos años que estamos juntos él sigue siendo el mismo hombre que conocí ese día. El que me corre la silla cuando salimos a comer, el que se ocupa de sacarme las mejores sonrisas con sus detalles, el que, al caminar para ir a algún lado, siempre busca estar él del lado de la calle como un gesto de caballerosidad (no sabía por qué era esto, pero el otro día se lo pregunté), el que me sirve la bebida cuando ve que mi vaso está vacío, el que siempre me está esperando en la terminal con una enorme sonrisa cada vez que yo llego de viaje…

Por todo esto, hoy quiero regalarte este texto de homenaje y decirte GRACIAS. Gracias por los maravillosos momentos que compartiste a mi lado. Gracias por estar siempre, cada vez que lo necesité. Gracias por hacerme tan feliz y enseñarme tantas cosas. Gracias por mostrarte vulnerable conmigo y contarme todo lo que te pasa. Gracias por confiar en mí y permitirme confiar en vos. Gracias por la magia que trajiste a mi vida hace ya veinticuatro meses… Gracias por existir. Gracias por tocar mi corazón. Te aseguro que es el lugar donde, aunque el tiempo pase, vas a quedar para siempre. El corazón de una mujer es el sitio donde sus afectos nunca mueren. Especialmente si se trata del primer amor.


TE AMO, PAPI.
FELIZ ANIVERSARIO.

Lolita

jueves, 26 de noviembre de 2009

Ese primer beso

Esta mañana, como muchas otras en estos dos años, al abrir mi correo electrónico, me esperaba una carta de Lolita. Ambos seguimos sorprendiéndonos mutuamente con una carta –para nosotros no son correos electrónicos, sino cartas–, escrita antes de irnos a dormir, para que el otro la encuentre por la mañana.
En la carta de hoy Loli, con esa sensibilidad que tiene para escribir, mencionaba nuestro primer encuentro hace dos años. La primera vez que nos vimos.
Esa mención me llevó a evocar el momento y, de pronto, me sorprendí recordando que en este mismo 26 de noviembre de hace dos años atrás, ya tenía en mi poder el pasaje de micro para cuatro días después, porque había decidido conocer personalmente a esa jovencita sorprendente que la vida me había cruzado en el camino en el otoño de mi vida, cuando ya creía que era incapaz de volver a enamorarme y vivía mis días dedicado a mi trabajo. Vivía –o discurría, que no es lo mismo–, como se supone que debe vivir un hombre que ha dejado mucho tiempo atrás esas ilusiones de la adolescencia y la juventud que hacen latir muy fuerte el corazón, que nos llevan a pensar en todo momento en la persona amada, nos colman de expectativas y que –en un solo e indescriptible instante de plenitud–, nos desbordan el alma y los sentidos con esa felicidad pura e inocente, como la de los niños. Un breve destello tan resplandeciente, que es como si de repente, Dios nos invitara a jugar con Él a las escondidas en una apacible noche de verano.
Me acordé de esa noche, cuando le mandé el último mensaje de texto desde mi computadora, diciéndole que ya salía para la terminal de Retiro y ella me contestó que iba a estar esperándome y me deseó un buen viaje.
Aún hoy, después de dos años, vuelvo a revivir las emociones que me embargaban cuando el micro de General Urquiza cerró sus puertas y partió rumbo a Córdoba y cómo me quedé largo tiempo, ya en plena ruta, mirando por la ventanilla hasta que me venció el cansancio y empecé a dormitar por momentos, de forma entrecortada, sin poder evitar preguntarme cómo sería el momento del encuentro, qué debía hacer, cómo sería en persona esa adolescente con la que nos escribíamos y nos mandábamos mensajes de texto a diario y nos hablábamos por teléfono a escondidas, cada vez que su papá no estaba. Esa jovencita a la que nunca había visto, pero que creía conocer y, de alguna manera indescifrable, quería con ternura y con pasión.
Recuerdo que me despertó el primer rayo de sol de la mañana y ya no pude volver a dormirme. Que supe que lo que parecía una fantasía era la realidad cuando el ómnibus cruzó el arco de entrada de la ciudad de Córdoba y que esa primera vez, sobrecogido por la ansiedad, me levanté del asiento cuando aún no habíamos llegado a la Terminal, para ser el primero en bajar. Desde ese día, ser el primero en bajar y saludar a Loli desde la ventanilla, se ha transformado en un rito para nosotros.
Sé que hasta el último día de mi vida voy a volver a verla en el andén, con su hermosa sonrisa, corriendo hacia mí con su blusita, su pollerita blanca y sus ojotas y voy a sentir ese primer abrazo que nos dimos. Ese primer contacto fugaz de nuestros cuerpos, el no saber muy bien qué hacer en ese momento, rodeados de gente como estábamos, viviendo como en un sueño esa indescriptible realidad.
Si me preguntaran hoy qué sentí en ese momento, debo admitir que fue una maraña de emociones y sensaciones que daba por olvidadas, que decidieron salir todas juntas y en tropel de ese lugar impreciso de mi memoria, en el cual habían quedado guardadas como dulces recuerdos, como esas cartas de amor de la adolescencia que un día se encuentran en una caja que creíamos perdida hacía mucho tiempo.
A veces a la noche, antes de dormirme, también evoco el momento inolvidable del primer beso.


Cuando estuvimos a solas en la habitación, después del nerviosismo y la incertidumbre de entrar juntos al hotel, Lolita se sentó en mi falda, me rodeó el cuello con los brazos y me acarició el cabello con una mano y entonces, por primera vez, sin decirnos una palabra, con nuestro corazón latiendo más rápido y mirándonos a los ojos, sus labios y los míos se rozaron y se reconocieron por primera vez... y se gustaron. Vaya si se gustaron.
Para Lolita fue el primer beso en la boca de un hombre. Ése que se recordará durante toda la vida, el que le marcó un antes y un después en su vida.
Quizás ella crea que para mí, a mi edad y después de haber vivido tanto, no debe haber sido tan significativo.
Nada más lejos.
Esa primera vez que besé a Loli en los labios me hizo volver a sentir lo que alguna vez me dejó tan conmocionado que me parecía estar flotando entre nubes, como le pasó a ella.
Ese primer beso en la boca, para mí, representó volver a sentirme vivo.


El Profesor
Foto: Massimiliano Uccelleti

martes, 24 de noviembre de 2009

Compartiendo gustos

Con El Profe tenemos la ventaja de que compartimos varios gustos y afinidades, pero quizás una de las que aparece entre los primeros puestos de nuestra lista de preferencias es… los sándwiches de miga. Él dice que considera que todo alimento es susceptible de comerse en medio de dos tajadas de pan. Y cuando dice todo es todo ¿Eh? Yo no soy tan exagerada en ese sentido, pero diré que los fiambres y algún que otro acompañamiento compatible con ellos, metido entre dos rodajas frescas y esponjosas de pan blanco es una tentación muy fuerte.
Bueno, como les decía, los sándwiches de miga están entre nuestras debilidades gastronómicas y siempre buscamos la oportunidad de que se conviertan en nuestro almuerzo o cena (o en ambos) cada vez que yo viajo para verlo.
Antes de que yo llegara, y habiéndose mudado el Profe hacía tan sólo un par de días, lo primero que hizo fue un recorrido de “Reconocimiento de Lugares Estratégicos” por el barrio. ¿Qué lugares estratégicos? Pues por ejemplo: el supermercado con los mejores precios, la heladería de los helados ricos y baratos para llevarme a probarlos a mí, la fábrica de pastas frescas, la casa de comidas para llevar cuando las ganas de cocinar flaquean, el kiosco donde venden barritas de cereal Ser para mi desayuno y por supuesto… una buena fábrica de sándwiches.
Afortunadamente encontró una muy recomendada a tan sólo tres cuadras de su casa y esperó el momento que yo llegara para probar la habilidad manual de la señora que los preparaba.
Así fue como esa misma noche de mi llegada, fuimos juntos a encargar una docena de aquellos mini manjares.
Entramos sonriendo y los dos al mismo tiempo, nos pusimos a mirar la lista donde se exhibían los sabores y precios.
–Mmm… Papi…
–Ya sé Princesita: querés los de palmito y ananá.
–Shi… ¿Cómo sabías? –Le pregunté con sonrisita picarona.
–Porque son tus preferidos, mi amor. Siempre los pedís.
Uno a uno, fuimos diciéndole a la empleada todos los gustos que queríamos y la cantidad de cada uno. Una vez que terminó de apuntar todo, nos dijo:

–Bueno chicos, esto va a estar listo en unos… 15 minutos.
–Bueno, vamos y volvemos en un rato. ¿Hace falta que pague ahora? –Preguntó el Profe.
–No, no, después, cuando los retire.
Así que nos fuimos y al ratito ya estábamos de nuevo ahí, para reclamar nuestro pedido.
La señora terminó de prepararlos, los envolvió en papel, los puso en una bolsa y se los dio al Profe. Él la tomó y con su habitual sonrisa de agradecimiento dijo:
–Bueno, gracias…
Algo faltaba.
La señora me ganó en lo que yo iba a decirle:
–Esteee… Señor… no me pagó.
El Profe, riéndose de su torpeza, sacó su billetera, pagó y se disculpó por haber creído que ya había abonado antes.
Al llegar a casa, pusimos la mesa, nos acomodamos y mientras disfrutábamos de clavarle el diente a aquellos deliciosos sándwich de miga, nos pusimos a ver una película a su elección, que en este caso resultó ser Drácula.
Esto me hizo pensar que era una de dos: o mi Papi ya superó el trauma de la acusación de la que fue víctima hace un par de semanas o… está aprendiendo a aceptarse como es. Je, je.

Lolita

viernes, 20 de noviembre de 2009

Tarde de Shopping

Ese domingo por la tarde decidimos conocer el Shopping ubicado en la zona recientemente estrenada por el Profe.
Legamos en un colectivo lleno de adolescentes escandalosos que parecían miembros de una tribu de indios sioux. Tuvimos que bancarlos no sólo en la parada, cuando hacían un espectacular despliegue de toda su grosería y mala educación, sino también durante el trayecto hacia nuestro destino. Nos bajamos frente al enorme centro comercial y entramos, dispuestos a recorrerlo y pasar un lindo momento mirando vidrieras y demás.
Luego de un vistazo por la planta baja, subimos al primer piso donde se encontraba la sala de juegos, el cine y los locales de comida, además de otros tantos comercios de ropa.
A pesar de mi edad, al ver los colores, las máquinas y las luces que provenían del sector de los entretenimientos, me sentí fuertemente atraída y arrastré al Profe hacia ese sitio.
–Papi, ¿Tenés una moneda de un peso?
–¿Para qué Princesita?
–Quiero jugar a esa máquina de sacar peluches…
–Mirá que no es tan fácil, ¿Eh?
–Ya sé, se trata de encontrar uno ubicado en una posición estratégica…
El Profe sacó la billetera y me entregó la moneda.
Como no saqué nada, lo miré con un puchero para que me diera otra así lo intentaba de nuevo. Y él, mi eterno consentidor, me la dio, a pesar de que nuevamente fracasé en la misión de ganarme un peluche.
Cansada de eso, me acerqué a unos llamativos puestos de juegos con premios donde dos sonrientes señoritas nos vieron y leyendo la ilusión en mis ojitos se aprovecharon de nuestra inocencia e intentaron convencernos de que probáramos e intentáramos llevarnos un conejo de peluche gigante si lográbamos embocar una pelotita en los inodoros que estaban a un metro y medio de distancia.
–Vengan chicos, ¿Saben cómo se juega?
–No.
–Tienen tres tiros por cinco pesos. Si embocan las tres, se llevan uno de estos peluches gigantes, si embocan dos uno de estos premios de acá y si embocan uno, uno de estos.
Cuando vi los premios que daban a los que conseguían embocar sólo una o dos veces me desilusioné: rompecabezas, muñequitas de plástico o autitos de juguete.
¡Yo quería ese hermoso conejo!
–¿Quieren intentarlo?
Miré a mi papi.
–Si querés Princesita, yo te lo pago.
–Es que… ¿Y si no emboco las tres veces?
–Es lo más probable que no emboques las tres veces, mi amor. Esta gente no está en el negocio de regalar osos de peluche.
–Mmmm… ¿Querés intentarlo conmigo, Papi?
–No, Loli, ya sabés que para estas cosas soy un poco torpe.
–Bueno… entonces lo voy a intentar yo.
Cuando la chica depositó la pelotita en mis manos, el Profe me la pidió para mirarla.
–Mmm… Loli, esta pelotita es de goma, de las que rebotan. No debe ser nada fácil embocarla ahí. Este juego alguna trampa tiene. Intentá tirarla despacito.
–Bueno.
Tal como me lo había advertido, a la primera vez, la pelota salió disparada para cualquier lado. A la segunda, entró en el agujero, pero como rebotaba, volvió a salir. Un poco frustrada, tiré la tercera y para sorpresa de todos, la emboqué.
Me llevé como premio un rompecabezas inédito de Star Wars de 90 piezas para mis ratos de ocio y aburrimiento.
Para no deprimirme, cuando mi Papi me miró con una sonrisita pícara de esas en las que uno lee un “te lo dije”, me excusé diciendo:
–Bueno, hubiera sido peor no haberme llevado nada, ¿No?
Acto seguido, y tratando de olvidar el fracaso, vi que había un tren fantasma, así que le dije al Profe que quería subir, pero no sola, sino con él.
Así que el pobre hizo la fila para comprar las entradas y luego me acompañó en el viajecito del terror que duró lo que dura un suspiro y que nos dejó a los dos con la sensación de que había sido un afano.



Después de eso, para mimarme un poco más, me llevó hasta mi heladería favorita Freddo que se caracteriza porque ya sea que esté ubicada en un Shopping o en medio de la nada, te arrancan la cabeza igual.
Disfrutamos de un exquisito helado de tres sabores (Dos a mi elección y uno a la de él) y una vez que terminamos, nos levantamos dispuestos a enfilar el camino a casa, luego de una última recorrida.
Pero como a mí también me gusta mimarlo, cuando pasamos por el local de su marca preferida “Legacy”, le dije:
–¿Qué te gusta?
–No, Princesita, no quiero nada….
–Dale, Papi, te conozco, no tengas vergüenza de pedir… Te quiero hacer un regalo.
–Bueno, la verdad… esa. –Y señaló una camisa celeste de mangas cortas.
–Vení.
Lo llevé dentro y le di con el gusto. Le pedí a las vendedoras que me lo prepararan para regalo y se lo entregué con una sonrisa cuando salimos del local.
El amor consiste en eso: en buscar alegrar al otro, en conseguir que el otro sonría, en complacer los pequeños y grandes deseos que estén en nuestras manos. El amor es un ir y venir. Ahora yo, después vos. Ahora vos, después yo.
Esa tarde los dos nos fuimos contentos a casa luego de habernos dado mutuamente con el gusto.


Lolita

martes, 17 de noviembre de 2009

El Encuentro

El sábado a la mañana llegó Loli a Buenos Aires y ya teníamos pensado encontrarnos con Paula, nuestra Madrina de blog, para conocernos en persona.
De manera que después de las efusividades iniciales y mientras nos dedicábamos a zamparnos un pantagruélico almuerzo en el “diente libre” de la zona, que tiene como especialidad pescados, mariscos y frutos de mar –para deleite de Lolita y regocijo mío–, le enviamos unos mensajes de texto a Paula y quedamos en encontrarnos en la esquina de Callao y Córdoba aproximadamente a las seis de la tarde de ese mismo sábado.



La Madrina salió pitando de su casa y justo cuando llegó a la parada se le estaba yendo un micro, razón por la cual se retrasó un poco, pero finalmente llegó y Lolita la reconoció a la distancia y corrió hacia ella para estrecharla en un fuerte abrazo que repitió conmigo, después de casi un año de conocernos de manera virtual.



Entramos los tres a la confitería Petit Córdoba, pedimos unos cafecitos y casi de manera mágica, en esa tarde fresca cuando ya caía el sol, nos pusimos a conversar como si nos conociéramos de toda la vida.
Encontrarnos con Paula no fue un hecho menor. Es la primera blogger que conoció nuestra verdadera identidad por correo electrónico y la única que nos conoce en persona.
Paula –que se comprometió a ser nuestra Madrina en serio, si el futuro nos depara una vida en común–, es uno de esos seres encantadores, cálidos, afectuosos, divertidos y que siempre buscan mirar el lado positivo de las cosas.
Traviesa, ingeniosa y con una perpetua sonrisa –que por momentos se torna picarona–, Paula también es profunda y dueña de una sensibilidad poco usual.
Se nos pasó ese atardecer en la ciudad casi sin darnos cuenta, compartiendo experiencias, historias de nuestras respectivas vidas, recuerdos mutuos y algunos chismes del mundillo de los blogs.
En síntesis, conocer a Paula significó para nosotros un verdadero privilegio y cuando caímos en la cuenta de la hora que era, tuvimos que salir a los piques porque nos estaban esperando para cenar y se nos había hecho muy tarde.
Para quienes no la conozcan, Paulita es tal como se muestra: auténtica, frontal, cálida, cariñosa, comprensiva, abierta de mente y con un corazón lleno de buenos sentimientos.
Madrina: ¡Qué lindo fue encontrarnos y conocerte! ¡Qué buen momento pasamos juntos! Ojalá podamos repetirlo en el futuro.

Lolita & El Profesor

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La Mudanza

Ringggg
–¿Hola?
–Hola Papi…
–Hola, Loli
–¿Qué estabas haciendo?¿Estabas acomodando las cajas, todavía?
–Si, estaba guardando las últimas cosas…¡No sabés la cantidad de cajas que me tengo que llevar! Pareciera que no termino más de guardar todo.
–Me imagino. Tenías muchas cosas ahí.
–Si… ¿Y sabés qué va a ser lo último que guarde antes de partir?
–¿Qué?
–Tu foto y ese angelito que me regalaste y que tanto me ha ayudado en este tiempo…
Sonreí con ternura. Él es así de tierno. No deja de rendirme honor y eso me hace muy feliz.
–¿Sabés qué, mi vida? A pesar de que se que te vas a ir a una casa nueva y mejor, yo voy a extrañar mucho ese lugar en las barrancas de Belgrano.
–Y yo, Princesita, eso tenelo por seguro. Fue en esta casa donde te conocí por ese primer correo electrónico una fría tarde de julio, fue acá donde pasé los días chateando con vos, hablando por teléfono, quedándome despierto por las noches mirando tu foto al lado de mi cama, pensando en tu carita, en tu sonrisa, en tus abrazos… fue acá mismo donde te recibí por primera vez, cuando viajaste en febrero a festejar nuestro cumpleaños juntos y donde tanto compartimos y nos divertimos las otras veces que viniste a pasar unos días conmigo.
–Si… fue un lugar muy especial. Allí quedarán las conversaciones profundas que tuvimos, el eco de nuestras risas, la melodía de las canciones que escuchábamos juntos… el sonido de tus besos y los míos… el olorcito de los ravioles que me preparabas para la cena y que tanto me gustaban…
–Mmmm… y no sólo quedan acá todas esas cosas lindas. También quedan en mi memoria esas imágenes tuyas, Princesita, caminando con ese tap tap tap que hacen tus piecitos descalzos sobre el piso cuando caminabas por la casa muy temprano en la mañana, para preparar el desayuno. Queda el eco de tu voz llamándome: "Papiiii.... sha está listo tu desayunito... es hora de levantarte y lavarte los dientitos...". Dejaste tu recuerdo entre estas paredes, mi dulce niña. Ojalá que ese recuerdo permanezca en tu memoria como está en la mía, porque cuando el día indicado saque la última caja y cierre la puerta tras de mí dejando atrás este lugar, me lo llevo conmigo a la nueva casa que vamos a estrenar juntos.
Esas palabras del Profe me hicieron emocionar casi al borde de las lágrimas.
–¿Cómo no acordarme de todo eso, Papi? No lo voy a olvidar nunca. No voy a olvidar ni esa casa ni ese lindo barrio donde por las tardes salíamos tomados de la mano a caminar y a sentarnos a tomar un helado en esa heladería tan cara… No voy a olvidar el parque que se veía desde la ventana ni el ruido que hacían los pajaritos que se paraban en el balcón y trinaban desde temprano. Tampoco voy a olvidar cada uno de los lugares donde fuimos, cada calle que recorrimos, cada negocio que visitamos… Te prometo que me voy a acordar para siempre de eso y mucho más. Pero ahora no nos pongamos nostálgicos Papi…


–No, mi amor… aunque es inevitable. Cada vez que se deja algo querido es casi imposible no sentir cierto dejo de melancolía, por más que el cambio vaya a ser positivo.
–Si… Pero pensá en todas las cosas lindas que vamos a vivir en ese nuevo lugar al que vas. Seguro que nosotros la vamos a pasar tan bien como acá y nos vamos a divertir igual o todavía más. Por algo suceden las cosas… Quizás, como siempre decimos, la vida nos tenga reservadas un par de sorpresas más…
–Seguro, mi amor. Espero que así sea.
–Hay que mirar el futuro con esperanzas. Este nuevo cambio es un pasito más hacia donde queremos llegar. Debemos agradecer por todas las cosas bonitas que vivimos acá, pero no entristecernos quedándonos en el pasado. Pensá que “si lloramos porque no vemos el sol, las lágrimas no nos permitirán ver las estrellas”
–Es verdad, Loli.

Tanto él como yo estamos contentos y expectantes con el cambio, pero, sin embargo, no olvidamos todo lo vivido y vamos a llevar por siempre en nuestros corazones ese pequeño lugar de la capital donde poquito a poco fuimos construyendo historia; nuestra historia. Tal como le dije a él, estoy segura que algo de nosotros queda en ese hogar, porque en su paso por la existencia uno va dejando un poquito de sí mismo en cada lugar que visita, especialmente en aquellos sitios que tienen un significado especial y vinculado con los afectos. Y ciertamente ese lugar lo tenía.

Lolita

martes, 10 de noviembre de 2009

Tu espacio psicoanalítico

“Como decíamos ayer”... pocos días después de la sesión multitudinaria, la madre de Loli se las ingenió para hacerla pasar otra vez, por el dolor de una nueva decepción.
Una más, entre tantas. Total –me imagino que debe pensar esta señora–, “¿Qué le hace una mancha más al tigre?”
A veces reflexiono acerca de qué motivación tendrá esa Madre de Valores Morales, para hacer tanto daño y tan seguido, uno detrás de otro. Trato de imaginarla, barruntando a solas en su casa, planeando qué nueva actitud destructiva va a inventar contra Lolita y su padre.
Los que leyeron “El famoso video”, recordarán que cuando la sesión multitudinaria terminó, casi a las nueve y media de la noche, y a instancias de la terapeuta, Lolita y su mamá quedaron en hacer una sesión de terapia juntas, a fin de ver si podían conciliar puntos en común.
Mejor dicho, y para ser justos, debemos aclarar que la iniciativa partió de Terminator, que en un momento de la sesión presionó a su cliente diciéndole “Dale, dale... decí que sí, dale, dense la oportunidad...”, pese a que la madre de Lolita se mostraba a todas luces reacia a tener una sesión vincular con su hija.
Pues bien, esa semana la madre la llamó, hecha unas mieles y hubo un atisbo de acercamiento, aunque Loli ya sabe detectar las “pataditas” que tira en el contexto de una conversación aparentemente intrascendente. De modo que se mantuvo atenta.
El día concertado y a la hora convenida, cuando Loli llegó al consultorio de su terapeuta, su madre ya estaba aguardando en la sala de espera.
Cruzaron algún diálogo de cortesía hasta que se abrió la puerta y la terapeuta las hizo pasar.




La sesión, fue más de lo mismo: críticas, ataques a mi persona (no hay peor cosa que se pueda hacer para que Loli reaccione de manera intransigente, que hablarle mal de alguien a quien ella quiere), recriminaciones, prejuicios, acusaciones, admoniciones de calamidades por venir y una cerrada, obtusa y obcecada postura intransigente que, a lo que menos conduce es a un acercamiento.
Y otra vez la cantinela de “Intimidades de Lolita y El Profesor”, como si necesitara machacar una y otra vez en ese blog.
–Porque imagínese, Licenciada –repetía, como un sonsonete–, ahí ellos dos ventilaban toda su intimidad...
–No toda, mamá... –dijo Lolita.
–Ese lugar es re-pug-nan-te... ¡Escriben cómo tienen sexo!
–No siempre, mamá... –insitió Loli.
–Bueno, señora... Pero ahí no dice en ningún lugar el nombre verdadero de ninguno de los dos... Y, por otra parte, todas las parejas tienen fantasías –intervino la terapeuta–. Quizás no sea conveniente ventilarlas, pero las fantasías están en todos nosotros...
–¡EN MÍ NUNCA! –rugió la señora, como un vikingo a punto de invadir un pueblo de la costa inglesa en la Edad Oscura.
Sí, claro. En ella nunca. Hete aquí que, quizás, ése es el verdadero problema. Quizás se digan: “Pobre, nunca tuvo fantasías, la señora...”, pero no, no se trata de eso.
Se trata, y soy capaz de apostar doble contra sencillo, que esta actitud entra como anillo al dedo, en el modelo que el médico y sicoanalista Wilhelm Reich llamó "la moral sexual autoritaria".
Como resultado de la experiencia que obtuvo en el trato de sus pacientes, Reich consideró los síntomas neuróticos, así como los rasgos del carácter, como canales sin salida de la energía sexual que se encontraba reprimida. Su terapia sostenía que debía dirigirse a destruir los taponamientos de la sexualidad ya que una vez que la energía sexual podía fluir libre por sus sanos canales sexuales –o sea, a través del orgasmo genital–, el paciente se liberaría de la neurosis.
Wilhelm Reich consideraba que el orgasmo sexual, plenamente realizado y gozado era la medida de la salud mental individual y sostenía que esto era válido tanto para mujeres como para hombres.
Enfrentándose a Freud, Reich presentó convincentes ejemplos clínicos en los cuales el comportamiento masoquista aparecía como un angustiado pedido de amor, y demostró que la persona masoquista (que siempre está asociada al sadismo, como la moneda con dos caras) en realidad, lo que dice con sus actitudes es: “... mírenme, vean cuanto sufro, soy tan desgraciada, quiéranme”.
Esto es: el masoquismo (siempre asociado a conductas sádicas) que muestran las personas culpógenas, opinaba Reich, no era más que el Eros disfrazado.
Eso por un lado.
Por el otro, lo que esta señora no comprende es que los jóvenes no son un montón de seres humanos que sufren un periodo de cambios de forma uniforme, sino que para comprender de qué se trata la juventud, hay que considerar que todos son diferentes, recordar la diversidad de opinión, la libre elección, los tiempos, la geografía, la condición socioeconómica y un largo etcétera de factores.
Quizás ella mida a su propia hija de acuerdo a su moral sexual autoritaria y repita la cantinela de que ella, a la edad de Loli... bla bla bla... Es decir, no comprende nada.
Todo esto, puedo entenderlo y comprender a esta pobre torturada mujer que debe haber tenido una infancia atroz y una adolescencia hecha en base a puro padecimiento. Pero, como ya he mencionado, comprender es una cosa y justificar, otra muy distinta. Tanto como que el chorizo es el chorizo y no debe confundirse con la velocidad.
Y menos aún, justificar lo que sucedió a continuación.
La sesión, lejos de acercar a madre e hija, por el empecinamiento de la señora, fue imposibilitando cada vez más la conciliación. Y como broche de oro, en el momento de terminar y de retirarse, y como si lo hiciera adrede, la madre de Lolita, la terminó de embarrar.
–Bueno, nos vamos... –dijo.
Y así, tan suelta de cuerpo, ante la mirada de estupefacción de Loli y de la terapeuta, rumbeó para la salida.
Cuando llegaron a la puerta, la madre de Lolita se acercó, le dio un beso de esos que mejor no te los den y, con la excusa de que se le hacía tarde, se fue lo más campante.
SIN PAGAR.
Por segunda vez, en el momento de pagar una sesión a la analista de su hija, apretó bien fuerte la cartera contra el pecho –como si alguien se la fuera a robar–, y se hizo la desentendida.
Lolita, que estaba padeciendo un ataque de vergüenza ajena después de cruzar una mirada de desconcierto con la terapeuta, no atinó a decirle nada y sólo reaccionó cuando llegó a la casa.
Entonces le envió un mensaje de texto a su madre diciéndole: “Te fuiste sin pagar”.
Como respuesta, recibió una llamada telefónica.
–Te fuiste sin pagar... –volvió a decirle.
–¿Y por qué tengo que pagar yo? –dijo la voz del otro lado del teléfono.
–Porque cuando papá va a una vincular, paga él. Bah... en realidad él me paga la terapia.
–Yo no tengo porqué pagar. Al fin y al cabo ¿no es tu espacio psicoanalítico..? –le soltó la madre, tan campante.
Loli inspiró, y contó hasta cinco antes de contestarle.
–¿No decís que sos capaz de hacer cualquier cosa por mi felicidad? ¿No dijiste una vez que con tal de sacarme de donde vos no querías que estuviera eras capaz de ir al infierno?
–(...) –(más de una vez Lolita la ha dejado sin palabras, a su madre, que se pone verde de ira).
–... pero con todo lo que decís que me querés, ¿no sos capaz de pagar una sesión de análisis vincular para mí? ¿Y eso es querer el bien de un hijo?
–Vos no entendés –saltó, rápido, la descalificación–. No me corresponde a mí pagar la sesión. Que la pague tu papá. Al fin y al cabo, ¿no es tu espacio psicoanalítico? –volvió a insistir con el argumento, como si se lo hubiese estudiado de memoria.
–Pero... ¿Cómo podés ser tan, tan rata? ¿Cómo podés ser tan mezquina? –dijo Loli.
–Escuchame, mocosa, soy tu ma....
Click.
Lolita, cortó la comunicación.
Abochornada, esperó que llegara su papá y le explicó lo sucedido.
–No te hagas problemas, hija. Yo le voy a pagar... Mañana llamo a tu analista y le digo que no se va a quedar sin cobrar –la tranquilizó él.
Claro que para sorpresa de ambos, cuando el papá se comunicó con la psicóloga y le dijo que él iba a pagar esa sesión –la primera y la última que tendría Lolita con su madre–, recibió por respuesta:
–De ninguna manera... Yo voy a hablar con la señora y de una manera u otra, tendrá que hacerse cargo de su responsabilidad.
Hace dos días, después de no hablarle más desde esa noche en la que le cortó el teléfono, Lolita estaba estudiando Microeconomía para un parcial y de pronto...
¡Ring! ¡Ring!
–¿Holaaa? –dijo, con su dulce voz, creyendo que era yo.
–Hola, soy yo... –la voz de su madre.
–¡Ah! ¿Qué querés?
–¡Oh! ¿Y por qué me tratás así? ¿Qué te hice?
–No quiero hablar más... ¿Qué necesitás?
–Decime... ¿Vos le pagaste a tu analista? –preguntó, la Madre Argentina de Valores Morales, que en el bolsillo tiene un cocodrilo africano hambriento.
Lolita, que había recibido antes la llamada de su terapeuta para pedirle el número de teléfono de la casa de su madre, se dio cuenta que otra vez se venía con rodeos, fingiendo que no sabía lo que pasaba, tratando de quedar bien con Dios y con el Diablo y, lo peor de todo y por sobre cualquier otra consideración, mintiendo.
–No –le contestó.
–¿Le va a pagar tu papá?
–No.
–¿Qué te parece si pagamos a medias? –dijo la señora, en un gesto inaudito de generosidad.
–No me parece. Vos sos la adulta –contestó Loli.
–Vos también decís que sos adulta, que sos mayor de dieciocho años, que podés hacer lo que querés, que la ley te faculta... –como era de esperarse, la Madre Argentina de Valores Morales, soltó la frasecita mordaz, el sarcasmo a flor de labios que tendría preparado de antemano–, así que creo que lo más apropiado, ya que es tu espacio psicoanalítico y yo no pedí compartirlo, es que paguemos la mitad cada una o...
–¿Ves, mamá? –contestó Lolita, indignada–. ¿Ves por qué cada vez nos alejamos más? ¿Cómo podés ser tan mezquina?
–Oíme, no me digas eso, me debés respeto, soy tu mamá y...
Click.
Lolita cortó la comunicación.

Me pregunto y le pregunto a quien opinó que por ser la madre de Loli, esta señora –con perdón de las señoras–, merecía respeto... ¿es digna de respeto una persona tan mezquina, envidiosa, frustrada, embrollona, artera, rencorosa y vengativa?
Soy padre. De manera que creo sentirme habilitado para opinar al respecto: nadie, ni yo mismo, seré digno de respeto si no me lo gano con mis actos.
El respeto no se compra ni se alquila, ni se consigue por leasing, ni se lo pueden prestar a uno. No hay plan de ahorro para conseguir respeto, ni se hereda. No se puede recibir como un regalo, ni se impone a la fuerza. Menos aún si se trata de los propios hijos.
O se lo gana uno por las suyas, o lo pierde para siempre.
Y pocas cosas hay, en este mundo, tan tristes de ver que una persona que ha perdido el respeto de los seres a quienes les ha dado la vida y sólo consigue, como trofeo, la indiferencia.


El Profesor

PD: Reich, Wilhelm, “La función del orgasmo”, 1926.