domingo, 22 de mayo de 2011

¡A toda máquina!

El día había amanecido lindo. A pesar de estar en pleno mes de mayo, la temperatura era agradable y el solcito entraba por la ventana pronosticando un sábado radiante.
Me levanté (y como era medio temprano aun) dejé que el Profe durmiera un ratito más y entretanto, yo me vestí, tomé mi desayuno y salí a buscar el diario. Cuando regresé, ya era una hora prudente para acercarme hasta su cama, despertarlo y mostrarle el hermoso día que nos esperaba.
Preparé su café capuchino (con la leche con mucha espuma, como le gusta) y mientras hojeábamos las páginas de noticias, el Profe me propuso:
–Bebi… Con este hermoso día, ¿Te parece que a la tarde salgamos a caminar un poquito al parque?
–¡Si, claro! ¡Qué buena idea!
Mientras él se ocupaba de algunos trabajos pendientes, aproveché para ir al gym hasta el mediodía.
Cuando regresé, olfateé un rico aroma proveniente de la cocina.
–¡Mmm…! ¿Qué estás cocinando, mi amor?
–Las milanesitas que te gustan con ensalada de palmitos, corazones de alcaucil, hongos y zanahoria rallada.
Él sí que tiene bien claro mis preferencias culinarias.
Almorzamos tranquilos, mientras charlábamos de temas diversos y luego de algunos mimos y arrumacos propios de la hora de la siesta, nos calzamos las zapatillas y salimos rumbo al parque más lindo que tiene nuestra Córdoba: el Parque Sarmiento.
La tarde era tan agradable que el sólo hecho de sentir el solcito y el tibio aire (además de la mano del Profe agarrando la mía) me hacían sentir muy feliz.  
Llegamos, y vimos que muchos, al igual que nosotros, habían elegido pasar la tarde al aire libre. Estaba lleno de familias, parejas, grupos de amigos jugando al fútbol y personas solas que se deleitaban esquivando autos  mientras andaban en rollers
Nos dirigimos hacia el lago y empezamos a bordearlo, mirando los patitos que nadaban a la orilla y a los niños que los alimentaban.
–Bebi… mirá, se alquilan botecitos… ¿Te gustaría que demos una vuelta en uno?–Me preguntó el Profe.
–¿En serio? ¡Sí que quiero!
–Bueno, vamos entonces… yo me acuerdo que siempre quisiste hacer esto conmigo.
–¡Te acordás de todo! Y si, la verdad es que siempre me quedé con las ganas… 

Subimos a un bote a pedal y nos fuimos a recorrer el lago.
En un momento, ambos nos quedamos mirando un grupo de tres patitos que nadaban cerca nuestro y casi al mismo tiempo dijimos:
–Gordi…–Comencé. 
–¿Te parece si…? –Me sugirió.
–¿... Jugamos a “pisar” a los patos?
Ambos nos reímos de la infantil ocurrencia, pero sin embargo, anunciamos:
–¡A toda máquina!
Y apuramos el pedaleo para llegar hasta ellos, mientras no parábamos de reírnos. Obviamente los patos deben estar acostumbrados a este tipo de cosas tontas por lo que, con la cara más tranquila del mundo, apenas se movieron y ya no pudimos tocarlos.
Pero igual fue divertido.


Él sabía que desde hacía tres años siempre había querido revivir esa experiencia que yo había disfrutado a menudo de chica, pero esta vez con él. Y me la cumplió.
Dimos la vuelta a todo el lago, pasando entre los árboles que rozaban la superficie del agua y por donde se filtraban los rayos de sol y también por debajo del puentecito donde un sábado a la noche, a meses de conocernos, tuvimos nuestro momento romántico.
El paseo duró sólo media hora pero la sensación hermosa me va a quedar por mucho tiempo. Como todo lo que vivo junto al Profe…




Lolita.

martes, 17 de mayo de 2011

Antes y después

Con Loli, como hemos contado, solemos ir al cine los viernes a la tarde. Por lo general vamos al Hoyts del Patio Olmos.
Desde que en las vidrieras aparecieron los modelos otoño-invierno, que Loli le había echado el ojo a un suéter de Tannery, y ustedes saben cómo es ella cuando algo se le mete en la cabeza.
Cada vez que íbamos al cine, ahí estaba el suéter, en la vidriera, en un maniquí vestido con muy buen gusto y la cosa era que debido a otros gastos, se hacía difícil regalárselo.
Entramos por lo menos una vez al local, y a Loli le brillaban los ojitos cada vez que lo miraba, y me daba un poco de cosa no poder comprárselo y que, cuando pudiera, el suéter ya no estuviera ahí.
Por lo general los viernes yo voy primero al Patio de Olmos a comprar las entradas, y la espero hasta que llega de la facultad, porque tiene clases hasta las siete de la tarde.
Este viernes pasado, por fin, la cuenta y la tarjeta tenían la cantidad suficiente como para comprarlo, así que fui al shopping un rato antes, compré las entradas para la película y después –mientras pedía que el suéter siguiera en la vidriera y que Loli no llegara en ese momento–, me fui directamente al negocio y comprobé que... ya no estaba.
Entré y cuando la vendedora se acercó, le dije:
–Había un suéter... color rosa jaspeado... con un botoncito... pero ya no lo veo.
–Queda uno –me contestó la vendedora, y enfiló para la estantería.
En ese momento prometí portarme bien durante todo el año si ese uno que quedaba, era del talle de Loli.
–¿Este? –dijo la joven, desplegando el suéter en un mostrador de cristal–. Pero la medida es...
–Es la medida justa –le dije.
–¿Está seguro?
–Tanto como que al día le sucede la noche.
–Bueno... cualquier cosa, lo puede cambiar por otra prenda...
–No va a ser necesario –la interrumpí, sabiendo ya que iba a tener que portarme bien durante todo el año.
Tannery tiene una forma muy especial de entregar sus prendas, así que la vendedora envolvió el suéter en un papel muy fino con impresos de logotipo, luego lo metió en una caja, y la caja dentro de una bolsa. Todo muy “paquete”, aunque suene redundante.
Pagué y salí del local, enfilando hacia donde está el Hoyts, y en ese momento la vi llegar, con paso rápido, y esquivando gente como si fuera un jugador de rugby. Puse la bolsa detrás de mí, tratando de esconderla, pero Loli es más rápida que un misil a ras del piso y se dio cuenta.
–¡Gordiiii! –dijo, abrazándome y espiando para ver qué tenía en las manos–. Nomedigasquemecompraste
–Ajap –dije, y le entregué la bolsa–. Estaba esperándote, así que...
–¡Quiero verlo!
–Entremos y podés probártelo.
–¡Sí, dale!
De manera que volví a entrar al local y le dije a la vendedora:
–Quiere probárselo...
–Pero sí, claro –contestó la joven–. Pasá por acá...
Un minuto después Loli abría la puerta del vestidor y salía con el suéter puesto.
–¡Me queda justo, mi amor!
–Usted sí que sabe de talles –dijo la vendedora, mirando a Loli y después a mí, con cierta expresión de desconcierto pero sin dejar de sonreír profesionalmente.
–Algo, muchacha, algo... –le contesté.
–Era el último que quedaba –le dijo a Loli.
–Porque estaba esperándola a ella –le dije yo, sin olvidar la promesa que había hecho.
Volvió a envolver con sumo cuidado el suéter, lo guardó en la caja y luego ésta en la bolsa, haciendo un intento que Loli se tentara con algo más.
Cuando salimos del local, Loli se me colgó del cuello y me dio un abrazo muy fuerte y un beso, me entregó unos regalitos que había comprado para mí –entre los que había un Cadbury con pasas–, y nos fuimos a tomar un cafecito mientras hacíamos tiempo hasta la hora de la película.


Este es el suéter antes, como estaba en la vidriera


Este es el suéter después, cuando Loli se lo probó por segunda vez, más contenta que perro con dos colas.

Como estaba yo el día que Loli me sorprendió entrando en un negocio, del que salí con un nuevo suéter de shetland, que me había regalado.



Mimos mutuos para los primeros fríos. :)

El Profesor
 

lunes, 9 de mayo de 2011

La Hinchada

Por si no lo saben, mis estudios constituyen una de las actividades más importantes en mi vida y si bien son una fuente de satisfacción personal, también –en plena época de parciales y exámenes finales– motivo de ansiedad, nervios, horas de estudio, preparación y un poco bastante de estrés. A pesar de esto, debo confesar que disfruto mucho asistir a clases, rendir, estudiar y aprender cosas nuevas cada año.
Para esos instantes de nervios y ansiedad, a poco de entrar al aula para las evaluaciones, El Profe (que siempre está en todas, buscando la manera de ayudarme y aliviar esas sensaciones indeseables), encontró la manera de hacer que me relaje y entre a rendir con más fuerzas y más segura de mí misma.
Al principio, me mandaba mensajes de texto con augurios de éxito, para que me fuera bien en el examen. Pero un día que yo tenía un examen bastante difícil, se le ocurrió algo que me hizo reír mucho. Fue cuando todavía vivía en Buenos Aires y estaba muy lejos como para acompañarme a rendir y quedarse esperando hasta que terminara, para luego invitarme a comer algo rico o llevarme al Shopping para distraerme y bajar la tensión por el examen rendido, como suele hacerlo ahora.
La ocurrencia consistió, nada más ni nada menos, en “contratar” (me pregunto qué clase de acuerdo tendrá y en qué consistirá el contrato) a “Lo Chochamu de la Barra Brava”.


¿Quiénes son estos tipos? Un conjunto de barrabravas “pesados” que cumplen una función determinada: hacerme “hinchada” momentos antes de entrar al aula, mandándome mensajes de texto. La Hinchada está compuesta por los miembros ultra-requete-fanáticos de los clubes más populares de Córdoba y Buenos Aires: Talleres, Belgrano, Boca Juniors, River y otros tantos, de esos que llenan colectivos –a los que les recomiendo ni se les ocurra subir– de tipos que saltan, gritan hasta ponerse afónicos, profieren las más soeces palabrotas, entonan cantitos zafados y agitan banderas por las ventanillas. Sí, esos inadaptados son “los socios” del Profe, para mis días de exámenes.
No puedo evitar sonreír –la primera vez me hizo reír mucho– cuando me llegan estos mensajitos minutos antes de que el titular o los ayudantes de cátedra empiecen a pasar lista a los alumnos presentes.
Estos, por ejemplo, me llegaron uno detrás de otro el día 30 de abril, cuando me tocaba rendir Matemática Financiera. Tengan en cuenta los mensajes no pueden tener más de cien caracteres, así que El Profe debe escribir a velocidad subsónica. Yo los transcribo uno detrás del otro, pero literales, tal cual como me llegaron, con cantitos improvisados y todo:
¡Pende! El “Dogor”* nos yamó y yegamo. ¡Se vinimo acá diretamente de la manifestación del gordo Moyano para hacerte el aguante! Esperá que desplegamo la bandera y lo pasacalle. ¡Laucha! ¡Agarrá el bombo y empeza a darle, que hay que hacerle el aguante a la pende! ¡Acá tenemo la birrita para entrá en caló y para hacer el aguante! ¡Usté humille, Loli, humille! ¡Y sáquese un once en vez de un dié! Y dígale a lo profesore que le pongan buena nota porque si no lo esperamo cuando sale y lo hacemo de goma, lo hacemo. Bueno, ahí vamo: ¡Y daaaaaaaale! ¡Y daaaaaaaaale! ¡Y dale, y dale, y dale Loli, dale! ¡Humille a lo pavote, Pende! ¡Y humilleeee, humilleeee! ¡Mostrale que so la pende del gordo, mostrale! ¡Laucha: no le afloje al bombo! ¡Que es para entrá en caló! ¡Háganle pogo a la pende que se caga de frio! ¡Afane, Loli! ¡Humille en lo esámene! ¡Y dale, y dale, y dale pende, dale! ¡Ole, ole, ole, ole, acá viene la pendeja, a humillarlo otra ve! ¡Ole, Ole, Ole, Ole, la pendeja sabe todo para lo esamené!
Firman: Lo Chochamu. (Así, al revés y sin las “s”)
Apenas terminan estos mensajitos, me llegan otros firmados por mi Gordi que me cuenta que los muchachos están saltando como monos y él tiene que convencerlos que no le destrocen toda la casa, que están eufóricos y que no paran de hacerme la hinchada y tomar “birra”. Todo un invento de lo más gracioso, como el año pasado, que me contaba que habían puesto un puesto de choripanes en el patio de la casa o cuando, en pleno Mundial del año pasado, tocaban la vuvuzela. ¡Jajaja!
Debo aclararles que desde que el Profe vino a radicarse a Córdoba, no sé cómo hizo, pero logró incorporar –por lo que él me contó– hinchas más “pesados” todavía como los de Central Córdoba, y otros que consiguió que viajaran desde la capital, pertenecientes a los clubes de Chacarita (Barra muy brava), Racing y Argentino Juniors, que me ofrecen "apretar" a los profesores si no me aprueban.
Para él debe ser todo un trabajo comprar cervezas al por mayor y aguantarse el quilombo en su casa a las horas más absurdas –un sábado a las ocho de la mañana, un martes a las nueve de la noche, por ejemplo–, pero debo reconocer que cada vez que la “Barra Brava” ha estado haciéndome hinchada, he aprobado el examen de una.
Estas son las cosas que consigue mi Profe. Estos inventos ingeniosos son la manera de hacerme saber y sentir que apoya lo que hago, que está a mi lado dándome fuerzas... Estas cosas que pueden parecerles alocaditas o ridículas, es una de las tantas formas con la que me muestra su manera de amarme.
En especial, porque El Profe detesta el fútbol bastante más que el uso de celulares.

Lolita

* Así lo llaman al Profe :)

domingo, 1 de mayo de 2011

Un sábado especial

Tengo por costumbre hacer por lo menos dos compras quincenales en un supermercado que queda cerca de mi casa El Dino, en el cual, cuando el importe es mayor a cierta suma, suelen entregar un vale “dos por uno” para las salas de cine de otro supermercado de la misma cadena (pero mucho más grande y con un paseo de compras importante) ubicado en la otra punta de la ciudad, en “el cerro”, sobre la avenida Rodríguez del Busto, una de las zonas más pipí-cucú de la ciudad.


Con Loli –creo que ya lo saben–, somos adherentes a todo tipo de cupón de descuento que aparezca, en especial los de cine. Ocurre que las veces que nos dieron un “dos por uno” en el Dino, no lo usamos porque para un viernes a la tarde, nos queda lejos.
Pero este fin de semana, se alteraron los planes de nuestros esperados viernes. Loli tenía que rendir un parcial el sábado a la mañana, así que nuestro viernes de cine-y-cena, se transformó en nuestro sábado de-almuerzo-cine-y-cena, como si la cátedra del parcial hubiera decidido la fecha teniendo en cuenta que este fin de semana, tenía que ser distinto.
–¡Este va a ser un fin de semana especial, gordi! –había dicho Loli, esa mañana, cuando la llamé al celular para desearle éxito en el parcial.
Distinto y especial, sí, porque hoy con Loli celebramos un mes más de relación, cuarenta y uno, para ser exactos, tres años y cinco meses desde aquel primer día de diciembre desde que la vi paradita en la terminal de ómnibus, esperando que bajara del micro.
Así las cosas, en el soleado y fresco sábado que fue el de ayer, la esperé en casa con la mesa puesta, la ensalada decorada –palmitos, zanahoria rallada, hongos frescos, huevo duro para ella; lechuga, apio, cebolla, huevo duro para mí–, y la parrillita caliente para preparar sus milanesas de soja rellenas con tomate y queso y mi bife de chorizo.
–¡Gordi! –Dijo, haciéndosele agua a la boca, cuando entró y miró la mesa–. ¡Qué ricoooo! ¡Mmm! –se robó un palmito de la ensalada, fue a buscar la botella de Coca que sabe que está esperándola en la heladera y, por el camino, descubrió el frasco de dulce de leche especial que le había comprado, y vino corriendo y se me colgó del cuello.
–¡Dulce de leeeeeeeche! –gritó, antes de empezar con los Muack Chuick Smack, porque cuando de dulce de leche se trata, a Loli se pone más contenta que perro con dos colas.
Así empezó nuestro sábado muy especial.
Después de comer, acomodamos todo y nos fuimos para el Dino Mall habiendo ya elegido la película: “Hipólito”, producción argentina y cordobesa, para ser más precisos que, en rasgos generales, nos gustó.
Cuando salimos, dimos una vuelta por el centro de compras mirando vidrieras y observando a los viandantes que, en esa zona de la ciudad, parecen ser todos de alta gama, como los autos que estaban en el estacionamiento y categoría Premium, como todo lo que se ofrece en los locales.
Cuando regresamos, en el cielo del atardecer había unos negros nubarrones que identifiqué como de frío los cuales, en opinión de Loli, presagiaban una noche de esas, especiales para hacer cucharita y taparse bien.
Tal cual. Cuando salimos a cenar –después de una avant-première de lo que sería la noche [ =) ], ya hacía un frío “importante”.
Loli, debo explicarlo, necesita planificar los lugares con algo de antelación. Yo, no tanto, y me inclino más por la improvisación. Pero como no nos es difícil ponernos de acuerdo, terminamos yendo a los lugares que nos gustan a los dos.
Si el lugar tiene que ver con la cocina española y, específicamente, con los frutos de mar, casi ni necesitamos hablar. Que es el caso de “La Taberna Española”, un cercano a mi casa, que habíamos visto en los primeros días de mi afincamiento en la ciudad y al que, por una cosa y otra, nunca habíamos ido.
Como suele suceder en una ciudad en la que los habitantes parecen ser “tarderos” con la hora de cenar, llegamos los primeros, cuando aún no había nadie, y descubrimos que el lugar está atendido por su dueño un español nacionalizado cordobés hace cincuenta y cuatro años (con Loli pensamos que va siendo hora que el señor piense en redecorar el local) y los que, según nuestras deducciones, debían ser sus hijos.
Después de una entrada de mejillones en salsa de tomate –exquisitos y abundantes–, vino la paella –abundante, generosa, aunque el arroz no estaba en su punto óptimo–, y brindamos por todo este tiempo juntos. Terminamos de cenar, pipones-pipones, cuando empezaban a caer los comensales y volvimos caminando rapidito, porque se había puesto frío en serio.
Ambos nos habíamos levantado muy temprano de manera que después de la première  propiamente dicha–, hacer un rato de cucharita bien tapados, antes de cerrar los ojos era lo más apropiado para una noche casi invernal.

Esta mañana me despertó el beso de Loli y el olorcito a café recién hecho y cuando abrí los ojos me encontré con su sonrisa, tan brillante como los rayos del sol que entraban por la ventana.
–¡Feliz día, Princesita! –le dije.
–¡Feliz día, mi amor! –me contestó antes de darme otro beso, y después agregó–. Dale, dormilón, vamos que el desayuno está servido.
No sé si un fin de semana así tiene, para ustedes que leen, algo de especial. Para nosotros, es un momento de inmensa dicha y de felicidad mutua, por poder compartir las pequeñas grandes cosas con que nos sorprende la vida cada día.

El Profesor
PD: Los exámenes de Loli y un incremento considerable en mi trabajo, son las razones principales por las cuales no estamos escribiendo con más regularidad. Esperamos sepan comprender, ¿sí?