martes, 6 de octubre de 2009

El valor de la solidaridad

Me levanté en una fría mañana de julio y vi que mi Profe todavía dormía. Salí de la cama, me asomé por la ventana y miré la hora: las 8:00. Tomé el teléfono sobre la mesita de luz y encargué el desayuno. Luego, me abalancé sobre él.
–¡Paaapiiii! ¡Levantate!
–Mmmññm…
–Dale, papi, levantate que nos traen el desayuno. ¡Ya avisé en la recepción que nos traigan el cafecito!
A duras penas, lo saqué de la cama. Nos vestimos y nos dispusimos a esperar que llegara el servicio.
Al ratito, nos tocaron la puerta y una sonriente y simpática señorita nos dejó una bandeja con lo que le habíamos pedido: café, leche, facturas, criollitos, tostadas, manteca y mermelada.
Nos acostamos en la cama y mientras conversábamos, tomamos el café caliente sabiendo que afuera hacía un frío de esos importantes, que hacen que yo me abrigue hasta las orejas.
Con cariño y delicadeza, le preparé al Profe unas tostaditas con manteca para que acompañara con su acostumbrado vaso de leche. (¡Cómo me gusta hacer de mamá!)
Luego que terminamos, nos preparamos para salir pasear por el centro de la ciudad. Me fui a lavar mis dientitos y cuando salí del baño, vi que mi Papi estaba listo y estaba terminando de guardar algo en una bolsa.
–¿Qué hacés papi?
–Estoy guardando lo que nos sobró del desayuno, mi amor.
–¿Para después?
–No, Loli. Ahora cuando salgamos, seguramente vamos a encontrar a alguna persona pobre y con hambre y se lo vamos a dar.
Me quedé asombrada del corazón de oro que tenía el hombre que yo tanto amaba.
–¿En serio, papi?
–Si, mi amor. Mirá que día tan frío hace. Seguramente hay mucha gente que se muere por unos criollitos como estos y si los dejamos acá, la gente del hotel los va a tirar y eso no es justo. Nosotros vamos a regalárselo a alguien.
Me acerqué y acariciando su rostro, le dije:
–Sos asombroso. ¡Tenés el alma tan generosa! Cada día te admiro y te amo más.
Sonrió y simplemente me respondió:
–Trato de ayudar un poco a este mundo, Princesita. Pongo mi granito de arena.
Salimos del hotel y nos fuimos caminando por la peatonal. Cuando pasamos por delante de la iglesia en la que siempre entrábamos a rezar y a agradecer a Dios las bendiciones cotidianas, le dije:
–¡Mirá papi! Ahí hay una mujer con chicos. ¿Querés que se los demos a ellos?
–Si.
Nos acercamos a un niño de pies descalzos y ropita remendada y le entregamos la bolsa con los alimentos. Al niño se le iluminó el rostro de alegría y nos sonrió. Luego se fue corriendo hasta donde estaba la mujer.
–¡Mirá lo que nos trajo el señor, mamá!
Me quedé mirando la escena; el niño repartía lo que le habíamos dado con su madre y sus hermanitos más pequeños, que por su carita, estaban hambrientos.
Con el Profe dimos media vuelta y con el corazón lleno de satisfacción de haber hecho nuestra buena obra del día, nos fuimos caminando tomados de la mano.
Ese día, él me dio una lección muy importante de solidaridad con los que menos tienen.

A veces creo que a este mundo sólo le faltan unas cuantas personas que, al igual que mi Papi, hagan algo por los demás. Si todos pusiéramos nuestro “granito de arena” viviríamos en un mundo mejor.

Lolita.

6 comentarios:

  1. Cada mano, cada ayuda son indispensables, necesarias, útiles, entre todos se puede lograr mucho, saludos

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  2. no podría estar mas de acuerdo.
    beso grande a los dos !

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  3. Gracias por acordarte de esto, Loli.
    Quizás esa bolsita con comida que a nosotros nos sobraba, haya hecho la felicidad de esos chiquitos ese día de frío.
    Sigo pensando lo mismo: si fuésemos solidarios los unos con los otros, aportando cada vez que podemos un pequeño granito de arena, ¡qué distinto sería el mundo!
    ¡Mññññuacks! ¡Bonita!

    Tu Profe

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  4. es muy bueno su blog, la verdad me encanta. los felicito
    un beso

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  5. Me encantó!
    Vamos todos por el granito de arena!
    Besoo:)

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  6. Cambié mi blog (=
    http://instantesysonrisas.blogspot.com
    ahora es ese jiji, os invito a que lo leáis, ya que el otro lo borraré.

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