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viernes, 14 de octubre de 2011

Deseo de El Profesor

Hoy, hace un año, en esta misma ciudad, en el último día de mi último viaje desde Buenos Aires, con Loli habíamos empezado a planear mi mudanza a Córdoba.
En un post titulado “Deseo de Lolita”, el 24 de enero de 2009, ella había escrito –con toda la vehemencia y el entusiasmo de sus ilusiones adolescentes–, una serie de pedidos, entre los cuales creo que éste es el que más viene a cuento: “Pediría que nunca se nos muera el amor, que no perdamos la pasión, que no se nos olvide la ternura en los gestos, y que siga presente en nosotros ese deseo de hacer el amor todas las noches.”
Parece que no había nadie para escuchar ese pedido, o que el condicional no es el modo apropiado para expresar un deseo tan sentido.

He tardado mucho en escribir esto por la tristeza que me provoca, pero creo que debo hacerlo porque quienes nos han seguido, leído, apoyado, alentado y todos los que desde el último post de mayo hasta ahora nos han escrito preguntando qué nos ocurría, se lo han ganado, lo merecen. Si tomé la decisión de escribir yo este último post, es porque creo con firmeza que ese es el privilegio y la responsabilidad que da el hecho de haber vivido más.
No creo que sea necesario decir ni agregar mucho más. Imagino que quienes están leyendo ya se habrán dado cuenta de qué va la cosa.
La relación de Lolita y El Profesor, ha llegado a su fin y nuestra historia compartida también.
Llegó el momento de soltarle la mano, después de recorrer juntos este tramo del camino.



No se trata de repartir culpas ni dar explicaciones, cuando lo que importa es que se perdieron los sueños, se olvidaron las ilusiones y el amor se enfermó hasta que después de una agonía muy, muy dolorosa, se extinguió… No conozco espectáculo más triste de ver en esta vida, que la muerte del amor, y no se lo deseo a nadie.
Se trata, sí, de decirles a todos los que nos leyeron, nos siguieron, nos comentaron y hasta nos brindaron su amistad durante estos dos años, que esto que nos ocurrió a Loli y a mí, era un riesgo previsible, pero valió la pena tomarlo. Era algo que podía pasar y las circunstancias de la vida, los miedos, los prejuicios y hasta nuestras propias miserias, parecen haber tenido una curiosa y hasta casi perversa forma de complotarse, porque no estaban dispuestas a hacernos las cosas fáciles desde el principio.
Es cierto que ambos fuimos escribiendo una historia en base a momentos gratos y anécdotas divertidas, a riesgo de aparecer como empalagosos de tanto mimo y arrumaco, quizás porque queríamos exorcizar todo aquello de nuestra existencia que nos hacía mal y nos daba miedo mirar porque nos dañaba y nos lastimaba tanto, que se nos hacía intolerable.
Con la perspectiva que da el paso del tiempo, aquella plegaria de Loli que decía: “Que las noches no acumulen sombras que pasen desapercibidas detrás nuestro. Que el derrotero de la vida no me quite mi primer amor, que no se robe mi felicidad, que no apague los latidos de ese corazón que aprendió a armonizar con el mío... Que el tiempo sea generoso. Que haga para nosotros una excepción. Que la llegada de los otoños por venir no marchiten mis esperanzas e ilusiones”, no pudo ser más que una expresión de deseos, la que provoca esa tormenta de sensaciones y sentimientos que es el primer enamoramiento, aunque no por eso es menos válida.

Ustedes saben que hubo muchos seres anónimos y algunos no tan anónimos, que nos denostaron, nos insultaron, nos desearon lo peor y nos auguraron que esta, nuestra relación, no prosperaría. Tal vez, al leer estas palabras se alegren y se regocijen en su miseria. Allá ellos. “Conozco a varios que piensan así y obran en consecuencia y aprendí a darme cuenta –escribió Loli también en este espacio que fue nuestro–, que todos están unidos por un denominador común: ninguno de ellos puede decir con propiedad que amó de verdad en toda su vida”.

Por eso, lo que en realidad importa en este momento –aunque me cueste tanto encontrar las palabras– es lo que quiero transmitirles y desearles a todos los que se ilusionaron con nosotros y hasta nos tomaron como ejemplo: que pese a esto que nos sucedió, no pierdan las esperanzas, no dejen de soñar, no bajen los brazos y perseveren en el buen amor. Porque desde el origen de la humanidad, hubo muchas historias similares que tuvieron un final mejor. Porque habrá otras tantas que harán realidad lo que nosotros no pudimos conseguir.
Porque es posible.
Porque vale la pena.
Porque cuando los sentimientos son genuinos y se los defiende pese al infortunio, y aunque suene cursi, es válido intentarlo para no llegar al final del largo viaje que es la vida, sin haber amado nunca. Que será como no haber vivido.
Les deseo y les pido a todos ustedes, los que creyeron en nosotros y nos desearon lo mejor, que no dejen de ansiar, y esperanzar y soñar y, pese a tener todo en contra, lo intenten. Porque si no lo intentan, no habrán vivido. No se cierren a los sentimientos ya que si los ponen en juego con toda la fuerza de su anhelo, todo es posible y, ¿quién sabe? “Hasta podría abrirse el cielo”*
El hecho que uno solo de entre todos ustedes consiga perpetuar los sueños en una feliz realidad, será para nosotros una maravilla, créanme. Será lo que nos justifique y haga que nuestro paso por aquí no haya sido en vano.
Que hayamos podido dejar una huella tan profunda, que nos honre.
Ése es mi deseo.

Hasta siempre, amigos. Llévense nuestro recuerdo y nuestro afecto,



El Profesor

* de “Meet Joe Black”



sábado, 2 de abril de 2011

Sorpresitas de Loli

De: 54351XXXXXXX@mms.xxxxxxxx.com.ar
Para: elprofesor@xxxxxxx.com

Fecha: 1 de abril de 2011 11:05
Mensaje importante porque se te ha enviado directamente
¡Uy! ¡Pero qué hermoso y dulce mensaje! Yo te tengo una sorpresa de aniversario... Pero también te digo ahora ¡¡¡feliz día!!! ¡Te voy a comer a besos esta noche! ¡Que pases un hermoso día!

Este mensaje me lo mandó Loli a la mañana, como respuesta al que le había envido yo, un rato antes, porque ayer era 1º, y los días primero de cada mes, lo festejamos de alguna manera. ¡Pasamos tanto tiempo sin poder estar juntos todos los primeros días de mes! Y este, tenía algo especial: era el 1º de abril, y nunca habíamos pasado juntos un mes de abril, en estos tres años y cuatro meses de relación.
Habíamos quedado en encontrarnos en el Patio Olmos para ir al cine y después venir a casa para que le preparara una comida especial que había comprado. Pero todo el día me quedó picando eso de "Yo te tengo una sorpresa de aniversario…” (Bueno, sí, soy curioso, ¿no puedo?).
Llegué y saqué las entradas para la función siguiente de esta película y esperé a Loli, que llegó de la facultad unos quince minutos después.
–Holis, mi amor –dijo, poniéndose en puntas de pie para darme un beso.
–Hola, Princesa. ¿Cómo fue tu día? –le pregunté.
–Esto es para vos –dijo, extendiendo una bolsita de esas que se usan para regalos.
–¡Uy! ¿Qué será?
–Ah, la sorpresita...
Miré dentro de la bolsa y había un paquetito de cubanitos de dulce de leche caseros y un sobre.
–Los cubanitos son para comerlos mientras vemos la película.
–¿Y esta cartita? –le dije, sacando un sobrecito de esos que tan simpáticos que encuentra ella vaya uno a saber dónde.
–Para leerla después, en casa –me dijo.
Esa era la sorpresa: una carta manuscrita. Con Loli solemos darnos ese tipo de sorpresas. Tanto ella como yo, tenemos por lo menos dos cajas de zapatos llenas de cartas, tarjetitas con mensajes tiernos escritas al dorso, servilletas, sobres y una considerable cantidad de objetos que para nosotros son como hitos en nuestra relación y todos tienen un significado.



Es que ella y yo pensamos que una carta manuscrita no es lo mismo que un correo electrónico. El papel escrito con la letra pulcra, redonda y parejita de Loli es parte de nuestra historia, y me recuerda aquellos primeros meses cuando vivía en Belgrano, y me enviaba a escondidas cartas y paquetes con artesanías que hacía ella misma, por correo.
Volviendo a la carta, la leí a a la noche y volvió a sorprenderme ese don de la oportunidad y esa percepción fina que tiene Loli, para decir o escribir algo cuando más lo necesito.
Este es el texto, y tiene algunos párrafos y palabras escritas en otros colores, que voy a tratar de reproducir lo más parecido posible:


Mi dulce amor:

Quise escribirte esta carta para hacerte saber una vez más lo importante que es para mí que hoy puedas estar a mi lado, todos y cada uno de los días. Es hermoso despertar por la mañana y saber que estás tan cerca, en la misma ciudad y que en pocas horas vamos a vernos, vamos a compartir actividades y tiempo juntos… ¡Es tan grato sentir tu cálido abrazo tantas veces por semana! ¡Me hace tan feliz compartir con vos momentos simples y cotidianos! ¡Cuánto agradezco a Dios que después de tres años nos haya permitido estar juntos! Era nuestro mayor anhelo… ¿Te acordás? ¿Te acordás cuando en cada visita que me hacías, proyectábamos e imaginábamos cómo serían nuestras vidas en conjunto? ¿Te acordás que soñábamos con la misma ilusión con la que hoy soñamos “ser ricos”, tener nuestra propia casa o viajar a Europa? Es también la misma alegría con que planificamos el blog de Lolita y el Profesor… ¿Te das cuenta de algo? Eso significa… ¡que hoy mismo estamos viviendo nuestro sueño! ¡Cada día palpamos el resultado de nuestros sueños hechos realidad! ¿No es maravilloso? ¿Qué otras sorpresas nos tendrá preparada la vida? Tendremos que averiguarlo y poner todo el empeño para que resulten grandes.
También quiero que sepas que me siento orgullosa del hombre que llegó a Córdoba en un camión de mudanzas, con esperanzas, alegría, ilusiones, pero también con muchos miedos y que hoy es un GANADOR (con mayúsculas) en todos los sentidos.
¡Cómo me gusta verte tan bien, tan feliz, con tanta determinación y “pilas”! Tu alegría es mi alegría y tu triunfo es mi mayor orgullo.
Te agradezco profundamente todos los detalles que tenés conmigo: los chicles, las “Tic-Tac”, la Coca-Cola Light en la heladera, las sábanas oliendo a perfumito, las sorpresas inesperadas... pero además te agradezco todo aquello que sé que nadie más podrá brindarme de igual modo: ese abrazo protector y lleno de cariño, el coraje con que me defendés de las injusticias, el tocarme la cintura al caminar por la calle, el mirarme con tus ojitos hermosos de hombre enamorado, la pasión que ponés en todos tus actos, el poder expresarte abiertamente conmigo y el permitir que yo lo haga con vos, el desearme y hacer todo lo mejor para mí... ¡Qué importante es todo esto para mí! ¡No lo voy a olvidar jamás! Todos tus gestos van a vivir por siempre en mi corazón y en mis recuerdos.
Sos un hombre maravilloso, terriblemente TIERNO y muy, pero muy ESPECIAL. Te merecés conseguir todo aquello que desees y te propongas.
Por último, quiero repetirte lo que te digo siempre: TE AMO.
¿Cómo no sentir ese sublime sentimiento por vos?
Te amo y me siento enamorada de toda tu persona. Sí, definitivamente entrás en la “categoría” de hombres para amar con toda el alma.
¿Sabés? Creo que este año 2011 vamos a hacer realidad una buena parte de nuestros sueños. =)
Un beso inmenso…

de tu Loli que te adora ©
PD: ¡Feliz aniversario de 3 años y 4 meses!

 

El sobre venía cerrado con un autoadhesivo de esos muy simpáticos, con un osito que manda corazones con las manos y con la leyenda: “Quiero estar contigo”.
Estas sorpresitas, y en eso coincidimos Loli y yo, son las que sostienen la magia y los sueños, como el primer día.
¡Y me comió a besos, nomás!

El Profesor




lunes, 14 de febrero de 2011

San Valentín

Porque con Lolita aprendí que esa leyenda es cierta: el amor no es fácil, pero tampoco es lo suficientemente complicado. Creo que a veces sin darnos cuenta y otras a propósito, lo complicamos nosotros.
 
Porque por más que se diga –y tal vez también sea cierto, yo mismo lo consideraba así– que es empalagoso y comercial, una festividad importada y un producto más de este mundo globalizado en el que nos toca vivir, quiérase o no, es también un símbolo con un significado muy especial.
Porque creo que todos, en algún rinconcito de nuestro interior, anhelamos que hoy nos regalen una flor, nos escriban una tarjeta, nos hagan una caricia y nos digan que nos aman.

Y porque Loli, desde el principio, soñaba con pasar juntos este día.
Cosa que vamos a hacer.


¡Feliz día para tod@s!


El Profesor

lunes, 7 de febrero de 2011

Sueño de una noche de verano

Hace algunos días –el 20 de enero–, fue el segundo aniversario de este blog, este espacio que juntos creamos para contar nuestra historia y que compartimos con ustedes desde entonces.
Desde ese día de enero de 2009 ha pasado el tiempo y han sucedido tantas cosas que a veces, cuando las evocamos, algunas se desvanecen y se confunden con esos anhelos que empezamos a soñar desde esa primera vez que nos vimos en la terminal de ómnibus de Córdoba.
Hemos pasado momentos difíciles, duros, tristes y amargos, porque así es la vida y si sólo se quiere compartir el lado agradable de las cosas, como dice Loli: “No se vale”.
Pero hemos pasado momentos tan, pero tan intensos, gratos y felices que ni ella ni yo vamos a poder olvidarlos jamás porque seguirán repitiéndose, una y otra vez, cuando cerramos los ojos antes de dormir para gratificarnos la memoria y acariciarnos el alma
Loli ha crecido. Ya no es aquella adolescente de colegio secundario que se cautivó y se enamoró de la imagen ideal del hombre que editó su libro y que volvía corriendo de la escuela para conectarse al chat o me avisaba cuándo podíamos hablar por teléfono tranquilos. Hoy está en camino de ser una espléndida mujer, aunque por esas cosas que tiene la cotidianeidad y esas palabras cariñosas que nos resistimos a dejar de lado, yo siga llamándola “Loli”.
El tiempo también ha pasado para mí, y son tantas las vivencias de estos tres años y un par de meses, que cuando me quedo a solas con mis recuerdos, todavía me parece estar mirando una película que discurre como en cámara lenta hasta julio de 2007 y cobra vertiginosidad después, a partir de ese frío día de julio, el del beso con bufanda. El día que la vida me devolvió los sueños que en parte había perdido y en parte había dejado olvidados en el fondo de un cajón.
Hay días en los que nos preguntamos qué va a ser de nosotros mañana, o pasado, o el año que viene. Porque si hay algo que tenemos en claro es que el tiempo pasa y no se lo puede detener. Es en esos momentos, cuando nos sentimos tentados a mirar del otro lado del telón de la vida, cuando tomamos conciencia de que lo único que nos mantiene unidos son los sentimientos compartidos que hemos comprometido desde el primer día.
Porque después de vivir todos estos años he comprobado que hay por lo menos una gran verdad en la que podemos creer en esta existencia que, como escribió el bardo, está hecha en base a sueños: lo único cierto con lo que contamos para seguir adelante, día tras día, es con los sentimientos. La mente suele jugarle malas pasadas hasta al más inteligente y el cuerpo puede impulsarnos a hacer disparates pero el corazón... el corazón no nos miente.
En este trayecto de vida compartida, con Loli hemos anhelado desde el principio festejar juntos nuestro cumpleaños que –curioso, pero cierto–, es el mismo día.
No fue posible en ese primer cumpleaños de 2008.
Al año siguiente, unos días antes del 7 de febrero, Loli me escribió, delirante de tan contenta, avisándome que iba a viajar con su papá para que pudiéramos pasarlo juntos.
En 2010, pude viajar y otra vez, soplamos las velitas de la torta al mismo tiempo y nos deseamos, el uno al otro, lo mejor y pedimos nuestros deseos y brindamos el uno con el otro y el uno por el otro.
Y ahora, hoy, que festejamos un nuevo cumpleaños –el cuarto desde que nos conocimos–, cuando Loli ha dejado los "diez y..." y yo he llegado a los "sesenta y...", estamos tan cerca... que parece un sueño.



El Profesor
 

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Comenzando...

Después de una ausencia que espero ustedes sepan comprender–debido a mis exámenes finales, el trabajo y la mudanza del Profe–, vuelvo para contar cómo he vivido estos días tan felices y tan llenos de magia desde que mi Gordi hizo su llegada a Córdoba hace ya casi una semana.
En un miércoles como hoy, hace siete días, él ya iba de viaje por la ruta en un camión de mudanza junto a todas sus pertenencias y a tres muchachos camioneros que lo ayudaron en todas las tareas de carga y descarga de cosas. (En su momento ya contará sus aventuras en esas 16 horas que pasó arriba de ese enorme rodado). Mientras, yo acá, en mi casa, esperaba ansiosa su llegada y pasé la noche casi sin dormir, pensando cómo se sentiría, cómo sería el momento de vernos, abrazarnos, imaginando nuestra vida juntos a partir de ese día…
No puedo describir la emoción que sentí cuando lo vi. Se lo veía cansado después de un largo viaje, pero la sonrisa le iluminaba todo el rostro. Estaba satisfecho de haber llegado bien, haber dejado todas sus cosas en la nueva casa y estar ahora junto a mí, abrazándome fuerte y contándome todo lo vivido.
Estos días han sido maravillosos. Si bien hemos trabajado duro para acomodar su casa, ordenar todo en su lugar, limpiar y desempolvar, también nos hemos divertido, hemos compartido muchos momentos juntos y nos empezamos a acostumbrar a esto de estar tan cerquita y de saber que ya no vamos a separarnos.
¡Desde que llegó, le dije tantas veces lo orgullosa que estaba de él!
A mí todavía me resulta increíble que mi Profe, a su edad, deje su casa, el lugar donde nació y vivió tantos años, su familia… y afrontado temores e inseguridades, se viniera a vivir hasta donde yo estoy, en una provincia nueva, distinta, y dispuesto a comenzar una vida nueva en mi compañía, lleno de ilusiones y proyectos para llevar a cabo en este nuevo año que está a punto de comenzar. La verdad lo admiro. No son muchos los hombres que están dispuestos a jugarse todo–literalmente- por el amor de una mujercita. En estos gestos es cuando me demuestra cuánto me ama. Me lo demuestra con actos. Me lo dice también, pero con sus acciones me lo confirma.
Ahora él ya está en su nueva casita, cenando quizás para luego irse a dormir y descansar hasta mañana, que le espera un nuevo amanecer en este lugar que tan bien lo recibió desde el primer día.

Los sueños, para aquellos que tienen el valor y la imaginación para soñarlos en grande y saben afrontar sus miedos, se cumplen. Mi Profe es la prueba. No crean que no estaba asustado. Le preocupaban tantas cosas…! Pero yo supe calmarlo, darle tranquilidad y hacerlo sentir seguro de que todo iba a salir bien.
Les deseamos a todos un muy feliz comienzo de año 2011. Seguramente será un hermoso y productivo año para todos. Muchas bendiciones para todos nuestros queridos amigos y lectores.


Lolita





domingo, 26 de diciembre de 2010

El día después, del día después...

Entrando a nuestra nueva casa en Córdoba
Vengan, pasen, entren. Esta es nuestra nueva casa -en esa foto estaba vacía, cuando Loli fue a verla por primera vez-, en la ciudad de Córdoba, en un barrio muy lindo, tranquilo, con muchos árboles y cerca de todo.
Debo pedirles disculpas a todos quienes nos leen porque tenía pensado escribir el último post antes de salir, "el día antes". Pero no me fue posible. Múltiples y variadas vicisitudes de último momento
-entre ellas la llegada de la mudadora un día antes de lo previsto-, me descuajeringaron los planes, los horarios y el seso.

Entonces, mientras viajaba en el camión de la empresa de mundanzas, pensé que sería pertinente escribir el post "el día después" ya que sería 24, un día significativo y, además, el día de Nochebuena.
Pero fue imposible.
El jueves 23 y parte del viernes 24 lo pasé en una especie de catalepsia inducida por el stress, la ansiedad y el cansancio. Por viajar más de 16 horas en un camión de mudanzas en dos días de calor agobiante, cambiándole la hora de llegada a Loli y a su papá a cada momento.
Para el mediodía del 24, ya algo recuperado, salimos con Loli a comprar algunos presentes para el arbolito y cuando volvimos, ya era hora de prepararnos para asistir a misa de Nochebuena y cuando regresamos, era tiempo de cenar.
Como si fuera poco, también estos primeros dos días y medio estuvimos yendo y viniendo de mi casa -de momento me han dado asilo en la de Loli-, que por las fiestas aún no tiene servicio de electricidad, gas, teléfono e Internet (que está todo pedido y quizás a partir de mañana lo instalen), para acomodar muebles, limpiar, vaciar cajas, tirar objetos inservibles, ordenar, tirar cajas vacías, buscarle lugar a las cosas, lustrar muebles, ordenar armarios... ¡Uhhh!
Para que se den una idea Loli me ha despertado hoy, domingo, a las 6:45 de la madrugada para ir a ordenar y limpiar y ahora, mientras ella se relaja y disfruta de una lánguida siesta, yo escribo este post sabiendo que en un ratito, ni bien se despierte, saldremos para la pileta del club a darnos un revitalizador chapuzón en este día de verano.
Como sea, gracias a la inestimable ayuda de su papá, con Loli ya estamos dando los toques finales a esa casa que tanto anhelamos.
Y yo estoy escribiendo el día después, del día después, porque aún me cuesta creer que esta noche no tengo que estar subiéndome al micro de Urquiza, para regresar a Buenos Aires.
Porque ahora mi casa está en Córdoba...

El Profesor

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Diario de Lolita: Hoy, hace tres años


Viajé de vuelta hasta mi casa con la mente concentrada solo en él. Ausente del mundo real, estaba flotando en ese espacio donde confluyen la imaginación, los sueños, las fantasías, y los deseos.
Me sentía bien aunque para evitarme problemas, de momento debía disimularlo lo mejor posible.
Después de que transcurrió el almuerzo sin la más leve sospecha o dificultad, al haber terminado, me marché con el pretexto de ir a lo de una compañera a hacer un trabajo escolar y diciendo que volvería bien entrada la tarde. Quería que esta vez, el tiempo que pasara a su lado me rindiera mejor.
Al poco tiempo, ya estaba de nuevo tocando la puerta de la habitación, con la ansiedad de sentirlo cerquita mío.
Cuando entré, la habitación estaba en penumbras. Una tenue luz entraba a través de las cortinas cerradas. Estaba muy fresca, en contraposición al calor agobiante que hacía afuera. Ahí estaba mi amor, esperándome.
Me miró y me pidió con ternura que me acostara a su lado en la cama y así, de a poquito, empezamos a conocernos. Nunca nadie me había besado, pero tampoco había imaginado siquiera que nadie podía besarme tanto en tan poco tiempo.
Esa tarde me mostró cómo era capaz de manifestar todo su cariño, toda su sensualidad y su atracción por mí, pero respetando mis temores, mi miedo al dolor, mi falta de experiencia y de conocimiento de cómo era una verdadera relación entre un hombre y una mujer.
Cuando hicimos una pausa en nuestros cariños y arrumacos, caímos en la cuenta que habían pasado tres horas. El tiempo parecía volar a su lado.
Aproveché la pausa y busqué un bocadito de chocolate que había comprado y se lo di en la boca, mientras yo lo comía con él... me miró con una sonrisa, mientras yo, sentada arriba, lo acariciaba. Me dijo: “Frutillita... sos un sueño. Debo de haberme portado muy bien en la vida para que en este momento me regalara a alguien como vos...”. Todo el tiempo me decía cosas tiernas mientras no cesaba de acariciarme y de besarme. Decía: “Cushita, mi amor, mi Lolita... mi nenita traviesa, mi bebé...”
Había algo que me gustaba especialmente de él: tenía mucho cabello y tan suavecito... se había cumplido uno de mis deseos: siempre había soñado acariciar el pelo de un hombre mientras le besaba los labios.
No podía dejar de tocar la parte de atrás de su cabeza, en donde el cabello se le desordenaba y donde era especialmente excitante...
Charlamos un ratito, en un clima de completa dulzura y luego, lentamente, me preparé para irme, pero con la emoción y la perspectiva de pasar toda esa noche juntos, hasta la mañana siguiente, aunque fuese a costa de una mentira.
Cuando salí a la calle, llovía. Ni cuenta me había dado. Estar con él me hacía abstraerme de todo.
Llegué a casa y me acosté hasta que se hizo de noche y fue momento de vestirme para salir con él. Me preparé especialmente bonita. Era la primera vez que iba a salir con un hombre y la ocasión, además de su persona, merecía un atuendo muy especial. Elegí unos jeans, una musculosa con brillitos, sandalias y el cabello pelo y planchado. Sabía que yo le gustaba, pero sentía que debía seducirlo y enamorarlo a cada momento.

Cuando llegó el momento, le pedí a mi papá que me dejara en la puerta del shopping. La versión oficial era que iba a encontrarme con unas compañeras para salir a bailar, y luego me iba a quedar a dormir en la casa de una de ellas, hasta el día siguiente. Me creyó y se avino a llevarme con el auto, aunque estaba un poco intranquilo por el hecho de que era la primera vez que yo hiciera algo así, pasando una noche fuera de casa.
Bajé del auto a la hora acordada y esperé a que mi papá se alejara. Ni bien esto sucedió, y vi el auto perderse entre el tráfico de la avenida, El Profe se me acercó, sonriendo, con una sonrisa que dejaba ver todos sus dientecitos blancos y la bondad que había en su corazón de cincuenta y siete años. Estaba vestido muy prolijito y olía a un perfume francés muy rico que, desde ese momento, para mí es su perfume. Pensé en ese momento que se trataba de un hombre muy elegante, fino y caballero. Y esta primera impresión no falló. Efectivamente, siempre fue así conmigo en estos tres años.
Caminamos por las galerías del shopping un ratito y cada vez que él se acercaba a mi oído para comentarme algo, me decía “mi amor” y yo estaba que me desmayaba de deseo, con ese perfume... En un momento tuve que pedirle: “No me digas así, que ahora, acá, no puedo besarte”.
Caminamos unas cuadras, en esa noche cálida y estrellada, con las calles repletas de parejas, de gente que estaba dispuesta a disfrutar de una hermosa velada, como la que nosotros íbamos a tener en las próximas horas. Llegamos al restaurante, entramos y yo miré para todos lados, en busca de alguien que pudiera conocerme. Gracias a Dios, no conocía a nadie. Era la primera vez que iba a cenar a un lugar tan bonito. Era un lugar para comer a diente libre. Se podía elegir lo que uno deseara comer por un precio fijo.
Me tomó de la cintura hasta que llegamos a la mesa y una vez allí corrió la silla para que me sentara. Luego, sin yo haberlo esperado, me dio una bolsa que dentro contenía un regalo. Lo miré con un gesto, mezcla de alegría y asombro y me dispuse a abrir el regalo. Me encontré con un perfume francés muy rico, que yo le había comentado que me gustaba. ¡Y él me lo había regalado! Fue el primero de todos los perfumes que me compró. Se lo agradecí con una sonrisa y una caricia en su mano. Hubiera querido besarlo pero había demasiada gente... A pesar de esos condicionamientos, a sentirme observada me sentía emocionada de estar con un hombre así, al que ya sentía como mi pareja.
Cuando trajeron la bebida, él mismo me sirvió en la copa y brindamos. No puedo describir lo que sentía en ese momento. El cielo era nada en comparación a estar allí con él.
Conversamos bastante y después de un rato, nos levantamos a buscar la comida. Cada uno se sirvió lo que le gustaba. De vuelta en la mesa, me hizo probar de su plato, haciéndome probar con su tenedor algunos bocados.
En un determinado momento se puso a contarme varias cosas de su vida y algunas experiencias que me dejaban asombrada y no podía evitar sentir una profunda admiración por él y una alegría indescriptible por el hecho de sentir, de saber que desde ese momento ese hombre mayor que me trataba con tanta delicadeza y cortesía, como a una princesa, era mi hombre.

Lolita

PD: Les pedimos disculpas a todos nuestros lectores por no haber escrito en todo este tiempo pero yo recién ayer terminé con dos finales y me estoy ocupando de encontrar la casa y el Profe está trabajando contra reloj para poder hacer la mudanza antes de Nochebuena. Pero claro, hoy es un día especial, porque es el día de nuestro tercer aniversario.





lunes, 1 de noviembre de 2010

Diario de El Profesor: El viaje


Desde que tengo memoria, Córdoba estuvo en mi vida.
Recuerdo que ese 30 de noviembre de 2007 llegué a la terminal de Retiro con tiempo para abordar el micro de General Urquiza, una empresa que conocía desde hace mucho tiempo –desde que se llamaba ABLO y General Urquiza–, y que fue la compañía en la que viajé por primera vez en ómnibus a Córdoba, cuando aún no existía la actual terminal de ómnibus, y los micros de larga distancia paraban en la anterior, que aún hoy existe, en la zona del mercado.
Ese primer viaje fue con mi abuelo, a los cinco años, para pasar unos días en la casa de su hijo mayor, mi tío, en Villa Carlos Paz cuando no era más que un pueblito y no la ciudad que es actualmente. La misma Villa Carlos Paz en la que pasamos unos días de descanso en marzo de este año con Lolita.
Cuando tenía seis años, en enero siguiente –y durante los seis posteriores– empecé a viajar con los “campamenteros” de la Acción Católica a una zona que se llamaba San Clemente, y de la que salíamos a múltiples excursiones. En el primer campamento me acuerdo haber aceptado bajar la Quebrada de los Condoritos, una hazaña (o una locura propia de la inconsciencia de la niñez), ya que no era fácil bajar los cientos de metros, la mayor parte del trayecto de culo.
Más tarde mis padres tuvieron un chalet en Villa Carlos Paz y hasta que comencé el secundario, era casi obligado pasar el mes de febrero de vacaciones en esa casa de la última calle que había en ese momento, en la falda del Cerro de la Cruz.
Muchos años después, mi madre enfermó y le recomendaron vivir en un lugar con aire puro y tranquilidad, y entonces compramos el pequeño campo en Cerro Blanco –a unos quince quilómetros de Tanti, en plena sierra, cerca de Los Gigantes–, en el cual ella vivió la mayor parte de sus últimos años.
¿Cuántas veces había visto la actual terminal desde la ventanilla del micro o me había bajado para hacer un trasbordo? ¿Cuántos viajes había hecho a Córdoba en esos cincuenta y siete años de vida? ¿Cuántas idas y vueltas llevando a mis hijos para que pasaran las vacaciones con su abuela y cuántos fines de semana, en verano o invierno, para ir a compartir unos días con mi madre en ese lugar tan hermoso en el cual vivía?
Córdoba estuvo en mi vida desde el principio, y en eso pensaba mientras esperaba abordar el micro que ese 30 de noviembre de 2007 tenía que tomar para viajar a conocer a Lolita.
¿Había algún sino en mi destino que me habían llevado una y otra vez a Córdoba? ¿La vida me había ido preparando para lo que iba a pasar y que ni en sueños había imaginado?
Recuerdo haber sacado el pasaje en los asientos de abajo, que son pocos y me resultan más cómodos, y cuando llegó el momento de subir ni siquiera tuve que despachar equipaje porque sólo llevaba mi maletín de viaje, que me había acompañado durante tanto tiempo.
Me acomodé en la butaca y miré cómo el micro iba saliendo de la ciudad, sin poder dejar de preguntarme qué estaba haciendo, aunque ya no podía volverme atrás. La ansiedad me impidió dormir durante un buen rato –pese a que por lo general no tengo problemas para dormir en los viajes–, hasta que el cansancio me venció y me abandoné a un sueño entrecortado, mezclado con la ensoñación que producen las emociones, hasta que creo haber caído en el sueño profundo cuando ya estaba por amanecer.
Una de las cosas que solían sucederme en los viajes a Córdoba es que, como por arte de magia, me despertaba cuando el micro estaba en las cercanías de esas torres de piedra del arco de entrada a la ciudad y esa mañana del 1º de diciembre no fue la excepción. Cuando abrí los ojos, ahí estaba, dándome la bienvenida, franqueándome el paso a la ciudad, el arco de entrada.
Aunque no suelo usar el baño del micro, ese primer día me encerré a lavarme los dientes, mojarme un poco la cara para despejarme y ponerme presentable. Cuando salí del baño, el micro estaba pasando por el costado del Hospital San Roque. Estábamos por llegar a la terminal.
El corazón empezó a latirme más fuerte. No pude aguantar quedarme sentado y fui acercándome a la puerta justo en el momento en el cual el micro entraba en la terminal. Me puse primero para bajar y miré hacia el paredón lateral buscando a Loli.
El ómnibus estacionó y bajé ni bien se abrió la puerta, buscando entre la gente y recordando que Loli me había dicho “Si yo no llegué, vos esperame sentadito, y no te muevas…”
Busqué un lugar no muy lejos de la plataforma en la que había estacionado el micro y me senté a esperar. No tuve que aguardar mucho porque poco después la vi, buscándome entre la gente, caminando hacia mí, en esa calurosa mañana del primer día de diciembre, con su pollerita blanca, una remera musculosa y sandalias.
Entonces me levanté del asiento, con el portafolios a mis pies y la miré en el mismo momento en que descubrió mi presencia.
Fue tanta, tanta la emoción que me embargó que lo único que pude hacer fue abrir los brazos para recibirla.

–Hola, Loli –le dije.
–Hola, Profe –me contestó, antes del fuerte abrazo.

Hoy es 1º de noviembre y falta sólo un mes para que se cumplan tres años de ese día, cuando Lolita y yo, nos vimos, nos abrazamos y nos besamos por primera vez.

 

El Profesor



 

sábado, 25 de septiembre de 2010

Diario de Lolita: La fuerza del amor

El tiempo pasaba. Nuestro amor crecía. Mi pasión se desbordaba. Mi corazón se aceleraba y me emocionaba con sólo escuchar su voz en el teléfono... En nuestras románticas conversaciones yo había pasado de decirle que lo quería a manifestarle que lo amaba con toda mi alma y como a nadie en el mundo, y recuerdo que él me contestaba: “No podés amarme, si todavía no me conocés, Frutillita”. Pero mi corazón no me engañaba. Ya había empezado a amarlo sin siquiera haberlo visto.

Nuestras charlas telefónicas duraban horas, durante las que nos contábamos tantas cosas. Se había convertido en mi confidente. Sentía que con él podía hablar de todo, sin excepción. Mi amorcito se había ganado mi confianza. En él había encontrado a un amigo verdadero, a un papá comprensivo y cariñoso, a un hombre ideal para pareja que, lamentablemente, yo no encontraba entre los adolescentes de mi edad. El Profe había entrado en mi vida y, desde ese preciso instante, aparecía en todas las ensoñaciones que me asaltaban dormida y despierta. Me pasaba horas imaginando la vida al lado suyo, el poder irme a vivir con él, el ser su mujercita para siempre...

Luego de una interminable espera que padecí día tras día, por fin puso fecha para viajar y cumpliría con su promesa. Recuerdo que los días anteriores, estaba muy nerviosa por saber que por fin lo conocería. Estas ansias hacían que lo llamara todo el tiempo para decirle una y otra vez cuánto lo amaba y las ganas que tenía de estar a su lado. Quería que me repitiera una y otra vez qué me haría cuando estuviéramos a solas y de qué forma me amaría, para poder así dar rienda suelta a mi imaginación, a ese erotismo adolescente que me había despertado y que con tanto cuidado y ternura me había enseñado a reconocer y aceptar.

Para poder hacer realidad mi sueño de estar con él, necesitaba un plan perfecto para inventar en mi casa y poder estar así la mayor cantidad de horas disfrutando a su lado.

Necesitaba disimular mi excitación y la ansiedad que me asaltaba de estar por vez primera a solas y a merced de un hombre que me generaba imágenes deliciosas en el cerebro, sensaciones excitantes en el cuerpo y me despertaba las emociones más intensas que jamás había anhelado experimentar. Y ese no era un problema menor, porque mi papá ya había descubierto que entre El Profe y yo pasaba algo que, como es lógico suponer, lo inquietaba, lo desequilibraba y lo asustaba al punto del colapso nervioso.

Por momentos, tanto El Profe como yo, sentíamos que nuestro romance era muy difícil, que teníamos el mundo en contra, que se nos hacía imposible... Pero al recordar nuestros mejores momentos, la arrebatada emoción que nos embargaba de estar el uno con el otro, nos daba fuerzas y seguíamos luchando para seguir adelante juntos.

Fue durante esos meses que aprendí que esa fuerza tan poderosa que es el amor engrandece, une, alegra, restaña, libera, fortalece, embriaga, consume, obsesiona y hasta trasciende los límites del bien y del mal. El amor se salta todas las barreras de la sensatez y, a los empujones, nos lleva a cometer cualquier desatino. De esos que trastocan y modifican, de un día para el otro, el rumbo de nuestra existencia

Nosotros estábamos a punto de cometer uno, y de los grandes.



Lolita



jueves, 23 de septiembre de 2010

Diario de El Profesor: Vacilaciones

Cuántas veces estuve a punto de comprar los pasajes, y cuántas otras desistí. Entre el veinte y el veintidós de ese septiembre de 2007, Loli me mandó dieciséis mensajes de texto, siete chats y cuatro correos.
Yo ya había decidido que no iba a viajar, y se lo había dicho. La escuché llorar y la imaginé haciendo pucheros y sé le dolió, que se sintió mal, porque estaba ilusionada y ansiosa. Loli se ponía y se pone muy ansiosa cuando anhela algo.
Hoy todavía trato de recordar qué me llevaba a negarme a emprender ese viaje, qué me hacía dudar tanto en el momento de tomar una decisión. Digamos que no soy el tipo de hombre propenso a las vacilaciones, más bien todo lo contrario. Pero con Loli, cuando llegaba el momento de pensar en viajar a conocerla, ¡zapate! Se me venía encima toda la estantería.
Quizás otro hubiera abordado un micro sin dudarlo, dada la perspectiva de encontrarse con un bomboncito como era esa chiquitina sorprendente, pero yo soy yo y, para bien o para mal, no podía dejar de lado la responsabilidad que significaba para mi dar un paso más allá del que ya había dado en chats, cartas y conversaciones telefónicas y del que, más de una vez me arrepentí, sumido en la culpa y el arrepentimiento por haber llegado tan lejos.
Por otro lado la personalidad de Lolita ejercía sobre mí el mismo efecto que un gigantesco imán ubicado delante de una montaña de virutas. Desde ese día que me había preguntado si creía en las almas gemelas, me resultaba un ejercicio estéril dejar de pensar en ella. La imaginaba, la anhelaba y, debo admitirlo, también la deseaba. Acto seguido volvían a la carga los remordimientos por desearla y me sentía un desubicado, un viejo perverso que fantaseaba con una nenita.
Tal vez haya quien piense que le temía a las consecuencias personales que, en lo legal, podía acarrearme el sólo hecho de encontrarme a solas con ella, pero conozco la ley y admito que sabía que en ese sentido era muy difícil que pudiera meterme en problemas. En ningún momento especulé con eso, pese a que sabía que Loli –por desoír mis sugerencias de ser cuidadosa, en especial cuando conversábamos en el chat–, ya le había dado a su papá una considerable cantidad de razones como para estar alerta. Yo había tenido un cruce de palabras con él, un día que me llamó por sorpresa “para conocer aunque sea por teléfono al hombre que le estaba editando el libro a su hija” y, según lo que pude vislumbrar, para darme una señal que, de alguna manera, se había dado cuenta que entre Loli y yo había algo más que una inocente y aséptica relación profesional.
Mis vacilaciones tenían que ver con algo más serio, más profundo. Tenían que ver con el ser consciente de que la diferencia de edad era tan grande que las posibilidades de poder entablar un vínculo que excediera la amistad eran ínfimas. No pensaba sólo en el presente –y eso es lo extraño–, sino que no podía dejar de imaginar el después. ¿Qué futuro podía tener nuestra relación? ¿Qué podía ofrecerle? ¿Ser su novio, como me había pedido? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Y si la relación seguía adelante, qué expectativas de continuidad podía darle?
Recuerdo que un día, hablando del futuro, le dije que imaginara qué iba a pasar en cinco años, cuando ella tuviera veintiuno. A continuación le dije que pensara en diez años, cuando ella tuviera veintiséis y yo sesenta y siete. ¿Cuánto tiempo de vida tenía yo por delante para darle? Traté de que razonara que mi vida estaba del otro lado de la montaña –usé esa alegoría–, y que mientras ella seguía subiendo hacia la cima, yo estaba en el sendero descendente y que lo que se veía desde donde yo estaba no era un panorama grato, por llamarlo de alguna manera.
–¿Qué querés decirme, Cushito? –me preguntó–. ¿Qué te vas a morir?
Hice una larga pausa antes de contestarle, quizás porque en ese momento sentí mi finitud de una forma más palpable, más real.
–¿Papi? ¿Seguís ahí?
–Sí, Loli, sigo acá.
–¿Por qué no me contestás?
–Porque no es fácil, mi chiquita, decirte que sí. Que me voy a morir.
–Yo también –dijo.
–Sí, pero mucho, mucho tiempo después que yo –contesté.
–¿Y cómo sabés?
–¿Cómo sé qué?
–Que te vas a morir antes que yo.
–Bueno, mirá, digamos que las probabilidades de sobrevida..
–empecé a decir, pero Loli me interrumpió.
–Papi… Vos me dijiste que leíste “La Tregua” y que viste la película cuando faltaban como veinte años para que yo naciera, ¿te acordás?
–Sí, me acuerdo.
–Yo también la leí y en el libro... –entonces fue ella la que hizo una pausa–, ¿quién se muere primero?
Como podrán imaginar, ese razonamiento era tan sólido, tan realista, que no supe qué contestarle. Me dejó sin palabras.
Para escribir este capítulo de nuestra historia, estuve leyendo los mensajes, los chats y las cartas de esa época –Loli y yo no los llamamos “correos” o “e-mails”– y desde la distancia, con otra perspectiva, habiendo salido de esa vorágine de sensaciones que me producía Loli, creo entender que lo que me llevaba a vacilar era la intención de cuidarla, de preservarla, de hacer todo lo posible para evitar que sufriera mientras –vaya paradoja–, la sumía en la incertidumbre, le alimentaba la ansiedad y le estaba provocando un dolor tan desmesurado, que resulta imposible describirlo con palabras.
Porque yo era para Loli su primer amor. Ese que despierta las maripositas en la panza, los sueños estando despierto y esas fantasías inevitables que suelen tomarnos por asalto la mente cuando nos quedamos a solas con nuestros pensamientos a la noche en la cama.
Pero Loli no era menos para mí. Eran los sueños no realizados, la concreción de lo anhelado durante toda una vida, un soplo renovador en mi existencia, la posibilidad del amor que había decidido ya no volver a encontrar.
La pensaba, la anhelaba, soñaba con ella. Me quedaba largas horas mirando el parque desde el amplio ventanal que tenía a mis espaldas y miraba una y otra vez esas fotos chiquitas que le había enseñado a enviar.
Lolita era la esperanza.
Releyendo lo que le escribí en esos días cercanos a la primavera de 2007, encontré esta carta con la que, imagino, trataba de consolarla por no estar ese 21 de septiembre en Córdoba, después de haberle alimentado la ilusión:



Mensaje desde el corazón para mi nenita traviesa:
 
¿Sabés? Más allá de los juegos y fantasías, mi pequeña princesita hermosa, siento por vos una gran ternura y a veces no sé cómo hacer para cuidarte.
La forma en que tuve que responderle a tu papá hoy no me hace bien, Cushita. A veces siento que ya estoy demasiado cansado para estas cosas. Y, sin embargo, no puedo dejar de pensar en vos... más allá de cualquier consideración de hombre-mujer.
Como vos escribiste, hasta que Dios diga cuándo tiene que terminar, sabé que aunque esté tan lejos y no te haya visto, de alguna manera muy extraña que no me había ocurrido antes, te quiero, dulce Frutillita.
Que tengas un buen descanso y un mejor despertar.
Cada día, vale la pena de ser vivido con sus alegrías y sus penas; con sus dones y sus vicisitudes.
Me digo, una y otra vez, que debe haber alguna razón que no conozco, que hizo que la vida me llevara hasta tu persona y a vos hasta la mía.

Tuyo,

 
Papi

Ahora, mientras escribo y antes de publicar esta nueva entrega, tomo conciencia que mañana es 24. Un nuevo 24, como aquel otro, cuando nuestras circunstancias se encontraron, a destiempo, y no por casualidad.
Desde ese día han pasado tres años y dos meses.
Y con todo lo bueno y lo no tan bueno, con alegrías y dolores, obstáculos, dificultades, ausencias y encuentros, extrañándonos cuando estamos separados y disfrutando como el primer día cuando estamos juntos, seguimos transitando tomados de la mano el trecho de camino que la vida nos ha otorgado.

El Profesor



martes, 14 de septiembre de 2010

Diario de Lolita: Somos novios


Después de un breve tiempo, con El Profe nos hablábamos casi todos los días y en esas conversaciones pasábamos de temas tan serios como mis cuestiones familiares, personales y de relación con mis compañeros a temas más excitantes. En una de esas conversaciones fuimos pasando de una cosa a otra hasta que él me describió cómo me poseería el día que me tuviera a solas y en sus brazos. No me dijo que iba a hacerlo –que quede en claro–, sino cómo lo haría si fuera posible.
Recuerdo que en ese momento a mí ya no sólo me revoloteaban mariposas en la pancita. Me latía muy fuerte el corazón y sentía que tenía la cabeza llena de algodón. Creo que si hubiera estado parada, se me hubieran aflojado las piernas y me hubiera caído sentada.
En la escuela mi actitud había cambiado por completo. Me sentía otra persona. Había empezado a sonreír. No sé si los demás, ocupados en sus cuestiones, lo notaban, pero desde el día en que comenzó a tratarme como mujer y a jugar con mis deseos, mi autoestima empezó a subir y a subir hasta tocar el cielo. Creo que irradiaba felicidad, y la única que se dio cuenta de mi cambio fue una compañera que, además, era amiga. Como se imaginarán, yo no era considerada la “chica popularidad”, así que no podía hablar abiertamente como mis compañeras cuando contaban sus peripecias amorosas. Yo, en cambio, no podía contar que para mí era maravilloso pensar que un hombre como él me deseaba. Pero era tan placentero estar en clase estudiando y por momentos dejar volar mi mente y recordar el chat del día anterior donde me decía cómo haría para sacarme prenda por prenda una vez que estuviéramos a solas...
Por primera vez en tantos años en el colegio, me abstraía de lo que estaba diciendo la profesora, para dejarme llevar por mis fantasías adolescentes.
Una noche cuando mi papá no estaba y como era ya costumbre, lo llamé:
–¿Hola? –dijo su voz, al otro lado de los setecientos cincuenta kilómetros de distancia que nos separaban.
–Hola mi amor...
–Hola Princesita...
–¿Te diste cuenta de algo?
–¿De qué?
–Te dije que llamaría a las nueve... ¡Y no aguanté hasta las nueve!
–Sí, sí, ya me estoy dando cuenta... pero no tenés que ser tan impaciente...
–¡Bueno, ufa...! ¿No querés que te llame?
–¡Ay, Cushita! ¿Qué pretendés de mí? ¡Me ponés la vida de cabeza!
–¿Por qué?
–Porque con vos hago cosas que me había acostumbrado a no hacer más...
–Decime algo lindo. Contame qué me vas a hacer.
–¿Que te voy a hacer cuándo? ¿Esta noche?
–Sí.
–Bueno, cuando estés por irte a dormir... ¿Con qué dormís? ¿Con pijama?
–Sí, y grueso porque hace mucho frío.
–Bueno, entonces, cuando estés por irte a dormir, te voy a sacar la ropa, te voy a poner el pijama, te voy a acostar en la cama y para que no sientas tanto frio te voy a dar besos por todas partes...
–¿A dónde?
–En los labios, en las orejitas, en el cuello, en la pancita, en los deditos de los pies, en las piernas...
–¡Ay, sí! ¡Eso me gusta!
–... después te voy a tapar y voy a apagar la luz.
Me encantaba que me dijera esas cosas. Nunca nadie me había mimado tanto y menos aún estando a semejante distancia.
A fines de agosto, un día me animé, en una conversación por chat, a proponerle noviazgo, ya que quería que la relación tuviera algún nombre, además porque me gustaba pensar: “Estoy de novia con el hombre más maravilloso del mundo”
No fue fácil convencerlo, claro. Pero luego de que me dijera que sí, escribí en mi cuaderno-diario:

"Querido diario:
Hoy le propuse al Profe si quería ser mi novio y aceptó.
Estoy más contenta que en toda mi vida. Estoy muy orgullosa. Es mi primer novio."

Al día siguiente, hablamos por teléfono largo rato y entre otras cosas le dije:
–Quería hacerte una pregunta...
–A ver...
–¿Por qué ayer aceptaste ser mi novio si me dijiste que no estabas enamorado de mí?
–Y... ¿la verdad? Porque vos me lo preguntaste, Cushita...
–Pero yo no quería que lo aceptaras así. Yo quiero que te ilusione, como a mí. Que seas mi novio en serio.
–Mirá, mi vida, yo no estoy en edad para ser novio... –empezó a explicarme.
–¿Cómo? ¿Entonces lo hiciste nada más que para conformarme, para alimentar mis ilusiones?
–No, no pienses eso. Yo no quiero alimentar ninguna ilusión tuya, es más, ya te lo dije...
–¡Pero vos también estás ilusionado! ¿O no?
–Bueno... sí, pero no tanto como vos.
–Pero ¿no sos mi novio? ¡Yo sí quiero que lo seas!
–No sé... es cierto que yo no estoy enamorado porque no te he mirado ni te he tocado... y el noviazgo supone otra cosa... y nosotros, así tan alejados, y la diferencia de edad... es difícil.
–Entonces ¿qué sos mío?
–Y, digamos que soy un hombre al que no conocés en persona, pero que te mueve cosas adentro, que te hace sentir sentimientos y sensaciones especiales por primera vez en tu vida.
–No me gusta eso. Y quiero que seas mi novio. ¡Ya escribí en mi diario íntimo que eras mi novio!
–¿Y eso qué tiene que ver?
–Hacé de cuenta que estás enamorado y que sos mi novio.
–Bueno, bueno, hago de cuenta... pero no te contradigas, porque por un lado decís que quiera, y por el otro, que imagine y “haga de cuenta”.
–Sí, hacé de cuenta. ¡Pero tratá de sentirlo! ¡Sentí qué estás enamorado!
Empezó a reírse a carcajadas –sé que puedo conseguir que se ría mucho con mis ocurrencias–, como muchas veces y me contestó:
–¡Ay, Cushita! ¡Sos un caso serio, bomboncito! ¡Sos una tentación!
–Y eso no es todo...
–Ah, ¿no? ¿Qué más hay?
–Que yo me quiero casar con vos.
Primero se quedó en silencio –hoy sé todo lo que le pasó por la cabeza cuando escuchó eso–, pero un momento después volvió a reír y seguimos conversando bastante antes de cortar.

Me daba cuenta que mi corazón empezaba empezaba a crecer una pasión tan, pero tan grande como nunca sospeché que podía sentir, y que siguió creciendo cada día más. Si dos meses antes me hubieran dicho que yo iba a sentirme así, me hubiera reído en la cara de quien me lo decía.
Pero ahora lo estaba viviendo.
Como si fuera un novio adolescente, le mandaba cartas –cartas escritas en papel y mandadas por correo postal–, con corazones, con fotos mías, con un entretejido de palabras que le confesaban mi amor desesperado, mis deseos y mis ansias de conocerlo cuanto antes. Aunque para este encuentro, condicionada por los temores normales de la “primera vez” en intimidad con un hombre, yo había puesto unas cuantas condiciones.
¿Las aceptaría?

Lolita

jueves, 10 de septiembre de 2009

La Moreneta

Hace un rato, a las ocho de la noche sonó el teléfono.
Antes de contestar, tal vez porque estamos tan consustanciados que la presiento, yo sabía que era Loli.
–¿Holaaaa?
–¡Paaaaaapiiiiii!
–¡Loli, mi vida! ¿Qué hacés despierta a esta hora?
–Shhh, Papi... una travesura. Acá todos están durmiendo, pero sho, sho quería shamarte, ¿zaméz? –me contestó, con ese tono dulce de voz que tiene, y hablando bajito.
–Bueno, mi vida, gracias. ¡Qué linda sorpresa! ¿Qué tal tu día?
–Lindo, mi pichoncito, aunque me agota y... y...
–¿Y qué?
–¡Acá todos hablan en catalán, Papi! ¡Y no les entiendo nada!
–Bueno, pero eso es lo de menos. A ver, contame, ¿fueron a pasear a algún lugar lindo?
–Shi, Papi. Primero fuimos a la casa de unos amigos del primo de mi papá y después él y la esposa nos llevaron en su coche al monasterio de Montserrat.
–¿Fuiste a ver a “La Moreneta”, Princesita?
–Shi... a la Virgen Negra, mi amor. ¿Te cuento?
(...)
Se dice que fue encontrada por unos pastores de ovejas cerca de Montserrat, que descubrieron la imagen de madera en una cueva, guiados por un misterioso resplandor y por el sonido de lo que ellos identificaron como cantos angelicales. Cuando se enteró el obispo, dio orden de llevarla a la catedral en una procesión que nunca llegó a su destino, puesto que la estatua parecía pesar cada vez más y era difícil cargarla.
Dicen que por eso la dejaron en una ermita cercana, y ahí estuvo hasta que en ese mismo lugar se construyó el actual monasterio benedictino. Como si la Virgen hubiera elegido el lugar donde queria quedarse.
La Virgen de Montserrat es de talla románica y ese color oscuro se atribuye al humo de la gran cantidad de velas y lámparas que por siglos y siglos se han encendido ante la imagen, día y noche. De ahí que la llamen, cariñosamente, La Moreneta.
La Virgen está sentada, mide noventa y cinco centímetros y tiene una corona sobre su cabeza. Sentado en su regazo, el Niño Jesús también tiene una corona. La Virgen tiene en su mano derecha una esfera, mientras que la Jesús está levantada, en señal de bendición.
La imagen está situada en la parte alta de un nicho, detrás del altar mayor y a sus espaldas se levanta una capilla o Camarín de la Virgen, al que se puede acceder subiendo una colosal escalera de mármol, decorada con entalladuras y mosaicos.
Está considerada la Patrona de Catalunya y a las doce de cada día, el coro de Montserrat le canta el Salve y el Virolay, cuya letra compuso el poeta catalán Mossen Jacinto Verdaguer:

Rosa de abril
Morena de la serra,
De Montserrat estel
Illumineu la catalana terra
Guieunos cap al cel.

(...)
–Y, amor mío... ¿Sabés qué hice?
–No, querida. A ver, ¿qué hiciste?
–Fui y compré una vela y la encendí y la puse donde van las velas encendidas, y recé una oración y le pedí por vos y por mí y por nosotros, para que nos guiara. Para que nos ayudara para poder estar juntos pronto, para poder compartir nuestra vida y poder honrar este amor que nos une desde nos conocimos, Papi.
–Loli...
–¿Qué, mi vida?
–Me hacés emocionar...
–¿No, Papi! ¡Nada de pucheritos, mi amor! Al contrario, tenés que sentirte feliz. ¿Sabés por qué?
–A ver, Loli, decime...
–Porque sho le pedí que bsss bsss bssss... Y ella me dijo que bsss bssss bssss... Y también el Niño Jesús me explicó que bssss bssss bsss

Hace tiempo que visité el santuario y conozco la historia y la leyenda de la Virgen de Montserrat.
Lo que Lolita le pidió a la Virgen, queda como un secreto entre ella y yo, porque en ese pedido, están todos nuestros anhelos y esperanzas.

El Profesor