domingo, 12 de abril de 2009

Noche de pesadilla V

–Y ahora, voy a llamar a la policía –dijo, y comenzó a mover los dedos en el teclado del teléfono celular.
Por lo que ví, alterada como estaba, se equivocó y tuvo que cancelar la llamada y volver a intentarlo. Estaba tan nerviosa que no se daba cuenta que se equivocaba porque tenía la cartera debajo del brazo, en una mano la cámara de fotos y en la otra el celular. Estaba enceguecida.
“Tenés que hacer algo, y tenés que hacerlo ya”, me susurró esa voz calma, fría, desapasionada que me habla en la cabeza en los momentos difíciles.
“¿Y si le tiro la cámara al suelo de un manotón?”, le pregunté a la voz.
“¿Serviría de algo además de que parezca, ante los ojos de todos los curiosos, que intentaste agredirla? No, no. Me parece que no es esa la solución”, me respondió la voz.
Transcurrieron algunos segundos –que a mí me parecieron horas–, durante los cuales evalué todas las posibilidades, hasta que la voz en mi cabeza dijo: “Y si a la cuarta vez de intentarlo consigue llamar a la emergencia policial”.
Quizás quienes lean este relato no crean que en ese momento, al evaluar las posibilidades, no estaba pensando en mí. En lo que podía pasar conmigo si se hacía presente la policía.
No. A decir verdad, pensaba en lo que podía pasar primero con Lolita y luego con ambos. En el sufrimiento que iba a ser para ella verse sometida a un interrogatorio policial y a las consecuencias judiciales para ella, para nosotros y para mí.
Soy una persona con estudios y, además, conozco la ley y la Constitución, por más que alguien de quienes leen, sonría con ironía. Sé que a cada derecho se contrapone una obligación, que es lo único que nos da autoridad para protestar ante los abusos de cualquier tipo de autoridad.
En ese momento me acordé de la figura del estupro, que no era nuestro caso. A lo sumo, podía tratarse de una contravención, con consecuencias para el hotel, por haber aceptado que una menor de edad –por dos meses y veintiséis días, pero menor al fin–, compartiera la habitación con un hombre que no hubiera acreditado ningún tipo de parentezco con ella. Tampoco era justo que el hotel tuviera que pasar por una situación semejante.
Todo esto, como lo mencioné, lo pensé en pocos segundos y la decisión la tomó la voz en mi cabeza que me sugirió:
“Tenés que distraerla... sacarla de quicio para que se olvide de llamar a la policía”. Nada más acertado. Pero, ¿cómo hacerlo sin que todos los testigos de la vereda se dieran cuenta?
“Todos están mirándolos a ustedes, eh? ¿Se le ocurrirá a alguno mirarles los pies”, volvió a preguntar la voz, y ya supe qué hacer.
Le miré los pies, calzados con esas sandalias de modelo antiguo que se venden en las zapaterías para señoras de entrada edad y enfundados en esas patéticas medias de nylon hechas para abuelas que usan sandalias, y avancé tres pasos hacia ella, aprovechando que estaba concentrada en volver a marcar el número de la emergencia policial.
Y la pisé.
No le deposité mi pie encima con saña y al punto de dejarle marcas que podían usarse en mi contra y constituir lesiones, aunque admito que no fue porque me faltaran ganas de fracturarle el empeine y, de paso, partirle la nariz de un golpe. Lo único que hice, con los zapatos nuevos que había comprado para la fiesta de graduación de Lolita, fue pisarle apenas el dedo gordo. Un toquecito, nomás.
Fue suficiente.
¡Ay, Dios! ¡Cómo reaccionó!
Se tiró hacia atrás al darse cuenta que estaba a escasos centímetros de ella, se miró el pie, dejó de prestarle atención al teléfono e hizo un acto de prestidigitación porque de pronto la máquina de fotos no estuvo en su mano izquierda, que agarró el teléfono y la derecha fue derecho a mi mejilla, en una parodia de cachetazo –juro que sentí que me pegaba con miedo a las eventuales represalias–, que todos los curiosos que se habían agolpado vieron. Yo diría que me pegó, pero con reservas.
–¿Qué hace señora? ¡Usted es una insana! –exclamé. No iba a dejar pasar la oportunidad de dejarla expuesta.
–¡Eso, doña! ¿Por qué le pega al hombre? –se escuchó la voz de uno de los espectadores.
Tal como me había sugerido la voz, todos parecían estar mirándonos de la cintura para arriba. Todos vieron el cachetazo, pero ninguno vio el pisotón.
Excepto la hermana menor de Loli, que estaba casi a una cuadra de distancia. ¡Mirá vos! Me pregunto a qué punto esta mujer tiene poder de sugestión y de manipulación, que consigue que una adolescente histérica asegure que, estando a casi una cuadra de distancia, tonta como es para casi todos los otros aspectos de la vida (bracketts incluidos), pudo ver cómo yo le pisaba el pie a la madre, cuando los testigos que estaban casi junto a nosotros ni siquiera lo advirtieron.
Como sea, dio resultado.
Por un momento se olvidó del teléfono.
“Ahora es cuando tenés que acorralarla. NO la dejes reaccionar”, dijo la voz en mi cabeza.
–¿Sabe, señora? –le dije, con ese tono persuasivo que me reconozco y que me es muy útil–. Mejor que tenga buenos abogados... porque acaba de ganarse usted la que será su peor pesadilla.
Retrocedió. Estaba asustada. Más que asustada, aterrorizada.
–¡Me voy a llevar a mi hija! –gritó, al borde de la histeria–. El padre está en el coche ahí –señaló con la mano hacia mis espaldas.
–Yo no voy –dijo Lolita.
–¡Me voy a llevar a MI HIJA! –insistió, con la insistencia que parece ser exclusiva de los lunáticos peligrosos y los esquizofrénicos paranoides.
–Sí, Loli... vas a tener que ir con ella –dije.
Lolita me miró, como si la hubiera traicionado. Me dolió, pero junté fuerzas y me acerqué a ella, puse mis manos en la parte alta de sus brazos y mi cara a escasos centímetros de la suya, para que la bruja no escuchara y la miré a los ojos. Los ojos no engañan y Lolita lo sabía.
–Por favor, confiá en mí... Aunque no me gusta y no quiero, si no querés tener complicaciones y no querés traérmelas a mí, tenés que ir con ella –susurré en su oído–. Lo dice la ley.
Ley. Eso es lo que faltaba en esa familia. Un padre que pusiera los límites de la ley, parándole las patas a la lunática que, sin sospecharlo, se había agenciado como esposa.

–¡Me la voy A LLEVAR! –gruñó, como un demonio encolerizado, la cara desfigurada por la maldad y como si estuviera refiriéndose a un trofeo, y no a una hija.
¿Nunca vieron de frente el rostro de la perversidad? Los ojos saliéndose de las órbitas, los rasgos deformados, el cabello electrizado, masticando las palabras y creo que hasta con espuma en la boca.

–Vas a tener que ser fuerte, mi vida –agregué–. Y, por favor, decí la verdad. No te preocupes por lo que pueda pasarme a mí. Vos, decí la verdad –le pedí.
En ese momento tuve la certeza, aunque me lo había imaginado, cómo hizo la madre para conseguir la dirección del hotel en el que estábamos: se lo dio el papá de Lolita, que le tenía tanto miedo que era incapaz de intervenir.
“Era”, escribí. Hasta esa noche. Después –quizás por lo que ocurrió–, las cosas cambiaron.
–¡Y a usted lo voy a denunciar por corrupción de menores! –gritó.
–Bueno... adelante... hágalo –la incité, sabiendo dónde tocar para provocar una reacción que se le volvería en contra–. Pero mejor que sepa muy bien lo que hace porque cuando mis abogados la demanden por falsa denuncia, mejor que esté preparada.
–¡Yo no le tengo miedo! –gruñó, como una hiena acorralada, tratando de convencerse que lo que decía era cierto–. ¡ESTE es al único al que le tengo miedo! –dijo, metiendo la mano en el escote de esa blusa de vieja que llevaba y sacando un crucifijo, como una patética parodia de Van Helsing enfrentando a Drácula antes del amanecer.
–Ya lo va a tener... cuando tenga que pagar con su casa, con su sueldo y con sus bienes... ya lo va a tener –le susurré, sabiendo que le estaba metiendo una pelotita en la cabeza que iba a empezar a rebotar y a rebotar y a rebotar... hasta conseguir la reacción en cadena que la llevara a la masa crítica. Sabiendo que le estaba pegando donde más le dolía: en la codicia.
–Andá, Loli... por favor –le dije, apretándole la mano para traspasarle parte de mi fuerza porque, aunque hubiese querido estar en su lugar para que ella no sufriera, no era posible.
–Y usted –le dije a la perversa, mirándola a los ojos–, recuerde: desde hoy, cuando tenga una pesadilla que la despierte en medio de la noche, acuérdese que soy yo...
¡Pum! ¡Justo en el blanco! Sé que la pelotita empezó a rebotar y rebotar hasta explotar. Y a tal punto que hasta el día de hoy sigue repitiendo una y otra vez que no me tiene miedo, tratando de mentalizarse, pero vive aterrorizada. Se lo tiene merecido.
Me quedé mirando cómo se iban caminando por esa calle que no voy a olvidar, en esa noche tórrida de diciembre, hasta que subieron al coche del padre y después entré al hotel y subí a la habitación a esperar.
Recuerdo haber preparado el bolso de Loli, acomodando todas sus cosas como me fue posible.
Después, encendí el televisor y no sé para qué, porque ni siquiera miraba la pantalla. Trataba de imaginar qué estaba sucediendo en aquel momento, qué nuevo padecimiento le tenía preparado a Lolita esa mujer que dice ser su madre, mientras me fumaba un cigarrillo tras otro y sentía la opresión de la angustia en la boca del estómago. Lo que ocurrió y que yo no presencié, pueden leerlo en el relato de Lolita.
Confieso que no imaginé que podía ser tan cruel, tan depravada y perversa, al punto de pretender que la justicia encerrara a su hija en un instituto para menores.
Agotado como estaba por el viaje, el día y los acontecimientos, en algún momento me adormilé. Hasta que me despertó el “¡Ring-ring-ring!” del teléfono, casi a las tres de la madrugada.
–Hola... –dije.
–Hola, Papi... –Lolita.
–¡Mi niña! ¿Adónde estás? ¿Qué pasó?
–Tranquilo, Papi. Estoy en mi casa, con mi papá... el sabe que estoy llamándote... Estoy bien... Mañana a la mañana nos encontramos para tomar el desayuno y te cuento...
–Pero, Loli, ¿en serio estás bien?
–Sí, sí... No te angusties, por favor. Mañana hablamos. Esperame a las ocho en el lugar donde tomamos el desayuno todos los días, ¿sí?
–Sí, Princesita... ¿Seguro que estás bien?
–Sí... mañana hablamos –dijo, y se cortó la comunicación.
Al otro día, mientras tomábamos el desayuno, la primera comida en casi veinticuatro horas, me enteré de todo lo que tuvo que pasar Lolita en aquella noche de pesadilla, y que la madre, ansiosa de venganza, y a las dos de la madrugada, insistió que la llevaran hasta la dependencia policial más cercana, donde levantó un acta por “amenazas” y por haberle pisado un pie. Acta que, como suele suceder en esos casos, fue a parar al “Inspector Al Cesto”, es decir, al tacho de basura, por inconsistente.
Resultado: no pasó nada.
Ni Lolita fue a un Instituto Para Adolescentes Descarriados ni yo tuve que enfrentar un juicio por amenazas, lesiones, corrupción de menores, estupro, violación o cualquier tipo de fantasía sexual que haya pasado por la cabeza de esa mujer.
Porque ese es el punto. Sólo puede ser tan indigno de atribuirle a los demás e imaginar tantas perversiones, quien tiene el alma sucia y la psiquis enferma.
Y las cosas cambiaron.
Comencé este relato –que no me fue fácil ni grato escribir–, haciendo alusión al viejo proverbio chino que nosotros, en Occidente, interpretamos como: “No hay mal que por bien no venga”. Nada más apropiado. Mañana, en la reflexión final, voy a explicar porqué.

El Profesor

Foto: © José Manchado

19 comentarios:

  1. yo los leo pero hay algo que no entiendo. primero que todo las edades de cada uno, sé la del profesor porque lo leí en el relato de Lolita, pero no sé la de ella.
    segundo, mera curiosidad, ¿viven lejos?

    repito como el post anterior, qué desastre y qué injusticia, pero qué bueno que eso mejoró las cosas.

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  2. Ay prof..yo he visto esa cara desde no se cuando , y es la cara de alguien k no solo odia y envidia la felicidad ajena. pero en fin,esto les sirvio para saber kienes les repetan como personas y kienes son infelices y por ende kieren k los demas vivan infelices tambien, Ojala con este relato ya cierren este circulo de dolor para seguir adelante amandose.
    Mil bendiciones.

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  3. Hola Profe, no se si entró el comentario.
    Pero era bien largo.
    Bueno, lo digo de nuevo por las dudas.
    Lo que vivieron, en el nombre del egoísmo, es terrible. Lástima que no la fracturó.
    Entiendo a cualquier madre que se preocupe por su hija, que no entienda sus intenciones, hasta le cueste aceptarlo, o creer en su amor.
    Pero de una madre a quien el título de MAMA se le escriba con mayúscula.
    Una mamá va a intentar por otros medios, y muchas veces acepta porque ve a su hija feliz.
    Pero me reconforta saber que uds. vencieron.

    Estuve viendo la columna de canciones de amor entre personas con diferencias de edad.
    Hay una que me gusta y no la vi, se las dejo para que la escuchen: CELOS DE MI GUITARRA (JOSE LUIS PERALES).
    Después me cuentan.

    Besos enormes a ambos, queridos ahijados!!

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  4. Profesor, NO es el caso de ustedes, ni de la loca de la Sra. Madre de Loli, pero póngase Ud. en el lugar de padre/madre y digame si no haría todo lo humanamente posible e imposible por sus hijos?. Y no quiero escribiendo ésto ponerme en el lugar de nadie ni justificar a ninguna persona, simplemente recuerdo muy a menudo que en algún espacio de mi vida hubiera necesitado una madre así (como la de Loli) para rescatarme de muchas noches de pesadilla que viví, es más sin decirselo abiertamente le mostré que necesitaba acudiera en mi ayuda. No lo hizo, no se si por ignorancia, si por el que dirán, o quien sabe, solo sé que guardo un pequeño resentimiento por no haberla tenido gritando como loca y luchando por mi en aquél momento.
    Repito que no es el caso de Uds. en donde peleaban por ese gran amor que comparten.
    Besos

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  5. Hola que tal,me gustó mucho tu post,te deseo una feliz semana santa,bye

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  6. hay gente como esta mujer que desconoce el límite entre preocupación genuina y puro capricho individual. Vaya que conozco padres así! mi viejo es uno de ellos, pero no llega hasta ese extremo... recuerdo haber tenido que pelearme con él y pasarle por arriba por un amor que él no aceptaba. Y todo por puro PREJUICIO. Pero en fin.
    La inteligencia es poderosa.
    Saludos a uds.

    formentera lady (grotescayperdida.blogspot)

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  7. Me estoy mordiendo una lágrima, es muy triste y muy fuerte.
    Lo que me quedó muy claro, (además de que la mamá de Lolita está loca) es que usted la ama. Y la ama de una forma muy pura, que muy poca gente a su alrededor puede entender. ¿La mamá prefiere que alguien de su edad que la haga sufrir y no a alguien de 58 años que la quiera de verdad?
    según lo que dijo las cosas cambiaron para mejor, y se ve que a veces hay que tocar fondo para poder resurgir..
    Un beso grande!

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  8. UUUYYY!!.. estoy muy feliz de haberlo leido todo :DDD

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  9. Profesor y Lolita: les agradezco al infinito sus comentarios... Tengo mucho que aprender de ustedes. Este blog es realmente conmovedor... Besitos.

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  10. Ahora que ya he terminado, les respondo:

    Odio a mi padrastro:
    Ya le respondí a usted en particular en su blog.

    Levania:
    Costó escribirlo, más de lo que usted se imagina. Con Loli, lo padecimos. Pero creímos que era necesario dejar esto por encima para sacarlo de adentro y que no genere rencor que, en principio, daña a quien lo siente.

    Paula:
    Ni la fracturó ni se derrumbó por todo esto. Esa, es la victoria más importante que rescatamos de esa noche de espanto.

    Cris:
    Si NO es el caso nuestro, ¿a qué mencionarlo? Para su gobierno, soy padre de cinco hijos (en su momento hice de padre y madre), pero así y todo, como lo mencioné nadie puede ponerse del todo en el lugar del otro. Y menos en el de una desquiciada.
    Se lo digo en rioplatense: una cosa es la intención de una madre de hacer que su hija no cometa un error, y otra, el despliegue de perversidad. Una cosa es el chorizo y otra la velocidad. Y sí, se puede hacer daño por acción o por omisión.

    Mi casa es un hostal:
    Muchas gracias por leernos y por tus deseos,

    Anónimo:
    Sí, la inteligencia es poderosa... siempre que vaya de la mano con un corazón limpio. Con la inteligencia, puesta al servicio de la perversión, se pueden perpetrar calamidades.

    El viejo @gustín:
    Lo mismo para vos. Gracias por leernos.

    Clari:
    La madre de Lolita lo que quiere, es que su hija no sea feliz. Ni conmigo, ni con nadie... puesto que ella no lo fue.

    **Za!dm!**:
    Pues creo que ahora te pondrás más feliz, al leer este último tramo de la historia.

    Paola Quiróz
    Gracias por tu comentario y tu opinión acerca de nuestro blog. Y si puedes aprender algo de nuestra experiencia, vertida en estos relatos, ¡adelante! ¡Toma lo que te sea útil y úsalo para vivir mejor! Nos sentiremos muy gratificados si contar lo que pasamos, le sirve a una persona para no tener que transitar lo mismo o para saber cómo salir de un atolladero semejante.

    A todos, mi gratitud.

    El Profesor

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  11. Bueno Profe tampoco se lo tome a mal, sé que nadie puede ponerse en el lugar del otro. Si lo sabré... sólo mencione objetivamente un razonamiento personal, que quizás como ud. dice podría haberme ahorrado, pero no lo tome a mal.
    Beso

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  12. Es que el profesor se toma todo a mal porque está siempre a la defensiva...por algo será.

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  13. Cris:
    No me lo tomo a mal.
    A veces me pregunto si seré yo que no sé expresarme en forma escrita o no pongo los emoticones necesarios y suficientes para que mi texto no suene tan... ¿solemne? ¿Duro?
    Créame, mi intención nada tiene que ver con el enojo sino con contestar con seriedad.
    ¡No me lo tomo a mal, señora! :)
    ¿Quiere ver qué es tomarse a mal un comentario insidioso? Lea el de abajo.
    Un cariño para usted,

    El Profesor

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  14. Anónimo:
    Como le escribí a Cris, yo sólo me tomo a mal ciertos comentarios que vienen con cierto grado de mala leche, que meten cizaña. Como el suyo, ¿ve?
    Esa forma de ampararse en el anonimato, es en absoluto consecuente con su comentario insidioso y con ese agregado de: "... por algo será".
    Me recuerda a aquella muletilla de los buenos burgueses argentinos durante la época del terrorismo de estado: "¡Y! Algo habrá hecho, ¿no?"
    Usted el es arquetipo del comentario "non grato" por estos lares, si lo quiere más claro. Lo/a imagino/a frente a su monitor,llevando el puntero hasta las preguntas de la encuesta, con esa confusión de valores que debe tener, picando lo peor. Sacando lo peor de usted, sin reflexionar, y hasta disfrutando de hacer la "guachadita" del que tira la piedra y esconde la mano.
    Siga viviendo así, que cuando le llegue la factura, en el fin de sus días, quizás recuerde estas palabras escritas.

    El Profesor

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  15. Porque mejor no esperar a que las chicas crezcan y punto, teniendo la mayoría de edad ya no hay problemas, usted también fue responsable de esta situación tan embarazosa,acostarse con menores tiene sus líos. La vieja loca afortunadamente no se puso mas idiota y no lo demando, o incluso no le mando poner una golpiza o lo mando matar, hay de locas a locas.

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  16. La historia tiene el final con sabor a verdad. El amor siempre triunfa, y hay chicas que con 17 años son muy maduras, que saben lo que quieren en la vida. Loli lo sabía y si tú se lo sabías dar, por qué no estar juntos. El amor no tiene edad.
    Saludos desde La ventana de los sueños,blog literario.

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  17. Como anzuelo 10 puntos el mío. Se ve bien que le son muy familiares las frases de esa época. ¿Remordimientos tal vez?

    "La cuenta le va a llegar en el fin de sus días"? Se ve que ud. es muy católico también...

    comola mamá de su novia...

    qué coincidencia...

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  18. Anónimo/a:
    ¡Uyy, síii! ¡Usted es TAN hábil, que me da escalofríos!
    Gracias por leernos y seguir sumando números a nuestro contador. Aunque no lo crea, quizás nos esté haciendo un favor.

    El Profesor

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Lolita y El Profe