jueves, 4 de marzo de 2010

No Damar... 1

(O Tribulaciones Hoteleras Segunda Parte)

Felicitas.
No sé por qué se me cruzó por la cabeza que la señora que nos miró con cara de pocos amigos desde el mostrador donde preparaban el café, debía llamarse Felicitas.
Ese recibimiento no resultaba para nada halagüeño, si hay que decirlo, aunque con Loli ya estamos acostumbrados a que a veces nos miran raro cuando caen en la cuenta que la cama matrimonial de la habitación no va a ser ocupada por una pareja de edad similar.
Para ser justos, hay que decir que pasada esa primera mirada de guardiacárcel de pabellón de presos peligrosos, Felicitas se esforzó en mostrarnos su mejor sonrisa cuando se acercó para registrarnos en el venerable –y vetusto– establecimiento hotelero.
–Ya le preparan la habitación –dijo–. Se está yendo el pasajero anterior.
Era razonable. Habíamos llegado algo temprano para el check-in (como se le dice ahora), de manera que no podíamos decir nada, aunque en otro hotel la habitación, por lo general, ya nos está esperando.
–¿Va a pagar ahora? –me preguntó Felicitas, derecho viejo, haciendo gala de su fina cortesía. Se me antojó que su concepción de “cortesía” se debía asemejar a la que debió haber tenido el ayudante de campo de Atila.
–Sí, claro –le dije, y empecé a contar el dinero.
–A ver... –me dijo, casi arrancándomelo de la mano, y se puso a contar, billete por billete, como un usurero contando las ganancias producto de su rapacería.
Cuando lo hubo contado dos veces, y con la habilidad de un prestidigitador, hizo desaparecer los billetes en algún lugar indefinido del delantal que llevaba puesto o debajo de él. Acto seguido, abrió un libraco de registro de pasajeros que parecía el libro mayor de una empresa del siglo XIX, mientras murmuraba: “La lapicera... siempre me roban la lapicera...”
Admito que tuve la tentación de ofrecerle la mía, pero cruzamos una mirada con Loli –que se mantenía a prudencial distancia, observando y en silencio–, y reprimí el impulso.
–¡Acá está! –exclamó la venerable señora, echando una mirada de soslayo hacia el sector del comedor-salón de uso común-sala de TV-recepción–. Dígame su nombre...
Se lo di, así como mis otros datos. ¿Cómo negarme?
–Y la señorita... –dije, dispuesto a darle los datos de Loli.
–No es necesario –me cortó en seco. Vaya uno a saber porqué.
En ese momento, aparecieron dos personas que ocuparon sus lugares en las mesas del “salón comedor” y Felicitas nos dejó esperando y fue a ocupar su lugar en el mostrador lateral, donde humeaba una antiquísima máquina de café y una mujer vestida con delantal trajinaba en sus labores. Después supimos que la mencionada señora se llamaba Nelly, y era la polivalente ayudante de cocina, confidente, mucama y lavandera del establecimiento.
A la media hora de estar de plantón, cuando Felicitas pasó a mi lado, intenté preguntarle qué pasaba con nuestra habitación, pero me ganó de mano...
–Ya están preparando su pieza –ese “pieza”, sonó feo, a inquilinato–, es que el pasajero se está yendo... –volvió a informarme de la situación “en tránsito” del pasajero saliente.
En ese momento entró un hombretón que resultó ser Gustavo.
Gustavo, según nuestras especulaciones, debía ser el hijo de Felicitas. Pues no. No era el hijo, era el sobrino. Con la almohada todavía pegada a la cara, que acentuaba sus facciones casi caballunas y un semblante que no preanunciaba una inteligencia descollante.
Gustavo, sin saludar, se ubicó del otro lado del mostrador y encendió el monitor de la computadora que traqueteó, como si se tratara de una de aquellas primeras Commodore o AT del período Jurásico de la historia de la computación.
En ese momento comprendí porqué nunca me habían respondido el correo electrónico que envié para hacer la reserva.
Como sea, seguimos esperando. A eso de las once menos cuarto, cuando amagué hablarle a Felicitas que pasó a mi lado, volvió a ganarme de mano:
–Ya están arreglando la habitación... Lo que pasa que el pasajero no se va, ¿vio?
“¿El pasajero no se va? ¿El pasajero no se va ¡Pero sacalo de los fondillos del pantalón!”, pensé.
–Claro, claro... –dije, con ganas de entrar yo mismo y desalojar al pasajero en tránsito.
Creo que fue en ese momento apareció una mujer, proveniente del catacúmbico pasillo que conducía a las habitaciones, que empezó a desgranar un quejumbroso sonsonete atiplado –como si estuviese implorando una plegaria–, del cual lo único que se escuchaba era:
“... cámbiemela... ¿No hay otra?”
Serían algo así como las once y algunos minutos de la mañana, el pasajero que parecía haberse atrincherado en la habitación, se dignó dejarla. Unos veinte minutos después, Felicitas nos informó con tono solemne que Nelly –la empleada polivalente–, nos guiaría hasta nuestra habitación.
Como se imaginarán, Nelly ni se dignó amagar tomar el equipaje para llevarlo. Ni yo se lo hubiese permitido, aclaro, por temor a que se extraviara.
La seguimos por el pasillo, que parecía servir como depósito anexo para los objetos más disímiles y todos muy viejos, hasta que se paró frente a una puerta y la abrió.
Habíamos llegado a la habitación, por fin.
Entramos.


Y cuando cerramos la puerta, nos encontramos con esto...


El Profesor
PD: Prometo seguir con el relato mañana y pido disculpas por no haber podido publicarlo antes.


9 comentarios:

  1. Mi vida!

    ¡Cómo te acordás de todos los detalles vividos en ese "hotel del terror"! jejeje...
    Pero bueno, al margen de Felicitas, Nelly y los demás dinosaurios, yo la pasé genial con vos, Papi. Es imposible estar con vos y no pasarla bien.

    ¡Te amo, gordi!

    Tu Loli

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  2. Se encuentra uno con demasiadas posibilidades para un buen guión cinematográfico cuando entramos a un hotel, de hecho casi como que nos hacen un scanner, tratando de dar forma al personaje, cuando en realidad es bien distinta, la mayoría de las veces. No me gustan las continuidades, sobre todo cuando te dejan con la miel en los labios y tienes que esperar para ver el final,en fin, paciencia...

    Abrazzzusss

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  3. Jajaj
    ¡Sí, Loli!
    Me acuerdo de todo... ¿Cómo olvidar esa pesadilla?

    Besitos, mi amor

    El Profe

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  4. ONUBIUS:

    Lo siento, no lo quiero dejar con la intriga. Ocurre que es muy largo el relato...
    Mañana publico la otra parte.
    Gracias,

    El Profesor

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  5. "esto" vendría a ser un cartelito que dice: "A partir de ahora sus vidas nos pertecenes" ?? Jaja

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  6. Hay algo que siempre llama mi atención cuando escriben sobre hoteles, los recepcionistas son medio espantados no? es algo que aqui ya no se vive, llegan las parejas mas disparejas travestis con policias, jovencit@s con madur@s, trios, cuartetos y los recepcionistas parecen de roca, desde los hoteles mas pinches hasta los mas caros. saludos y suerte.

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  7. Viernes, de nublados, corazones rotos, caminos y esperanzas... Siempre es un placer pasar por tu espacio. Y ver tu cosillas.

    Saludos y un abrazo enorme.

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  8. ¿Qué decía el cartel?
    A partir de que le quitó el dinero de las manos, esa mujer ya me cayó muy, muy mal.
    Pero bueno, cuando uno está con la persona que ama cualquier infierno es el paraíso.

    Saludos.

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  9. jajajjajaja que horror!! y lo de "pieza" es cierto, suena horrible...toda esa vivida descripción suena horripilante...me imagino que también debería haber olor a humedad, encierro, a cosa oscura y decadente...feo,feo..ahora profe...quería pagar poco???

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