porque es hambre espiritual”
LEONARDO DA VINCI
Hace unos meses había leído en La Nación, una nota acerca de la envidia de Jorge Fernández Díaz, director del suplemento ADN de ese diario, en la que propone la utilización de doce estrategias a utilizar frente a un envidioso. Veamos.
Ante un envidioso:
1) Rebajarás tus éxitos. Le harás saber todo el tiempo que te va mal y buscarás su solidaridad en la mala.
2) Le darás a entender que él está por encima de vos en carácter y en talento, y que lo admirás sin desmayos.
3) Sugerirás con el cuerpo y la palabra que él es tu jefe y vos, su subordinado.
4) Exagerarás tu autocrítica: literalmente, despedazarás tus propios logros, relativizarás tu pericia y adjudicarás todo el tiempo tus aciertos a la suerte.
5) Profetizarás tus inminentes fracasos una y otra vez.
6) Estarás muy atento a lo que el envidioso haga y saludarás la mínima acción positiva. No sólo le celebrarás los goles; también le festejarás los laterales y los córners.
7) Te comunicarás con él por medio de la lástima, destruirás a sus enemigos y buscarás su complicidad para hablar mal de terceros. Como se sabe, nada cohesiona tanto como el odio. El odio es más fiel que el amor.
8) Le dirás de vez en cuando que lo envidiás. Pero que lo envidiás sanamente.
9) Lo acostumbrarás a ser vulnerable al elogio. Y lo elogiarás siempre.
10) Nunca bajarás la guardia: al envidioso la envidia le brota espontáneamente, y podés pasarla mal.
11) Te alejarás lentamente y nunca le darás la espalda. Y lo más difícil de todo: no te contagies. La sustancia del envidioso es altamente contaminante.
12) Un envidioso construye una cadena de envidias. En un grupo, un envidioso es como una manzana podrida. La envidia es una lepra que no se cura. Y por favor: no le envidies nada al envidioso. Es un pobre infeliz. Y lo sabe.
Viene a cuento de una conversación que tuvimos con Loli en estos días.
–¿Qué la puede llevar a entrar todos los días a leer, como una chusma, Gordi? ¿Qué placer puede producirle?
–Dos cosas, Loli: la envidia y el deseo morboso de leer que algo anda mal entre nosotros.
–¿Envidia? ¿Qué nos puede envidiar? Si ella tiene de todo, Pa. No tiene problemas con gastos, pela una de las tarjetas que tiene y ya está... piso en Las Cañitas, casa en La Tablada, su auto...
–Ese no es el caso, Loli.

– Pero mirá esta foto, Papi, la del living... ¿Cómo alguien que tiene un departamento así en Mar del Plata puede sentir envidia? No lo entiendo.
–Es que al envidioso, Princesita, no le interesa lo que tiene él, sino lo que tiene el otro –le contesté, y me quedé meditando un instante, porque la memoria me trajo un recuerdo...
(El tema amerita hacer un inciso):
Recuerdo, cuando era niño, haber aprendido qué era la envidia, en carne propia. Al lado de mi casa vivía una familia vecina que tenía dos hijas, una de mi edad y la otra un par de años más grande. La madre de ambas, lo comentaba todo el barrio, era bastante “agarrada”... amarreta, vamos. Una tarde salí a la vereda y esas chicas estaban comiendo dos medialunas de grasa. En mi casa había una bandeja entera de masas finas que había traído mi papá la noche anterior y, sin embargo, a mí no me interesaban las masas finas de “Los Dos Boulevares”, sino las medialunas de grasa de la “Panadería San José”, del barrio.
Mi madre, cosa curiosa, ese día no utilizó la psicología contundente de la “zapatilla veloz”, sino que me hizo entrar aduciendo que hacía mucho frío. Rato después, cuando me sirvió el té de la merienda con un plato de masas finas, se sentó frente a mí en la mesa del comedor y me explicó qué era la envidia, y hasta recuerdo que interpretó cuál era la razón por la cual yo la había sentido.
Debo decir que tengo, como todo ser humano, mis grandezas y mis miserias. Pero si algo no tengo, y puedo decirlo con pleno convencimiento, es envidia. Ni de la enferma, ni de la “sana”. Para mí, envidia es envidia y es una sola.
(Fin del inciso aclaratorio)
–En el caso de esta pobre mujer, Loli, ese deseo malsano y esa necesidad morbosa de entrar a escondidas a leer –creyendo que el anonimato de Internet le da impunidad–, está provocada por la envidia que muestra esa contradicción que tan fácil aflora en el envidioso: ama a quien odia y odia a quien ama. Y no le interesa ni siquiera el sufrimiento –vaya paradoja–, que le produce leer al comprobar que las cosas no salen como ella desea. Porque, y te aseguro que no estoy haciendo un juego de valor, ella desea ver que este blog no aparezca más. O que vos o yo o ambos, publiquemos un post que se llame “Nuestro último post”, en el que anunciemos que lo cerramos, porque nuestra relación no prospera.

–Pero cada vez que entra a leer se le debe hinchar la yugular, entonces. Un día va a reventar...
–Claro, pero es que la motivación del envidioso es tan paradójica, que no repara en nada con tal de dar satisfacción a ese sentimiento tan mezquino, Loli. Y eso le pasa en todos los aspectos de su vida, Princesita. Recordá cómo, pese a tenerlo todo, había algo que no podía hacer, que era escribir un poema. No se daba cuenta que no se trataba de ser un eximio poeta, sino de poder poner sentimientos en palabras. Entonces, como no podía hacer ni siquiera eso –porque los sentimientos de un envidioso son como una madeja de lana que cayó en manos de un gato malhumorado y de mal carácter–, y no podía escribir un simple verso genuino, ¿qué hacía? Los plagiaba. ¿Ves? Al envidioso no le interesa lo que él tiene. Le interesa lo que tienen los demás.
–¡Uh! Debe ser feo vivir así, Papi. La verdad, no le envidio lo que tiene...
–Más bien, Loli. Yo puedo imaginarme qué feo debe ser vivir así, sintiéndose siempre insatisfecha. Creo que es más que feo, Loli, creo que es como lo escribió Shopenhauer: “La envidia muestra a la gente los miserables sentimientos de esas personas que prestan constante atención a lo que hacen o tienen los otros, y sólo consiguen demostrar lo aburridos que son”.
El Profesor