lunes, 21 de junio de 2010

La vida es una ruleta...

Suele suceder que, por la diferencia de edad, hay veces que yo no tengo en cuenta que existen un montón de cosas que conozco y sé y que tomo como cotidianas y que Loli aún no ha descubierto, porque no vivió tanto, porque no tuvo tiempo, porque no se le ocurrió, porque nadie se lo enseñó o porque ni se imagina que pueden existir. No sé si me explico.
En marzo, cuando estuvimos en Carlos Paz y mientras nos estábamos preparando para salir a cenar usando el 2 x 1 en Il Gatto, se me cruzó una idea.
–Loli, ¿querés conocer el casino?
–¿En serio, Gordi? ¡Qué bueno!
–Bueno, dale, vamos entonces –le dije.
No fuimos al viejo local del centro, el que está a metros de la peatonal, sino al nuevo, frente al lago.
Antes de entrar, consideré que iba a ser útil explicarle que al Casino –a menos que uno sea un jugador compulsivo–, la mejor manera de ir es sabiendo que la casa tiene todas las de ganar.
–Pero hay gente que gana –dijo–. ¿O no?
–Sí, Loli, claro que ganan. Pero son más los que pierden. ¿O creés que los casinos de todo el mundo pertenecen al grupo de negocios Venga Que Le Regalamos Dinero? –le contesté.
–Mjm... ¿Hay que pagar entrada, Gordi?
–No. Por eso te propongo algo: vamos a disponer de... digamos cien pesos, ¿te parece?
–¿Cien pesos?
–Ajá. Hagamos de cuenta que esos cien pesos es el costo de entrar al casino. Es decir que entramos, nos damos una vuelta, lo conocemos y nos vamos.
–¿Y no vamos a jugar?
–Sí, claro. Jugamos esos cien pesos, puesto que no cobran entrada. Es decir, ya no los tenemos. Nos damos el gusto de conocer el casino ya que hoy la cena nos va a salir la mitad, y esos cien pesos ya no los tenemos.
–Pero, Gor... ¿Y si ganamos? ¡Las vacaciones nos salen gratis!
–¿Ves, Loli? Esa es la primera lección que me gustaría que aprendas y no solo para ir al casino, sino para toda tu vida: en casos como este no se trata de ganar o perder, sino de divertirse o no divertirse. Conocer algo nuevo, pasar un momento de adrenalina alocadita, pero sabiendo de antemano que el casino –como la vida–, lleva las de ganar. De manera que no hay que esperar ganarle ni hacer cálculos de las cosas que vas a poder hacer con el dinero que no tenés. ¿Sí?
–¡Ufa! Bueno –dijo, haciendo uno de sus mohínes.
Entramos al mencionado Bingo de Carlos Paz y fuimos a las máquinas tragamonedas.
–Loli, andá averiguando cómo es esto, mientras cambio dinero por fichas –le dije, y la dejé al lado de las filas y filas de máquinas que –confieso–, aún hoy no sé usar, no termino de comprender cómo funcionan y a las que no me interesa dejarles el dinero que tanto trabajo me cuesta ganar.
Cuando llegué, la encontré sentada en una máquina, leyendo las instrucciones de filas, columnas y cantidad de jugadas y mirando de soslayo a una señora que, al lado de ella, ponía fichas y más fichas en tres máquinas al mismo tiempo a velocidad inconcebible.
–Gordi, ¿cómo es esto?
–No lo sé, Princesita… A ver, llamemos a esa joven, que es la que te cambia dinero por fichas.
La joven del casino se acercó, le di algunos billetes que tenía para sumar a los que había dispuesto Loli de su billetera, y le explicó –yo sigo sin entender el funcionamiento, debe ser que soy algo lelo para eso–, cómo jugar, qué botones apretar, cómo se cuentan los puntos y qué hacer si la máquina te tira un montón de monedas.
Era de esperarse que, cinco minutos más tarde, la máquina se había tragado las fichas de Lolita, que puso una de sus inconfundibles caras de frustración.
–¡Me las comió todas, Papi!
–Ajá…
–¿Ajá?
–Te lo avisé…
–Pero mirá ese señor el tacho de fichas que tiene... Yo lo vi cuando la máquina le tiró todas esas fichas... ¿Por qué el pudo ganar y yo no?
–Por la segunda lección, Loli: cuando más dinero jugás, más chances tenés de ganar... o de perderlo todo, es lo único en lo que hay igualdad de posibilidades.
–¿Depende de la máquina?
–No, Loli. Depende de vos. Depende de cuánto dinero estés dispuesta a arriesgar y a dar por perdido, y también de la habilidad que tengas con las máquinas y, claro, del cincuenta por ciento de posibilidades que el azar te regale.
–Mjm…
–Dale, no hagas pucheros. Tomá, te regalo diez pesos más en fichas –le dije, y mientras ella los cambiaba y se paraba delante de otros jugadores para observarlos y aprender cómo hacían, pedí una gaseosa, que nos cobraron como si nos hubiésemos tomado un cajón en vez de una botella.
Antes del último sorbo de la gaseosa, la máquina le había hecho Pito Catalán a Loli, y adiós diez pesos.
–Bueno, ya está, Gordi... Perdí –dijo, tristona.
–¿Te divertiste mientras jugabas?
–Y... sí, pero nos gastamos como veinte pesos así como así.
–Ajá. Y acá llegamos a la tercera lección: si cuando entraste, ya sabías que el dinero lo habías perdido, no hay que lamentarse. Pagaste para divertirte un rato, más o menos tiempo, de manera que a llorar a la iglesia...
–... ¡Que está cerrada! –dijimos los dos al mismo tiempo, y nos reímos, porque habíamos notado que a cierta hora, la iglesia de Carlos Paz, como las de Córdoba, cerraban sus puertas.
–¿Y ahora qué hacemos, Gor?
–Ahora vamos a ver esas mesas y te voy a enseñar qué es el Black Jack y el Punto y Banca.
Nos dimos una vuelta por las mesas, y Loli abrió los ojos como platos al ver con qué facilidad el croupier se iba quedando con las fichas de tres de los jugadores de una mesa, la mayoría de las que iban a parar a la banca y, de vez en cuando, una buena parte iba a parar a manos de uno de los jugadores, que permanecía sentado, ajeno a todo lo que sucedía en el mundo y sus alrededores.
–¿Acá se juega con fichas como esas que compraste, Papi?
–Sí, ¿querés probar suerte?
–No, no, mejor no. Acá pierden mucho... –me contestó y señaló hacia las mesas de ruleta–. ¿Vamos allá?
–Dale…
Y allá fuimos.
Tomé la mitad de las fichas que me habían dado en la caja, le expliqué que cuando se llega a la mesa se piden fichas de color, que se llaman así porque te dan unas de un color que te identifican, cuánto es la jugada mínima y cómo se apuesta.
Le enseñé qué es jugar a color, qué un pleno, medio pleno, calle, Primera, segunda y tercera docena, en fin, todo lo que hay que saber frente al paño verde con numeritos. Que no se puede poner una ficha cuando el croupier dice “No va masssss…”, y que no se deben tocar las fichas ajenas.
Loli no se decidía a jugar, hasta que por fin se lo pensó y me miró. Le brillaban los ojitos:
–¿Y si jugamos a “nuestros números”, Papi? –dijo, haciendo referencia a unos números que son significativos porque se corresponden con números de días, meses o años, que tienen que ver con fechas de nuestra vida o nuestra historia.
–Si querés, dale...
–¿Vos no jugás?
–Después –le dije, jugueteando con mis fichas entre las manos, reservándolas para el momento que podía llegar o no. Ya se vería.
Loli apostó, a plenos. Como si se tratara de una alegoría de su edad, cuando uno se quiere comer la vida en dos mordiscos.
Como era de esperarse, salió cualquier número menos aquellos a los cuales le había apostado.
Tres tiradas de bola más y Loli se había quedado sin fichas.
–¡Ufa! Esto no me está gustando nada, Gordi –dijo.
–Acordate de las tres lecciones anteriores –le contesté.
–¿Y vos no vas a jugar?
–No creo.
–¿Y para qué tenés las fichas, entonces?
–Las guardo para vos, Princesita. Pero primero quiero que mires a ese señor de camisa, a ese –le dije, señalándole con la vista a un hombre delgado, de aspecto anodino, que desparramaba fichas por todo el paño, poniéndolas en lugares determinados y hasta lo último, casi cuando el croupier estaba por decir “No va masssssss”, seguía poniendo fichas.
–Negro el doooooocceeeeee –dijo el croupier, cuando la rueda dejó de girar.
–¡Uy, Gor! ¡Mirá todas las que tenía en el doce!
Era cierto, el tipo había coronado el doce, y había puesto una considerable cantidad de fichas en el pleno, de manera que el rastrillo empezó a llevarse todas las otras fichas del paño y dejó las del doce y las de las cuatro esquinas.
El pagador empezó a contar fichas grandes, rectangulares, y se las entregó.
–¡Uh! ¡Ganó un montón! –me susurró Loli.
–Ajá... Pero, como en la vida, no te fijaste en todas las otras, las que perdió. Ganó en esa, sí. Y es probable que haya ganado más de lo que haya perdido pero ¿ves? La casa tiene 36 números (si contamos el cero) a su favor y el jugador, sólo uno.
–Ah... Y, digo yo –Lolita se llevó un dedito a la boca, como cuando medita algo seriamente–, ¿no se puede jugar a algo donde haya menos posibilidades en contra?
–Sí, Loli, claro. Se puede jugar a docenas, donde tenés tres posibilidades o a color, donde tenés dos posibilidades.
–¡Ah! ¿Y por qué no hay muchos que juegen así? ¿Por qué no jugamos nosotros así?
–Porque hete aquí, la cuarta lección, Loli: cuantas más posibilidades haya a favor del jugador, más tiene que arriesgar. Porque no creo que a todos estos buenos señores dueños de las empresas de juego, se les haya pasado por alto que a mayor cantidad de chances, mayor posibilidad de ganar. Por lo tanto, si querés jugar con más chances de ganar, tenés que arriesgar más. ¿Ves? Como en la vida.
Se ve que a Loli le estaba interesando la cosa porque ella, que suele tener hormiguitas en la cola, se quedó mirando la actitud de ese hombre que, a primera vista de quien lo observara durante algunos minutos, se comportaba como un jugador compulsivo.
Durante un rato, tuvo una racha de suerte importante, el señor. El azar le mostró su mejor cara durante unos quince minutos y recibió considerables pilas de fichas rectangulares, que cambió por otras, también rectangulares y de más valor, que se guardó en el bolsillo superior de la camisa.
En cierto momento, se me ocurrió algo y le dije a Loli:
–¿Ves, Princesita? Si yo estuviera en lugar de ese hombre, en este momento pondría en juego toda mi fuerza de voluntad, y me retiraría.
Loli me miró como si el que estuviera hablándole fuera E.T.
–¡Pero, mi vida! ¡Si va ganando!
–Precisamente por eso. ¿Cuánto creés que tiene en los bolsillos? ¿Diez mil, quince mil pesos? Quizás más. Entonces, aunque no sé con cuánto dinero empezó a jugar, imagino que debe haber sido bastante menos. Ya le ganó a la casa. ¿Para qué más? ¿No es suficiente? Este es el momento en que uno debería darse cuenta que, como en la vida, no hay que desafiar a la suerte.
Le erré por una tirada más. Aunque en la última, no fue tanto lo que ganó. El rastrillito se llevó más fichas de las que le acercó. En ese momento, debería haberse ido.
Dicho y hecho.
A partir de ese momento, la suerte le fue adversa. Si ponía en la primera y la tercera docena, salía la segunda. En un momento había llenado de fichas todo el paño, menos el cero.
Salió el cero.
El hombre empezó a sacar fichas de las grandes, y a pedir cambio. Y volvió a perder.
Otra más, y otra, y otra.
–Miralo con detenimiento, Loli –le dije al oído–. ¿Tiene el mismo semblante que antes, cuando ganaba?
–No, Gor... Está... está...
–Contrariado, Princesita. Está contrariado con la suerte, porque no sale como quizás él creía que iba a pasar durante toda la noche. Está perdiendo la calma, y no está pensando. Fijate, acaba de sacar otra ficha de las grandes, pero todavía tiene bastantes –expliqué, casi en un murmullo–, de manera que si pudiera pensar con claridad, tal vez está a tiempo de retirarse, aún ganando. No tanto, quizás, pero ganando.
–¿Y por qué no se va?
–Porque cree que puede tener revancha, porque se dice que es una mala racha, como antes tuvo una buena... Pero aunque eso puede ser cierto, si sigue sin pensar lo que hace, no creo que sea posible que se recupere.
Quinta lección: cuando uno recibe un regalo inesperado en su existencia, hay que aceptar y agradecer lo que recibió de manera inesperada. Pero cuando llega el momento de perder –y de eso no se salva nadie–, hay que poder ser humilde y agradecer lo que se tiene y no pretender ganarle a ese peso pesado que es la vida y, menos aún, ser ingrato y olvidarse que, por día, por lo menos recibimos un regalo inapreciable: estar vivos y que todo lo demás, tiene un precio. Porque la vida es un toma y daca.
Que cuando somos chicos o adolescentes, y hasta que tenemos que empezar a ganarnos nuestro techo y nuestro sustento, todo parece fácil, porque hay otro que, si tenemos suerte y nacimos en un hogar que puede hacerlo, nos lo está dando.
–Ahí volvió a pedir cambio, Gordi –dijo Loli, que había tomado conciencia de lo que ocurría con el hombre que ya, fuera de sí, estaba dispuesto a perderlo todo con tal de ganarle a la casa.
–Y va a seguir, Cushita. Ya es incapaz de reflexionar, de decirse “Hasta acá llego, no puedo jugarme todo lo que gané hoy en el trabajo”, por ejemplo.
Cuando con Loli nos fuimos de esa mesa, el hombre no tenía más fichas ni cuadradas, ni nada.
Íbamos para la salida cuando le dije:
–Loli... Tomá, son para vos –y le di las fichas que había guardado.
–¿Las jugamos juntos, Gordi? –me preguntó.
–Dale.
Me agarró de la mano, nos fuimos a una mesa, deliberamos un instante acerca de cómo apostar los veinticinco pesos que nos quedaban y apostamos.
Con la primera bola, acertamos un medio pleno, que cubrió lo que habíamos perdido en las otras apuestas.
Pero en la segunda, el rastrillito se llevó todas nuestras fichas, pero no nos fuimos frustrados.
–¿Puedo enseñarte una última lección, sin que te resulte latoso Loli?
–Sí, Gordi, claro.
–Se me ocurre que las fichas redondas, son como las ilusiones, los anhelos, los deseos y nuestros sueños. Las apuestas, son nuestros actos. De nosotros depende, Princesita, que el rastrillito se nos lleve todas las fichas dejándonos sin nada... Para enseñarnos que uno por lo general no sabe lo que tiene, hasta que lo pierde. Porque, ¿ves? La vida es una ruleta, como dice una canción muy pegadiza que escuché una vez...

♫ ♪ La vida es una ruleta y nadie sabe dónde acaba, no ayuda ♪ ♫
♪♫ nacer en cuna de oro o en un pajar, si el camino cambia ♫♪

–¿Y, Loli, qué te pareció conocer el casino?
–Me gustó, Gordi. Gracias por traerme por primera vez.
–¿Te fastidió perder, eh?
–Mjm... ¡Ufa, sí!
–Dale... Si convinimos, cuando entramos, que ya lo teníamos perdido. A ver, saque esa trompita, ¿sí?
–Mjm… shi.
–Bueno es hora de...
–¡Hora de ir a cenar! –dijimos, al mismo tiempo, y empezamos a caminar rapidito hacia el centro, donde nos esperaba Il Gatto y sus famosas pastas originarias de Córdoba.

El Profesor

23 comentarios:

  1. ¡Gordi!

    ¿Cómo olvidar ese día y tantas lecciones de vida aprendidas en tan poco tiempo y como fruto de una simple observación?
    Me encantó visitar ese lugar por primera vez con vos. ¡Me hiciste ver tantas cosas!

    Te amo

    Loli

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  2. Cuan cierto es todo lo que escribe Profe, a veces voy al casino (dos veces por año), está bueno como diversión y así lo tomo, claro si uno gana mejor. Mi vieja de grande se hizo medio ludópata, y se pasa llendo al casino...me da tanta bronca, odio gastar así porque sí, pero lo que más detesto es que no puedas retener las ganas...
    Saludos grandes

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  3. Lindo relato y lindas enseñanazas!
    La primera vez que pisé un casino fue en vaciones con mi mejor amiga, tenía 19 años y como venía ganando bien en la ruleta, supe poner punto final y me fui.
    Esto forma parte de mi principio que siempre mantuve "Hay que saber retirarse a tiempo."
    Saludos para ustedes.
    Lady Baires

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  4. La primera vez que fui a un casino, fue luego de cumplir los 18. Bien feliz me sentía de poder entrar con total liberad, me sentía grande. Pero cuando me fui, fue una total cagada, me di cuenta que no era algo tan fascinante como se veía desde afuera. Te frustra no ganar, aunque también envicia. Es algo peligroso que hay que saber controlar...

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  5. La ruleta y su alegoría con la vida.
    Menos mal que no era ninguna rusa.

    Abrazo grande para usted, querido Profe y besos a Loli

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  6. Sin dudas fue una hermosa experiencia, usted es todo un profesor, Profesor.
    Yo no conozco ningún casino, nunca se me ocurrió entrar.

    Cariños a los dos.

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  7. Cris:
    Cuando se crea la adicción, las ganas no pueden controlarse. Pasaron a ser el síntoma de algo más serio.
    ¿Vió que son muchas más las mujeres que van al Bingo?

    El Profesor

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  8. Lady:
    Sí, la imagino como una mujer que sabe controlarse... y retirarse a tiempo.

    El Profesor

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  9. GranDiosa:
    Cuando frustra no ganar, hay que empezar a cuidarse. De ahí a buscar "revancha", hay una delgada línea que, si se pasa, uno ya está en problemas.

    El Profesor

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  10. Marga:
    La verdad, en mi humilde manera de ver las cosas, no se pierde nada si no lo conoce.
    Quizás sólo para observar y aprender la conducta humana, se pueda dar una vuelta un día.

    El Profesor

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  11. Gastón:
    La "Rusa" parece que tiene, ahora otras modalidades de juego.
    Asfixiarse con una bufanda, largarse con una moto a cruzar en rojo una avenida, correr picadas, darse con "Paco".
    El hombre, y su pulsión de muerte, se inventa las mil y una maneras de autodestruirse, ¿no te parece?

    Gracias por los saludetes, los retribuímos, querido amigo.

    El Profe

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  12. Gracias a todos por sus comentarios y por seguirnos.

    El Profesor

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  13. Gracias a todos por sus comentarios y por seguirnos.

    El Profesor

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  14. Leyendo esta entrada, supongo que yo aposté algo que no tenía, y lo perdi.

    Pero pus, mejor me retiré.

    Aprendo mucho con ustedes, aún a la distancia.

    Abrazos.

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  15. Levania:
    Tal vez sea así, querida amiga nuestra.
    Lo siento.
    Gracias por sus palabras.

    El Profesor

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  16. Fueron lecciones muy valiosas no solo para Lolita, sino también para todos los que leímos el post. Gracias!

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  17. Excelente como siempre. Aunque no comento seguido siempre leo sus posts.
    Muy buena lección Profesor. Un saludo grande para ambos

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  18. Es sinceramente muy bonito el acompañamiento que tenes Loli,es algo muy bueno tener a alguien que te haga razonar o te explique todas las lecciones necesarias, :) Beso!

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  19. La Solitaria:
    Estaba dejándole un comment acerca de su post del "julbo" y del mundial, y se me colgó la conexión.
    En síntesis: acá, la que sigue el mundial es Loli quien, además, juega muy bien a la pelota, como podrá comprobarlo en el post del 20 de enero de este año.
    Yo, por razones culturales, sociales, económicas, políticas, deportivas, históricas y hasta antropológicas, deploro la lucha de gladiadores moderna.
    Bueh... soy medio renegáu, a veces :(

    El Profesor

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  20. Nerea:
    Gracias por tu comentario.
    Aunque, para ser sincero, en todo este tiempo a veces (lo admito) me transformo en un moscardón medio cargoso para enseñar las cosas de la vida. Cosas de Señor Mayor, ¿no?

    El Profesor

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  21. Hola a ambos!!!
    Tiene tiempo que los leo, pero no había podido comentar por la carga de trabajo que he tenido, ahora que estoy un poquito mas relajada me di un tiempo para escribirles.
    Verdaderamente su blog es un encantooooo ¡!! En cada posts trasmiten las emociones y sentimientos que experimentan en cada una de sus vivencias, sigan siendo esta pareja tan perfecta!!! Y no dejen de escribir
    Me tome la libertad de agregar su link en mi blog, espero no les moleste
    Saludos desde mi México hermoso!!

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  22. Profe, sus palabras han sido una verdadera enseñanza.
    Mi hermano menor trabaja en una sala de juegos y me ha contado interminables historias como las que ud narró sobre el hombre de la ruleta.
    Cuántos pierden todo!!!
    Les imprimiría este post y lo colgaría en todos los bingos y casinos!!!

    Por cierto, conocí el Casino Flotante (hace mucho, cuando inauguraron el Monumento a la Mujer en Pto Madero) y no me gustó.
    Es más lindo por fuera que por dentro!!!
    Y no perdí nada porque estaba abarrotado de personas, pero al menos me saqué la intriga de saber cómo era!!

    Besotes a ambos queridos ahijados!!!

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