–¿Aló?
–¡Miaaaaaaau! ¡Miauuuuuu!
–¡Loli! ¡Jajajaj! ¡Loli!
–Jaajajaj... ¡Papi!
–¿Qué, pasa mi gatita?
–¡No sabés lo que pasó! Jajajaj Jajajaja
–Si parás de reírte y me contás, a lo mejor me entero, Loli... Jajaj
–¡Es que... Es que..! Jajajaja
–Dale, Loli... contame y dejá de reírte, que me contagiás.
–¿Viste que te dije que iba a venir mi mamá a buscar algo de ese cuartito que tiene?
–Mhhh-hh. Sí.
–Bueno, pues vino. Y entró –mi papá estaba hablando por teléfono–, y de pronto escuché: “¡Pe..! ¡Pero! ¿Qué heeeee hehto?” Jajaja
Para hacerla corta, porque si tengo que describir toda la llamada este post va a ser una gran carcajada, al padre y la madre de Loli “no los une el amor, sino el espanto”. Además de la repulsión, el asco, la animadversión, la antipatía, la tirria y el más franco aborrecimiento por... los gatos.
Y ocurre que en un barrio, como en el que vive Loli, suele haber gatos. De todos los colores, pelajes y razas. Pero en especial, los gatos callejeros.
Los mininos, por alguna razón han elegido para aquerenciarse, la casa de Lolita. Ya una tuvo lugar otro episodio bastante jocoso, cuando se metió un gato y quedó atrapado entre la persiana de una ventana y la reja, y el padre hacía lo posible por ahuyentarlo, consiguiendo que el gato se quedara más, sólo por miedo al palazo
Ayer, cuando Loli fue a ver qué le pasaba a su mamá, se encontró con que en esa habitación (que permanece cerrada con llave) algo olía como los mil demonios.
–¿Qué he hezoooo? –gritaba la madre de Lolita, señalando, horrorizada, un montículo de aspecto repulsivo, como si estuviese mostrando un vómito de Belcebú. Eso, dicho sea de paso, se parecía mucho a ciertos deshechos corporales.
–Parece caca de gato –contestó Loli, después de un rápido reconocimiento visual del montículo.
–¿Cómo ha entrado acá UN GATO? ¿A quién le han dejado la llave cuando no estaban?
–Pero si acá no entra nadie... Y menos a esta habitación de la que sólo vos tenés la llave.
–¿Y cómo hizo para entrar?
–Nu shé. A lo mejor es un gato con conocimientos de cerrajería
En eso apareció el papá de Loli y su iracunda ex esposa empezó a increparlo acerca de la falta de seguridad y cuidado respecto de quién entraba en la casa, y se armó la batahola.
–¡Limpiá! ¡Vos tenés que limpiar eso! –le ordenaba la madre al padre.
Loli hizo mutis por el foro, dejándolos dirimir sus diferencias y coincidencias acerca de los gatos y volvió a su habitación a estudiar.
En eso estaba cuando de pronto:
–¡Agggghhhhhh! ¡Ay, Dios mío! ¡Nooooo! –otro grito de la madre.
Loli, alarmada, salió de su habitación.
–¿Y ahora qué pasa? ¿Por qué gritás así?
–Porque... porque... ¡Porq

–¡Le hubieras visto la cara, Papi! ¡Ay! ¡Jajajajaj!
–Pero Loli... pará... ¿Qué hacía el gato?
–El gato estaba acorralado y hacía ¡Miaaauuu! ¡Fssssss! ¡Fhhhhsss! Y, encogido y con el pelo erizado, abría la boca y sacaba las uñas... Jajajaja...
–¿Y por qué no lo sacaron, Princesita?
–¡Porque nadie se atrevía! Jajajaj
–¿Y cómo lo van a sacar, Loli?
–¿Sacarlo? ¡Si se fue solo! Jajajaja –y siguió riéndose.
(...)
–Papi...
–¿Qué, mi vida?
–¿Te gustó que te haya hecho “Miauuu”? Jajajaj
–¡Ay, Lolita! ¡Sos tremenda!
Por cierto, hoy me contó que el gato era de una vecina, y que se le había escapado una semana atrás y ya lo daba por perdido.
De modo que volvió el gato a la casa de su dueña y la paz, el orden y la tranquilidad, al hogar de Loli, una vez que su mamá se hubo marchado, cerrando con doble vuelta de llave la llave del cuartito.
El Profesor