viernes, 14 de octubre de 2011

Deseo de El Profesor

Hoy, hace un año, en esta misma ciudad, en el último día de mi último viaje desde Buenos Aires, con Loli habíamos empezado a planear mi mudanza a Córdoba.
En un post titulado “Deseo de Lolita”, el 24 de enero de 2009, ella había escrito –con toda la vehemencia y el entusiasmo de sus ilusiones adolescentes–, una serie de pedidos, entre los cuales creo que éste es el que más viene a cuento: “Pediría que nunca se nos muera el amor, que no perdamos la pasión, que no se nos olvide la ternura en los gestos, y que siga presente en nosotros ese deseo de hacer el amor todas las noches.”
Parece que no había nadie para escuchar ese pedido, o que el condicional no es el modo apropiado para expresar un deseo tan sentido.

He tardado mucho en escribir esto por la tristeza que me provoca, pero creo que debo hacerlo porque quienes nos han seguido, leído, apoyado, alentado y todos los que desde el último post de mayo hasta ahora nos han escrito preguntando qué nos ocurría, se lo han ganado, lo merecen. Si tomé la decisión de escribir yo este último post, es porque creo con firmeza que ese es el privilegio y la responsabilidad que da el hecho de haber vivido más.
No creo que sea necesario decir ni agregar mucho más. Imagino que quienes están leyendo ya se habrán dado cuenta de qué va la cosa.
La relación de Lolita y El Profesor, ha llegado a su fin y nuestra historia compartida también.
Llegó el momento de soltarle la mano, después de recorrer juntos este tramo del camino.



No se trata de repartir culpas ni dar explicaciones, cuando lo que importa es que se perdieron los sueños, se olvidaron las ilusiones y el amor se enfermó hasta que después de una agonía muy, muy dolorosa, se extinguió… No conozco espectáculo más triste de ver en esta vida, que la muerte del amor, y no se lo deseo a nadie.
Se trata, sí, de decirles a todos los que nos leyeron, nos siguieron, nos comentaron y hasta nos brindaron su amistad durante estos dos años, que esto que nos ocurrió a Loli y a mí, era un riesgo previsible, pero valió la pena tomarlo. Era algo que podía pasar y las circunstancias de la vida, los miedos, los prejuicios y hasta nuestras propias miserias, parecen haber tenido una curiosa y hasta casi perversa forma de complotarse, porque no estaban dispuestas a hacernos las cosas fáciles desde el principio.
Es cierto que ambos fuimos escribiendo una historia en base a momentos gratos y anécdotas divertidas, a riesgo de aparecer como empalagosos de tanto mimo y arrumaco, quizás porque queríamos exorcizar todo aquello de nuestra existencia que nos hacía mal y nos daba miedo mirar porque nos dañaba y nos lastimaba tanto, que se nos hacía intolerable.
Con la perspectiva que da el paso del tiempo, aquella plegaria de Loli que decía: “Que las noches no acumulen sombras que pasen desapercibidas detrás nuestro. Que el derrotero de la vida no me quite mi primer amor, que no se robe mi felicidad, que no apague los latidos de ese corazón que aprendió a armonizar con el mío... Que el tiempo sea generoso. Que haga para nosotros una excepción. Que la llegada de los otoños por venir no marchiten mis esperanzas e ilusiones”, no pudo ser más que una expresión de deseos, la que provoca esa tormenta de sensaciones y sentimientos que es el primer enamoramiento, aunque no por eso es menos válida.

Ustedes saben que hubo muchos seres anónimos y algunos no tan anónimos, que nos denostaron, nos insultaron, nos desearon lo peor y nos auguraron que esta, nuestra relación, no prosperaría. Tal vez, al leer estas palabras se alegren y se regocijen en su miseria. Allá ellos. “Conozco a varios que piensan así y obran en consecuencia y aprendí a darme cuenta –escribió Loli también en este espacio que fue nuestro–, que todos están unidos por un denominador común: ninguno de ellos puede decir con propiedad que amó de verdad en toda su vida”.

Por eso, lo que en realidad importa en este momento –aunque me cueste tanto encontrar las palabras– es lo que quiero transmitirles y desearles a todos los que se ilusionaron con nosotros y hasta nos tomaron como ejemplo: que pese a esto que nos sucedió, no pierdan las esperanzas, no dejen de soñar, no bajen los brazos y perseveren en el buen amor. Porque desde el origen de la humanidad, hubo muchas historias similares que tuvieron un final mejor. Porque habrá otras tantas que harán realidad lo que nosotros no pudimos conseguir.
Porque es posible.
Porque vale la pena.
Porque cuando los sentimientos son genuinos y se los defiende pese al infortunio, y aunque suene cursi, es válido intentarlo para no llegar al final del largo viaje que es la vida, sin haber amado nunca. Que será como no haber vivido.
Les deseo y les pido a todos ustedes, los que creyeron en nosotros y nos desearon lo mejor, que no dejen de ansiar, y esperanzar y soñar y, pese a tener todo en contra, lo intenten. Porque si no lo intentan, no habrán vivido. No se cierren a los sentimientos ya que si los ponen en juego con toda la fuerza de su anhelo, todo es posible y, ¿quién sabe? “Hasta podría abrirse el cielo”*
El hecho que uno solo de entre todos ustedes consiga perpetuar los sueños en una feliz realidad, será para nosotros una maravilla, créanme. Será lo que nos justifique y haga que nuestro paso por aquí no haya sido en vano.
Que hayamos podido dejar una huella tan profunda, que nos honre.
Ése es mi deseo.

Hasta siempre, amigos. Llévense nuestro recuerdo y nuestro afecto,



El Profesor

* de “Meet Joe Black”