–Bien... un poco cansada de esperar allá afuera... (Estuve más de dos horas esperando ¡Ufa!)
–Y sí... bueno... ¿Qué te trae por acá?
–Me voy a... tengo que hacerme un Papanicolau.
–Ah... ¿Por algo en especial?
–No, simplemente porque ahora ya soy mujercita y mi novio opina que ya tengo que aprender a cuidarme, como parte de mi crecimiento...
–Ah, ¡mirá vos qué chico inteligente!
–No, no es un chico.
–Ah, bueno, qué buen hombre entonces, al recomendarte esto.
–Y... ¿para cuándo podría darme turno..?
–Ahora mismo te lo hago.
–¿Qué? ¿Cómo? ¿Ah

–Si, dale, sacate la ropa en ese bañito de ahí y ponete la bata que está colgada. Después acostate en aquella camilla.
Entré y seguí sus indicaciones. Luego salí, mirándome.
La bata me quedaba como si me hubiera puesto la camiseta de un gigante.
–Me queda un poquito grande... –le comenté.
Sonrió.
–No importa... es sólo para cubrirte.
Me acosté en la camilla un poco tensa y nerviosa (bueno, “un poco” es una forma de decir). Era la primera vez que hacía eso.
–Doctora...
–¿Sí?
–Tengo miedo. Esto no me gusta nada.
–Tranquila, que no duele y es sólo un ratito.
Veía cómo se ponía esos guantes blancos elásticos y abría una bolsita de plástico.
–¿Y ahora qué me va a hacer?
–Mirá: ahora vos vas a abrir las piernitas, te vas a relajar y te vas a poner flojita para que yo pueda ponerte esto... (¡Uyyyyyy, nooo!)
–¿Eso tan grande? (¡Uhhhh! ¡No me entra eso!)
–¿Querés el que se usa con mujeres que ya tuvieron cinco partos? (¿Hay más grandessss?)
–No-no-no-no-no, no, mejor no.
–Éste es el más chico. (¿Cómo será el más grande, Dios mío?)
–¡Ay, noooooooooo! (Me mostró el más grande. ¡Un horror!)
–Dale, a ver... flojita. Respirá profundo y pensá en cosas lindas...
–¡Ay! ¡Ayyyyyy! ¡AAAaayyyyyYYYYY! ¡Ay, ayayayayayay! ¡Sáqueme eso! ¡Duele! (¿No te das cuenta que no puedo pensar en cosas lindas con lo que me estás metiendo?)
–Nooo, tranquila... ya termino... Vamos, flojita, porque si te ponés tensa me cuesta más.
–¡Es que due-LE! ¿Por qué me mintió? ¿Por qué me dijo que no dolía? ¡Ay, ayayayayayayayay!
–Quizás te duele porque contraés los músculos. Vamos, dale. Relajate... además... ¿No dijiste que ya habías tenido relaciones?
–Sí ¡Pero no así! ¡No con un aparato como ése!
–A ver contame cómo te va en el colegio...
–¡Ay! Bien, bien... me va... ¡Ay! ¡Pero ahora no puedo pensar! (¿Cómo puedo pensar en el colegio ahora? ¿Ehhhhhhhhh?)
–Ya termino, ahora tengo que tomar una muestra.
–¿Una muestra?
–Sí, una muestra. Se llama Colposcopía.
–¡Ay, no! Pero... ¡yo no le pedí la Colcoscopía!
Se rió..
–Pero se hace siempre...
–Pero no me gusta... ¿La polcoscopía viene de regalo? ¿Es como un combo? ¿Siempre la hacen así de prepo?
–Sí, es para poder analizar que no tengas bichos raros...
–¡Ay, ay! ¡Ayyysss!
–Ya está... Listo. Tranquila que ya terminamos.
–¡Por fin! ¡Qué tortura! No me gustó. No creo que me haga un Papanicolau nunca más... y menos que menos la Colcoscopía.
–Col-pos-co-pía, mi vida.
–Bueno, eso.
–Los análisis van a estar listos el martes, ¿sabés?
–Si, doctora. Ese día vengo a buscarlos y a ver lo de los bichitos...
Y me fui, ese primer día, con una sensación extraña entre las piernas y sintiendo una molestia adentro... ¡Ufa! ¿Por qué a los hombres no les hacen polcos... cospolpo... ¡Bueno, ESO!
Lolita
Foto: © Rainer M. Guillessen