–Loli...
–¿Qué, Papi?
–Tengo que decirte algo...
–Sí, ¿qué es?
–Estamos acá... este primer día que nos conocimos, esta primera noche, la primera vez que cenamos juntos, ¿no?
–Ajá.
–Bueno... Ya me viste. Querías conocerme, y acá estoy.
–Mjm...
–Podés verme. Ya no es una idealización como con las cartas o los mensajes o el chat.
–Ajá.
–Me ves tal cual soy. Con mis cincuenta y siete años. Y vos, Princesita, sos tan joven...
–¿Qué querés decir, Papi? No te entiendo.
–A ver... ¿podés imaginarme dentro de diez años?
–Más o menos... A lo mejor sí...
–Vos vas a ser una hermosa mujer de veintiséis y yo voy a ser un señor de sesenta y siete... un...
–¿Viejito?
–Bueno, sí. La verdad, voy a ser un viejito de sesenta y siete.
–Ah... ¿Y entonces?
–Bueno, ahora te pido que hagas un esfuerzo y te imagines dentro de veinte años. Vos vas a ser una hermosísima mujer de treinta y seis años y yo... Yo voy a tener...
–Mjm... Bueno, setenta y siete... ¿Y?
–¿Y qué va a pasar entonces, Loli?
–¿Qué va a pasar con vos?
–No, Frutillita. Con vos... ¿qué va a pasar con vos? ¿Te imaginás dentro de veinte años, en el mejor de los casos, cuidando a un viejo?
–Ah, en el mejor de los casos... ¿Y cuál sería el peor de los casos?
–Que puedo no estar. Que puedo haber...
(...)
–¿Qué podés haber qué, Papi?
–Que por ley de la vida, para esa época puede ser que ya no esté acá... Que...
–¿Qué te hayas muerto, querés decir?
(...)
–Sí. Que me haya muerto...
(...)
–Papi... Mirá... a ver. Vos leíste mucho más que yo y viste muchas más pelis que yo, ¿cierto?
–Bueno, sí... Sólo por diferencia de edad...
–Dejá la diferencia de edad a un costado por un momento, por favor. Decime: ¿vos viste y leíste “La Tregua”?
–Sí, hace mucho... pero mucho... faltaban casi veinte años para que vos nacieras cuando leí el libro y un poco menos cuando vi la película, ¿por qué lo preguntás?
–¿Quién era más viejito, él o ella?
–Él, claro.
–¿Y quién se muere primero? ¿Él o ella?
–Ella...
–¿No decís que este es un mundo tan incierto que la única certeza que tenemos es que nos vamos a morir, pero no tenemos la certeza de cuándo... porque si la tuviésemos nos moriríamos de angustia?
–Sí... Te lo dije.
–Y entonces, Papi... ¿cómo sabés que te vas a morir antes vos?
(...)
–La verdad, no lo sé, Loli. Muy perspicaz de tu parte.
–No pensemos en eso ahora, Papi... Me estás haciendo tan, pero tan feliz esta noche... ¿Para qué hablar de algo tan triste ahora?
–Es cierto... Lo siento, Princesita.
–Mirá qué rica comida, tu vinito... este lugar al que no había venido nunca... Este momento con el que tanto soñé... ¿Para qué estropear este momento pensando en lo que puede pasar o no? ¿No te parece?
–Sí, me parece.
–¿Qué, Papi?
–Tengo que decirte algo...
–Sí, ¿qué es?
–Estamos acá... este primer día que nos conocimos, esta primera noche, la primera vez que cenamos juntos, ¿no?
–Ajá.
–Bueno... Ya me viste. Querías conocerme, y acá estoy.
–Mjm...
–Podés verme. Ya no es una idealización como con las cartas o los mensajes o el chat.
–Ajá.
–Me ves tal cual soy. Con mis cincuenta y siete años. Y vos, Princesita, sos tan joven...
–¿Qué querés decir, Papi? No te entiendo.
–A ver... ¿podés imaginarme dentro de diez años?
–Más o menos... A lo mejor sí...
–Vos vas a ser una hermosa mujer de veintiséis y yo voy a ser un señor de sesenta y siete... un...
–¿Viejito?
–Bueno, sí. La verdad, voy a ser un viejito de sesenta y siete.
–Ah... ¿Y entonces?
–Bueno, ahora te pido que hagas un esfuerzo y te imagines dentro de veinte años. Vos vas a ser una hermosísima mujer de treinta y seis años y yo... Yo voy a tener...
–Mjm... Bueno, setenta y siete... ¿Y?
–¿Y qué va a pasar entonces, Loli?
–¿Qué va a pasar con vos?
–No, Frutillita. Con vos... ¿qué va a pasar con vos? ¿Te imaginás dentro de veinte años, en el mejor de los casos, cuidando a un viejo?
–Ah, en el mejor de los casos... ¿Y cuál sería el peor de los casos?
–Que puedo no estar. Que puedo haber...
(...)
–¿Qué podés haber qué, Papi?
–Que por ley de la vida, para esa época puede ser que ya no esté acá... Que...
–¿Qué te hayas muerto, querés decir?
(...)
–Sí. Que me haya muerto...
(...)
–Papi... Mirá... a ver. Vos leíste mucho más que yo y viste muchas más pelis que yo, ¿cierto?
–Bueno, sí... Sólo por diferencia de edad...
–Dejá la diferencia de edad a un costado por un momento, por favor. Decime: ¿vos viste y leíste “La Tregua”?
–Sí, hace mucho... pero mucho... faltaban casi veinte años para que vos nacieras cuando leí el libro y un poco menos cuando vi la película, ¿por qué lo preguntás?
–¿Quién era más viejito, él o ella?
–Él, claro.
–¿Y quién se muere primero? ¿Él o ella?
–Ella...
–¿No decís que este es un mundo tan incierto que la única certeza que tenemos es que nos vamos a morir, pero no tenemos la certeza de cuándo... porque si la tuviésemos nos moriríamos de angustia?
–Sí... Te lo dije.
–Y entonces, Papi... ¿cómo sabés que te vas a morir antes vos?
(...)
–La verdad, no lo sé, Loli. Muy perspicaz de tu parte.
–No pensemos en eso ahora, Papi... Me estás haciendo tan, pero tan feliz esta noche... ¿Para qué hablar de algo tan triste ahora?
–Es cierto... Lo siento, Princesita.
–Mirá qué rica comida, tu vinito... este lugar al que no había venido nunca... Este momento con el que tanto soñé... ¿Para qué estropear este momento pensando en lo que puede pasar o no? ¿No te parece?
–Sí, me parece.
–¿Y qué va a tener de malo que te ag
arre de la mano dentro de veinte años para caminar y me encargue de cuidarte de la misma forma como hoy vos me cuidaste a mí? Como me venís cuidando desde hace tantos meses y desde tan lejos, sin haberme visto...
–Nada. No tiene nada de malo... sólo que voy a ser...
–Shhhh... No digas eso.
–Bueno...
–¿No te parece que si la vida nos juntó y nos cruzó en el camino de ambos es por algo? ¿No te parece que quizás es una buena razón el simple hecho de estar juntos acá, hoy, esta noche?
–Sí, Loli. Me parece una muy buena razón...
–¿Sabés? Por más que pase el tiempo y suceda lo que suceda, te prometo que voy a seguir siendo tu Lolita... y vos vas a seguir siendo mi Profesor.

–Nada. No tiene nada de malo... sólo que voy a ser...
–Shhhh... No digas eso.
–Bueno...
–¿No te parece que si la vida nos juntó y nos cruzó en el camino de ambos es por algo? ¿No te parece que quizás es una buena razón el simple hecho de estar juntos acá, hoy, esta noche?
–Sí, Loli. Me parece una muy buena razón...
–¿Sabés? Por más que pase el tiempo y suceda lo que suceda, te prometo que voy a seguir siendo tu Lolita... y vos vas a seguir siendo mi Profesor.
Este diálogo, más o menos como lo reproduzco, y así de salpicado con silencios, lo tuvimos con Loli en el restaurante “diente libre” (como lo llaman en la ciudad de Córdoba) Las Tinajas, cenando juntos el primer día de diciembre de 2007. La primera vez que estuvimos frente a frente y pudimos mirarnos, conocernos, tocamos. El día que pudimos darnos ese primer beso y abrazarnos, sabiendo que eso que estaba ocurriendo entre las cuatro paredes de la habitación del hotel, era la realidad que tanto habíamos anhelado ella y yo.
Ese primer viaje que no puedo olvidar, cuando Lolita me dijo que yo era más lindo, dulce y tierno de lo que ella esperaba y yo le dije que ella era mucho, pero mucho más inteligente, bonita, dulce, tierna y sensual de lo que yo había podido imaginar.
Así fue nuestra primera cena. Y de ese modo, con esa muy buena razón expresada desde el sentido común de Lolita, me animé a empezar nuestra historia en el mundo real.
El Profesor
Ese primer viaje que no puedo olvidar, cuando Lolita me dijo que yo era más lindo, dulce y tierno de lo que ella esperaba y yo le dije que ella era mucho, pero mucho más inteligente, bonita, dulce, tierna y sensual de lo que yo había podido imaginar.
Así fue nuestra primera cena. Y de ese modo, con esa muy buena razón expresada desde el sentido común de Lolita, me animé a empezar nuestra historia en el mundo real.
El Profesor