miércoles, 29 de diciembre de 2010

Comenzando...

Después de una ausencia que espero ustedes sepan comprender–debido a mis exámenes finales, el trabajo y la mudanza del Profe–, vuelvo para contar cómo he vivido estos días tan felices y tan llenos de magia desde que mi Gordi hizo su llegada a Córdoba hace ya casi una semana.
En un miércoles como hoy, hace siete días, él ya iba de viaje por la ruta en un camión de mudanza junto a todas sus pertenencias y a tres muchachos camioneros que lo ayudaron en todas las tareas de carga y descarga de cosas. (En su momento ya contará sus aventuras en esas 16 horas que pasó arriba de ese enorme rodado). Mientras, yo acá, en mi casa, esperaba ansiosa su llegada y pasé la noche casi sin dormir, pensando cómo se sentiría, cómo sería el momento de vernos, abrazarnos, imaginando nuestra vida juntos a partir de ese día…
No puedo describir la emoción que sentí cuando lo vi. Se lo veía cansado después de un largo viaje, pero la sonrisa le iluminaba todo el rostro. Estaba satisfecho de haber llegado bien, haber dejado todas sus cosas en la nueva casa y estar ahora junto a mí, abrazándome fuerte y contándome todo lo vivido.
Estos días han sido maravillosos. Si bien hemos trabajado duro para acomodar su casa, ordenar todo en su lugar, limpiar y desempolvar, también nos hemos divertido, hemos compartido muchos momentos juntos y nos empezamos a acostumbrar a esto de estar tan cerquita y de saber que ya no vamos a separarnos.
¡Desde que llegó, le dije tantas veces lo orgullosa que estaba de él!
A mí todavía me resulta increíble que mi Profe, a su edad, deje su casa, el lugar donde nació y vivió tantos años, su familia… y afrontado temores e inseguridades, se viniera a vivir hasta donde yo estoy, en una provincia nueva, distinta, y dispuesto a comenzar una vida nueva en mi compañía, lleno de ilusiones y proyectos para llevar a cabo en este nuevo año que está a punto de comenzar. La verdad lo admiro. No son muchos los hombres que están dispuestos a jugarse todo–literalmente- por el amor de una mujercita. En estos gestos es cuando me demuestra cuánto me ama. Me lo demuestra con actos. Me lo dice también, pero con sus acciones me lo confirma.
Ahora él ya está en su nueva casita, cenando quizás para luego irse a dormir y descansar hasta mañana, que le espera un nuevo amanecer en este lugar que tan bien lo recibió desde el primer día.

Los sueños, para aquellos que tienen el valor y la imaginación para soñarlos en grande y saben afrontar sus miedos, se cumplen. Mi Profe es la prueba. No crean que no estaba asustado. Le preocupaban tantas cosas…! Pero yo supe calmarlo, darle tranquilidad y hacerlo sentir seguro de que todo iba a salir bien.
Les deseamos a todos un muy feliz comienzo de año 2011. Seguramente será un hermoso y productivo año para todos. Muchas bendiciones para todos nuestros queridos amigos y lectores.


Lolita





domingo, 26 de diciembre de 2010

El día después, del día después...

Entrando a nuestra nueva casa en Córdoba
Vengan, pasen, entren. Esta es nuestra nueva casa -en esa foto estaba vacía, cuando Loli fue a verla por primera vez-, en la ciudad de Córdoba, en un barrio muy lindo, tranquilo, con muchos árboles y cerca de todo.
Debo pedirles disculpas a todos quienes nos leen porque tenía pensado escribir el último post antes de salir, "el día antes". Pero no me fue posible. Múltiples y variadas vicisitudes de último momento
-entre ellas la llegada de la mudadora un día antes de lo previsto-, me descuajeringaron los planes, los horarios y el seso.

Entonces, mientras viajaba en el camión de la empresa de mundanzas, pensé que sería pertinente escribir el post "el día después" ya que sería 24, un día significativo y, además, el día de Nochebuena.
Pero fue imposible.
El jueves 23 y parte del viernes 24 lo pasé en una especie de catalepsia inducida por el stress, la ansiedad y el cansancio. Por viajar más de 16 horas en un camión de mudanzas en dos días de calor agobiante, cambiándole la hora de llegada a Loli y a su papá a cada momento.
Para el mediodía del 24, ya algo recuperado, salimos con Loli a comprar algunos presentes para el arbolito y cuando volvimos, ya era hora de prepararnos para asistir a misa de Nochebuena y cuando regresamos, era tiempo de cenar.
Como si fuera poco, también estos primeros dos días y medio estuvimos yendo y viniendo de mi casa -de momento me han dado asilo en la de Loli-, que por las fiestas aún no tiene servicio de electricidad, gas, teléfono e Internet (que está todo pedido y quizás a partir de mañana lo instalen), para acomodar muebles, limpiar, vaciar cajas, tirar objetos inservibles, ordenar, tirar cajas vacías, buscarle lugar a las cosas, lustrar muebles, ordenar armarios... ¡Uhhh!
Para que se den una idea Loli me ha despertado hoy, domingo, a las 6:45 de la madrugada para ir a ordenar y limpiar y ahora, mientras ella se relaja y disfruta de una lánguida siesta, yo escribo este post sabiendo que en un ratito, ni bien se despierte, saldremos para la pileta del club a darnos un revitalizador chapuzón en este día de verano.
Como sea, gracias a la inestimable ayuda de su papá, con Loli ya estamos dando los toques finales a esa casa que tanto anhelamos.
Y yo estoy escribiendo el día después, del día después, porque aún me cuesta creer que esta noche no tengo que estar subiéndome al micro de Urquiza, para regresar a Buenos Aires.
Porque ahora mi casa está en Córdoba...

El Profesor

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Diario de Lolita: Hoy, hace tres años


Viajé de vuelta hasta mi casa con la mente concentrada solo en él. Ausente del mundo real, estaba flotando en ese espacio donde confluyen la imaginación, los sueños, las fantasías, y los deseos.
Me sentía bien aunque para evitarme problemas, de momento debía disimularlo lo mejor posible.
Después de que transcurrió el almuerzo sin la más leve sospecha o dificultad, al haber terminado, me marché con el pretexto de ir a lo de una compañera a hacer un trabajo escolar y diciendo que volvería bien entrada la tarde. Quería que esta vez, el tiempo que pasara a su lado me rindiera mejor.
Al poco tiempo, ya estaba de nuevo tocando la puerta de la habitación, con la ansiedad de sentirlo cerquita mío.
Cuando entré, la habitación estaba en penumbras. Una tenue luz entraba a través de las cortinas cerradas. Estaba muy fresca, en contraposición al calor agobiante que hacía afuera. Ahí estaba mi amor, esperándome.
Me miró y me pidió con ternura que me acostara a su lado en la cama y así, de a poquito, empezamos a conocernos. Nunca nadie me había besado, pero tampoco había imaginado siquiera que nadie podía besarme tanto en tan poco tiempo.
Esa tarde me mostró cómo era capaz de manifestar todo su cariño, toda su sensualidad y su atracción por mí, pero respetando mis temores, mi miedo al dolor, mi falta de experiencia y de conocimiento de cómo era una verdadera relación entre un hombre y una mujer.
Cuando hicimos una pausa en nuestros cariños y arrumacos, caímos en la cuenta que habían pasado tres horas. El tiempo parecía volar a su lado.
Aproveché la pausa y busqué un bocadito de chocolate que había comprado y se lo di en la boca, mientras yo lo comía con él... me miró con una sonrisa, mientras yo, sentada arriba, lo acariciaba. Me dijo: “Frutillita... sos un sueño. Debo de haberme portado muy bien en la vida para que en este momento me regalara a alguien como vos...”. Todo el tiempo me decía cosas tiernas mientras no cesaba de acariciarme y de besarme. Decía: “Cushita, mi amor, mi Lolita... mi nenita traviesa, mi bebé...”
Había algo que me gustaba especialmente de él: tenía mucho cabello y tan suavecito... se había cumplido uno de mis deseos: siempre había soñado acariciar el pelo de un hombre mientras le besaba los labios.
No podía dejar de tocar la parte de atrás de su cabeza, en donde el cabello se le desordenaba y donde era especialmente excitante...
Charlamos un ratito, en un clima de completa dulzura y luego, lentamente, me preparé para irme, pero con la emoción y la perspectiva de pasar toda esa noche juntos, hasta la mañana siguiente, aunque fuese a costa de una mentira.
Cuando salí a la calle, llovía. Ni cuenta me había dado. Estar con él me hacía abstraerme de todo.
Llegué a casa y me acosté hasta que se hizo de noche y fue momento de vestirme para salir con él. Me preparé especialmente bonita. Era la primera vez que iba a salir con un hombre y la ocasión, además de su persona, merecía un atuendo muy especial. Elegí unos jeans, una musculosa con brillitos, sandalias y el cabello pelo y planchado. Sabía que yo le gustaba, pero sentía que debía seducirlo y enamorarlo a cada momento.

Cuando llegó el momento, le pedí a mi papá que me dejara en la puerta del shopping. La versión oficial era que iba a encontrarme con unas compañeras para salir a bailar, y luego me iba a quedar a dormir en la casa de una de ellas, hasta el día siguiente. Me creyó y se avino a llevarme con el auto, aunque estaba un poco intranquilo por el hecho de que era la primera vez que yo hiciera algo así, pasando una noche fuera de casa.
Bajé del auto a la hora acordada y esperé a que mi papá se alejara. Ni bien esto sucedió, y vi el auto perderse entre el tráfico de la avenida, El Profe se me acercó, sonriendo, con una sonrisa que dejaba ver todos sus dientecitos blancos y la bondad que había en su corazón de cincuenta y siete años. Estaba vestido muy prolijito y olía a un perfume francés muy rico que, desde ese momento, para mí es su perfume. Pensé en ese momento que se trataba de un hombre muy elegante, fino y caballero. Y esta primera impresión no falló. Efectivamente, siempre fue así conmigo en estos tres años.
Caminamos por las galerías del shopping un ratito y cada vez que él se acercaba a mi oído para comentarme algo, me decía “mi amor” y yo estaba que me desmayaba de deseo, con ese perfume... En un momento tuve que pedirle: “No me digas así, que ahora, acá, no puedo besarte”.
Caminamos unas cuadras, en esa noche cálida y estrellada, con las calles repletas de parejas, de gente que estaba dispuesta a disfrutar de una hermosa velada, como la que nosotros íbamos a tener en las próximas horas. Llegamos al restaurante, entramos y yo miré para todos lados, en busca de alguien que pudiera conocerme. Gracias a Dios, no conocía a nadie. Era la primera vez que iba a cenar a un lugar tan bonito. Era un lugar para comer a diente libre. Se podía elegir lo que uno deseara comer por un precio fijo.
Me tomó de la cintura hasta que llegamos a la mesa y una vez allí corrió la silla para que me sentara. Luego, sin yo haberlo esperado, me dio una bolsa que dentro contenía un regalo. Lo miré con un gesto, mezcla de alegría y asombro y me dispuse a abrir el regalo. Me encontré con un perfume francés muy rico, que yo le había comentado que me gustaba. ¡Y él me lo había regalado! Fue el primero de todos los perfumes que me compró. Se lo agradecí con una sonrisa y una caricia en su mano. Hubiera querido besarlo pero había demasiada gente... A pesar de esos condicionamientos, a sentirme observada me sentía emocionada de estar con un hombre así, al que ya sentía como mi pareja.
Cuando trajeron la bebida, él mismo me sirvió en la copa y brindamos. No puedo describir lo que sentía en ese momento. El cielo era nada en comparación a estar allí con él.
Conversamos bastante y después de un rato, nos levantamos a buscar la comida. Cada uno se sirvió lo que le gustaba. De vuelta en la mesa, me hizo probar de su plato, haciéndome probar con su tenedor algunos bocados.
En un determinado momento se puso a contarme varias cosas de su vida y algunas experiencias que me dejaban asombrada y no podía evitar sentir una profunda admiración por él y una alegría indescriptible por el hecho de sentir, de saber que desde ese momento ese hombre mayor que me trataba con tanta delicadeza y cortesía, como a una princesa, era mi hombre.

Lolita

PD: Les pedimos disculpas a todos nuestros lectores por no haber escrito en todo este tiempo pero yo recién ayer terminé con dos finales y me estoy ocupando de encontrar la casa y el Profe está trabajando contra reloj para poder hacer la mudanza antes de Nochebuena. Pero claro, hoy es un día especial, porque es el día de nuestro tercer aniversario.





sábado, 13 de noviembre de 2010

¡ÚLTIMO MOMENTO!

Hace una semana, como de costumbre, hablamos por teléfono a la noche para contarnos las novedades del día. La conversación empezó más o menos así:
–¿Sabés Loli? Ayer no te dije nada pero estaba muy triste. Ya no quiero estar más acá, me siento muy solo. A la noche me dio una congoja, que...
–¡Mi vida! No me digas eso... ¿Pero por qué?
–Porque me agarra la angustia y siento que te extraño mucho. Quiero estar todos y cada uno de los días a tu lado, y el tiempo se nos pasa rápido. Me quiero ir para Córdoba...
–Lo sé, yo también quiero que vengas.
–Pero tengo que juntar mucho dinero, para la mudanza y demás.
–Gordi...
–¿Qué, Loli?
–¿Sabés qué pienso?
–A ver...
-Que ya no tenemos que perder más tiempo. Sé que es complicado decidirlo de un momento para otro, pero ya vas a ver que se puede. Vos no podés seguir viviendo allá. Yo creo que tenemos que jugarnos y hacer todo lo posible para que estés acá... ¡El mes que viene!
–No, Loli, el mes que viene es muy pronto no voy a llegar con todo, tengo mucho trabajo que terminar... además que hay que organizarse, juntar el dinero, vender muchas de las cosas que tengo y que ya no me sirven...


–No te pongas límites, Gordi. Vos sabés que yo estoy para lo que necesites, que te voy a ayudar y apoyar en todo. Si vos hoy me decís que querés venirte en diciembre, yo ya me pongo a buscarte un lugar donde vivir. Sabés lo rápida que soy para algunas cosas.
–Si, mi amor. Es que...
–Dale, lo vamos a lograr. Yo tengo un dinero ahorrado de manera que si creés que no llegás a juntar todo lo que tenés pensando, disponés del mío.
(...)
–¿Gordi? ¿Qué pasa? ¿Por qué te quedaste callado?
–Es que... no sabés la emoción que me da escucharte decir eso... Nunca antes alguien me había demostrado tanto amor.
–Es que de eso se trata, Gordi. De ayudarnos y darnos alegrías y felicidad mutuas. ¿Cómo no voy a hacer esto por vos si tengo las mismas ganas de que estés acá todos los días?
–¡Ay, Loli...! ¡No sabés cómo me late el corazón de escucharte hablar así!
–¿Te imaginás lo que va a ser poder vernos siempre y que ya no exista el momento triste de la despedida? ¿Tenés idea lo lindo que va a ser planificar los días juntos, divertirnos, salir a pasear, y festejar de a dos nuestros aniversarios en vez de hablarnos por teléfono? ¡Quiero que para las fiestas ya estés acá!
–¿Sabés? Nadie como vos me da tanto entusiasmo y ganas de hacer las cosas... Me voy a poner ese objetivo de estar en Córdoba, como mucho, para los primeros días de enero.
–¡Así me gusta! ¡Qué contenta estoy! ¡Qué lindo va a ser ese día que llegues para no volverte a ir!
–De sólo pensarlo, me causa mucha emoción... Me imagino viviendo un departamentito en la ciudad de Córdoba, caminando por esas callecitas que recorremos y llevándote de la mano.  Yendo a buscarte a la facultad, o esperándote con la comida para que almorcemos juntos, y con un ramo de jazmines...
–¡Sí, mi amor!
–Cuando estemos juntos, te voy a hacer conocer al hombre que puedo llegar a ser todos los días cuando estoy con la mujer que amo.
–¡Pero a ese hombre ya lo conozco!
–Si, pero hay muchas sorpresas que no te pude dar o muchos detalles que aún no pude tener... pero ya vas a ver cómo te voy a sorprender cada día.

Esta fue la conversación que tuvimos con el Profe hace una semana.
Tal como leyeron, juntos tomamos la decisión de que ya era momento de estar más cerca y compartir juntos más tiempo. Después de tres años, nos dimos cuenta de cuánto nos extrañamos a la distancia y cuánta falta nos hace estar el uno con el otro.
Es cierto que hay que arreglar muchas cosas en poco tiempo, pero si Dios quiere y la suerte nos echa una mano, en algunas semanas El Profe estará viajando hacia la capital cordobesa para establecerse aquí y empezar una nueva etapa en su vida, junto a mí, su amada Loli.
¡Qué feliz que estoy!


Lolita

jueves, 11 de noviembre de 2010

Diario de El Profesor: Cosas de grandes


“¿Y ahora qué vas a hacer con esta chiquita? ¿Eh, eh?”
Esa era la pregunta que me martilleaba la cabeza desde que salimos de la Terminal de ómnibus, mientras caminábamos tomados de la mano, cuando me registraba en el hotel y mientras subíamos a la habitación, acompañados por uno de los muchachos de la recepción.
“Tenés cincuenta y siete años... ¿qué hacés acá?”, me preguntaba el enano que parecía haber tomado mi cabeza por asalto, mientras yo me desdoblaba y le sonreía a Loli, que me miraba con esos ojitos que le brillaban de felicidad y me sonreía con picardía.
Si Lolita estaba emocionada, a mí el corazón me latía desbocado y no me avergüenza admitir que sentía un ligero temblor en las piernas... y no era por haber descansado poco en el viaje.
Cuando cerré la puerta con llave, Loli no me dio tiempo ni a soltar la valija. Se pegó a mi cuerpo y me abrazó muy fuerte.
–Sentate acá, en la puntita de la cama, Papi –me dijo.
Apoyé la valija en el suelo, ella se sentó sobre mis muslos me rodeo con sus brazos y me miró a los ojos, me acarició el cabello con sus deditos finos y largos y acercó su boca a la mía ofreciéndola para ese primer beso, para la primera vez que esos labios adolescentes se entregaban a mi boca.
Entonces sucedió lo inesperado. Cuando la besé y en ese lenguaje sin palabras la iba guiando en los primeros pasos de la pasión, reviví aquellos primeros besos que di y me dieron, los de mi propia adolescencia.
No sé cuánto tiempo pasamos así, conociéndonos con los labios, pero creo que fue uno de los besos más prolongados de mi vida.
Cuando la tendí en la cama y empecé a acariciarle el cuerpo, la voz dentro de mi cabeza dijo: “Cuidado... tratala con mucha delicadeza y ternura... despacio” y cuando deslicé los dedos por sus muslos, sentí que se ponía tensa. Tenía un poco de miedo, claro.
–Tranquila... no tengas miedo... No te va a pasar nada malo ni feo... –le dije, sin dejar de acariciarla y dándole besos en los labios.
–¿Qué... qué vamos a hacer? –me preguntó, con la mirada encendida por la pasión que ya la había ganado.
–Vamos a ver cómo puedo enseñarte a hacer cosas de grandes, pero de a poquito y con mucho cuidado, bonita... No tengas miedo, vamos, relajate, dale –le dije, sin dejar de acariciarle la tersa piel de la pancita.
Sentí que se aflojaba, confiando en lo que le decía, entregándose.
Loli escribió: “El contacto de su piel con la mía me aceleraba el corazón y me hacía disfrutar de ese tremendo bienestar que prodigan las caricias”, y en ese momento yo me imaginaba que lo estaba sintiendo, pero ella no sabía que a mí me pasaba lo mismo y que, además, era consciente de la responsabilidad que sentía por lo que estaba haciendo.
–¡Qué preciosa sos, Loli! –le dije, contemplando la hermosura de ese cuerpito adolescente–. Mirarte es contemplar la imagen más perfecta de la belleza.
Le estaba diciendo la verdad. Tenía esa hermosura fresca de la adolescencia, y mirarla me estremecía. Tenerla ahí, en mis brazos, era como estar soñando, casi irreal.
¿Cuánto tiempo estuvimos en aquella habitación mirándonos, besándonos y acariciándonos? Varias horas. En un momento me dijo, casi con desconsuelo, que se tenía que ir para que el papá no sospechara.
–Sí, chiquita. Vamos...
–Pero en un ratito vuelvo, ¿sabés? –dijo, y volvió a besarme–. No te vayas a ir, ¿eh?
–No, no me voy a ir –le contesté, rodeándola con mis brazos y acariciándole el cuerpo con toda la suavidad que soy capaz de desplegar.
Después bajé con ella, salimos a la calle y paré un taxi.
–Pero, me voy en colectivo... –me dijo.
–No, no, no. Sé una buena niña y volvé a tu casa lo más rápido que puedas, ¿sí? –le respondí, entregándole el dinero para que pagara el taxi.
–En un ratito estoy de vuelta, Papi –dijo, sacando la cabeza por la ventanilla y besándome en los labios por última vez, antes que el auto arrancara.
Me quedé mirando cómo se alejaba el taxi y estuve parado en esa esquina, porque me costaba reaccionar, serenarme, dejar que se aquietaran todas las emociones y las sensaciones que parecían no querer irse de mí
Fumé un cigarrillo y cuando me tranquilicé fui a buscar algún lugar, no muy lejos, donde comer algo para volver rápido al hotel, a esperar que regresara.



El Profesor

domingo, 7 de noviembre de 2010

Diario de Lolita: A solas

Al llegar al hotel, hicimos un plan: si teníamos que explicar algo, íbamos a fingir que él era mi tío y yo su sobrina. Había pedido una habitación doble con cama matrimonial porque quería dormir cómodo, “desparramado”. No fue necesario explicar ni fingir, porque nadie le preguntó nada.
Un muchacho de la recepción nos acompañó en el ascensor y nos guió hasta la habitación que le había sido asignada. En el camino, los dos íbamos detrás y yo lo miraba con picardía y le apretaba la mano mientras le sonreía. Llegamos a la habitación, el joven abrió la puerta y se retiró. Nosotros entramos, cerramos y sin siquiera darle tiempo de dejar el bolso y acomodar sus pertenencias o de descansar del largo viaje, lo abracé. Me abrazó fuerte también. Le pedí que se acomodara en el borde de la cama y me senté sobre sus muslos. Transcurrieron dos segundos –¿tres?– durante los cuales lo miré, rodeé su cuello con mis brazos y lo besé. Por primera vez sentí el sabor de los labios de un hombre, y la blandura de los suyos. Mi boca  se dejó llevar por la pasión y el anhelo de sentirlo mío y me olvidé del mundo y de todo lo que en él sucedía, porque estaba tocando el cielo con las manos, y eso era lo único que me interesaba. Mientras mis labios se negaban a despegarse de los suyos, unidos en un beso que deseaba que no acabara nunca, mis manos empezaron a deslizarse por su cabello, su abundante cabello canoso que me fascinaba por su suavidad y su textura.
La habitación estaba en penumbras y mientras nos besábamos sus manos recorrían suavemente mi cuerpo, mi piel ahí donde no había tela... Con una ternura que ni imaginaba que un hombre podía desplegar me dijo, suavecito, que no tuviera miedo, que nada iba a suceder, que me tranquilizara. Ganó. Me tranquilizó. No sé cómo, pero lo consiguió. Le puso palabras al pensamiento que le cruzaban por la mente y a las sensaciones que le hacían latir muy fuerte el corazón.
Por primera vez me dijo que era hermosa, que mi cuerpo era la imagen perfecta de la belleza.
El contacto de su piel con la mía me aceleraba el corazón y me hacía disfrutar de ese tremendo bienestar que prodigan las caricias.
Cuando se está con la persona que se ama, con ese ser a quien se deseó y anheló como los hicimos nosotros, el tiempo vuela, arrastrado por la relatividad, y los minutos y las horas pasan más rápido que de costumbre. Pero yo sentía que para mí era peor todavía: ese primer encuentro se me pasó demasiado rápido para lo que yo hubiera querido.
Mi deseo era quedarme ahí, para disfrutar eternamente de esas caricias que ese maravilloso hombre me prodigaba. Pero sabía que tenía que irme llegada cierta hora. Debía volver a casa para que mi papá no sospechara ni descubriera mi secreto, para que no supiera que estaba siendo amada en alma y cuerpo por el ser más especial de mi corta existencia, cuyo propósito en esos momentos era enseñarme a disfrutar de uno de los placeres más hermosos de la vida: el acercamiento entre dos cuerpos que se aman.
Sin dejar de acariciarme y me despedí de él con un beso en los labios y con la promesa de volver cuanto antes.
Bajó conmigo hasta la calle y paró un taxi. Durante todo el trayecto, y mientras caminaba la media cuadra hasta mi casa, tenía la sensación de estar flotando, como entre nubes. Experimentaba, por fin y por primera vez, lo que tanto había anhelado: sentir que volaba por estar plenamente feliz.
Creo que no voy a poder olvidar mientras viva lo que pasaba por mi interior mientras regresaba a mi casa: la indescriptible emoción, la inolvidable sensación de percibir el éxtasis del amor de ese modo y con un hombre mucho mayor que yo, pero que sabía cómo hacer para que se materializaran mis sueños y podía satisfacer mis deseos más secretos y mis fantasías de adolescente.

Lolita


jueves, 4 de noviembre de 2010

Diario de Lolita: El encuentro



–Hola, Loli –me dijo.
–Hola, Profe –le contesté, antes de ir hacia él y dejarme envolver pos ese primer fuerte abrazo.

No podré en mi vida olvidar ese día. El primer día de diciembre. Mi primer cita, a los dieciséis años. Cuando menos lo esperaba. Mi cita a ciegas con el ser que durante meses había sido la causa de mi desvelo, de mi desatino, de mi transformación.
Es sabido que esta sociedad le da mucha importancia al poder. Yo creo que ningún poder es tan importante como el “poder amar” y puedo afirmar que desde que lo vi y lo sentí por vez primera, empecé a sentirme poderosa.
Me guié por sus referencias de cómo estaba vestido para encontrarlo en la terminal, ya que, aunque lo conocía por fotografías, quería estar segura de que era él.
Caminé por las plataformas, mirando entre las personas sentadas en los bancos y en un momento lo vi. Lo vi de atrás y supe, por lo que me había dicho, que era él.
Llevaba un pantalón de vestir clarito, zapatos color ciruela, con cinturón y porta-llavero haciendo juego (desde ese día, ese porta llavero me da vuelta, me transformó en fetichista) un pulóver verde y un libro en la mano. Me acerqué despacito y antes de arrojarme sobre él y fundirnos en un abrazo, me observó de arriba abajo con una sonrisa. Sí, me había vestido especialmente bonita para ese primer encuentro: sandalias blancas, pollera larga del mismo color y una musculosa. Llevaba además el cabello suelto.
–¡Loli! –me dijo, y me besó en la mejilla.
Yo lo besé a él y dejé que me envolviera por esos brazos fuertes, cálidos y contenedores. Ese día me hice adicta a su abrazo.
De la terminal nos fuimos caminando unas pocas cuadras hasta el hotel. Lo tomé de la mano. Por mi cuerpo corrían escalofríos de emoción, de deseo, de alegría de haberlo conocido y tenerlo a mi lado.
–¿Y? ¿Te parezco tan lindo como imaginabas? –me preguntó, mirándome a los ojos–. ¿No te parece que soy medio viejito?
Le sonreí y pensé que no parecía para nada viejito y que estaba para comérselo, y que me estaba dando hambre.
–No –le contesté–. Es más, sos mucho más hermoso de lo que había imaginado...
Y de pronto ahí estábamos, entrando al hotel.
¿Pueden imaginarse cómo me latía y el corazón cómo me temblaban las piernas?


Lolita


lunes, 1 de noviembre de 2010

Diario de El Profesor: El viaje


Desde que tengo memoria, Córdoba estuvo en mi vida.
Recuerdo que ese 30 de noviembre de 2007 llegué a la terminal de Retiro con tiempo para abordar el micro de General Urquiza, una empresa que conocía desde hace mucho tiempo –desde que se llamaba ABLO y General Urquiza–, y que fue la compañía en la que viajé por primera vez en ómnibus a Córdoba, cuando aún no existía la actual terminal de ómnibus, y los micros de larga distancia paraban en la anterior, que aún hoy existe, en la zona del mercado.
Ese primer viaje fue con mi abuelo, a los cinco años, para pasar unos días en la casa de su hijo mayor, mi tío, en Villa Carlos Paz cuando no era más que un pueblito y no la ciudad que es actualmente. La misma Villa Carlos Paz en la que pasamos unos días de descanso en marzo de este año con Lolita.
Cuando tenía seis años, en enero siguiente –y durante los seis posteriores– empecé a viajar con los “campamenteros” de la Acción Católica a una zona que se llamaba San Clemente, y de la que salíamos a múltiples excursiones. En el primer campamento me acuerdo haber aceptado bajar la Quebrada de los Condoritos, una hazaña (o una locura propia de la inconsciencia de la niñez), ya que no era fácil bajar los cientos de metros, la mayor parte del trayecto de culo.
Más tarde mis padres tuvieron un chalet en Villa Carlos Paz y hasta que comencé el secundario, era casi obligado pasar el mes de febrero de vacaciones en esa casa de la última calle que había en ese momento, en la falda del Cerro de la Cruz.
Muchos años después, mi madre enfermó y le recomendaron vivir en un lugar con aire puro y tranquilidad, y entonces compramos el pequeño campo en Cerro Blanco –a unos quince quilómetros de Tanti, en plena sierra, cerca de Los Gigantes–, en el cual ella vivió la mayor parte de sus últimos años.
¿Cuántas veces había visto la actual terminal desde la ventanilla del micro o me había bajado para hacer un trasbordo? ¿Cuántos viajes había hecho a Córdoba en esos cincuenta y siete años de vida? ¿Cuántas idas y vueltas llevando a mis hijos para que pasaran las vacaciones con su abuela y cuántos fines de semana, en verano o invierno, para ir a compartir unos días con mi madre en ese lugar tan hermoso en el cual vivía?
Córdoba estuvo en mi vida desde el principio, y en eso pensaba mientras esperaba abordar el micro que ese 30 de noviembre de 2007 tenía que tomar para viajar a conocer a Lolita.
¿Había algún sino en mi destino que me habían llevado una y otra vez a Córdoba? ¿La vida me había ido preparando para lo que iba a pasar y que ni en sueños había imaginado?
Recuerdo haber sacado el pasaje en los asientos de abajo, que son pocos y me resultan más cómodos, y cuando llegó el momento de subir ni siquiera tuve que despachar equipaje porque sólo llevaba mi maletín de viaje, que me había acompañado durante tanto tiempo.
Me acomodé en la butaca y miré cómo el micro iba saliendo de la ciudad, sin poder dejar de preguntarme qué estaba haciendo, aunque ya no podía volverme atrás. La ansiedad me impidió dormir durante un buen rato –pese a que por lo general no tengo problemas para dormir en los viajes–, hasta que el cansancio me venció y me abandoné a un sueño entrecortado, mezclado con la ensoñación que producen las emociones, hasta que creo haber caído en el sueño profundo cuando ya estaba por amanecer.
Una de las cosas que solían sucederme en los viajes a Córdoba es que, como por arte de magia, me despertaba cuando el micro estaba en las cercanías de esas torres de piedra del arco de entrada a la ciudad y esa mañana del 1º de diciembre no fue la excepción. Cuando abrí los ojos, ahí estaba, dándome la bienvenida, franqueándome el paso a la ciudad, el arco de entrada.
Aunque no suelo usar el baño del micro, ese primer día me encerré a lavarme los dientes, mojarme un poco la cara para despejarme y ponerme presentable. Cuando salí del baño, el micro estaba pasando por el costado del Hospital San Roque. Estábamos por llegar a la terminal.
El corazón empezó a latirme más fuerte. No pude aguantar quedarme sentado y fui acercándome a la puerta justo en el momento en el cual el micro entraba en la terminal. Me puse primero para bajar y miré hacia el paredón lateral buscando a Loli.
El ómnibus estacionó y bajé ni bien se abrió la puerta, buscando entre la gente y recordando que Loli me había dicho “Si yo no llegué, vos esperame sentadito, y no te muevas…”
Busqué un lugar no muy lejos de la plataforma en la que había estacionado el micro y me senté a esperar. No tuve que aguardar mucho porque poco después la vi, buscándome entre la gente, caminando hacia mí, en esa calurosa mañana del primer día de diciembre, con su pollerita blanca, una remera musculosa y sandalias.
Entonces me levanté del asiento, con el portafolios a mis pies y la miré en el mismo momento en que descubrió mi presencia.
Fue tanta, tanta la emoción que me embargó que lo único que pude hacer fue abrir los brazos para recibirla.

–Hola, Loli –le dije.
–Hola, Profe –me contestó, antes del fuerte abrazo.

Hoy es 1º de noviembre y falta sólo un mes para que se cumplan tres años de ese día, cuando Lolita y yo, nos vimos, nos abrazamos y nos besamos por primera vez.

 

El Profesor



 

martes, 26 de octubre de 2010

Diario de Lolita: El día antes


29 de noviembre 2007 - 14:59 horas
ESTE MENSAJE SE ENVIÓ CUANDO ESTABAS DESCONECTADO:
Lolita: Hola mi vida... No me mandaste correíto... ¿No compraste los pasajes aún?
29 de noviembre 2007 – 18:17 horas
De: El Profesor
Para: Lolita
Asunto: Re: Mensaje
Enviado por: gmail.com

 
Loli, mi Bebé:
Salgo mañana a las 23:45 de Retiro en General Urquiza.
Llega a las 8:45 aproximadamente a Córdoba.
Plataformas 19 a 29.
Si es muy temprano para vos, no te hagas problemas, que yo me quedo en ese sector esperándote hasta que llegues, ¿sí, mi chiquita?
El domingo, compré el de las 19:45, pero si puedo, cuando llego a Córdoba lo cambio por uno que sale a las 21 pero es coche cama y llega antes que el servicio semi-cama que saqué yo.

Les mandé un correo a los del hotel para que me confirmen la reserva pero no me contestaron. Se los reiteré y tampoco me contestaron. Espero que la hayan hecho. Por las dudas, voy a llamar por teléfono para estar seguro.
 

Muchos besitos, cushita.

Tu Profesor
29 de noviembre 2007 – 21:43 horas
De: 54351313xxxx@mms.personal.com.ar
Para: Usuario


Claro que te voy a esperar mi vida. Si yo no llegué, vos esperame sentadito, y no te muevas, ¿Shi, mi amor?
Sólo faltaba un día para poder tenerlo frente a mí y abrazarlo y besarlo como lo había soñado y fantaseado y pensado tantas, tantas veces.
¡Yyyyuuuupiiiiii!


Lolita




jueves, 21 de octubre de 2010

Diario de El Profesor: Me cayó la ficha



El Profesor dice: Pero Loli…
Lolita dice: Papi... ¿Vos no querés que yo duerma con vos?
Hasta esa conversación, había cambiado tantas veces mi decisión de viajar o no, que en los primeros días de ese noviembre de 2007, Loli me había preguntado: "¿Entonces otra vez estás dudando, no?"
Le expliqué, por centésima vez, que no podía evitar dudar, y que eso no era solamente con ella, sino que en muchos otros aspectos de mi vida, antes de hacer las cosas, las pienso y las pienso y las pienso, y cuando no puedo convencerme que lo que estoy haciendo es lo apropiado, cuando no sé qué hacer no hago nada y dejo que la vida haga por mí.
–El problema es que conmigo y con tu visita, ya es como la octava vez que te dejás vencer por la duda –me dijo Lolita.
–Si el sábado a la mañana que te prometí me estarás recibiendo en la terminal, es porque la vida habrá hecho por mi lo que yo dudaba en hacer –le contesté.
Cuando evoco esa época, la recuerdo como de días confusos en los que me costaba concentrarme en el trabajo y sólo pensaba en Lolita, en qué era lo que me impulsaba a viajar y en los argumentos que esgrimía conmigo mismo,
Me pregunté si después tanto tiempo de ser “papá”, me había acostumbrado a desplegar mi paternidad en mis relaciones con las mujeres, ya que, si era honesto conmigo mismo, habían tenido mucho de eso.
También llegué a creer que me había dado el viejazo-mal y me sentí un viejo verde, un desubicado que no se daba cuenta de los problemas que podía acarrear tener una relación con una adolescente y hasta me pregunté si no había dentro de mí un corruptor de menores que había estado latente dentro de mí hasta ese momento, en el que se le había dado por revelarse.
Y sí, hubo momentos en los cuales me arrepentí por haberla tratado con el afecto que desplegué con Loli, de haberle enviado aquel primer “beso con bufanda” que despertó en ella la ternura, de haberla llamado “cushita” y aunque tenía la certeza que cuando lo hice no fue pensándola como mujer –sino que era como hablarle a una de mis hijas–, me preguntaba si ese trato no era más que el despliegue de un deseo inconsciente que había estado ahí, latente, esperando el momento de darse a conocer.
Me sentí responsable por haber hablado con ella de sexo y por alimentarle las fantasías y el enamoramiento, porque no puedo negar que lo hice.
Así hasta ese último chat, cuando una vez más trataba de convencerla de que nuestro sueño no era más que eso, un sueño, porque no era y no iba a ser nunca una relación normal, y Loli me hizo esa pregunta:
Lolita dice: ¿Y qué tipo de relación más "normal" te hubiera gustado tener conmigo?
Recuerdo muy bien ese momento, haberme quedado pensativo mirando el monitor antes de responderle:



El profesor dice: Ser más joven... no sé... Poder proyectar juntos un futuro.
El Profesor dice: Pero bueno, en la vida no hay ni "hubiera" ni "hubiese" hay lo que hay. Por algo la vida me cruzó en tu camino de la manera que lo hizo y yo, sin intención de seducirte, lo hice.
Fue en ese instante que tomé consciencia de lo que había escrito y me cayó la ficha.
Me sentía culpable... y tenía miedo.
¿Miedo de qué? ¿Miedo de enamorarme?
Entonces tomé la decisión y envié este correo electrónico:


27/11/2007
Señores
HOTEL VIÑA DE ITALIA

La presente es para confirmar la reservación hecha telefónicamente en el día de ayer, para el día sábado 1º de diciembre desde aproximadamente las 10 de la mañana hasta el día domingo a las 18 horas.
Se me informó que no debo hacer ningún pago a cuenta, y sólo debo abonar al ingresar al hotel.
Les ruego me confirmen esta reservación.

Atentamente



 
El Profesor

jueves, 14 de octubre de 2010

Paréntesis y primicia

Aunque venimos contando nuestra historia, hago un paréntesis para contar algo de la última semana que pasamos juntos y para mostrar una primicia.
Resulta que en nuestra agenda preparada para las actividades de ese feriado largo, el sábado lo teníamos reservado para ir a pasarlo a Capilla del Monte, pero sucedió que elegimos el micro equivocado en el día menos propicio, porque la ruta resultó estar atestada y a la una de la tarde hacía casi tres horas que estábamos viajando, entrando y saliendo y de todos los pueblos intermedios, por lo que era de suponer que una hora después aún íbamos a estar sentados en el micro y nos íbamos a perder lo mejor del viaje.
Cuando salimos de Huerta Grande El Profe miró hacia afuera por la ventanilla y me dijo:
–Loli, no conocemos La Cumbre.
–No, es cierto.
–Creo que es hora de conocer ese pueblo tan encantador.
–¿Cuándo?
–Hoy, ahora. Es el próximo.
–Pero ¿entonces no vamos a Capilla del Monte?
–A este paso, con suerte llegamos a las tres de la tarde... y nos tenemos que tomar el micro de vuelta, Loli –dijo.
–Mjm... –contesté, no muy convencida, pero recordé que esa noche teníamos que estar temprano de vuelta porque habíamos planeado ir a un lugar especial.
En ese momento el micro de la empresa de transportes Sarmiento Ltda. estaba entrando en La Cumbre y pasando al costado de un hermoso restaurante ubicado en un extremo de un campo de golf, dirigiéndose a la terminal.
–Dale, Loli, vamos –dijo el Profe, se levantó del asiento, me agarró de la mano y enfiló hacia la puerta pidiendo permiso, abriéndose paso entre todos los pasajeros que viajaban parados.
Así fue que nos bajamos en la terminal de micros de La Cumbre.
Me encanta esa capacidad que tiene El Profe de improvisar y en un instante transformar una situación que amenazaba ser desfavorable en uno de los mejores momentos que hemos pasado haciendo miniturismo.
La Cumbre es un pueblo hermoso y no sé porqué no lo visitamos antes.
Ni bien bajamos, y dado que justo era la Sagrada Hora de la Manduca (léase almuerzo) y como la Manduca es importante y a los dos nos hacía ruidito la panza –estábamos con el desayunito light y con un cafecito tomado en la terminal de Córdoba mientras esperábamos que saliera el micro–, empezamos a caminar por el centro, en ese hermoso día soleado, hasta que encontramos un atractivo restaurante con mesitas en la calle, donde decidimos almorzar.
Otra atinada elección de El Profe, porque nos atendieron muy bien y comimos muy rico, en una mesita con sombrilla ubicada en la vereda y, lo mejor de todo, no nos arrancaron la cabeza con los precios.
Lo único no tan bueno que pasó fue que El Profe, después de cuidar no mancharse la impecable remera celeste, tuvo un accidente y se tiró encima una considerable cantidad del vinito que había pedido, por lo que tuvo que ponerse el suéter que se había sacado para tapar la mancha.
Pero la sorpresa mayúscula de ese día me la dio mientras languidecíamos a la espera de terminar de digerir el almuerzo, sentados en esa mesita y luego de pagar la cuenta, cuando de pronto me dijo:
–Loli, ¿viste que hay competencias de bicicleta?
–Ajá... –le dije, porque había notado la cantidad de gente en bici que circulaba por la calle.
–Mirá el negocio que tenemos al lado –dijo, señalando un local contiguo al restaurante–. ¿Querés que alquilemos dos bicis?
–¿Ehhhh? –me tomó por sorpresa, lo reconozco.
–¿Qué dije, Loli? Bici, bicicletas, recorrer este encantador pueblo de montaña en bicicleta... Ahí las alquilan.
–Pero Gordi... ¿Bici? ¿Ahora? ¿Después de comer?
–Sí, ¿qué mejor momento? Hacemos la digestión con un poco de ejercicio.
–Pero... ¿Vos sabés andar en bici? –le pregunté.
–Loli, Loli, andar en bici es una de las cosas que no se olvidan una vez que las hiciste por primera vez... ¿Sabés cuál es la otra? –dijo y me regaló una de esas sonrisas pícaras que le hacen brillar los ojitos.
¡Casi me lo como! Hace unos meses, antes de empezar gimnasia, lo que menos hubiera esperado hubiera sido que El Profe tuviera la maravillosa idea de alquilar dos bicicletas, con todas las subidas y bajadas que hay en las calles de La Cumbre.
–¿Me lo decís en serio?
–Absolutamente –me contestó, sonriendo, me tomó de la mano y allá fuimos, a alquilar dos bicicletas.
Con su simpatía y con ese encanto que tiene para tratar con la gente consiguió que nos cobraran sólo el tiempo que usáramos y no las dos horas de la tarifa, de manera que después de encontrar un casco apropiado –él mismo le dijo al dueño del local que iba a necesitar uno especial, dado el diámetro de su cabeza–, nos dieron dos bicicletas con cambios de esas especiales para hacer Mountain Bike, y allá fuimos.
La verdad, me dejó con la boca abierta.
En la única cuesta que tuvo que llevar la bici en la mano, fue en la que yo también tuve que hacer lo mismo (el dueño del local, cuando nos dio el planito para guiarnos, nos había advertido de lo empinada que era esa cuesta), porque en todo el recorrido pedaleó sin cansarse y divirtiéndose como un chico.
¡Y yo que tenía miedo que derrapara y se diera un golpe!
Cuando regresamos y devolvimos las bicicletas, se reía y hasta bromeó con el señor que nos atendió y cuando estábamos por irnos, le preguntó:
–¿Sería usted tan gentil de decirme adónde se hacen los mejores helados artesanales de este encantador paraje? –El Profe conoce la debilidad que tengo por los helados de cualquier tipo.
Un rato después estábamos sentados en el patiecito de una galería abierta, cada uno con un exquisito helado artesanal y después de dar una vueltecita más a pie por el centro nos fuimos a la terminal a comprar el pasaje de vuelta para regresar a Córdoba con tiempo suficiente para ducharnos, cambiarnos y prepararnos para lo que teníamos programado para esa noche.
En síntesis, un día que por una cosa y otra amenazaba con ser un desastre se transformó en uno de los mejores momentos del último año.
Si se preguntan cuál es la primicia, acá va:



Esta es la foto que le tomé al Profe cuando estaba zampándose su plato favorito: bife de chorizo con papas fritas. Según él eso era un “Baby Beef” de tamaño considerable (¡era enorme!) y mientras lo degustaba me contó la historia del nombre y aseguró que, a su parecer, era el más exquisito que había comido en mucho tiempo. Lo acompañó con un rico vinito que le pedí probar aunque no suelo beber alcohol.
Si se detienen a mirar bien la foto, notarán que asoma la punta de un suculento plato de apetitosos y atentos ravioles –atentos, porque se dejaban comer con absoluta gentileza–, que fue lo que elegí yo y cuando me los hube zampado, también lo ayudé a terminar las papas fritas, Je Je.
¡Qué hermoso día pasamos! ¿Se dan cuenta por qué no posteamos nada desde hace una semana? Estábamos muy ocupados en nuestros asuntos. :)


 
Lolita



jueves, 7 de octubre de 2010

Diario de Lolita: Urdiendo planes


Lolita dice: Anoche... No me podía dormir...
El Profesor dice: ¿Por qué, Loli?
Lolita dice: Pensé y deseé mucho estar durmiendo con vos y poder estirar la mano debajo de las sábanas y tocar tu cuerpito desnudo y hacerte muchas caricias... Y luego acercarme a tu boca y deleitarme besándote y sintiendo ese gustito dulce de tus labios...
El Profesor dice: ¡Oh!
Lolita dice: ¿Sabés?
El Profesor dice: ¿Qué?
Lolita dice: Estoy decidida a arriesgarme con mi plan para poder pasar la noche con vos. La semana que viene quizás empiece a decirle a mi maestra que la semana próxima tengo que pedirle un favor muy importante. Espero que no se niegue…
El Profesor dice: Loli, por favor, no te metas en problemas…
Lolita dice: Yo la conozco. Pero si no, ¿En quién?
El Profesor dice: Vos la conocés, pero ¿por qué hacer eso con ella?
Lolita dice: Es el único lugar donde alguna vez fui a dormir
El Profesor dice: No sé si una persona adulta va a hacer esto, Loli
Lolita dice: Yo tampoco lo sé. Pero si no lo intento me voy a quedar con la duda. Además no le voy a decir que es para estar con vos
El Profesor dice: ¿Y qué le vas a decir?
Lolita dice: Le voy a decir que le voy a contar después, si todo sale bien. Que es algo muy importante.
El Profesor dice: ¿Y le vas a contar que estuviste durmiendo con un hombre de 57 años?
Lolita dice: No, le puedo decir que estuve con un amigo de Buenos Aires, que fuimos a bailar toda la noche... un amigo de veintitrés años. No tengo porqué contarle mi vida privada.
El Profesor dice: Creo que si vas a pedirle ayuda, lo menos que va a hacer esta mujer es pedirte que le expliques qué vas a hacer, porque ella va a tener responsabilidad ante tu padre...
Lolita dice: No sé... Quizás. Vos dejame que pruebe y después te cuento. A ver, decime…
El Profesor dice: ¿Qué, Loli?
Lolita dice: ¿No querés pasar toda la noche conmigo? ¿No querés amanecer con mis beshitos? ¿No querés que te toque y que nos quedemos hablando hasta tarde?
El Profesor dice: Mirá, como querer, quiero. Pero creo que no debés hacerlo y correr un riesgo tan grande. Las consecuencias pueden ser graves.
Lolita dice: Creo que puedo manejarlo. Vos dejame a mí. Si veo que corro riesgos, que mi maestra no quiere o cualquier cosa... lo dejamos para cuando me escape a tu casa ¿Si?
El Profesor dice: Loli... mirá, dulzura... Si vos cambiás tus hábitos de golpe, tu padre ¿crees que no se va a dar cuenta? (...) ¿Cuándo quéeee?
Lolita dice: ¿Querés que vaya?
Lolita dice: Eso es MUCHÍSIMO más riesgoso.
El Profesor dice: Lo sé. Y te digo lo mismo. Como querer, quiero. Pero no debés hacerlo.
Lolita dice: ¡Pero yo quiero dormir con vos!!!!
El Profesor dice: Pues vas a tener que aguantarte las ganas hasta los dieciocho años.
Lolita dice: No, mi amor, yo no aguanto.
El Profesor dice: Sí, Princesita. Tiene que ser así.
Lolita dice: Voy a hacer todo lo posible por conseguirlo. Ya vas a ver.
El Profesor dice: Si te digo que que vas a tener que aprender a tener paciencia, vas a tener que aprender a tener paciencia.
Lolita dice: Vos dejame que pruebe la complicidad y la amistad de mi maestra y después hablamos.
El Profesor dice: Pero Loli…
Lolita dice: Papi... ¿Vos no querés que yo duerma con vos?


Lolita