lunes, 15 de marzo de 2010

No Damar... 3

(O Tribulaciones Hoteleras Tercera Parte)


Eduviges.
A Eduviges, la conocimos esa noche y con Loli estuvimos de acuerdo que debía ser la hermana mayor –y más solterona– de Felicitas. Volvíamos del cine y de cenar en “Las Tinajas”, ya bastante tarde y cuando golpeamos la puerta para que nos abrieran, la vimos.
Estaba sentada frente a la pantalla de televisor de uso comunitario, abstraída en la contemplación de las noticias chorreantes de sangre de Crónica TV, y cuando giró la cabeza para mirar hacia la puerta, me hizo recordar a la sonrisa siniestra de Jack Nicholson antes de empezar a planificar la muerte de su mujer y su hijo en “El Resplandor”, por haberlo molestado mientras estaba ensimismado en sus diabólicos planes con los muertos del hotel.
Cuando nos entregó las llaves, nos miró con cara de pocos amigos, y no recuerdo haber escuchado una respuesta a nuestro solícito saludo de “Buenas noches”, antes de volver a ocupar su lugar frente a la pantalla del televisor.
Para no aburrir –creo que nuestras tribulaciones en el Damar dan para un libro–, procedo a resumir en apretada síntesis, cómo resultaron ser los servicios que se ofrecían en la página del hotel:
a) Habitaciones con baño privado. Es cierto y aunque no nos consta, las habitaciones tienen baño privado. Claro, nadie habló de las condiciones en que se encuentra tanto el baño como los sanitarios que le dan carácter de tal. Para muestra, a nosotros nos bastó con ver el nuestro.
b) Sábanas y toallas de algodón. Creo que es lo único cierto de toda la oferta hotelera. Las sábanas y fundas de almohadas no sólo que eran de algodón –y estampadas–, sino que además, parecían estar limpias. Las toallas y los toallones, blancos, también eran de algodón, pero su uso estaba condicionado por la amenaza escrita en el lado de adentro de la puerta, por la cual se comunicaba al pasajero, que ¡Guay de aquél que osara llevarse de recuerdo o perder una de ellas!
c) Servicio de limpieza. Mhh-hh. ¿Qué decir? Bueno, sí, parecía que estaba todo limpio en ese cuarto. Claro que hay que mencionar que a la hora de dejar el jabón que debe estar presente en cualquier baño de hotel Nelly –la empleada “multiuso”–, parecía ser bastante agarrada. Amarreta, bah.
d) Ventilador. Sí, había un ventilador de techo que funcionaba, aunque la rotación de las paletas inspiraba temor, ya que por el ruido y la oscilación, daba la impresión de que en cualquier momento iba desprenderse del techo para decapitar limpiamente a quien estuviera en ese momento en la habitación. A excepción de un día en extremo caluroso –cuando EPEC decidió hacer su corte no programado, razón por la cual el ventilador de techo dejó de funcionar y prefiero no recordar el calor que hacía ahí adentro–, en ningún momento dejé de poner a Loli a mis espaldas y agachar la cabeza por las dudas cuando giraba la perilla para ponerlo en marcha.
e) Desayuno. Oh... sí, el desayuno. Mucho no podemos –ni Loli ni yo–, abrir juicio alguno acerca del desayuno puesto que sólo tomamos el del primer día, y dejaba mucho que desear, de manera que preferimos tomar esa importante primer comida del día en alguno de los dos lugares que conocíamos en los alrededores y que nos traen gratos recuerdos.
Lo único que puedo decir con propiedad es que, por la actitud con la que lo servían, a uno no le daban muchas ganas de sentarse a desayunar en la “sala de uso común”, con el agravante de verse uno obligado a apurar el café y masticar los “criollitos”, sin poder evitar ser espectador de la sangrienta programación de Crónica TV y su interminable encadenamiento de homicidios, accidentes fatales y calamidades de todo tipo.
f) Sala de uso común. Sí. Uso común de propietarios y pasajeros, porque en ese espacio reducido se aglutinaba la conserjería, la recepción, el comedor, la sala de espera y el receptáculo para el aparato de TV que, dicho sea de paso, parecía ser de uso exclusivo de Eduviges y ocasionalmente de algún pasajero que aceptara compartir las calamidades noticiosas de Crónica.
g) TV con cable. Como lo mencionara en f), parece que el único aparato de todo el hotel era para uso exclusivo de Eduviges por la noche y de Felicitas durante el día. ¡Y cuidadito que alguien pidiera ver algún programa que no fuera Crónica TV!
h) Servicio de despertador. Ah, bueno. Aquí es donde entramos de lleno en un tema azaroso en lo que a servicios de hostelería concierne.
Que yo recuerde, el servicio de despertador de cualquier establecimiento hotelero consiste en una llamada telefónica realizada más o menos puntualmente desde la conserjería, a condición que uno haya dejado dicho, la noche anterior, a qué hora necesita abrir los ojitos por la mañana.
Pues bien, en el Damar, el servicio despertador no tenía nada que ver con este tipo de práctica generalizada, aunque debo mencionar que la mencionada prestación era brindada exclusiva y directamente por sus dueñas, por lo menos a nosotros, que teníamos la ventana de la habitación justo enfrente de la ventana de la cocina-cafetería-bar, feudo privado de Felicitas, Eduviges y Nelly.
Con Loli lo descubrimos a la mañana siguiente de nuestra llegada cuando yo, que admito ser algo remolón para despertarme y que tengo el sueño bastante pesado, empecé a escuchar algo parecido a un cotilleo de feria, proferido en voz lo suficientemente alta como para perturbar el sueño de un enfermo al que se le ha administrado anestesia general.
–¡Esto no puede ser! ¡No-pue-de-ser! –dijo, con un alto grado de indignación, la voz que luego identificaría como la de Eduviges.
–¿A vos te parece? ¿Te parece, ehhhh? – replicó otra voz femenina, que un instante después reconocería como la de Felicitas–. ¿Pero qué más quieren por lo que pagan, ehhhh? –agregó, levantando en ciento veinte decibeles el tono.
En ese momento pegué un salto y me incorporé. A mi lado Loli, con los ojitos chinitos de sueño, me miró espantada, se acomodó boca abajo y se tapó la cabeza con la almohada.
Esa pregunta de Felicitas provocó una airada respuesta irreproducible por parte de Eduviges que, en cierto momento de su discurso, aprovechó para darle pie a Nelly a dar su opinión y reforzar al mismo tiempo su parecer, cuando dijo: “¿Noooociertoooo Neeeelly?”
Claro que le parecía cierto a Nelly, quien apoyó sin duda alguna y enfáticamente a su patrona.
Resulta imposible reproducir –y recordar–, todo lo que escuchamos mientras con Loli nos aseábamos con rapidez y nos vestíamos con celeridad para salir lo más pronto posible de la habitación. Pero en síntesis, el tema de las tres mujeres –en algún momento recuerdo haberlas asociado con las Erinias, esas perras rabiosas de la mitología griega–, constituía una retahíla de quejas y más quejas contra los presuntuosos y exigentes pasajeros que a juicio de ellas, pretendían tener el servicio del hotel Montecarlo de Mónaco a cambio de los miserables “Cienpesos¿tedascuenta?cienpesos” (así, todo junto como una letanía y con el tono exasperado de quien se siente vulnerado en su dignidad), que pagaban por el hospedaje.
No sé si alguno de los lectores se ha sobresaltado –como me pasa a mí–, cuando suena la campanilla del teléfono por la mañana. Pero sí sé que más de una vez, luego de la conmoción inicial, volví a recluirme en el sueño durante quince o veinte minutos más, lo que demuestra sin duda alguna que el servicio de despertador de cualquier hotel puede considerarse ineficiente si se lo compara con el Damar.
Ese fue la primera y última vez que tomamos el desayuno incluido en la tarifa, y no sólo por la calidad y cantidad de lo que servían, ya que después que Nelly me fulminara con la mirada cuando me atreví a pedirle con total impunidad, un vaso pequeño de leche fría para tomar mi aspirina de la mañana y después de presenciar, entre atónitos y espantados, cómo Eduviges echaba a un eventual pasajero que tuvo la osadía de pedir ver las habitaciones antes de registrarse y pagar, nos quedaron muy pocas ganas de repetir la experiencia.
También, a la noche siguiente, conocimos a Matías, El Bobeca Menor, digno hijo de su padre, pero en versión corregida y aumentada, que nos respondió con un gruñido de jugador de rugby neocelandés nativo, cuando lo saludamos al entrar.
De los otros servicios adicionales, no puedo hablar con propiedad, puesto que ni se nos ocurrió usar el teléfono para hacer una llamada local y no necesitábamos enviar fax a nadie y para nada, ni recurrir al servicio de lavandería. Menos aún atrevernos a usar el servicio de “Bar las 24 horas” del Damar, para no despertar las iras de los propietarios del establecimiento. Y como ni tengo ni conduzco automóviles, ignoro si existían las publicitadas cocheras, a disposición de los pasajeros que pudieran necesitarlas.
De lo que no me cabe duda alguna es que de todos los lugares en los que nos hemos alejado, el establecimiento propiedad de Felicitas y Eduviges, regenteado en parte por su sagaz sobrino, quedará en nuestro recuerdo por ser el lugar en el cual menos tiempo hemos pasado.
Anteayer, regresábamos de Carlos Paz y cuando el minibús pasó por la puerta de ese lugar de pesadilla, con Loli cruzamos una mirada de entendimiento y reprimimos como pudimos una palabrota de esas que llevan a las madres a amenazar con lavarle la boca al nene con el cepillo de cerda.
Esta fue, queridos amigos, la peor experiencia que hemos tenido con Lolita en materia de alojamiento en los tres años que llevamos encontrándonos en La Docta.
¿Quién nos habrá mandado a caer en semejante lugar, ehhh?
Y colorín, colorado, esta historia se ha acabado porque, no da para más o, mejor dicho, No Damar...

El Profesor
PD: Las imágenes son elocuentes. Los repetidos links (ojo que son dos direcciones web diferentes, ¿eh?) son para que después ningún lector desprevenido tenga derecho al pataleo. Nosotros, le avisamos y el que avisa, no es traidor. Je.

4 comentarios:

  1. Uy..con semejante trato, mas valdría titular el post con "No Mamar..."

    Y no se les ha ocurrio establecer una queja ante las autoridades correspondientes por incumplimiento de promesas a los clientes,publicidad engañosa o algo parecido? Aqui, la dependencia que se encarga de eso es la Profeco(Procuraduria Federal del Consumidor);allá también hay uno de esos no?
    A mi solo me paso una vez en un viaje a Tabasco, el hotel era limpio y era muy austero,estaba bien, solo que tenía fallos en el agua caliente, por lo demas todo en orden,me atendieron bien y de inmediato, supongo que hay que desconfiar de los hoteles que dejan pasar dias y dias en atender al menos una solicitud de información.

    Abrazos y cuidense. ñ_ñ

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  2. Profe:
    Al menos sabemos que no tenemos que ir a Damar, jajaja...tomelo con humor y piensa que estas experiencias son sólo una vez en la vida, cada experiencia nos enseña algo. Como dice un viejo proverbio "no todo lo que brilla es oro"
    Siga mi sugerencia cuando no contestan los mails por tres dias se tiene que buscar otro.

    Suerte,
    Anjolie

    PD: Gracias por el consejo y por lo que piensa de mí.

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  3. A la siguiente a buscar un mejor hotel, quiza le cueste mas caro al profe, pero es mejor estar en un hotel agradable, aunque sea mas caro.

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  4. Adrian:
    Mire... a ver cómo se lo digo: ¿usted cuando mueve los dedos sobre el teclado piensa al mismo tiempo o deja que los dedos toquen cualquier tecla?
    En vez de poner ese touch de palabrita insidiosa, ¿por qué no lee los cuatro post en los que cuento porqué fuimos a este hotel, eh?
    ¡Chin!

    El Profesor

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