–Papiiiii
Salí de la ducha a buscarlo, dejando mis rastros de huellas de agua a cada paso que daba.
–¿Me ayudás a secarme el pelo?
Cuando me asomé a la cocina, vi que rápidamente guardaba un papel color anaranjado, dejaba sobre la mesa una lapicera y con un rápido movimiento guardaba el papel en uno de los cajones del escritorio.
–¿Qué pasa, Loli?–Dijo, haciéndose el distraído
–Quería que me ayudaras con esto…
–Si, mi amor… venga que papi le seca el pelo…
Me vestí, y como aún era temprano, salimos a caminar y a tomar un helado (siempre compramos un cuarto y lo comemos entre los dos) hasta que se hiciera la hora de partir para la terminal de ómnibus.
Por alguna extraña razón, el tiempo pasa rápido cuando faltan apenas horas para despedirnos. Y pasó. A las 21:30 ya estábamos en la estación esperando que apareciera el micro. De repente, y como me había quedado con la duda dando vueltas, le pregunté:
–Papi…
–¿Si?
–¿Te puedo preguntar algo?
–Mhmm…
–¿Qué era eso que escribías cuando yo salía de bañarme?
–Nada…
Pensé que si hubiera sido para mí, quizás ya me lo habría dado.
–¿Y por qué lo escondiste?
–No lo escondí. Simplemente lo dejé guardado mientras te ayudaba.
No hice más preguntas porque justo apareció mi colectivo y el Profe se apuró a agarrar mi valija y a llevarla al depósito de los equipajes. Antes de subir, nos dimos un abrazo y un gran beso. Me acomodé en mi asiento (el primero de arriba, con toda la vista frente a mí, lo cual fue muy lindo por la mañana pero casi no me dejó dormir de noche) y desde allí me quedé mirándolo hasta que nos alejamos y nos perdimos de vista.
A la mañana siguiente, luego de un viaje de ocho horas y de dormir poco, llegué a la terminal de Córdoba y de ahí, a mi casa.
Lo primero que siempre hago al llegar es desarmar mi valija y acomodar cada cosa en su lugar. Estaba en eso cuando de pronto, al sacar una bolsa con remeras, encontré debajo el papel color naranja que el día anterior había despertado mi curiosidad.

Debajo de todo, y junto a su firma, había un dibujito, una caricatura de él mismo, que sonreía y saludaba con la mano.
Esas cosas de niño y a la vez de hombre grande enamorado son las que tanto me gustan y me cautivan. Él realmente sabe cómo sorprenderme.
Lolita