El teléfono celular sin crédito.
¿Habrá sido a consecuencia que Lolita se olvidó de avisarme que no tenía más crédito? O es que, de todos modos, iba a suceder lo que tenía que suceder?
Creo que, a esta altura de las circunstancias, el teléfono es sólo un símbolo de esa noche.
Como la cámara digital, que dejó de funcionar por tener las pilas agotadas, justo cuando tenía que sacarle fotos a Lolis, que bajaba hacia el escenario junto con sus compañeros, para entregar la banda argentina al próximo abanderado. ¡Y no le pude sacar ni una foto!
Un momento antes que comenzara el acto, apareció el papá de Loli que me miró y me hizo una mueca que quiso parecerse a un saludo. Lo comprendo, estaba al lado de la ex mujer, a la que hasta ese día, como todos, le tenía miedo.
Suele suceder, en las familias disfuncionales (y esto no es un juicio de valor sino un diagnóstico hecho por una profesional en el tema), que todos siguen un juego perverso aunque a veces se quieren salir de él, y no saben porqué lo juegan.
Como sea, en el momento de la entrega de los diplomas, la madre de Lolis bajó hasta la primera fila, haciendo aspaviento, sacándole fotos a su “hijita querida”, y aprovechó para cotillear con algunas de las monjas y las profesoras. Es su método: el secreto. Que ninguno sepa qué le dice a uno y qué al otro. Más viejo que el mundo, su método, aunque es sabido que un día todo sale a la luz. Hoy me pregunto si no fue esa calurosa noche del 11 de diciembre que yo, sin proponérmelo, fui el que lo puse sobre el tapete.
Loli me había dicho que la esperara afuera, que iba a saludar a sus padres y a su hermana menor (la mayor no apareció, como era de esperarse) y a despedirse de ellos, para después ir a cambiarnos y salir a nuestra cena de homenaje.
Si debo ser honesto, me hubiera gustado –aún a costa de tener que pagar yo la cena–, que esa noche Loli cenara no sólo conmigo, sino también con sus padres y sus hermanas. Pero, dada la situación (que hasta ese momento era más bien conflictiva y tirante), ni siquiera me animé a sugerirlo.
Tal como me lo pidió, la esperé a un costado del edificio y de pronto apareció. Venía apurada y la noté algo nerviosa.
–Vamos, Papi... –me dijo.
–Loli...
–Vamos, vamos...
Y fuimos. Caminamos por el parque circundante hasta encontrar un taxi, y me llamó la atención que Lolita se diera vuelta para mirar, como si la estuvieran siguiendo, en varias oportunidades.
–Loli... ¿estás segura que no hay problemas? –le pregunté, una vez que estuvimos dentro del taxi, rumbo al hotel.
–No, no tranquilo...
Entonces, otra vez, ese ramalazo de precognición, de sentir que algo olía a podrido en Dinamarca.
–¿Te pasa algo, Papi? –me preguntó.
–Sí, tengo un mal presentimiento. Espero que sea sólo una sensación
–le dije, y la miré.
–¿Qué? –me preguntó, rehuyendo la mirada.
–A vos también te pasa algo... –dije, y no estaba haciendo una pregunta.
–Sí –me contestó. Siento un poco de...
–¿Qué pasó, Loli? ¿Qué dijo tu mamá cuando le dijiste que ibas a cenar conmigo? –conste que pregunté por la opinión de la madre, porque el padre sabía que íbamos a irnos y si hubiera sido por él, no hubiera pasado nada. Aunque le había sugerido a Loli que de la ceremonia se fueran a la casa y recién ahí se vistiera y se encontrara conmigo. Pero Lolita, cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no entiende razones.
–Nada... les dije que me iba... –estaba diciendo, cuando sonó el celular. Y es en este punto, donde cobra trascendencia la falta de crédito.
Era un mensaje de texto de la madre, que le preguntaba adónde se había metido.
(¡Ay, Dios! ¡Loli!)
–¿Qué hago, Papi? –me preguntó, mirando la pantallita.
–Decile la verdad, que vamos a cenar... ¿qué tiene de malo?
–Bueno... –dijo, y comenzó a mover los deditos en ese teclado liliputiense a velocidad sorprendente. Y, cuando lo quiso enviar... ¡Zas!
–¡Uyyy, noooooooooo! –dijo Lolis–. ¡Se me acabó el crédito!
–¡Loli! ¿Vos sabías que no tenías más crédito? ¿Por qué no me dijiste?
–hay veces que me dan ganas de ponerla sobre mis rodillas y darle cachetes en la cola.
–Me olvidé, Papi... ¡Uyyy, noooo! –otro mensaje.
Y otro.
“Está furiosa, la señora”, pensé.
–Adonde encuentre un kiosco, por favor, pare que tenemos que comprar algo... –le dije al taxista.
Pero como suele suceder en esas situaciones, no apareció ningún kiosco, hasta que no llegamos a la esquina del hotel, donde había uno.
Mientras tanto, los mensajes de texto entraban uno tras otro. Y si no fue así, a mí me parecía que entraban uno tras otro, sin intermedios.
Le di el dinero a Lolita para que comprara la tarjeta y le pagué al taxista, mientras ella cargaba los créditos. Justo cuando había terminado y estaba a punto de escribir un mensaje, volvió a sonar el celular.
Pero esta vez, era un llamado.
–Holaaaa –dijo Loli.
(...)
–Sí, acá... me voy a cambiar y me voy a cenar... él me invitó... No, no. Si papá sabía... No...
(...)
–Pero... ¿por qué me hablás así? ¿Qué te pasa?
–Loli, ¿que ocurre..?
–Shhh... No... Yo no dije que me iba a ir con ustedes... Ya me estropeaste la noche de la fiesta de graduación, por favor esta noche no hagas lo mismo... ¡Pero mamá! ¡MAMÁ!
–Loli, ¿qué ocurre? –insistí, y me hizo una seña para que me callara.
La verdad, hoy no me acuerdo con precisión, pero sé que en un momento quise que me diera el teléfono a mí, porque yo ya había hablado en una oportunidad con esa mujer y le había parado las patas. Sabía que a mí no iba a amedrentarme con gritos ni histeriqueos. Pero Loli no me pasó el teléfono. Creo, que me hizo escuchar lo que la loca gritaba del otro lado del teléfono y le dije que le contestara que iba a cenar conmigo y ya. Que no había nada de malo en ello.
–Mirá, hacé lo que quieras. Yo, me voy a cenar con él porque me invitó y no estoy haciendo nada malo...
Y cortó la comunicación.
–Loli... Decime qué pasa –me puse serio. Y cuando me pongo serio, Loli sabe que tiene que empezar a hacer buena letra.
–¡No sabés las cosas que me dijo!
–Pero Loli, si no me explicás no entiendo.
–¿Cómo puede hacer esto en esta noche? ¿No está conforme con haberme estropeado la noche de la fiesta?
–Loli, tranquilizate... dale, vamos al hotel y me contás...
Creo que batimos el record de velocidad en llegar al hotel, y cuando llegamos a la habitación, me senté en el borde de la cama, la atraje hacia mí, la senté sobre mis rodillas y le dije:
–Bueno ahora, contame qué te dijo...
Loli tenía los ojos llenos de lágrimas y cuando le puse la mano en el pecho, el corazón le latía muy fuerte. Estaba asustada.
–Me dijo... me dijo...
–Tranquila, Loli. Tranquilizate, ordená las ideas y contame, ¿sí? Todo tiene solución... dale...
–Bueno, mientras me cambio te cuento –me dijo, un momento después, cuando se serenó.
Se paró y fue hasta el placard donde tenía su ropa colgada en una percha y la sacó.
–¿Viste que me mandó varios mensajes?
–Sí, ¿qué decían?
–Primero me preguntó adónde me había metido... Después me dijo que por qué me había ido, que me estaban esperando en la puerta. Después me escribió que...
Estaba en eso de enumerarme todo lo que la madre le había escrito, y a punto de contarme lo que le había dicho, cuando la interrumpió el “¡Ring ring ring!” del teléfono interno de la habitación.
Le hice una seña de que se quedara donde estaba y atendí yo.
–Dígame –atendí de la forma en que me sale cuando algo me pone de pésimo humor.
–Señor... perdone, pero acá hay una señora... Mengana... que pregunta por usted –sonaba nerviosa, la voz del encargado de la conserjería.
–Ya bajo –dije.
–¿Qué pasa, Papi? –preguntó Lolita, y se puso blanca como una hoja de papel.
–Está tu madre abajo, en la recepción... –contesté.
–¡Uyyy, noooooooo! –dijo ella.
–¡Uy, sí! –le contesté–. Vos quedate acá, que yo bajo.
Me di vuelta para abrir la puerta, cuando Lolita dijo:
–No, Papi. Yo bajo con vos.
–Loli, quedate acá...
–No. Estamos juntos en esto. En las buenas y en las malas... Yo, bajo con vos.
Bajamos juntos, a enfrentar lo que fuera que nos esperaba.
El Profesor