domingo, 29 de agosto de 2010

Diario de Lolita: Querido diario...


Nunca se me había ocurrido siquiera que la vida me cruzaría con alguien tan maravilloso y a la vez tan lejano.
Nuestra afinidad por la lectura, la escritura y nuestra insaciable sed de conocimientos hicieron para que el se sintiera atraído por mí y yo por él, pero al principio fue una atracción meramente intelectual, despojada de sentimiento amoroso y ni qué decir que ni atisbo tenía de sexualidad y erotismo. Pero de una forma u otra, empezamos a gustarnos mutuamente por la forma de escribir que cada uno tenía, por el modo de expresarse por los correos o por chat, en los que ambos usábamos y respetábamos mayúsculas, comas, puntos signos y todas las reglas de puntuación. ¿Extraño, eh? Sí, porque hoy en día en el ciberespacio cada cual “escribe como quiere”, y yo deploro eso.
El intercambio de correos fue en un principio referido a todo lo referido a la edición, pero luego se fueron combinando con algunas confesiones personales de mi parte y consejos (aunque El Profe dice que a él no le gusta dar consejos, dice que las suyas son apenas sugerencias), recomendaciones y algunos recuerdos privados de la suya.
Me dijo que tenía 57 años. Yo tenía 16 en ese entonces. Ahora me doy cuenta: era una locura si pretendíamos llegar a una relación de amor, pero yo debo reconocer que me enamoré de su persona, de su ternura, de su inteligencia y de su deliciosa forma de ser, desde el primer día.
Por esa época llevaba un diario que escribía casi todos los días. Antes, anotaba cosas referentes a mi vida, a mi familia, a mis experiencias en el colegio... pero nunca antes había escrito la palabra “amor” en el sentido más estricto. Pero desde que lo conocí, no hacía más que escribir acerca de él.
El 3 de agosto, a pocos días de nuestro primer correo, anoté:

“Querido diario:
Me he hecho muy amiga del Profesor. Él tiene 57 años. Es el amigo más grande que he tenido hasta ahora, y el mejor.
Todos los días nos mandamos mails, pero anteayer me invitó a crearme una cuenta para poder chatear y van dos días seguidos que nos comunicamos de ese modo.
Me dice cosas muy lindas, me alienta mucho. Me alimenta la autoestima, se preocupa por mí, se interesa, y eso me gusta... es lo que yo siempre deseé que alguien hiciera conmigo.
Pienso mucho en él... no sé si estoy enamorada. Es extraño que quiera a un hombre que me lleva 41 años de diferencia... pero él me dice cosas bonitas... me llama “chiquitina”, “muchachita sorprendente” y cuando se despide me manda “un besito con bufanda, guantes y sobretodo, porque hace mucho frío”.
Hoy le dije –no, no le dije, le confesé– que lo quería.
¿Qué me pasa que no me había enamorado hasta hoy y ahora que siento algo en el corazón es por un hombre de 57 años? ¿Seré yo una adulta en un cuerpo pequeño como siempre creí?
Lo vi en una foto chiquita y él también me conoce por foto. Es lindo.
Además sé que es muy inteligente y eso me fascina”.

Era realmente así: me pasaba el tiempo pensando en él y preguntándome si él pensaría en mí como mujer, si le había parecido linda, si tendría algún día deseos de conocerme...
No alcanzó a pasar un día que ya escribí en mi diario otra vez, poniendo en palabras lo que me pasaba por el corazón. Era algo maravilloso, que nunca había experimentado. Era una sensación de locura, de mareo, de perdición, de arrebatos de pasión...
“Querido diario:
Definitivamente El Profesor me ha robado el corazón. No lo conozco y no he tratado en persona con él, pero me enamora las cosas que me dice. Nunca había sabido que podía haber tanta dulzura reunida en una sola persona. Me da mucha ternura y alegría hablar con él”.
A partir de ese momento me sentí atrapada y cautivada por ese hombre mayor, cuya experiencia me asombraba y que tenía una personalidad tan seductora que me llevaba a fantasear por primera vez, día y noche, con entregarme a sus caricias y encantos.
¿Qué me pasaba?
¿Era posible que estuviera enamorándome?

Lolita

viernes, 27 de agosto de 2010

Diario de El Profesor: Profecía


Recuerdo ese día frío y todavía hoy conservo el mensaje que decía: “Consulta: Buenas... mire, yo he escrito un libro, tengo 16 años, el libro está bueno, trata de superación personal y autoayuda, pero me gustaría que alguien se encargara de leerlo para que me haga una crítica y recién pueda publicarlo”.
Habituado como estaba, a tratar con autores que son personas adultas, de pronto aparecía esta adolescente con un libro por lo que, además de sorprenderme, me pareció maravilloso ya que, no es común, convengamos, encontrarse con una jovencita de dieciséis años que se dedique a escribir de manera más o menos profesional y salga a buscar una editorial que publique su obra.
De modo que le contesté y a la otra mañana, recibí otro correo con su respuesta la mía. Me llamó la atención el hecho que tenía un lenguaje suelto y fresco, pero que usaba las palabras con precisión, sin faltas de ortografía, con mayúsculas, minúsculas y puntuación impecable y, además, hacía gala de una fina cortesía al escribir. Ese día empecé a descubrir a Lolita, a conocer esa tenacidad que pone de manifiesto cuando algo se le monta entre ceja y ceja, a aprender que es capaz de insistir en algo una y otra vez –como Juan y el Preguntón–, y tantas como sea necesario hasta que logra asir y comprender el concepto, porque de ahí en más empezó a preguntarme cómo era eso de editar el libro y "porqué esto" y "porqué lo otro"... y así continuó hasta darse por satisfecha. Hasta ese momento, para mí, la situación aunque inusual, era tan protocolar como con cualquier otro autor adulto.
Si algo no se me cruzó por la cabeza en esos primeros días fue que en ese momento mi vida iba a dar un vuelco trascendental y que empezaba esta historia que ya lleva, desde ese momento más de tres años.
Mi último matrimonio había derrapado por la abrupta cuesta del fracaso a tal velocidad que cuando quise darme cuenta, me sorprendió el hecho de que me había quedado solo. He de ser sincero: más de una vez convoqué a los demonios de la soledad, harto de peleas y momentos displacenteros y los muy condenados parecen haberme escuchado, porque cuando la soledad llegó, vino en tropel y toda de golpe, ya que mis hijos empezaron a irse de casa, a vivir sus vidas y ahí sí que conocí el verdadero significado del "estar solo".
Recuerdo haber tocado el tema en mis sesiones de terapia y haber aceptado que tenía que aprender a estar solo porque no sabía. Si bien lo había estado por momentos, en realidad desde mi casamiento, en los difíciles y turbulentos ’70, me lo había pasado rodeado de gente.
No quiero dar la lata con mi historia pre-Lolita, de modo que menciono que en ese 24 de julio de 2007, había terminado yo hacía poco tiempo una atormentada relación –complicada y embrollada desde el principio–, con una mujer bastante desquiciada y manipuladora, del tipo engañadora, de las que revelan su verdadera personalidad una vez que ya te tuvieron todo descalzo en su cama. De las culpógenas que tratan de echarle la culpa a los demás para no hacerse cargo de la propia responsabilidad y cuya estrategia más eficaz consiste en victimizarse para tocar la compasión del otro y una vez que consiguió lo que quería, ¡Zas!, te la da por el coco y empiezan los interminables pases de factura.
Harto de escenas de celos infundadas, de discusiones estériles y de decenas de llamadas telefónicas cotidianas que me distraían de mi trabajo, un día dije “¡Basta!”. Claro que la señora no se dio por enterada y siguió insistiendo día tras día, usando toda la batería de recursos: el reproche, el perdón, la lástima, la seducción, la histeria, el “refriegue facial” (mostrar cuántos admiradores supuestos o reales tenía), la falsa devoción, el declamar la amistad y el cariño que no sentía, y esas frases grandilocuentes del tipo “cambiaste mi vida”, “te entregué mi corazón”, acompañadas de un sinfin de escenas propias de culebrones centroamericanos.
Debo admitir, para ser justo, que en algún momento me ayudó (y se lo agradecí), del mismo modo que yo la ayudé a ella aunque no supo ni siquiera apreciar los esfuerzos que hice para que pudiera conservar la imagen de mujer-mamá ante sus propios hijos, que se sospechaban que yo era más que un amigo y que algo olía a podrido en Dinamarca.
Ese frío 24 de julio –el año que nevó en Buenos Aires–, a mis cincuenta y siete años estaba yo dedicado a trabajar como director literario y a cargo de una tutoría de posgrado y me había jurado y perjurado que no quería más despelotes con mujeres. ¡Basta-basta-basta! ¡Se acabó!
Leyendo un post titulado “La otra cara de la moneda”, en el blog de Lady Baires, encontré la mejor definición de tantos hombres de mi generación –y de por lo menos dos siguientes–: “... los hombres que no buscan nada... ". En ese invierno de hace tres años, yo era uno de esos hombres que no sólo no buscaba sino que tampoco esperaba nada más de la vida.
Y aquí viene a cuento un recuerdo que tengo de la adolescencia: fue en una de las excepcionales ocasiones en las que se me ocurrió pasar a buscar por su trabajo a mi padre –con el que me llevaba bastante mal–, de regreso un viernes a la tarde para disfrutar del sacrosanto franco del cadete, y poder volver juntos a casa.
Esa tarde justo lo encontré cuando estaba por salir para ir a atender a una de sus pacientes, una señora mayor, una de esas viejitas paquetas de la familia de estirpe, y me preguntó si quería acompañarlo, que no le llevaría mucho tiempo y después podríamos regresar juntos.
La venerable anciana (cuyos datos me reservo porque el apellido es muy conocido), tenía ya más de ochenta años, aunque mantenía ese porte y esa actitud de los que han vivido en la opulencia y han aprovechado las enseñanzas de la vida y nos recibió con suma cortesía. En cierto momento en que nos quedamos a solas ella y yo mientras la mucama acompañaba a mi padre a la cocina del petit hotel en el cual vivía, la viejita me miró a los ojos. Aún hoy, recuerdo esa mirada intensa. Esos ojos azules que eran mansos pero en los que destellaba una aguda inteligencia y algo indefinible, algo más que en ese momento en que conversábamos de temas triviales como los estudios o el clima –piénsese que por esos días era yo un adolescente de la misma edad de Loli– no supe discernir qué era. Con el tiempo me di cuenta que los ojos de esa mujer ya anciana parecían hurgar dentro de mí... o por lo menos así recuerdo haberlo sentido.
De pronto alargó sus dos manos sarmentosas de uñas prolijas y manicuradas hacia mí.
–¿Me das la mano derecha? –dijo.
Me sorprendió, sí, pero no me negué y se la extendí.
–Ahora la otra –dijo, después de mirar un instante la palma extendida.
Le extendí la mano izquierda abierta, con la palma hacia arriba, la tomó entre las suyas y empezó a observar primero y luego a recorrer con su índice ciertas líneas cuyo significado yo desconocía.
–¡Qué vida vas a tener, hijo! –dijo después de mirar unos minutos, dando un respingo, como de impotencia por tener la potestad de ver, pero la imposibilidad de hacer nada para modificar lo que ve.
–Vas a ser amado por las mujeres, aunque sólo algunas pocas van a aprender a amarte bien.
Imagino que yo debía estar mirándola con la incredulidad dibujada en mi cara, pero a ella pareció no importarle.
–Y vos vas a quererlas, pero durante toda tu larga vida vas a estar buscando ese amor que te ponga la existencia de cabeza, que te sacuda, que te estremezca, que te tenga todo el día pensando en la persona amada y que te despierte todas las contradicciones con las que tenemos que cargar en esta vida, por el sólo hecho de ser humanos e imperfectos.
–Mhh-hh.
–Pero vas a tener que ser muy, muy paciente si querés encontrarlo.
–¿Por qué?
–Porque va a tardar en llegar. Va a tardar mucho. Cuando aprendas a amar en serio, cuando hayas conseguido paciencia y prudencia y a la vez conserves esta energía y este entusiasmo de la juventud que tenés ahora, pero que no dejás que cualquiera descubra.
En ese momento lo que me decía esa anciana no debió haberme gustado del todo, porque había dado en el clavo, revelando uno de los aspectos más reservados y secretos de mi persona. No sé si lo sentí o si hoy creo que lo sentí, pero era como ella decía. Admito, mea culpa, que en mi matrimonio y después, si bien quise a las mujeres que pasaron por mi vida, a algunas más y a otras menos, no me entregué del todo. Siempre reservé un lugarcito para preservar a aquel niño sensible y cariñoso que fui una vez, que estaba lastimado, para que no lo dañaran más.
Me pidió que cerrara la mano y miró el puño, del costado del dedo meñique y, sin soltarme la sostuvo con una de las suyas y me dio unas suaves palmadas con la otra, meneando la cabeza.
–Entre cinco y... siete... –dijo y otra vez me escudriñó con esos ojos vivaces.
–¿Cinco y siete qué?
–Hijos. Los hijos que vas a tener.
No sé si pensé "Esta viejecita está más loca que un plumero", pero me acuerdo que me dijo muchas cosas más que me quedaron grabadas en la memoria y, hasta el día de hoy, la mayoría se transformaron en realidad, como si aquella anciana hubiera sido una pitonisa que pudiera ver el futuro.
Porque hasta la fecha, soy padre de cinco hijos y sé que no hay ninguno que pueda aparecer de sorpresa, de manera que, si la maestra de primero inferior no me engañó, quizás estén faltando dos en la cuenta.
Claro que mucho de lo que la viejita paqueta dijo en aquella tarde de viernes lo he olvidado, porque la mente parece ensañarse con los recuerdos de la adolescencia, quizás porque es una de las épocas más difíciles que tenemos que transitar los seres humanos.
Pero hay algo de aquella PROFECÍA que resultó tan cierto como que el Sol siempre sale por el Este o que lo único verdadero en este mundo no es producto de nuestro intelecto, sino del corazón.
El amor tardó en llegar. Hoy, puedo asegurarlo.
Llegó, después de muchas vicisitudes, desengaños, alejamientos dolores y duelos, y también de alegrías y momentos inolvidables. Llegó de la mano de esa chiquita sorprendente que hace tres años y un mes escribió un correo electrónico buscando un editor para su libro.
Llegó, a mis cincuenta y siete años, de la mano de Loli...

El Profesor

miércoles, 25 de agosto de 2010

Diario de Lolita: El día después


Para el Profesor y para mí este blog fue uno de nuestros primeros sueños y se transformó en el primer proyecto de vida conjunto que pudimos concretar desde aquellos días de 2008, cuando nos encontrábamos a escondidas y el futuro parecía tan incierto.
Hoy, después de un largo año de escribir aquí, tenemos otro sueño: contar en un libro nuestra historia. Por eso, leyendo comentarios de quienes nos siguieron durante todo este tiempo y nos alentaron, vamos a hacerlo. Y de la misma forma que los sueños se vuelven realidad sólo si uno hace lo necesario para materializarlos, los libros se hacen escribiendo. Quién sabe... a lo mejor este es el principio.
Ayer fue 24 que para muchos de ustedes será sólo un número y para nosotros es un símbolo, porque fue un día 24 de hace tres años y un mes cuando la vida decidió cruzarnos los caminos, al Profe y a mí. Por eso decidimos que hoy, EL DÍA DESPUÉS, era el día indicado para empezar a contar nuestra historia de vida.
Nos pusimos de acuerdo en hacerlo así: un post mío, relatando lo que pensaba y sentía en cada momento del relato y a continuación un post del Profe, contando qué le pasaba a él.
Dicen que en esta vida el precio que tenemos que pagar por crecer y conocer el amor, es perder la inocencia. Si así fuera, yo lo pagué y lo volvería a pagar, sólo por volver a sentir lo mismo que con aquella primera caricia.
A veces recuerdo que mi vida era tan diferente a este vértigo en que se transformaron ahora mis días, que por momentos me da la sensación de ser otra persona que está mirando adentro de mí. Porque ni siquiera podía imaginarme qué era capaz de hacer y hasta dónde era capaz de llegar para estar sólo una hora con ese hombre que llegó a mí en el momento menos esperado, pero cuando más necesitaba alimentar mis sueños y fantasías adolescentes, que habían quedado truncadas durante más de tres años, desde el inicio de mi pubertad.
¿Quién dijo que el amor debe llegar de una manera determinada, a una edad prefijada y con la persona ideal? Conozco a varios que piensan así y obran en consecuencia y aprendí a darme cuenta que todos están unidos por un denominador común: ninguno de ellos puede decir con propiedad que amó de verdad en toda su vida.
¿Cómo lo sé? Porque lo viví desde ese primer día de invierno cuando recibí ese primer “beso con bufanda” que el Profe me mandó escrito como saludo en una de las primeras cartas –para nosotros los correos electrónicos siguen siendo cartas–, que cruzamos en ese mes de agosto de 2007.
La historia que voy a contar a continuación es, no lo duden, una historia de amor, de amor apasionado y desinteresado, entorpecido por dificultades de todo tipo y obstruido por incontables obstáculos. Debo reconocer que aunque yo no me daba cuenta, debo reconocer que como me decía el Profe, era de esperar que así sucediera, ya que si una característica tuvo nuestro amor es que desde el principio fue poco o nada convencional.
Nunca imaginé cuánto era capaz de amar mi corazón, ni me había preguntado hasta dónde era capaz de entregarme... Nunca, lo juro, hasta que lo conocí a él.
Cuando hablo de él me refiero al Profe, ese hombre tan especial, que apareció en mi vida cuando menos lo esperaba pero –ahora me doy cuenta–, en el momento que más lo necesitaba.
Llegó para transformarse en el dueño de mi joven corazón. Para cambiar mi vida, iluminar mi existencia y desterrar mis temores y mis culpas. Para enseñarme a poner ternura en cada instante, para hacer de mí una adolescente enamorada y una amante chiquitita, perdida en esa nube de sueños que le dieron un sentido inesperado a cada uno de mis días. Para convertir a la niña que nada sabía de amor, en la mujer que soy.
Lo conocí a través Internet y sus infinitas posibilidades, cuando buscaba una editorial que publicara mi primer libro...

Loli


lunes, 16 de agosto de 2010

Un premio

Paula, nuestra madrina y seguidora de este blog, que estuvo desde el principio en las buenas y las malas (llegó a aguantarse que le dijeran que era cómplice de un pedófilo y otras insensateces por el estilo), nos ha dejado un premio y, como nos pide, vamos a compartirlo.
Este es el premio:


Cumpliendo las reglas (No le imponemos a ninguno de los que elegimos lo mismo), informamos que:
1) Hay que entregarlo a 12 blog amigos.
2) Colocar el enlace de cada uno, o copiar y pegar.
3) Escribir un post con el premio.
4) Avisarles a quienes elegimos, de la distinción que le pasamos.
En nuestra selección, estaba Cami. Pero puesto que Paula ya la había seleccionado, elegimos a alguien más.
Esta es la lista de los elegidos:
Gemma
Sonia
Marga
Paula y Punto
Mujer Moderna
La Gran Diosa
Memé
La Solitaria
Nerea
Levania
Belu.M
Nina Rouge

Y simbólicamente a nuestra amiga Cami, como mencionamos
Vaya nuestro reconocimiento, y la entrega de este premio, desde nuestro corazón.

El Profesor

viernes, 13 de agosto de 2010

Can Street

¡A la pipeta! ¡Qué frío! La Sudestada se vino con todo en este invierno que empezó tempranito y, tal como pinta, parece que no tiene muchas ganas de irse.
El frío me hizo acordar acordar a un día cuando caminábamos por las calles de Córdoba con Loli y de pronto va y me dice:
–¿Viste que los perros también hay clases sociales?
–¿Eh?
–Sí, mirá ese, por ejemplo –dijo, señalándome uno.
–Ese debe ser de raza can street.
–¡Jajaj, Gordi! ¿Qué?
–Can street, Loli, Perro de la calle, de esos que no tienen adónde vivir y que andan buscando que alguien les de algo de comer.
–A lo mejor sí tiene adónde vivir, pero la familia es humilde.
–Es cierto.
–¿Sabés? El otro día empecé a pensar que como las personas, hay perros pobres, pobres, que no tienen adónde dormir y se tiran en cualquier lado.
–Esos serían los “sin techo" entre los perros, ¿no?
–Eso. Tal vez los perros que están por debajo del nivel de indigencia. Después hay los que viven en algún lado, pero los dueños son pobres, o no tienen trabajo.
–A esos los podríamos llamar los perros desocupados, o indigentes.
–Sí, por ejemplo –dijo, entusiasmada, porque le gusta que la escuche en sus reflexiones y acompañe sus razonamientos–. Y también están los que tienen casa, en una familia de clase media.
–¿Media alta o media baja?
–¡Jajaj, Gordi! Bueno, ahí podríamos establecer la categoría perro de clase media y las subcategorías “media-alta”, “media-media” y “media-baja”.
–Loli... La clase media como se la llamaba cuando yo era chico, es una franja en extinción. Ahora, sin no estás en el nivel ABC1, como dicen los publicitarios, no existís.
–Mjm...
–Nos quedan los de clase alta.
–Seh... esos son como la perra que tenía Susana Giménez.
–No, Loli. "Jazmín" era de la clase opulenta, de esos que cada vez hay menos, los muy ricos, los que lo tienen todo, mientras cada vez hay más muy pobres, que no tienen nada.
–Ajá, sí, es cierto –dijo, y seguimos estableciendo una teoría acerca de la manera en que las diferencias sociales también se trasladan a los chuchos.
¿Ustedes se preguntarán qué tiene que ver, eh? Viene a cuento esta anécdota por algo que me dijo Loli en uno de esos momentos en los que me siento cansado, me da la sensación que las fuerzas flaquean y veo el horizonte todo negro.
–¿Sabés qué vi hoy en la parada del colectivo, Gordi? –me preguntó hace unos días.
–¿Qué?
Un perrito… con un pullovercito.



–Ah, sí, hay muchos. No es nada raro, Loli. Hasta hay boutiques para perros.
–No, no... Este no era de esos. ¿Te acordás de las categorías sociales de los perros de la que hablamos?
–Claro.
–Bueno, este era uno de esos perritos “homeless”, los que ni siquiera tienen adónde vivir. Y me enteré que una señora, que le da de comer porque el perrito duerme en la puerta de su casa, agarró un suéter viejo de uno de los hijos, lo arregló y se lo puso al perro.
–No jodas, ¿en serio?
–Sí, claro. ¿Sabés que hay mucha gente así? Que les da de comer o les hacen un abrigo para el invierno.
–La verdad no, Loli, ni me lo imaginaba.
–¿Ves? Si Dios cuida a los perritos y hace que alguien les de comida y agua y hasta les ponga un abrigo en el invierno, ¿cómo se va a olvidar de vos, Papi?

Cuando volví de la calle, en esta tarde gélida en la que cae aguanieve y entré a mi casa, estaba tan calentita y acogedora que me acordé de lo que me había dicho Loli, y agradecí tenerla, y tener la comida de todos los días y todas las cosas que por alguna razón tendemos a creer que tenemos porque sí, porque así tiene que ser, porque es un derecho adquirido. Esas pequeñas cosas a las que no les prestamos mucha atención y que sólo aprendemos a valorar en serio cuando las perdemos. No pude evitar pensar, tampoco, en esa sensatez de Loli, con la que a menudo me deja boquiabierto...
Y ahora cuelgo el post y me voy a cenar y a dar gracias por tener lo que me gano y por todas las oportunidades que la vida me sigue dando.

El Profesor

sábado, 7 de agosto de 2010

Feria de Sabores Serranos

Ese sábado de julio frío, aunque soleado, nos levantamos tempranito para emprender la aventura de ir a pasar el día a las sierras cordobesas, a un lugar que habíamos escogido por una interesante nota que leímos en el diario, en el que aparecía como sitio altamente recomendado debido a las actividades que se desarrollaban por esos días. La nota hacía hincapié en la llamada “Feria de los sabores serranos” donde se hablaba de una supuesta degustación de recetas propias del pueblo. El artículo de la sección Turismo terminaba calificándola de “imperdible”. Sabiendo eso, allá fuimos con el Gordi: a Santa Rosa de Calamuchita, a probar la tentadora degustación de sabores serranos.


Tomamos el mini Bus en la estación terminal y estuvimos en nuestro destino una hora y media después.
Estaba fresquito, pero el sol brillaba y no había viento, de manera que el calorcito no tardaría en hacerse presente. Nos sentíamos contentos y con ganas de conocer, así que nos dispusimos a iniciar la caminata por las calles de Santa Rosa de Calamuchita en busca de la tan publicitada actividad gastronómica. Ambos imaginábamos y entendíamos por “feria de degustación de sabores serranos” una serie de puestos ubicados en un amplio espacio donde se vendían toda clase de embutidos y quesos para picadas, además de otros alimentos y donde, en cada una de las tienditas te ofrecían algo para probar y degustar de manera gratuita. Ese era el concepto que ambos entendíamos al escuchar la palabra “degustación”.
Caminamos durante un buen rato sin divisar señales de puestos, de artesanos cocineros ni de comida gratuita. En un momento, nos paramos a preguntarle a una señora que pasaba y que nos dijo que “para allá” estaba.
–Quizás sea más adelante, Gordi, mirá, allá veo que hay como unas carpitas…
–Ah, si, es cierto, a lo lejos se ve un toldo…
–Sigamos caminando… ya viste, la feria existe: la señora nos dijo que estaba.
Resultó ser que lo que habíamos visto era el techo de un bar con mesitas en la calle. Un poco desilusionados seguimos camino.
–Espero que no sea una broma esto de los sabores serranos porque yo vine a Santa Rosa por la degustación.
Me reí.
–Espero que no. En el diario salía una foto y decía que estaba… caminemos unas cuadras más, no nos desesperemos tan temprano, mi amor.
–No, no, no me desespero, pero empiezo a buscar el sitio en el que se encuentra la municipalidad de este pueblo para presentar mi queja y preguntar donde diablos está la tan promocionada feria.
Al llegar al la placita (desierta y sin rastros de puesteros) nos encontramos con un anciano al que nos animamos a preguntarle:
–Oiga, señor, ¿Usted es de acá?
–Desafortunadamente si.
Nos sorprendió la respuesta. ¿Por qué se quejaría alguien de un lugar tan agradable y tranquilo?
–¿Sabe dónde queda la Feria de los Sabores Serranos?
–Ya no se hace como antes, ahora no sé donde queda, creo que solamente se hace en los restaurantes.
–¿Cómo en los restaurantes?
–Si, ¿Ve? Los que tienen un cartel como ése, ofrecen algún bocado especial a los clientes.
–¿Eso significa que hay que pagar para degustar?
–Y… si. Esto ya es cualquier cosa. Se le miente a los turistas.
Hablando un poco más con él, nos dimos cuenta por qué estaba tan enojado con su actual lugar de residencia.
Luego de esta información quedamos muy decepcionados, pero el Profe no se quedó piola.
–Bebi… vamos a la oficina de turismo.
Ahí se encontró con un chico que atendía pero que no supo explicarle por qué la feria ya no era lo que se entendía por “feria de degustación” sino que en la actualidad no era más que un engaño para turistas desprevenidos y entusiastas como nosotros que creían todo lo que se mostraba y se decía en la prensa.
Finalmente, y viendo que no existía nada de lo que los diarios publicaban, nos fuimos a un restaurante que, aunque nos ofreció paté de ciervo para degustar acompañado de pancito caliente, fue más caro de que lo que preveíamos que podía costarnos degustar unas cuantas cosas mientras paseábamos tranquilamente por una feria de comidas. ¡Diablos!
Después de eso, y como el día estaba realmente hermoso y hasta caluroso, caminamos por el borde del río, nos sacamos fotos y cuando encontramos alquiler de caballos decidimos que no estaría mal dar una vuelta en el lomo de dichos animales.
Volvimos al hotel cuando comenzaba a anochecer, contentos por lo vivido, enojados con la municipalidad de Santa Rosa por el engaño tan ofensivo y un poco cansados por haber caminado tanto.
No teníamos muchas ganas de comer fuera sino más bien nos inclinábamos por algo que pudiéramos masticar en la habitación. Entonces pensamos en… ¡Sándwiches de miga!
Fuimos hasta la panadería donde sabíamos que los hacían especiales y compramos media docena junto con una botella de Coca Cola Light grande.
Así fue como terminamos ese hermoso día, acostados en la mullida cama, disfrutando de ricos sándwiches y mirando por TV algunos programas de chismes y chimentos de actualidad que solos y en otro momento jamás miraríamos.
Es que el amor y la complicidad que se genera entre dos es así: nos impulsa a hacer cosas que en otras circunstancias no haríamos. Pero a veces resulta muy divertido salirse un poco de la rutina, ¿No?

Lolita.



miércoles, 4 de agosto de 2010

¡Y unoooo, y doooos..!

Una de las características de Lolita es que cuando algo se le mete entre ceja y ceja, es tan incapaz de abandonar el intento y conseguir lo que quiere, como imposible que un sabueso deje de seguir a su presa una vez que la ha detectado.
–Gordi, ¿no te gustaría hacer un poco de gimnasia? –me preguntó un día.
–Loli, hasta los veintisiete años hice tanta gimnasia como la que vas a hacer vos en toda tu vida –le contesté–. Además, ¿no estoy viejito para eso?
–¡Nahhh, gordi! ¿Qué viejito ni viejito? –dijo, acompañando un gesto con una sonrisa traviesa que hacía alusión a cierto tipo de gimnasia asociada a las efusividades del encuentro... y las posteriores.
Pasó el tiempo, algo así como un año y un día, pasando delante de un moderno gimnasio lleno de aparatos, volvió a la carga:
–Gordi, mirá. Un gimnasio... –dijo, como al descuido.
–Mhhh-hhh.
–¿No te parece que necesitarías moverte un poquito?
–Mjm.
–Te pasás demasiado tiempo sentado, mi amor –argumentó.
Es cierto, me paso demasiado tiempo sentado trabajando, porque no puedo desarrollar mi labor con una PC colgada del cuello mientras hago jogging en un parque.
Algunos meses más tarde, mientras caminábamos por un hermoso bosque de una localidad serrana, deslizó, como quien no quiere la cosa.
–¿Sabés que además de alimentarse bien, no fumar, descansar y hacer lo que a uno le gusta, a cierta edad uno debe cuidarse del sedentarismo?
–Loli, Loli...
–Bueno, Gordi, es que quiero que te cuides y que dejes el cigarrillo y no te enfermes.
–Pero Loli, no tengo colesterol malo, mi colesterol bueno está en niveles óptimos, mis triglicéridos son normales, no padezco de hipertensión, no tengo úrea, después de la operación mi sistema respiratorio funciona bien, no consumo ni azúcar ni sal hace más de quince años... y sabés que estoy luchando contra el cigarrillo. Ufa.
–-Está bien, Gordi, pero...
–¿Pero?
–Nada, nada –dijo, y pasó a otro tema.
Pero, ¿creen que lo olvidó?
–¡Gordi! ¡Mirá lo que tenés frente a tu casa! –dijo una mañana de sábado, cuando salíamos al Súper, me agarró de la mano, cruzamos la calle y me arrastró hasta el enorme gym que está estratégicamente ubicado a menos de veinte metros de mi casa, en la vereda de enfrente.
Y se mandó.
Me hizo entrar primero, observó el lugar y, ni corta ni perezosa, se arrimó al mostrador donde se puso a conversar animadamente con la recepcionista.
Para ese momento, yo ya había empezado mi trámite de divorcio del cigarrillo, y creí que no eso sería suficiente para conformarla.
¡Qué conformarla ni qué ocho cuartos!
–Gordi, creo que tenés que empezar a hacer gimnasia. Te va a hacer bien, en serio –dijo, al salir, con un folleto y varios papeles en la mano.
–Loli, Loli, la gimnasia me cansó, me hartó, me saturó. Desde los trece a los veintisiete años haciendo tanta gimnasia que a vos te dejaría seca en el acto. ¡No quiero! ¡Basta de gimnasia!
–Bueno, Gordi –dijo.
No fue lo último que dijo, claro. La última palabra, ustedes sabrán quién la tiene.
ELLA.
–¡Muy bieeeeeeeeeen, Gordi! –se alborozó, el día que le di la noticia que había pagado la inscripción y el abono mensual.
De manera que hoy, mientras escribo este post, estoy ya con el equipo deportivo puesto, listo para ir a mi tercera sesión de gimnasia.



Cinta, abdominales, pectorales, brazos, gemelos, bíceps, tríceps, abdominales, piernas, aparatos y bicicleta, para finalizar con elongación, una hora y media por día, como un señorito inglés bien obediente.
El primer día, todo fenómeno.
–¿No te duele nada? –me preguntó, por teléfono, cuando le conté.
–Nahhh –dije, haciéndome el superado.
–Ya te va a doler... –me advirtió.
¡Ufa! ¡Sí! Ayer, cuando salí, me sentía perfecto pero hoy tengo un dolor de gemelos que ni les cuento (me dolían hasta las pestañas).
Bueno… Y ahora dejo de escribir y publico, porque se me hace tarde y me espera un incremento de minutos en cinta... para empezar (¡Oh, Dios!) Veré cómo me arrastro los veinte metros hasta el gym.

El Profesor